Pese
a que las advertencias estaban allí, al menos para los círculos
científicos, gobiernos y organismos internacionales, la pandemia del
SARS-CoV-2 llegó como una incontrolable fuerza de la naturaleza para la
mayoría de la población.[1]
La extrañeza de esta “tormenta epidemiológica perfecta”[2]se
adhirió rápidamente a los prejuicios racistas que habitan en las elites
y grandes porciones de los sectores populares del mundo, incluido
Chile.
Rápidamente se convirtió en el “virus chino” y una vez más
ciertos rasgos corporales fueron identificados con la amenaza, con las
consecuentes reacciones de miedosa violencia que conlleva esa
atribución.[3]
Junto con lo anterior, el
carácter física y simbólicamente foráneo del virus se instaló
cómodamente en la desesperanza que campea en nuestros tiempos, que
muchas veces adquiere la forma de una comprensible pero delirante
desconfianza con respecto a la ciencia, los Estados, los organismos
internacionales y los intereses industriales-financieros con mayor
presencia pública (ya saben, Bill Gates, George Soros, etc.).
Esta
escéptica desesperanza cumple funciones religiosas en una época
agnóstica: no habiendo un fundamento trascendente que explique el origen
de todo lo que existe, pero tampoco una confianza plena en las
capacidades humanas para resolver sus propios problemas de manera justa,
se proyecta una dimensión oculta de la sociedad globalizada, detrás de
cuyo velo encontramos camarillas todopoderosas, experimentos genocidas
sin razón aparente, financiamientos inexplicables, vínculos improbables
que se vuelven verosímiles luego de una sutil aplicación de dramatismo y
retórica paranoide: “nos quieren ocultar la verdad, yo lo he
descubierto, he aquí lo que realmente está pasando”.
El marco en
el que ocurre esta explosión de nociones “conspiranoides” es el de un
giro autoritario de las democracias liberales, que en gran medida
expresa la respuesta de las instituciones democrático-burguesas ante la
inestabilidad social y política que genera una crisis de larga duración.
Gobernar por decreto y vías administrativas, la extensión de la
militarización, los intentos de vaciar preventivamente el debate
político mediante el encarcelamiento de la oposición (Turquía) o el
anuncio de medidas de control pre-legislativo (Chile), además de la
modernización de la represión, son solo algunas características de este
giro autoritario, que recorre el espectro político completo, pese a que
sus expresiones más brutales están en las emergentes derechas extremas
del mundo.
Estos últimos casos suman a la receta un creciente
negacionismo de las violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos en
guerras y ocupaciones coloniales como Siria o Palestina, o en procesos
de revuelta como en Chile, así como una explícita corriente
anti-científica en la primera plana de las potencias mundiales, de Trump
a Bolsonaro.
Como irritante vector de desorganización del debate
público, se agrega la difusión deliberada por parte de gobiernos como el
ruso de noticias falsas y campañas de desinformación a un ritmo inédito
en la historia.
En este contexto, al pensar sobre la pandemia y
sus desenlaces debemos advertir la contradicción entre una tendencia
reaccionaria que busca profundizar dicho giro autoritario, y una
tendencia transformadora que tiene como oportunidad la evidente
incapacidad de la actual organización de la vida social para responder a
crisis de esta magnitud (que serán, sin duda, cada vez más frecuentes).
Lo que me interesa destacar en este texto es cómo las características
mismas de la pandemia del coronavirus, en sus aspectos culturales,
ecológicos y sociosanitarios, configuran un escenario de disputa en
torno a cómo resolver la crisis capitalista actual.
También subyace a
este ensayo que lo que está en juego hoy no es solo la contradicción
entre “ecosocialismo y barbarie”, como apunta Daniel Tanuro, sino
también entre la posibilidad de imaginar la conquista de un futuro
deseable y la “lenta cancelación del futuro”, esa experiencia colectiva
de que solo existe un presente perpetuo de explotación y administración
de la crisis, que ha caracterizado a las sociedades capitalistas al
menos desde la década de los 90.[4]
En ese
marco, una de las disputas que se abre es en torno al tratamiento y la
vacuna para la enfermedad causada por el SARS-CoV-2 que, a estas alturas
de la respuesta sanitaria, aparece como la principal medida de salud
para una salida del estado de pandemia,[5]pero
que no está asegurada dado el modo en que se financia la investigación y
producción de vacunas.
Escribo este texto para reflexionar sobre las
condiciones sociales y económicas que harían posible esa salida y cómo
se insertan en un debate programático para la izquierda anticapitalista
del siglo XXI. Y también para advertir que las creencias conspirativas,
las paranoias, los sentidos comunes desconfiados y las críticas
impotentes pueden ser los heraldos virulentos de una salida conservadora
mucho peor de lo que tenemos ahora.
