Ropa en la basura.
- “Cuando compras ropa sostenible, no es
que sea mas cara, la otra cuesta explotación laboral y costes
medioambientales”, indica Gema Gómez (Slow Fashion Next)
- La
industria de la moda emite el 10% de las emisiones de CO2, mucho más que
los sectores del transporte marítimo y aéreo juntos, según un informe
del Banco Mundial
- “Comprar es una manera de votar, con lo que compras decides quien gobierna el planeta", indica Celia Ojeda (Greenpeace)
Después de seis años trabajando en un instituto de tendencias en Francia, Gema Gómez comenzó
a trabajar para dos grandes empresas de moda en Madrid. Su nuevo
trabajo la llevó a viajar a Asia y allí descubrió que la industria que
le apasionaba tenía una cara muy oscura.
Un día observó una extraña
espuma que cubría el río de una zona de fábricas: eran los restos de los
productos químicos que se usaban. En otra ocasión, un compañero le
advirtió de una fábrica en la que había menores trabajando.
Aquello no
casaba con sus valores y decidió darle un vuelco a su carrera: así fundó
Slow Fashion Next, una iniciativa pionera en difundir la moda sostenible en nuestro país.
La fast fashion (moda rápida) es una idea
moderna creada con orgullo por la industria de la moda, pero que es
voraz y feroz contra el medio ambiente. Es ropa barata, de peor calidad y
que consumimos mucho más.
Si en el año 2.000 se fabricaban 50.000 millones de prendas al año, veinte años después se fabrica el doble, según el Banco Mundial.
El coste medioambiental a pagar es muy alto. Para producir unos
vaqueros se necesitan como mínimo unos 3.000 litros de agua, para
producir unas zapatillas unos 4.400 litros. Sin embargo, durante el año
2.000 y el 2015 ha disminuido un 36% el tiempo de uso que le damos a las
prendas antes de tirarlas.
Por ejemplo la ciudadanía española consume 34 prendas y tira entre 12 y 14 kilos de ropa al año, según un informe de la Asociación Ibérica del Reciclaje Textil (Asirtex) de 2017.
La industria de la moda emite el 10% de las emisiones de CO2
en todo el mundo, mucho más que los sectores del transporte marítimo y
aéreo juntos, también según un informe del Banco Mundial. Si es la
industria es tan perjudicial para el planeta es porque degrada el
medioambiente a muchos niveles.
Por un lado, contamina aire y agua y
esquilma los recursos hídricos, pero además emite grandes cantidades de
carbono por su traslado a occidente desde los países asiáticos donde se
deslocalizaron hace dos décadas las fábricas de producción.
Otro gran problema medioambiental es qué hacer después con la
cantidad ingente de prendas que se fabrica, muchas de las cuales
aguantan pocos lavados antes de romperse. En España no se recicla ni el 10% de la ropa
y en Europa apenas se recicla el 25% de los recursos textiles.
“Deshacernos de la ropa es muy contaminante, como no la reciclamos o la
reutilizamos, la quemamos o la tiramos en vertederos, es decir, o
emitimos CO2 o filtramos plásticos y microplásticos al medioambiente”,
indica a cuartopoder Celia Ojeda, coordinadora del programa de consumo de Greenpeace.
“Estas empresas tienen una gran voracidad. Sus
modelos de negocio están basados en la venta masiva y buscan mecanismos
para forzarla. Tienen colecciones nuevas todas las semanas en las
tiendas.
Las prendas están hechas por el trabajo esclavo y cada vez por
menos personas porque la industria se está robotizando”, explica Gómez.
“Cuando compras ropa sostenible, no es que sea más cara, es que la otra
está hecha con explotación laboral y costes medioambientales”, añade la
fundadora de Slow Fashion Next.
Algunos cambios, aunque no son suficientes
Uno de los motivos por los que la industria local desplazó su
producción a los países orientales hace cerca de dos décadas fue el
llamado reglamento REACH (Registro, Evaluación, Autorización y Restricción de Productos Químicos),
que restringía el uso de sustancias químicas tóxicas y cancerígenas en
la industria europea.
