Las guerras banderizas en el País Vasco medieval: oñacinos frente a gamboínos.
El primer territorio vasco occidental en dejar de pertenecer al Reino de Navarra fue Vizcaya, ya que en 1179 Sancho el Sabio se vio obligado a pactar la cesión de parte sus territorios a Castilla.
Mientras La Rioja era anexionada a la corona castellana, Vizcaya volvía a ser independiente pero bajo la órbita de Castilla, restaurándose el señorío vizcaíno que pasaría a ser gobernado, de nuevo, por la dinastía pro-castellana de los Haro.
El territorio alavés fue invadido por Castilla en 1200 y después de 132 años de ocupación fue anexionado a la corona castellana.
Y finalmente, en el caso guipuzcoano, sus territorios fueron invadidos y anexionados por Castilla en 1200.
Con la toma de control por parte de Castilla de estas tierras en el siglo XIII se daría comienzo a una de las etapas más convulsas de la historia vasca.
Desde este siglo, hasta el XVI, fueron continuas las luchas entre los diferentes bandos que pugnaban por alcanzar el control de las diferentes regiones vascas.
Los gamboínos y los oñacinos eran las fracciones banderizas que se disputaban el control de las regiones vascas occidentales; siendo disputado este control en Navarra por agramonteses y beaumonteses.
Los gamboínos eran leales a la corona de Navarra; los oñacinos, por contra, eran partidarios de la unión de las regiones vascas occidentales a Castilla (si bien estas lealtades a una u otra corona cambiaron algunas veces en función de los intereses de cada fracción).
Oñacino fue el guipuzcoano San Ignacio de Loyola que, antes de hacerse sacerdote, fue soldado y participó en la conquista castellana de Navarra.
La familia del patrón de Navarra, San Francisco Javier, por contra, era agramontesa y contraria a la conquista castellana apoyada por los beaumonteses.
Este santo era sólo un niño cuando los castellanos invadieron Navarra y, junto con su familia, tuvo que huir de su tierra.
Los oñacinos se convirtieron en muchas ocasiones en la mano derecha de la monarquía castellana.
Vemos a un cardenal Mendoza, descendiente de los oñacinos alaveses, que, yendo en contra de la consanguinidad de los futuros reyes católicos, oficia su matrimonio.
La colaboración estrecha de la nobleza vasca occidental con la monarquía castellana irá in crescendo en las décadas siguientes, hasta que en el reinado de Felipe II, durante el apogeo del Imperio Español, en el siglo XVI, los "vizcaínos", que era como se llamaba en la época moderna a los vascos occidentales, riojanos, cántabros orientales y, en menor medida, a los navarros, monopolizan la administración de la corte española y de las colonias del imperio.
Existe, durante esta época, una asociación generalizada, históricamente errónea, entre el pueblo vasco, el cántabro y el íbero, considerando la cultura y lengua vascas como las originarias de los españoles; y los fueros vascos como las leyes ancestrales de los españoles, unas leyes que debían ser respetadas y salvaguardadas por la monarquía española como máximo exponente de la españolidad.
Los vascos representaban las esencias de España, la España indómita, los cántabros, que nunca pudieron ser conquistados ni por el mismo Imperio Romano, prueba de ello, según las creencias erróneas de la época, el que su milenaria lengua vasca siguiera siendo hablada.
La asociación entre lo español y lo vasco llegó a tal extremo que incluso en la genealogía hecha por el cronista real guipuzcoano Esteban de Garibai para el rey Felipe II se le entroncó con los cántabros inconquistos, enlazando la monarquía española con los cántabros de la época romana, queriendo reflejar así una realidad histórica en la que los españoles habían nacido para someter a otros pueblos pero nunca para ser sometidos.
Volviendo al siglo XIII, las continuas luchas entre los bandos oñacino y gamboíno fueron muy violentas y en ellas participaron muchas personas.
Los más oprimidos eran, fundamentalmente, los campesinos y los pobladores de las villas.
El surgimiento de los bandos gamboíno y oñacino no ha sido aún definitivamente marcado, difiriendo los historiadores así en la fecha como en las causas que las produjo.
Generalmente, se suele establecer el primer cuarto del siglo XIII como la época en la que los nobles y la sociedad vasca en general, se encontraba ya dividida en estos dos bandos, y 1275, como el año en que hubo la primera gran guerra entre ellos.
Las razones del surgimiento de esta división en la sociedad vasca se suele achacar a dos factores: el factor económico generado por la crisis acaecida en este siglo, así como la polarización generada en la nobleza vasca occidental entre los partidarios y contrarios a dejar de pertenecer a Navarra.
Sobre el momento en que se iniciaron las hostilidades entre los banderizos, las crónicas indican que se produjo a partir de un hecho acaecido en la iglesia de Ulibarri en Álava: Era conducido un gran cirio encendido en una gran parihuela con destino a arder durante treinta días consecutivos en la iglesia, y las personas que en procesión lo acompañaban, se dedicaban durante ello a celebrar los sacrificios y oraciones usuales.