“Creo porque es absurdo”: el patógeno cultural de la impotencia
Basta
estar atento a cualquier red social para ver una proliferación
abominable de creencias conspirativas sobre el surgimiento de la
pandemia Covid-19, cada una más estrambótica que la anterior, tanto
aquellas explícitamente sostenidas por personeros militares o
gubernamentales (que es un virus de laboratorio creado por China para
atacar a Estados Unidos o vice versa) como aquellas que surgen de las
entrañas de este manantial de cultura/barbarie que llamamos Internet:
que el virus no existe, sino que es el efecto de las redes 5G; que el
virus sí existe, pero que el 5G nos debilitó el sistema inmune y por eso
nos afecta tanto; que la pandemia es un gran fraude y que Bill Gates
creó el virus porque quiere la excusa para vacunar a todo el planeta con
un microchip para controlarnos; que el virus no es realmente dañino y
todo es una exageración para instalar un Nuevo Orden Mundial; que cuando
las personas van al hospital por coronavirus les van a sacar el líquido
sinovial (el líquido de las rodillas) porque su valor es superior al
del oro y porque está siendo utilizado para alimentar las antenas de 5G.
Estas creencias (que no
merecen la dignidad de ser llamadas teorías) van acompañadas de
elementos que son patentemente falsos, pero que, ya que actúan como
creencias, su valor es directamente proporcional a lo absurdas que son.
Un ejemplo paradigmático es la idea de que el uso prolongado de
mascarillas produce hipoxia, una baja concentración de oxígeno, pese a
que millones de trabajadores y trabajadoras en miles de industrias y
servicios utilizan mascarillas y otros elementos de protección personal.
Credo quia absurdum, creo porque es absurdo.
Pero
constatar lo absurdo de este tipo de creencias no resuelve el problema,
porque no son una creación voluntaria de las personas, sino que suelen
ser respuestas intuitivas a la incertidumbre, que emergen de la
situación concreta de las personas en un orden social, es decir, son
reacciones (no acciones deliberadas) ante una situación social (no
meramente individual).
En un nivel más intangible, cumplen una función
religiosa, en el sentido de que ante la complejidad de la realidad que
enfrentamos y el limitado alcance de nuestra capacidad de comprender,
conectan los puntos con soluciones digeribles.
Pero al mismo tiempo, y
esta es su principal amenaza, su religiosidad reside en que disminuyen
la posibilidad de enfrentar una realidad incomprensible y aparentemente
todopoderosa, vaciándonos de la capacidad de responder a enfermedades,
guerras y las diversas formas de la miseria.
En ese sentido, ponen
“afuera” (en Dios, en la naturaleza, en las camarillas secretas) una
capacidad que está “adentro” (en la humanidad, en la fuerza colectiva,
en la lucha de clases), y mientras más poderoso y abrumador aquello que
se nos enfrenta, más impotentes somos.
Condicionantes sociales de la pandemia y desconfianzas reaccionarias
¿Cuál
es esa realidad que nos abruma? En general, la de una sociedad basada
en la explotación del trabajo y la naturaleza, y que por lo mismo nos
despoja de la capacidad de definir y controlar democrática y
sosteniblemente la reproducción del conjunto de la sociedad.
El
correlato más inmediato de ese despojo en tiempos de pandemia es la
imposibilidad de tomar decisiones sobre los procesos sociales e
institucionales que harían posible enfrentar esta crisis a partir de la
fuerza comunitaria, que permitiría un cuidado masivo y coordinado desde
lo más cotidiano hasta lo más sistémico, y definir democráticamente el
uso y asignación de recursos para minimizar el impacto actual y futuro
de la pandemia.[7]
Y como vivimos en un momento
particularmente agudo de la precarización de la vida debido a una crisis
del capitalismo global que no se ha recuperado desde la Gran Recesión
del 2008, la impotencia que nos hace sentir la pandemia se expresa de
maneras brutales.
Como apunta David Harvey en un escrito reciente,
“no hay nada que sea un desastre verdaderamente natural. Los virus van
mutando todo el tiempo, a buen seguro. Pero las circunstancias en las
que una mutación se convierte en una amenaza para la vida dependen de
acciones humanas”.[8]
En esta misma línea, Daniel
Tanuro señala la densidad de las ciudades, desigualdades en acceso a la
nutrición, la vivienda y la salud y la contaminación ambiental, como
determinantes socioeconómicas de la propagación de los virus así como de
la peligrosidad de la enfermedades que causan.[9]
Como
ya hemos planteado, un sensato realismo y la experiencia histórica
señalan que la vacunación masiva será crucial para controlar la pandemia
del coronavirus, dado que “las vacunas disminuyen la severidad de la
enfermedad, la diseminación viral y la transmisión persona-a-persona”.[10]
Esa
sería la salida más probable a un ciclo de confinamiento,
desconfinamiento, aumento de casos y nuevo confinamiento que ya comenzó
en varios países.
Pero la precariedad de las condiciones
socioeconómicas que han vuelto tan destructiva esta pandemia implican
una amenaza para ese horizonte. Creo que es posible afirmar que lo que
hace emerger las desconfianzas y paranoias contemporáneas es la
impotencia ante la brutal precarización de las condiciones de vida.
Y
que cuando estas desconfianzas se levantan en oposición a las medidas
sanitarias que podrían ayudarnos a enfrentar esta pandemia, representan
un problema que debiese preocupar no solo a la comunidad científica,
sino al conjunto de los sectores organizados y movilizados de la clase
trabajadora que combaten día a día dicha precarización.
Con esa premisa,
revisemos la amenaza de una oposición a la vacunación.
