JORGE GALLEGO DURÁN
La victoria del No en el plebiscito por la paz en Colombia tomó a
todos por sorpresa. Las últimas encuestas, realizadas días antes de la
contienda electoral, vaticinaban un triunfo del Sí con más del 60% de
los votos. Pero tras el inicio del conteo oficial, y con el pasar de los
minutos, el optimismo de los promotores del Sí se convirtió en
preocupación, luego en angustia, transitó a la desolación y finalmente,
al desconsuelo.
¿Qué pasó? ¿Cómo es posible que un país azotado por más
de 52 años de conflicto armado no refrendara en las urnas un difícil
pacto alcanzado con una de las guerrillas más poderosas que haya visto
la humanidad? Son diversos los factores que explican este resultado, que
responden a factores estructurales de la sociedad colombiana, sumados a
particularidades del momento histórico y político que vive el país.
Empecemos con la coyuntura. Juan Manuel Santos se la jugó
completamente por la paz, convirtió al proceso en su principal caballo
de batalla y ha dedicado sus mayores esfuerzos a alcanzarla. Pero su
gobierno es impopular y su coalición política se encuentra fragmentada. Y
esa fragmentación pasó su cuenta de cobro en esta elección. Al menos
dos grandes bandos de la coalición presidencial pujan por suceder a
Santos en 2018. El vicepresidente, Germán Vargas Lleras, fue el primero
en ubicarse en el partidor de presidenciables.
Pero la casa Gaviria,
encabezada por el expresidente Cesar Gaviria y su hijo Simón, se
apropiaron de la negociación en La Habana y ven en Humberto de la Calle,
Jefe Negociador del proceso, la oportunidad de volver al Palacio
Presidencial. Así las cosas, el vicepresidente Vargas nunca se la jugó
de lleno por los acuerdos. Y no lo hizo porque sabe que el triunfo del
proceso es una amenaza a su candidatura.
Prefirió dedicarse a su propia
agenda política, que incluye la entrega de vivienda gratuita a los más
pobres y a la construcción de carreteras en un país cuya infraestructura
es deplorable. Su distanciamiento es tan notorio, que el propio
presidente lo exhortó a pronunciarse a favor de la paz a tan solo un mes
del plebiscito. Increíble, tratándose del segundo a bordo en este
barco.
Esta división pasó una cuenta de cobro que los promotores del Sí hoy
lamentan. La Casa Gaviria no supo acercar al vicepresidente al proceso.
Al contrario: le declaró la guerra, en una jugada ingenua cuyas
consecuencias hoy son evidentes. El vicepresidente es el dueño de los
votos en la importante región de la Costa Caribe.
Nueve departamentos
con un potencial electoral de casi 8 millones de votos, que representan
el 21% del caudal electoral del país. ¿Qué ocurrió este domingo? La
abstención fue del 73% en esta región frente a un 63% en el resto del
país. Algo falló, sin duda. Y esto le costó la elección al presidente
Santos y a los seguidores del Sí, porque la región Caribe,
tradicionalmente liberal y partidaria de Sí en su mayoría, en caso de
haber votado en mayores proporciones hubiese podido contrarrestar el
resultado, adverso en cerca de 60.000 votos.
Pero es evidente que en su
pelea interna con la Casa Gaviria, el vicepresidente Vargas no tuvo
incentivos a aceitar su maquinaria y llevar a estos votantes a las
urnas.
A esto se suma un fenómeno inesperado de implicaciones predecibles:
un desastre natural azotó a esta región justo el fin de semana de la
votación más importante de los últimos tiempos para el pueblo
colombiano. En una investigación reciente muestro cómo los desastres
naturales tienen implicaciones políticas no despreciables. El huracán
Matthew causó estragos en el Caribe colombiano, en especial en el
departamento de La Guajira.
El resultado: la abstención fue del 81% en
esta región del país. Sí, el dato es correcto: 8 de cada 10 guajiros no
votaron en la elección que pondría fin a un conflicto armado de 52 años.
Algo similar ocurrió en los demás departamentos. Tan grave fue la
situación, que en plena elección y como si vaticinaran lo que ocurriría,
los gobernadores de la región pidieron ampliar en dos horas la jornada
electoral.
