América Latina se levanta y el mundo mira a otro lado
Este mes pasado ha sido un periodo donde se han activado varios frentes
sociales, luchas en la calle, resistencias indígenas y revueltas en el
territorio latinoamericano. Este panorama nos hace pensar en un ciclo de
rebeldía que vuelve a abrirse paso en América Latina, unas revueltas al
calor de otras, bajo la premisa de la confrontación de clases sociales.
Las comunidades del continente Abya Yala (nombre mayoritariamente
aceptado para denominar a América por los pueblos indígenas que
significaría “Tierra de sangre vital”) se levantan haciendo ruido,
porque el silencio no está hecho para esos hombres y mujeres
resistentes. El mundo en cambio da la espalda, miramos hacia otro lado,
incluidos muchos movimientos sociales u organizaciones militantes;
seguimos escondidos tras nuestros colectivos creyéndonos jueces del
tribunal de lo revolucionario, y lanzando nuestro dedo acusador sobre
qué deben hacer los parias del mundo.
Se cumple este mismo año
el centenario de un ciclo revolucionario europeo muy relevante, que ya
hemos mencionado en otros números de nuestra publicación, como la huelga
general de La Canadiense en Barcelona, el Biennio Rosso italiano en
Turín, o el consejismo obrero en la República de Baviera. Experiencias
que marcaban el inicio de un ciclo que venía fraguándose desde hacía
décadas por la ascendente organización obrera internacional y que
tendría aún que escribir algunas de las páginas más revolucionarias de
la historia del pueblo trabajador. En las dos décadas que llevamos de
este siglo XXI se puede comprobar en América Latina un incremento de
organización de las comunidades marginadas, de las sociedades indígenas y
la juventud precaria del capitalismo en las periferias del sistema. No
estamos hablando de conatos de rabia exclusivamente, nos referimos a
auténticos procesos de ofensiva y construcción de autonomías por parte
de los movimientos sociales de América Latina.
El pensador y
activista uruguayo Raúl Zibechi ha estudiado ampliamente a estos
movimientos sociales latinoamericanos, identificando líneas teóricas y
prácticas distintas respecto de los movimientos sociales en Europa o en
los Estados Unidos de América. La primera cuestión es que se tratarían
de movimientos ligados al territorio, pero no desde un punto de vista
nacional, ni con intenciones de reclamarlo para construir una entidad
estatal. Son movimientos campesinos, indígenas o populares urbanos que
continúan ligados a la tierra, cuya fuerza de trabajo sigue vinculada al
territorio, no al mercado global. Esto nos lleva a una segunda
cuestión, y es que en los territorios controlados por estos movimientos
sociales, predominan las relaciones sociales no capitalistas y las
instituciones sociales horizontales que desprecian las jerarquías. De
esta manera se reivindican prácticas no hegemónicas que ayudan a pensar
en las relaciones autoritarias como un enemigo ajeno a los modos
sociales y culturales reivindicados desde estos territorios.
Esto
le lleva al mencionado escritor Raúl Zibechi a acuñar el término de
‘sociedades en movimiento’, que sustituiría a la denominación de
‘movimientos sociales’. Les caracterizaría a estas comunidades en
Latinoamérica su doble vertiente que determinan su esencia de lucha: por
un lado la resistencia al modelo socio-económico dominante, y a la vez
un proceso de creación de un mundo nuevo a partir de estas relaciones
sociales territorializadas al margen del capitalismo. El desafío frente a
la concepción clásica revolucionaria de estas sociedades en movimiento
es que son portadoras en sí mismas de ese mundo nuevo, no deben
imaginarlo, ni deben conquistar el poder político estatal; construyen
poderes autónomos porque esa es su esencia.
Analizaremos a
continuación tres procesos que se están dando desde este mes pasado en
Latinoamérica, y que no han estallado de la nada, sino del silencioso
trabajo de cientos de miles de personas en guerra continuada contra el
capitalismo criminal. Se trata de las revueltas de Ecuador, Haití y
Chile; algunas de estas rebeliones populares continúan abiertas, no
tienen principio o fin divisable, son una página más en la historia de
las resistencias en América Latina.
Ecuador dice basta al presidente Lenín Moreno: una fuerza social de
veinte mil indígenas toma la ciudad de Quito y logra tumbar las medidas
antisociales
Las protestas en la capital ecuatoriana
comenzaron el 3 de octubre. Las organizaciones sociales convocaron
marchas que se extendieron pronto por todo el país frente a las medidas
económicas introducidas por su presidente, Lenín Moreno. Ante la
urgencia climática, el presidente ecuatoriano estableció un paquete de
medidas sobre los hidrocarburos recomendado por el Fondo Monetario
Internacional, que atacaba directamente el ya precario nivel de vida de
la población ecuatoriana. Tras varios días ininterrumpidos de protestas,
la represión por parte de la policía y el ejército caldeó muchísimo el
ambiente político ecuatoriano, y activó fuertemente la oposición a su
presidente.
El lunes 7 de octubre comenzó a entrar en la capital
una fuerza social de más de veintemil indígenas, que llegaban a una
ciudad completamente paralizada y exclusivamente activa para realizar
acopio de alimentos que recibiera a esta ingente marea humana. Los
servicios de transporte paralizaron el país, las Gobernaciones de
Bolívar y Morona Santiago fueron tomadas por el movimiento indígena; e
incluso el presidente Lenín Moreno huyó de Quito para establecer el
gobierno en la ciudad de Guayaquil. La CONAIE o Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador consiguió una victoria simbólica
abrumadora en el país, logró hacer huir al presidente mismo, y levantó a
toda la sociedad en Ecuador.