No es una creencia reciente, pero ha tomado mucha fuerza en la última década una corriente que se opone al uso de vacunas.[11]
Sobre
la base de una supuesta defensa de “lo natural”, montada en algunos
casos en una crítica de la industria farmacéutica, y sostenida
silenciosamente por una noción tremendamente conservadora de la familia
(resuenan frases del fascismo de género tales como “no te metas con mis
hijos”), la propaganda del movimiento anti-vacunas se levanta hoy como
un potencial distorsionador de la respuesta de la población a una vacuna
contra el SARS-CoV-2.
El riesgo, que hoy parece lejano, pero que
no es enteramente descartable cuando haya una vacuna, es que emerjan
liderazgos autoritarios que apelen a una base social desesperada por las
dificultades de acceder a ella y que detrás de una bandera anti-vacuna,
movilicen una nueva ola reaccionaria como la que hoy se opone a las
cuarentenas, el uso de mascarillas o la misma existencia del virus,
apelando a una libertad más bien anti-social, contraria a la solidaridad
comunitaria que requiere este momento.
[12]Al
introducir elementos de paranoia conspirativa, sostengo que esa
movilización reaccionaria se afirma sobre la impotencia social y
política causada por la primacía de una respuesta estatal autoritaria,
excluyente de la comunidad, y por la preponderancia de un desarrollo
científico secuestrado por las transnacionales, centrado en el lucro
antes que en la salud.
Sin duda que hay razones de sobra para
desconfiar de los planes de control sanitario desde los Estados. Pruebas
en poblaciones vulnerables en África y Latinoamérica, esterilización
masiva en Perú,[13]y muchas más razones para no
creer que la industria farmacéutica tenga el bienestar y la salud de la
población como motor de su actividad.
Junto con la tasa de mutación de
virus como el VIH y el de la influenza, el hecho de que las
farmacéuticas sean empresas privadas que persiguen el aumento de sus
ganancias ha sido un obstáculo para el desarrollo de ciertas vacunas y
medicinas que podrían evitar millones de muertes al año, incluyendo el
ambicioso proyecto de una vacuna universal contra la influenza.[14]
Pero
precisamente lo anterior es motivo suficiente para sugerir que la
solución al problema no es negarse a la vacunación, sino una nueva
manera de concebir la infraestructura, la investigación y la aplicación
de medidas sanitarias a nivel global. Esto movimiento antivacunas solo
visualiza una distopía terrible, y no imagina “otro fin del mundo”, uno
en el que lo que se acabe sea la administración capitalista de la salud
pública.
Y por eso es que aparece hoy como un movimiento reaccionario y
conservador, sin potencial liberador de ningún tipo. Al igual que las
conspiraciones que alimentan los WhatsApp familiares e inundan las redes
sociales en busca de una audiencia disponible, la oposición a la
vacunación no es capaz de imaginar otro mundo posible.
Confesando sin
saberlo su absoluta impotencia para encontrar una solución real a los
problemas que nos aquejan, es incapaz de imaginar que sea posible
desarrollar tratamientos, curas y vacunas sin estar al alero de las
grandes corporaciones farmacéuticas, ni visualiza los esfuerzos ya
existentes de investigaciones biomédicas basadas en la cooperación
internacional.
Aun menos logra identificar que esa desconfianza en los
poderes fácticos del Estado y las transnacionales emerge de una profunda
confianza en que son aquellos los únicos capaces de hacer algo al
respecto. Se trata, en el fondo, de una confianza profundamente
decepcionada.
Combatir la desconfianza y la desesperanza hoy se
vuelve crucial para las izquierdas y los movimientos sociales del mundo
entero. Pero ese combate no se da solo, ni principalmente, en el ámbito
de las batallas ideológicas, confrontando creencias contra creencias,
sino identificando las fuentes materiales de la crisis actual, mostrando
las posibles salidas y construyendo la fuerza de esperanza colectiva
que nos puede llevar hasta allí.
Uno de los aspectos cruciales de
aquello que debemos enfrentar es que el origen de la pandemia y su
impacto en la vida humana responde a rasgos inherentes al desarrollo
capitalista contemporáneo.
Enfermedades zoonóticas y el origen capitalista de la pandemia
El
origen de esta pandemia nos indica el camino que debemos recorrer para
prevenir futuras versiones, aún más destructivas. Una de las
explicaciones más establecidas de las enfermedades infecciosas
emergentes es su origen zoonótico, es decir, como resultado de un salto
de patógenos desde animales a humanos.
Este salto explicaría la
transmisión de Ébola, SARS-CoV, VIH, el brutal H5N1 (“gripe aviar”),
H1N1 (“gripe porcina”) y la pandemia actual causada por SARS-CoV-2. Pero
lejos de ser una explicación meramente biológica, las enfermedades
zoonóticas apuntan de manera directa a los factores sociales que
facilitan el salto de animal a humano.
Como señala Daniel Tanuro,
“existe un gran consenso entre las y los especialistas en considerar que
los saltos entre las especies son atribuibles a la deforestación, a la
industria cárnica, a los monocultivos en los agronegocios, al comercio
de especies salvajes, a la búsqueda de oro, etc. Es decir, en general, a
la destrucción de ambientes naturales por el extractivismo y el
productivismo capitalistas”.