Estaba siendo conducido el cirio por cuatro personas, cuando subiendo la pendiente de la montaña, se quejaban de cansancio los que iban detrás, y dijeron a sus compañeros:"daruagaz oinaz" (darúagas oñás; conduzcámoslo a brazo, o por lo bajo); a lo que contestaron los que iban delante, y menos cansados: "gaindik bihoa" (gáindi bijóa; llevémoslo en hombros o en alto).
Los partidarios de los hombres que dijeron "daruagaz oinaz" dieron lugar al bando oñacino y los que indicaron "gaindik bihoa" al gamboíno.
La hostilidad entre ambos bandos empezó, por tanto, en Álava, y pronto pasó a Vizcaya y posteriormente a Guipúzcoa.
Cada uno de estos bandos agrupaba un conjunto determinado de linajes dirigidos por un Ahaide Nagusi (aáyde nagúsi, pronunciado en aquella época: ajáyde nagúsi; Pariente Mayor).
La corona castellana, a menudo, se vio desbordada por los acontecimientos, incapaz de poner orden en los territorios arrebatados a Navarra.
Fueron tres los pilares de su política en esta zona: Postularse como garante de la paz: conseguir un equilibrio entre los dos bandos que se disputaban el poder para, por un lado, conseguir pacificar estos territorios en guerra continua de bandos y, a su vez, evitar que los gamboínos tomaran el control, con lo que los territorios vascos occidentales volverían a pertenecer a Navarra.
Navarra nunca renunció al País Vasco occidental o Navarra Marítima,considerándose legítima dueña de estas tierras, por lo que alentará rebeliones y apoyará a los gamboínos en aras a recuperar su territorio, pero sus esfuerzos fueron baldíos en contra de los oñacinos y de la poderosa Castilla.
Si bien, a lo largo del tiempo, pudo reconquistar parte de La Rioja y territorios orientales de Álava y Guipúzcoa, Castilla no tardó tiempo en recuperarlos.
Postularse como el progreso para sus ciudadanos: cientos de vizcaínos, guipuzcoanos y alaveses participaron en la repoblación de Castilla, muchos de ellos huyendo de las guerras banderizas, atraídos por las ventajosas ayudas dadas por la corona castellana; para que, de esta forma, los vascos occidentales comenzaran a mirar, más hacia Castilla, que hacia Navarra.
Gracias a estas ventajosas prebendas colonos vascos occidentales fundaron poblaciones tan alejadas del País Vasco como La Zubia (del vasco zubia, "el puente") en la provincia de Granada, o Los Urrutias (del vasco urruti, "lejos") en Murcia, en los que la lengua vasca se habló durante varios siglos, conservándose, en estas zonas, apellidos vascos propios de estas tierras.
Castilla era y quería postularse como tierra de oportunidades, como posteriormente lo fue América; mientras que Navarra había visto paralizada su expansión económica y territorial.
Postularse como garante de las libertades vascas: Castilla conservó las leyes vascas establecidas en los Fueros y profundizó en éstas, desarrollándose durante esta época la institucionalización del sistema foral vasco, cuya máxima dificultad residió en mantener el equilibrio, entre gamboínos y oñacinos, en los diferentes órganos de gobierno.
Este "encaje de bolillos" que tuvo que hacer Castilla durante tres siglos para poder controlar y pacificar esta zona, no sólo consiguió la pérdida de poder gradual del bando gamboíno, sino también la del bando oñacino, que para los intereses de Castilla, aunque pro-castellanos, era igual de perjudicial, reafirmando de esta manera la autoridad real castellana sobre todos los territorios de Euskadi.
Como uno de los episodios más significativos de la guerra de bandos, tenemos el acaecido en 1435 en Vizcaya. En esta época, ante la imposibilidad de que los dos bandos llegaran a un acuerdo, hubo dos alcaldes en la Villa de Bilbao.
Un alcalde oñacino, y el otro, gamboíno. Esta situación irregular duró hasta 1445, en el que el rey de Castilla Juan II y XXII Señor de Vizcaya (1405-1454), nombró un único alcalde, condenando a muerte a los cabecillas de ambos bandos. Las hostilidades entre gamboínos y oñacinos continuaron y terminaron momentáneamente, durante el reinado de Enrique IV y XXIII Señor de Vizcaya (1454-1474).
Este rey tuvo que desplazarse personalmente a su señorío en 1457, dirigiendo las Hermandades (agrupaciones de campesinos, habitantes de las villas y algunos hidalgos opuestos a los Parientes Mayores), para pacificarla, destruyendo sus principales fortalezas y desterrando a Castilla o confinando a muchos de los Parientes Mayores.
Así, en 1468, el Concejo de Bilbao destruyó las casas que tenían en la villa algunos banderizos.
Entre ellas las de los Abendaño y los Basurto del bando oñacino.
Estas guerras de bandos terminaron definitivamente en el siglo XVI, cuando, con el descubrimiento de América y la conquista castellana de la Navarra peninsular, cambian todos los parámetros económicos y sociales.
Los Parientes Mayores pasarán de ser caudillos de las guerras banderizas a formar la nueva burguesía vasca, mercaderes y promotores de la construcción de barcos a las Américas, dándose los primeros pasos al surgimiento de una burguesía asentada en las villas costeras.