La militarización de Quito no se
hizo esperar por parte de su presidente, quien utilizó todos los medios
informativos a su alcance para lanzar propaganda contra el movimiento
indígena y aprovechar de esa manera el apoyo internacional que la
mayoría de países europeos, entre otros, el propio Estado español, le
brindaban como voto de confianza desde la cloacas del capitalismo. Las
denuncias de torturas, malos tratos y amenazas en las dependencias
policiales incrementaron la intensidad de las luchas, y también
consecuentemente una represión criminal y sin miramientos. El martes 8
de octubre desde por la mañana el edificio vacío de la Asamblea Nacional
era ocupado por los manifestantes urbanos junto con la fuerza de las
comunidades indígenas que habían tomado la ciudad. El gobierno
estableció un toque de queda, los choques violentos con la policía
aumentaron y se comenzaron a conocer los primeros muertos entre
resistentes indígenas. Las barricadas fueron la más habitual estructura
urbana espontánea esos días, durante la semana se incrementaron las
tensiones con marchas diarias y una paralización absoluta del país.
A
día del 12 de octubre, fecha muy simbólica en toda América por su
resistencia, el balance era de 27 muertos, 860 heridos, 120
desaparecidos, casi 2 mil detenidos y un centenar de personas
torturadas. Después de una docena de días ininterrumpidos de lucha
popular, el presidente Lenín Moreno anunciaba el fin del paquetazo
económico que incendió el país. La sangre indígena y de otros
movimientos populares ya había corrido, y sin embargo en la Casa de la
Cultura, que fue el espacio de contrapoder indígena durante esos días,
se festejó esta medida. Pero no sin antes anunciar que la lucha no
cesaba, sino que volvía a otros cauces que a ellos y ellas preferían,
porque no desean verse obligados a utilizar la violencia como
autodefensa ineludible a la que habían tenido que recurrir.
La
confluencia de los movimientos anticapitalistas urbanos, junto a la
fuerza de las mujeres feministas, y la CONAIE indígena consiguió la
unión suficiente para alzar la voz y levantarse como pueblo,
revitalizando el conflicto de clase, al cual presentaron batalla de un
modo inimaginable en nuestras sociedades europeas.
Haití lleva años de pobreza y revueltas; es la historia de la larga
agonía de un pueblo que se levanta como una mariposa que agita sus alas
El
pueblo haitiano es el gran desconocido de América Latina, y también el
más pobre. Es el país vecino de la República Dominicana en el mar
Caribe, devastado hace tres años por el huracán Matthew, el patio
trasero de los Estados Unidos de América y un juguete roto del Fondo
Monetario Internacional. Actualmente ha cumplido su sexta semana
consecutiva de protestas, que se ha cobrado más de 30 manifestantes
asesinados. La paralización del país es total, pero… ¿cuándo no está
paralizado un territorio que vive en eterna pobreza? Un país que es el
campo de experimentación más preciado del capitalismo global.
Su
presidente, Jovenel Moise, un títere corrupto elegido por
organizaciones supranacionales, está aferrado a un poder que por
gestionarlo directamente en favor del FMI, se beneficia enriqueciéndose
la élite política del país. Las multitudinarias marchas en su capital,
Port-au-Prince, de diversos grupos opositores están dejando un reguero
de sangre por la fuerte violencia policial desatada.
El pasado
domingo 20 de octubre, una nueva movilización reclamaba la dimisión
incondicional del presidente Moise. Los movimientos populares haitianos
señalan la incompatibilidad de la situación política y económica que
tienen con una vida digna. La desintegración de los servicios públicos y
la sensación constante de inseguridad son herramientas que determinan
el estado de shock actual. Mientras Haití se desangra, el mundo hace
oídos sordos, y cuando damos la espalda a los pobres del territorio de
una pequeña isla, le estamos dando la espalda a cualquier alternativa en
nuestras mismas sociedades.
Chile insiste y resiste pese a la violencia militar y policial que hace recordar a la dictadura de Augusto Pinochet
La
situación chilena es bien similar a la ecuatoriana. El presidente
derechista Sebastián Piñera aumentó el precio del billete de metro en
Santiago de Chile; y sin embargo no sabía que esa medida sería el inicio
de una confrontación que debe leerse en clave de hartazgo de un modelo
económico y político que lleva ahogando a Chile desde la dictadura
pinochetista.
Las medidas económicas capitalistas en América Latina son respondidas
desde la rabia no contenida; en cambio en Europa se acepta de buen grado
la subida del nivel de vida como un mal menor a pagar por seguir
manteniendo privilegios. En Chile han sufrido por décadas ese síndrome
de modelo económico a la europea, pero extendido sobre un territorio
periférico del capitalismo, y con una fuerza indígena Mapuche que ya
amenaza con unirse al movimiento social en lucha.
A finales del
mes de octubre, al cierre de esta edición, la presencia militar enviada
por el gobierno ha dejado un balance de 27 muertos, 12 mujeres violadas,
y cientos de detenidos y torturados, que hacían recorrer el fantasma
pinochetista de nuevo por las calles de Santiago ensangrentada. Esas
calles que pisarán una y otra vez nuevamente quienes insisten y
resisten, representados por ellos y ellas mismas, sin singlas
partidistas detrás y con el empeño de continuar la lucha pese a la
retirada del tarifazo del metro por el presidente el día 23 de octubre.
Nos mantendremos alerta con la evolución de los conflictos abiertos en
América Latina, y con la amenaza de iniciarse otros nuevos en Uruguay,
Bolivia o Colombia. Abya Yala hace honor a su nombre: tierra de sangre
vital.