El libertarismo trumpista culmina en la matanza de Texas Conmoción en Estados Unidos tras la masacre perpetrada por el joven de 18 años que ha acabado con la vida de 19 niños en una escuela pública
La matanza, la peor en la historia de Estados Unidos, ha reabierto el viejo debate sobre la venta de armas en aquel país, donde la gente puede llevarse a su casa un fusil de guerra como quien adquiere un paquete de tabaco.
En este caso el monstruo era un joven que acababa de cumplir los 18 años y para celebrarlo se fue a una tienda, compró pistolas y rifles, en plan golosinas, acabó con la vida de su abuela y se encaminó a la escuela para consumar su barbarie.
Una orgía de locura y sangre.
En los últimos dos años se han producido más de 900 tiroteos en el país.
Cuatrocientos millones de armas de fuego circulan libremente por todo el territorio norteamericano.
Y pese a la magnitud del drama, no parece que la sociedad yanqui, adormecida, anestesiada, esté dispuesta a abolir la Segunda Enmienda a la Constitución que protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armamento para su defensa.
Es cierto que la opinión pública se estremece cada vez que un perturbado convierte un colegio en una especie de delirante Vietnam.
Los pacifistas indignados salen a la calle para protestar, los periódicos progresistas de Nueva York publican vehementes y apasionados editoriales pidiendo la abolición y los demócratas, haciéndose los ofendidos, llevan el asunto al Capitolio.
La izquierda estadounidense (si es que se puede llamar así a lo que quizá no sea más que un mito) se moviliza exigiendo a la Casa Blanca que tome cartas en el asunto contra los terroristas infantiles.
Sin embargo, de una forma o de otra, siempre acaba ganando la batalla el grupo de presión, el cabildeo o lobby de turno debidamente infiltrado en las instituciones.
Hace ya tiempo que la democracia más poderosa del planeta está secuestrada por las grandes multinacionales armamentísticas, por Donald Trump, que sigue siendo el jefe en la sombra, y por la Asociación Nacional del Rifle, el oscuro movimiento proarmas que ha sustituido al frente de su presidencia al fallecido Charlton Heston por el militar Oliver North, implicado en el escándalo Irán-Contra.
Un siniestro movimiento ultraconservador que dentro de unos días celebrará su gran convención nacional precisamente en Texas, escenario de la última escabechina.
El cinismo es el gran combustible del fascismo.
Ya nos avisó Norman Mailer, agudo analista de la enferma y neurotizada sociedad norteamericana, que el capitalismo exacerbado no es más que la exaltación de la codicia.
Y del odio, y de la violencia, y del terror como parte del nuevo orden mundial fascista, habría que añadir.
Los niños muertos se entierran, la bandera de las barras y estrellas ondea a media asta, la NBA declara un minuto de silencio, el Congreso reparte medallas y pensiones a los héroes y las víctimas.
Y así hasta la próxima masacre.
Los americanos llevan décadas sufriendo la matanza made in USA, un fenómeno autóctono que solo se da en aquel país y que afortunadamente todavía no ha podido ser exportado al resto del mundo como la hamburguesa, los pantalones vaqueros, Halloween o la Super Bowl.
Y no será por falta de ganas de los magnates de la industria bélica, empeñados en abrir nuevos mercados en todas partes.
Por suerte, el prototipo de adolescente fascinado con lo militar no ha podido saltar a Europa.
El último asesino masivo, Salvador Ramos, era un muchacho reservado, hermético, con graves conflictos familiares. Antes de perpetrar la masacre de Texas subió a Instagram fotografías de los juguetes mortales que había adquirido en el supermercado.
Una vez más, nos encontramos ante un perfil criminal muy concreto: un joven inadaptado, un traumatizado por el fracaso familiar y vital, el despojo humano de un sistema ultracapitalista injusto que genera mucha neurosis, mucha carencia emocional e intelectual y mucho delirio insatisfecho.
Un lobo solitario que vuelca toda su frustración y todo su odio en las redes sociales y que para alcanzar notoriedad y reconocimiento público decide batir un macabro récord Guinness del asesinato en serie.
Pero más allá de que detrás de cada matanza haya una biografía aberrante, una historia personal descarriada, conviene no perder de vista que cierto tipo de política alienta la monstruosidad del monstruo.
Movimientos ideológicos que se abren paso en todo el mundo y que anteponen la libertad del individuo a la ley, al Estado y a unos mínimos principios y valores éticos y humanos.
Corrientes como el neoliberalismo radical, el trumpismo, el libertarismo o el anarcocapitalismo sacralizan un mal entendido concepto de la libertad, que se acaba identificando con la soberanía individual para hacer lo que a cada cual le venga en gana siempre en un entorno de economía de libre mercado, gran paraíso terrenal de la nueva religión del dinero.
En ese ecosistema perverso donde lo único que importa es la voluntad de poder personal todo es posible: insultar al adversario político, machacar al discapacitado, marginar a las minorías sexuales, maltratar a la mujer, pisotear a todo aquel que piensa diferente, saltarse las normas y leyes de convivencia, negar la ciencia y comprar un arma libremente para liarse a tiros con el otro, con el enemigo al que se le niega el derecho a todo, incluso el derecho a la vida.
En España, el libertarismo ultraderechista se llama Vox, un partido que quiere armar a la población para convertir este pacífico país en un Far West a la española. Viva la libertad.
La pesadilla no ha terminado, probablemente volverá a repetirse.
El FBI alerta de que esto irá a más y augura una escalada de atentados indiscriminados en los próximos meses. Mientras los cadáveres de 19 niños inocentes llegan a la morgue y la CNN difunde las mismas imágenes repetitivas de siempre y el papa Francisco pide acabar con la venta libre de armas, el impotente Joe Biden jura que trabajará para frenar este “horror cotidiano”.
Resulta patético escuchar cómo el líder del mundo libre se lamenta de la última escabechina escolar sin poder hacer nada.
Con la matanza de Texas (premonitoria aquella película gore de los setenta) asistimos al recrudecimiento de un mal propio del siglo XXI: la deshumanización total, el desprecio por la vida, el terrorismo como expresión final de la neurosis social y la violencia como enfermedad contagiosa que se propaga en cascada por efecto dominó.
El capitalismo y la extrema derecha ya tienen lo que querían.
La muerte de los valores democráticos y la instauración de la ley de la jungla antes del advenimiento del Gran Dictador.
Todos a la armería y que gane el más fuerte.