[15]Este enfoque
vincula fuertemente la preparación sanitaria ante pandemias con las
transformaciones a sus causas estructurales, haciendo ineludible una
perspectiva ecosocialista para enfrentar la salida a esta pandemia.
Una
cifra que ilustra la magnitud del problema es que, según las
estimaciones actuales, existen alrededor de 800.000 virus con potencial
zoonótico que circulan en animales salvajes a los que nos acercamos cada
vez más mediante la deforestación, la caza silvestre y la expansión de
la agroindustria. A su vez, “la tasa de desbordamiento viral zoonótico
hacia personas se está acelerando, como reflejo de la expansión de
nuestra huella global y la red de viajes” internacionales, con el
consiguiente aumento del riesgo de pandemias.[16]
En
Chile, enfermedades como hidatidosis, ántrax, brucelosis, triquinosis,
Enfermedad de Chagas y Síndrome Pulmonar por Hantavirus son parte de
este desbordamiento. Considerando el impacto que tiene la desforestación
en el acercamiento de humanos a poblaciones animales previamente
aisladas, y al vínculo entre granjas industriales y aumento de los
contagios de estas enfermedades,[17]tenemos que
considerar la urgencia de los cambios en la industria forestal y
alimentaria en Chile.
Caben algunas preguntas que podrían orientar una
mirada ecosocialista a las enfermedades zoonóticas en Chile: ¿qué
impacto ha tenido el monocultivo forestal y el reemplazo de bosques
nativos en los casos de Hantavirus? Hasta ahora se trata de un virus que
solo se transmite de animales a humanos, pero tomando en cuenta que la
mutabilidad de los virus posibilita recombinaciones genéticas que
podrían modificar su tranmisibilidad, la pregunta clave no es si habrá
contagio humano-a-humano, sino ¿cuándo?
Por otro lado, a la vista
del impacto socioambiental de las granjas industriales de cerdos (como
el caso de la planta de Agrosuper en Freirina, en el norte de Chile), y
sabiendo que una alta densidad de animales en estas plantas es un
escenario propicio para la evolución de los virus transmisibles, ¿en qué
momento se abordará la dimensión sanitaria de la producción alimentaria
en Chile? ¿Qué política pública, y qué política desde los movimientos
territoriales, es necesario levantar para asegurarnos de que estas
plantas no sean el origen de nuevas epidemias?
Considerando la rapidez
con la que hoy se transportan estas enfermedades, y pese a que no hay
evidencia que sugiera su potencial para infectar humanos, ¿por qué no
contemplar que virus agresivos como la Peste Porcina Africana podrían
llegar a Chile con el riesgo de mutar en el camino y en un nuevo
contexto de relaciones inter-especies?[18]
Todo
lo anterior apunta a la necesidad de repensar el rol de la
investigación científica en Chile, su posible contribución a una ciencia
orientada al bienestar y no al lucro, que nos permita visibilizar cómo
la expansión de la producción capitalista de alimentos y un modo
extractivista de relación con los bienes comunes son una amenaza para
las bases de la vida social.
A esto se suma la necesidad de un
cuestionamiento radical de las políticas de propiedad intelectual que
limitan el desarrollo científico al fomentar la apropiación privada de
una riqueza social, producida no solo gracias a una investigación o un
fondo particular, sino a siglos de acumulación de desarrollo científico y
tecnológico que no es patrimonio privado, sino de la humanidad en su
conjunto.
En el contexto del desarrollo de vacunas y otras tecnologías
para salvar vidas, la propiedad intelectual sobre dichas investigaciones
es una oportunidad perfecta para que capitales y gobiernos con mayor
riqueza compitan y acaparen, atentando contra el principio básico para
enfrentar una pandemia: no estamos a salvo hasta que todo el mundo esté a
salvo.
El futuro de la pandemia y el tiempo de las utopías revolucionarias
Hay
una crisis que venimos experimentando desde hace algunos años, y que en
Chile se manifiesta, en términos macroeconómicos, en una constante
revisión a la baja del crecimiento del PIB, y en términos de la
experiencia del pueblo, en una precarización creciente de la vida
evidenciada en las pensiones, el acceso a la salud, la violencia de
género, las condiciones de vivienda y el destructivo complemento entre
bajos salarios, alto endeudamiento y reducción del empleo formal con
protecciones mínimas.[19]Sabemos que en Chile lo
que se derrumbó el 18 de octubre del 2019 es la compuerta que mantenía a
raya esta situación explosiva. Y lo que la pandemia del coronavirus ha
venido a amplificar es esa crisis subyacente.
Como efecto de la
inédita combinación de crisis mundial + pandemia, se ha abierto una
ventana de oportunidad para el cambio. La orientación de ese cambio no
está definida. Al contrario de los pitonisos de siempre que afirman que
con esto se acabaría el capitalismo (Slavoj Zizek) o que es la
confirmación de la distopía autoritaria hipervigilante (Byung-Chul Han),
estos momentos de crisis sólo significan en lo inmediato aperturas
inciertas, y su desenlace estará fuertemente marcado por las fuerzas y
proyectos que sean capaces de inclinar la balanza en una u otra
dirección. Ni una pandemia acaba con el capitalismo, ni el Estado
policial se les ocurrió entre enero y marzo del 2020.
