La Delegación del Gobierno anuncia multas para los que participaron en la concentración sin mascarilla de ayer domingo
El delegado del Gobierno en Madrid ha calificado de “descerebradas” a las personas que participaron en la manifestación de ayer en la Plaza de Colón
saltándose las más elementales medidas de prevención establecidas
contra el coronavirus. “Lo que ha pasado es gravísimo, hay al menos 30
denuncias, y no va a salir gratis”, asegura José Manuel Franco
.
Ya tardaban las autoridades en tomar cartas en el asunto contra los
anarco-populistas, libertarios de extrema derecha y negacionistas en
general que ponen en peligro la salud pública y la estabilidad de la
democracia en nuestro país.
Si irresponsable ha sido que cientos de
personas salgan a la calle sin respetar las medidas de seguridad,
intercambiando fluidos orales letales y mortales gotitas de Flügge
que se expelen al respirar y toser, más criticable aún es que el
Gobierno haya autorizado semejante concentración de los ejércitos de la
ignorancia.
Por encima del derecho a la reunión y manifestación está el
derecho a la salud y a la vida y es preciso frenar cuanto antes esta
kamikaze corriente social impulsada por homicidas pandémicos, fanáticos
medievales y talibanes de la ideología reaccionaria que en lugar de
emplear chalecos bomba para matar gente lo hacen a golpe de salivazo,
tos y estornudo.
Aunque quizá, bien mirado, lo mejor que se puede hacer
con ellos es dejarlos que se contagien unos a otros y que la selección
natural −que siempre distingue a los más tontos de los más astutos e
inteligentes−, vaya haciendo su trabajo.
Fue Spengler quien proclamó aquello de que Occidente se
encontraba en su etapa final de decadencia y vaticinó que la cultura
entraría en un estadio de pre-extinción anterior a la aparición de un
“cesarismo” totalitario. Por lo visto ese momento ya ha llegado.
Las
imágenes de centenares de cabezas huecas protestando contra el uso de la
mascarilla obligatoria porque supone un supuesto “recorte” a las
libertades resultan espeluznantes. Como surrealista es escuchar a todo
ese mundo hortera, rancio y friqui alentado por la extrema derecha
populista gritar “queremos ver el virus”.
Sería imposible organizar una
jornada de puertas abiertas para escépticos e incrédulos en el CSIC: no habría microscopios suficientes para tanto majadero y terminarían colapsando los laboratorios.
No resulta sencillo explicar lo que está ocurriendo en las sociedades
contemporáneas ni de dónde demonios ha salido un fenómeno tan peligroso
como el negacionismo, que amenaza con gangrenar el sistema.
Vamos a
necesitar de los mejores sociólogos, filósofos y psicólogos para
desentrañar las causas profundas de una enfermedad social que provoca
que un señor (o una señora), hasta hoy cuerdo y sensato, salga a la
calle un tranquilo domingo de verano −entre banderas, gorras, silbatos y
frívolas sonrisas−, para protestar contra una supuesta conjura
internacional que solo está en su delirante imaginación, exponiéndose
alegremente a la infección de un virus mortal y asumiendo que va a
transmitir el mal a sus paisanos.
El hecho es complejo, una mezcla de irracionalismo, nihilismo
existencial, tendencias conspiranoicas y suicidas y cierta dosis nada
desdeñable de fascismo debidamente mutado, tuneado y propagado a tuits
como cañonazos.
Estamos hablando de personajes que al amparo de
movimientos políticos como el “trumpismo” duro norteamericano y el neofalangismo ibérico y casposo de Vox
en España (más el poder de influencia de ciertos medios de comunicación
cavernarios y algunos chamanes culturales que agitan la desinfomación
en las redes sociales como Miguel Bosé o Alfonso Ussía)
lo niegan todo.
Niegan que la pandemia esté ocurriendo en realidad (lo
cual es tanto como negar la ciencia y la medicina); niegan que el
Gobierno esté legitimado para tomar medidas para la prevención y control
de la enfermedad; y niegan la democracia con todo lo que ello supone.
Al fin y al cabo, lo que están negando es la verdad y la realidad misma y
el daño que empiezan a causar en la sociedad empieza a ser irreparable.
Cuando hay tipos y tipas que andan por la vida diciendo que solo
reconocen el gobierno de los suyos (“yo solo hago lo que me dice mi Santi Abascal”) es que todo está perdido sin remedio.
El virus del bulo, la conspiranoia, la superchería y el fanatismo se
extienden como un cáncer por todas partes. Abochorna tener que escuchar
en pleno siglo XXI cómo un iluminado grita que quiere
ver un virus con sus propios ojos mientras los infectados siguen
llegando por miles a los hospitales y centros de salud.
Pero es lo que
hay. Han sido demasiados años de dejación de funciones, demasiados años
de gobiernos corruptos e inútiles que han fomentado una educación de
baja calidad donde la filosofía era anulada sistemáticamente y donde la
ciencia era una maría en los planes de estudio.
Demasiados años de
programas en la televisión basura que como armas de destrucción masiva
achicharraban las neuronas del personal y propagaban la estulticia, los
valores del dinero y la fama y la desinformación hasta aniquilar todo
rastro de cultura y humanismo.
Demasiados años de tolerancia con
movimientos políticos y sociales antidemocráticos, nostálgicos y
revisionistas de la historia que se han ido enquistando y que ahora se
aprovechan de la necedad del inculto que nunca ha leído un libro, del
fanatismo del crédulo religioso y del odio y la rabia contra el sistema
del desesperado y el revanchista.
Todo ello, sin duda, para tratar de
llegar al poder e imponer el oscuro y macabro programa de la estupidez y
el elitismo totalitario de las clases dominantes.
Ahora que el mal ya está hecho se quiere frenar el terremoto con unas
cuantas multas contra unos manifestantes domingueros que nadie pagará.
El desastre cultural de Occidente que han provocado los astrólogos, los
videntes, los clérigos fanatizados, los antivacuna, los terraplanistas,
los parapsicólogos, los negacionistas de la ciencia y de la historia,
los posfascistas y otras especies peligrosas ya no tiene vuelta a atrás.
El mundo de hoy pertenece a los retóricos y charlatanes que no sabrían
explicar lo que es un átomo o una galaxia; a los proselitistas de la
anticultura y la antidemocracia que se han apoderado de las redes
sociales con sus discursos simplones y sus burdas faltas de ortografía; a
los influencers que proyectan su burricie infantiloide sin ningún rubor entre anuncios de perfumes y maquillajes que lo petan en Youtube;
y a los “cacerolos” y “borjamaris” que cada día se suman en mayor
cantidad, como una legión de descerebrados imparables, al gran
movimiento irracional y conspiranoico contra un Gobierno que ya nada
puede hacer contra una terrorífica distopía sin control.
Una pesadilla
que, como en las mejores novelas de ciencia ficción, ha terminado por
hacerse realidad e implantar su lodazal de incultura, griterío,
fanatismo y odio.
Spengler tenía razón. La decadencia de Occidente ya
está aquí.
Manifestaciones negacionistas: la decadencia de Occidente ya está aquí