Naturalmente, esto no ocurrió. En resumen, una pelea interna
entre dos facciones de la coalición de gobierno, que luchan por suceder a
Santos en 2018, más un inesperado desastre natural, deprimieron por
debajo de registros históricos la participación electoral en una región
en la que el Sí debía imponerse con comodidad y que habría de catapultar
la victoria de los promotores del acuerdo.
Pero la historia sería incompleta si no analizáramos la causas
estructurales detrás de esta victoria. Históricamente, por lo menos
desde que existe el conflicto armado actual, Colombia ha sido un país
predominantemente de derecha. Polarizado entre liberales y
conservadores, pero predominantemente de derecha. Con contadas
excepciones, la izquierda nunca ha llegado al poder.
Por supuesto, nunca
ha ocupado la presidencia. Y de hecho, cuando ha llegado al poder, los
niveles de violencia se han disparado. Incluso, un partido entero de
izquierda fue aniquilado y sus seguidores perseguidos.
Quizás como
reacción a las guerrillas de izquierda, los votantes colombianos han
premiado en las urnas opciones de derecha, aquellas que suelen
privilegiar valores como la autoridad, la santidad o el patriotismo. Y
nuevamente en este punto fallaron los promotores del Sí. En su campaña a
favor del proceso se privilegiaron los valores morales liberales. La
prevención del daño, la reciprocidad, la equidad.
Pero investigación
reciente en persuasión política sugiere que para convencer a un
conservador de cambiar su posición no debe acudirse a mensajes cargados
de valores liberales. Deben usarse los mismos valores conservadores en
los que cree el interlocutor, pero a favor del argumento que se quiere
defender. Al parecer, este tipo de estrategias de micro-targeting
político no se usaron en esta campaña. A todas luces, parece errado
haberle dado tanta exposición mediática a las FARC en los días previos
al plebiscito.
Y por supuesto, la campaña del No, para bien o para mal, fue exitosa.
Liderada por el expresidente Uribe y el antiguo procurador Alejandro
Ordoñez, esta facción de la derecha colombiana logró sembrar en una
buena proporción del electorado sentimientos de miedo hacia el proceso.
Invocando la inminente llegada del Castro-Chavismo comunista al país en
caso de ganar el Sí.
Acusando al acuerdo de atentar en contra de los
valores más profundos de la familia y la infancia, por privilegiar los
derechos de los homosexuales. Y cuestionando, punto por punto, lo
acordado en La Habana. Impunidad, en materia de justicia al no
garantizar que los cabecillas de las FARC paguen con cárcel sus delitos;
generosidad en materia política, al otorgar curules en el Congreso a
los miembros de la guerrilla; incertidumbre en materia de narcotráfico,
al no proponer una estrategia clara contra este flagelo; desacuerdo en
materia de tierras, al sugerir que el pacto implicaría la expropiación
de terrenos legalmente adquiridos.
Y así con otros temas. Se usaran
verdades, medias verdades o mentiras, la estrategia funcionó. Estos
argumentos calaron en un importante segmento de la población. Y el No
triunfó por un puñado de votos, pero triunfó.
¿Y ahora qué? El camino por recorrer es incierto. Las FARC
manifiestan continuar comprometidas con la paz. El gobierno se
compromete a profundizar en sus esfuerzos y a invitar a los líderes del
No al diálogo. La oposición, en cabeza de Uribe, manifiesta su interés
en aportar a un gran pacto nacional. Pero renegociar no será fácil.
Teoría recientes de la negociación sugieren que negociar entre tres es
más difícil que entre dos y que no siempre existe un arreglo que
satisfaga a todas las partes.
La situación es incluso más compleja
cuando no hay un claro ganador de la confrontación, como en el caso del
conflicto colombiano. No se ve fácil que las FARC renuncien a algunos de
los beneficios que han logrado.
Y no resulta claro que su poder de
negociación sea tan bajo como para que acepten algunas de las
condiciones que la derecha uribista exige de ellos. ¿Qué esperar
entonces? No es claro. Por lo pronto, resulta necesario aplazar el
mensaje a Mauricio Babilonia, porque parece que aun no ha llegado el
momento de soltar las mariposas amarillas. Aún no.
Jorge Gallego Durán