Desde el
punto de vista de los condicionantes sociales del impacto del
SARS-CoV-2, y de cualquier otro virus con potencial pandémico, la
izquierda anticapitalista tiene la oportunidad para poner el foco en dos
elementos programáticos que hoy aparecen como utópicos: 1) el
desarrollo de una infraestructura sanitaria y una investigación
biomédica a escala global basada en la cooperación regional e
internacional para que tratamientos y vacunas logren responder a tiempo a
esta y futuras pandemias, 2) sobre la base de un programa de
expropiación tanto de la capacidad productiva como del poder político
para hacer posible una reorganización ecosocialista del trabajo, de la
atención pública en salud, los procesos de urbanización y la producción
de alimentos.
Al enfrentarnos a un océano de creencias conservadoras en
el seno de los sectores populares, la esperanza más aterrizada y
realista de una salida transformadora vendrá de este programa utópico,
es decir, de aquello que no existe pero que expresa de la forma más
adecuada las aspiraciones y potencialidades de la clase trabajadora
plurinacional que somos hoy.
Hoy más que nunca necesitamos, como plantea
Mike Davis, “debatir modelos democráticos de respuesta efectiva a esta y
futuras plagas, que movilicen el coraje popular, pongan a la ciencia al
frente y usen los recursos de un sistema comprensivo de cobertura salud
universal y medicina pública”.[20]
[21]No
es posible descartar una salida de reactivación autoritaria de la
economía, en la que la extensión de la militarización por razones
sanitarias sea una nueva forma de explorar la producción militar del
espacio público, similar a lo que ha ocurrido en Europa como respuesta a
atentados terroristas.
En un escenario autoritario, la salida a la
crisis probablemente adquiriría la velocidad de una contrarrevolución
sin contrapeso: rápido sometimiento de poblaciones a un régimen de
obediencia diferenciada (organizada según jerarquías socioeconómicas,
raciales y de género), recrudecimiento del ataque al trabajo, tanto
mediante todo tipo de recortes en servicios públicos como una
eliminación de las mínimas protecciones que entregan las organizaciones
sindicales y comunitarias, persecución de los y las luchadoras sociales a
una escala aun mayor de la que conocemos en América Latina, y un
reforzamiento de las fronteras bajo la ilusión (ya puesta a prueba por
el régimen de Trump en EEUU o Modi en India) de que el nacionalismo
económico permitirá recuperar el crecimiento. Sería un triunfo de los
Bolsonaro, los Netanyahu y los Orban del mundo.
También es
imaginable una salida capitalista más moderada que la anterior, de
continuidad reformada de las políticas actuales, basado en reformas de
compromiso en áreas como la salud y la seguridad social que pongan al
centro la promesa de una gobernabilidad nacional de la mano de los
sectores socialdemócratas, democratacristianos, y progresistas
neoliberales, que han sido tan beneficiosos para los grandes capitales
transnacionales en grandes potencias y en economías emergentes.
Modulando los planes de reactivación económica forzada por vientos de
cambio progresista y el despertar de pueblos enteros en respuesta a la
crisis, se trataría de una salida de contención y administración de los
que serán quizá los años más duros de la historia reciente del
capitalismo mundial. Su ruina, sin embargo, sería el hecho mismo de
sostener las condiciones sociales, políticas y económicas que causaron
esta crisis y esta pandemia.
Una salida transformadora, como la
que enuncié más arriba en términos de un programa utópico, no surgirá de
los sueños cándidos de la izquierda, sino de la realidad misma de la
clase trabajadora y su potencial transformador. Por un lado, el mismo
desarrollo global de cadenas productivas y de investigación es el que
sostendría materialmente la posibilidad de una cooperación global en
términos de investigación, desarrollo y producción de todo lo necesario
para enfrentar esta y futuras pandemias.
Esta cooperación hoy existe,
pero bajo la forma de investigación privada financiada por Estados y
organismos inter-estatales, o bajo la forma de investigación pública
crecientemente desfinanciada por esos mismos Estados. Los estudios para
probar y desarrollar tratamientos y la carrera hacia una vacuna para el
Covid-19 se iniciaron hace meses, y hoy existen cientos de estudios en
diversas fases.
[22]La manufactura de elementos
de protección personal (EPP) hoy alcanza escalas cósmicas, con
tecnología que permitiría producir millones de unidades diarias, pero
que, dada la configuración del mercado mundial en torno a espacios
nacionales, queda presa de la brutalidad de la competencia entre
potencias que buscan acumular dichos EPPs.
Por todo lo anterior,
el segundo eje de una salida transformadora a la pandemia es el de la
expropiación tanto de la capacidad productiva como del poder político.
Aquí estamos hablando de la fuerza política de los proyectos
revolucionarios que se proponen transformaciones profundas.
En efecto,
si una salida revolucionaria a la pandemia demanda, al menos, una
profunda reorganización del trabajo, de la atención pública en salud, de
los procesos de urbanización y la producción de alimentos, y una
planificación económica que sea ecológica y democrática, entonces no
podemos contar solo con las capacidades técnicas de producción, sino que
debemos atender a las fuerzas sociales capaces de ponerse detrás de
esas transformaciones.