Desde entonces, algunas empresas han cambiado sus
prácticas en el manejo de químicos, aunque de forma insuficiente. “Una
empresa como Inditex puede tomar medidas en su producción, pero no
controla a la empresa que les produce la tela, que a su vez produce
también para otras marcas”, pone como ejemplo Ojeda.
Con la intención de terminar con la contaminación textil en ríos y océanos, Greenpeace impulsó hace casi una década la campaña 'Detox'.
Hace dos años decidieron comprobar los avances que se habían producido
en la industria y, aunque 80 marcas comprometidas con la causa habían
registrado algunos avances, concluyeron que el 85% de las empresas textiles siguen suspendiendo el examen de sostenibilidad.
“Han avanzado con los compuestos químicos que utilizan, pero ahora
meten más poliéster, un derivado del petróleo, que se filtra con mayor
facilidad al medioambiente, con cada lavado”, explica Ojeda.
Por otro lado, en la UE algunos países han dado pasos para poner cotas medioambientales a la industria. En 2018 se generó una gran polémica al revelarse que marcas como H&M y Burberry
quemaban toneladas de ropa que no podían vender, una práctica muy
contaminante.
En febrero de este año, Francia ha aprobado una ley que
prohíbe a los fabricantes destruir los productos no vendidos, además de
acotar lo que se conoce como 'greenwashing', es decir,
que las marcas vendan productos como biogradables o respetuosos con el
medioambiente cuando no lo son.
Hay modificaciones legislativas quizás
pequeñas, localizadas en determinados países, pero que muestran la senda
del cambio.
¿Cómo se puede producir el cambio hacia la sostenibilidad?
Cuando García creó la iniciativa Slow Fashion Next en 2011
recuerda que no aparecía nada en Google en España al buscar “moda
sostenible”. Entonces creó este proyecto para ayudar a las empresas de
ropa a tener toda la información y hacer el cambio hacia la
sostenibilidad con la mayor rapidez posible. Durante ocho años han
celebrado unas jornadas de moda “lenta” y en septiembre lanzarán un
directorio con 130 marcas para impulsarlas.
El reto es hacer accesible a
la ciudadanía las marcas que son respetuosas con el medioambiente, pero
que muchas veces no son tan visibles.
Pero sobre todo hace falta un cambio en la mentalidad de los
consumidores. “Podemos vivir sin otros zapatos u otro abrigo, pero si no
hay hummus en la tierra nos vamos todos al garete”, resume García.
“Las empresas solo van a reaccionar cuando el cliente lo mande”,
asegura. Por su parte, Ojeda cree que deben ir de la mano el cambio de
comportamiento de los clientes y los cambios legislativos que acoten las
malas praxis de la industria. “Comprar es una manera de votar, con lo que compras decides quien gobierna el planeta.
¿Quieres que sea una multinacional o un comercio local y una marca de moda de slow fashion que además fija empleo en tu zona?, resume.
En el debate se suele además incorporar la cuestión de clase. ¿Puede
la mayor parte de nuestras sociedades occidenatales precarizadas
permitirse comprar marcas más caras? La respuesta sería que sí, porque
la industria nos engaña y en realidad es más económico comprar menos y
de mayor calidad.
“La verdad es que comprar cinco camisetas por 10 euros,
que solo te van a aguantar unos pocos lavados, no sale rentable”,
indica Ojeda. “La realidad es que la gente viste muy mal, vamos vestidas
con trapos, de corte industrializado.
Nuestras abuelas vestían mejor, con menos prendas, pero que les sentaban perfectamente.
Se trata de que hemos comprado un modelo de vestir que genera muchísimo daño a nivel medioambiental”, añade García.
La industria de la moda emite el 10% de las emisiones de CO2 en todo el mundo.
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