Un programa de este tipo requiere
fundamentalmente una corriente expropiadora, que ponga en manos de la
clase trabajadora, a través de la diversidad de instituciones públicas
que siempre ha sabido darse en los momentos oportunos, el control sobre
la socialización de ámbitos estratégicos para enfrentar una crisis como
ésta: salud, alimentación, vivienda, transporte y logística, entre
otros.[23]
¿Cuáles son y dónde están las fuerzas transformadoras hoy?
Pero
hoy, la fuerza capaz de ese proyecto es extremadamente débil en
comparación con anteriores crisis de gran magnitud (1917-1921 en Rusia y
Europa Central, 1936-1945 en Europa del Éste, 1960-1973 en todo el
mundo, pero particularmente en el llamado Tercer Mundo, la década de
1980 en Centroamérica, etc.).
En cualquier caso, encontramos algunos
indicios de que existen fuerzas populares con la voluntad de orientar
tanto social como programáticamente los grandes cambios que requiere
esta situación global. En particular, creo que hay que mirar con
atención al movimiento feminista internacional del último lustro y a los
saltos políticos que se han dado en los levantamientos populares del
último año.
Por un lado, el movimiento feminista mundial se
presenta hoy como una expresión de las profundas transformaciones que ha
experimentado la clase trabajadora.
En cuanto movimiento que encarna la
vida de aquellos sectores más golpeados por la agenda de precarización
de la vida que han levantado las clases dominantes para relanzar su
ansiado crecimiento económico, el movimiento feminista ha recuperado una
antigua tradición de lucha: combinar un programa de transformación
global con un enfrentamiento muy concreto de las múltiples formas de la
explotación y la opresión en una sociedad capitalista.
No dejando ningún
frente sin tocar, el movimiento feminista además ha replanteado la
táctica histórica de la huelga política de masas como un reconocimiento
práctico del trabajo en todas sus formas, incluyendo los trabajos no
remunerados mayormente feminizados, y como un ejercicio que pone al
centro de la disputa el protagonismo de las masas en los procesos de
cambio, como antídoto de una reducción de la política al Estado.
Finalmente, el movimiento feminista es capaz de encarnar de manera única
una lucha que reconozca la diversidad de las experiencias de las
mujeres y disidencias sexuales en la unidad de su compartida enemistad
contra el capitalismo global.
Todo esto contrasta fuertemente con esos
sectores de la izquierda que siguen empantanados en representaciones
gremiales de la clase trabajadora con un trabajo formal asalariado, cada
vez más reducidas en su base social y en su capacidad política de
ruptura porque no atienden a la nueva clase trabajadora plurinacional y a
la potencia creciente de luchas no salariales como aquellas que se dan
en torno a la violencia de género, los conflictos socioambientales, la
lucha por un sistema social de cuidados y una vivienda digna y
accesible.
Por el contrario, el feminismo está particularmente
capacitado para reunir y expresar las luchas de personas racializadas,
la defensa de los territorios y por la soberanía sanitaria/alimentaria, y
los combates interminables contra las diversas formas de opresión
colonial entre los Estados y los pueblos que habitaban previamente sus
territorios o aquellos que han sido forzosamente desplazados por el
pillaje, la guerra y la invasión.
Junto a los movimientos
feministas que han irrumpido en el mundo (encontramos casos poderosos en
Argentina, Chile y el Estado Español), y alimentados por su militancia y
su fuerza programática, hemos visto desde 2019 una nueva ola de
insurgencias, estallidos, revueltas, rebeliones o levantamientos que
responden a los efectos de esta crisis duradera de la sociedad
capitalista contemporánea.
Ecuador, El Líbano, Irak, Sudán, Chile, y más
recientemente Estados Unidos, han engendrado explosiones de masividad y
radicalidad que superan la ola de movilizaciones que entre 2011 y 2013
recorrió el mundo como primera respuesta a los efectos de la crisis del
2008. Estos levantamientos comparten un rasgo significativo en
comparación con olas anteriores: logran traducirse con mayor facilidad
en demandas políticas que visualizan los caminos de cambio.
Mientras que Occupy Wall Street en Estados Unidos, el 15M en
el Estado Español, la movilización estudiantil en Chile, oscilaron
entre consignas generales contra el lucro, las grandes riquezas y la
casta política, o apuntaron a reivindicaciones sectoriales como la
educación gratuita en Chile, y devinieron en conglomerados políticos que
hoy están en franco retroceso (Frente Amplio en Chile y Podemos en el
Estado Español), en este último año vemos un resurgimiento de demandas
políticas en las que se contienen cambios estructurales mayores.
Solo
por mencionar dos ejemplos, en Chile la revuelta inaugurada el 18 de
octubre del 2019 dio un rápido salto desde la crítica callejera al costo
de la vida hacia la exigencia de la renuncia del Presidente Piñera y
una Asamblea Constituyente, es decir, a una impugnación más global del
régimen político-social que ha regido Chile desde fines de la década de
1970.
Pese a que un cambio constitucional no resuelve las fuentes más
inmediatas de la crisis social que desató ese vendaval popular,
representa un salto en la conciencia y la capacidad política de las
luchas sociales, al poner sobre la mesa una transformación de carácter
global y no sectorial, mediante la fuerza de la movilización de masas.
La reducción de esta demanda a una Convención Constitucional a la medida
de los partidos del régimen no le quita fuerza a este salto, aunque sí
le plantea un nuevo desafío.
En Estados Unidos, la muerte de
George Floyd gatilló una de las mayores olas de protesta en la historia
de ese país, con más de 4.000 focos de protesta callejera que demandaron
el desfinanciamiento, el desarme y la abolición de la policía.
En un
país construido sobre la esclavitud y la exclusión civil y política de
la población afrodescendiente, donde la policía opera como fuerza de
choque que restaura una y otra vez un régimen de capitalismo racial, el
desfinanciamiento y/o la abolición de la policía no representa solo un
horizonte de solución ante la brutalidad policial, sino además un golpe
directo a uno de los pilares de la ideología racial del capitalismo
estadounidense.
[24]El efecto más inmediato de
este levantamiento ha sido un golpe significativo a las posibilidades de
reelección de Donald Trump, en la medida en que muestra cómo se combina
su terrible respuesta a la pandemia con compromiso inescapable con los
sectores supremacistas blancos, evidenciando su incapacidad para sacar a
Estados Unidos de una polarización creciente.
No es casual que,
en ambos casos, las representaciones políticas emergentes que hasta hace
un año encarnaban una tendencia progresiva en un contexto de
politización polarizada en Chile y Estados Unidos (Frente Amplio y
Bernie Sanders respectivamente), ante estos levantamientos hayan
retrocedido y manifestado su adhesión al régimen.[25]
En
el caso de Chile, el Frente Amplio ofrendó su capital político para el
“Acuerdo por la Paz social y la Nueva Constitución” del 15 de noviembre,
que intentó cerrar el momento destituyente abierto por la revuelta,
mediante un itinerario constitucional que traduce la demanda de Asamblea
Constituyente a una versión restringida tanto en su forma de
participación como en el contenido del debate posible.
[26]En
el caso de Bernie Sanders, ratificando su dificultad para representar
los intereses de la población afroamericana, señaló estar en desacuerdo
con la demanda de abolir la policía y favorecer una “redefinición” de su
función, mejorando la formación, capacitación y salarios de los
policías.[27]El vacío político dejado por estas fuerzas abre una nueva oportunidad.
Conclusión
Vistas
así, tanto la demanda por una Asamblea Constituyente como la de abolir
la policía son indicios de que existen fuerzas con capacidad
transformadora en las revueltas contemporáneas. En la medida en que van
más allá de los límites inmediatos de la política nacional de ambos
países, tienen la potencialidad de seguir agrietando sus respectivos
regímenes, empujadas por los efectos sociosanitarios de la pandemia.
Hoy, ante escenarios potencialmente restauradores y conservadores,
nuestra esperanza puede estar puesta en el programa hasta hace un año
utópico de una profundización de la crisis política que le abra un
espacio a estas fuerzas para que consoliden su capacidad política,
debilitando el propio sistema inmune del capitalismo capaz de adaptarse
aparentemente a todo, y derribando una a una las prerrogativas de poder
político y económico que la clase capitalista global ha monopolizado
durante ya suficientes siglos.
En estos momentos en que el mundo
se ensaya fases iniciales de desconfinamiento, veremos qué tan
preparadas están las estructuras capitalistas globales para superar
realmente una pandemia plenamente global.
Si es cierto todo lo que hemos
planteado en este ensayo, desde las fuertes tensiones sociales que
amenazan la estabilidad política en medio de una crisis económica de
larga duración hasta las presiones ecológicas que implica el desarrollo
del extractivismo capitalista con la consiguiente producción de
pandemias y la destrucción de las infraestructuras sanitarias y sociales
que hacen posible enfrentarlas, decíamos, si todo esto es cierto,
entonces podemos suponer que no será capaz de superar la pandemia más
que a cambio de transformaciones de carácter más o menos estructural.
Pero esos cambios no necesariamente irán en una dirección deseable. A
esto nos referíamos con que el desenlace de esta crisis no está
predefinido y depende de las fuerzas que lo orienten.
Como señala
Alain Bihr, “esta pandemia introduce una contradicción importante en la
fase actual de la globalización capitalista”, entre “la mundialización de la circulación de bienes y capitales [y] la globalización de
las cadenas de valor” por un lado, y por otro “la producción y
reproducción del conjunto de las condiciones sociales generales del
proceso inmediato de reproducción del capital, del que los Estados
siguen siendo la entidad contratante e incluso, en gran medida, los
ejecutantes principales”.[28]
Esto implica que,
mientras las condiciones para la emergencia de la pandemia responden a
las lógicas transnacionales de la “reproducción inmediata del capital”,
las actividades sociales que posibilitan asegurar las condiciones
sociales generales (familia, escuela, salud, policía, reproducción de la
fuerza de trabajo, etc.) ocurren a nivel de Estado-nación.
El efecto de
esta tensión es que la pandemia se produce globalmente, pero las
soluciones quedan en manos casi exclusivas de los Estados nacionales.
Esto profundiza la competencia que señalábamos en torno a EPPs,
tratamientos y vacunas, distribuyendo la defensa de la salud de la
humanidad en un mapa de fronteras reforzadas. También refuerza los
autoritarismos y racismos del Estado, por ejemplo, a la hora de excluir a
poblaciones migrantes de la atención pública de salud, dejándoles una
vez más en el limbo de la precariedad.
Dada esta contradicción, y
la oportunidad de mayor profundización de la crisis política que abre la
pandemia en un marco de inestabilidad global, las fuerzas
anticapitalistas se ven enfrentadas a la necesidad de combinar 1) un
programa internacionalista de respuesta a la pandemia, en la línea de
una infraestructura sanitaria orientada a la integración global, la
cancelación de la deuda externa, un desarrollo científico basado en la
colaboración abierta y no en la propiedad intelectual privada o
“nacional”, y apuntar a crear campos regionales de cooperación económica
solidaria que permitan ir más allá de los limitados marcos a los que
quedan reducidos los países primario-exportadores; con 2) un freno a las
tendencias reaccionarias en los sectores populares no combatiendo su
retórica o su discurso sino socavando las bases materiales de su
posibilidad, es decir, mediante un programa y una lucha contra la
precarización de la vida, que contemple un sistema único de salud basado
en lo público con un fortalecimiento de la atención primaria, un
sistema de cuidados que socialice una tarea que se impone de manera
agobiante sobre niñas y mujeres, una reorientación de la investigación,
la innovación y el desarrollo para responder a este tipo de desafíos
globales (y no a las mismas fuentes del desastre: más monocultivo, más
deforestación, más destrucción de la biodiversidad), una democratización
de los sistemas agroalimentarios, y una distribución de la riqueza (por
ejemplo a través de impuestos a las grandes fortunas) que aseguren que
la salida a la crisis no la sigamos pagando los y las trabajadoras.[29]
En
ambos aspectos, lo que está en juego es la liberación de las fuerzas
transformadoras de las ataduras que les impone el capitalismo,
permitiendo que la tensión entre lo global y lo nacional se proyecte
hacia un escenario post-pandemia de transición ecosocialista y
feminista. Este escenario nos ofrecería un terreno mucho mejor para
enfrentar los desafíos del cambio climático, la crisis económica y el
combate con los sectores reaccionarios que fantasean hoy con una
restauración del orden y una profundización autoritaria. Esa es la
magnitud del desafío que enfrentamos, esa es la magnitud de la
responsabilidad que nos toca asumir.
14 de julio 2020
[Agradezco
a Alondra Carrillo, Karina Nohales, Javiera Manzi, Diego Vidal y Matías
Blaustein por haber leído versiones iniciales de este texto y entregar
sus críticas, comentarios y correcciones. Los errores o confusiones que
persisten siguen siendo exclusivamente míos.]
Pablo Abufom S es
militante de Solidaridad, miembro fundador del Centro Social y Librería
Proyección, y miembro del Comité Editorial de Posiciones, Revista de
Debate Estratégico.
[1]La OMS
emitió ya en 1999 un “Plan de preparación para la pandemia de
influenza”, teniendo a la vista las pandemias de 1918/19, 1957, 1968 y
1977, y la amenaza creciente de brotes incontrolables de gripe aviar u
otras de origen animal. Véase también GRAIN, “Viral times.
The politics
of emerging global animal diseases”, en Seedling, 20 de enero 2008, disponible en https://grain.org/en/article/614-viral-times-the-politics-of-emerging-global-animal-diseases.
El mismo nombre de este coronavirus anuncia su herencia: se le
clasifica en relación al virus SARS-CoV, causante del SARS (Síndrome
Respiratorio Agudo Grave) que se propagó rápidamente por todo el mundo
en el 2002-2003.
[2]Yong-Zhen Zhang y Edward
Holmes, “A Genomic Perspective on the Origin and Emergence of
SARS-CoV-2,” Cell 181 (16 de abril 2020), citado por Mike Davis, The Monster Enters: COVID-19, Avian Flu and the plagues of capitalism,
Nueva York, OR Books, 2020. Se refiere a la combinación entre las
características contagiosas del virus, la rapidez con la que se
transportan los vectores humanos por el mundo y la bajísima preparación
de los sistemas de salud.
[3]En Chile, “Casos
aislados de discriminación y preocupación por caída de ventas: Comunidad
china y la posible llegada del coronavirus”, disponible en https://www.emol.com/noticias/Nacional/2020/02/29/978098/Descriminacion-comunidad-china-coronavirus-Chile.html”, y en Estados Unidos, “Coronavirus: What attacks on Asians reveal about American identity”, disponible en https://www.bbc.com/news/world-us-canada-52714804.
[4]Daniel Tanuro, “SARS-CoV-2, mucho más que un desencadenante de crisis”, Herramienta, 19 de mayo 2020, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3225. La idea de “lenta cancelación del futuro” es de Franco “Bifo” Berardi (Despues del futuro, 2011), pero suele ser asociada a la obra de Mark Fisher, particularmente su libro Los fantasmas de mi vida (2013).
[5]Jon Cohen, “Vaccine designers take first shots at COVID-19”, Science, Vol. 363, no. 6486, p. 14-16. Disponible en https://science.sciencemag.org/content/368/6486/14.
[6]“Plandemic”
es el nombre de un video publicado en YouTube el 4 de mayo del 2020, y
que luego de alcanzar una audiencia de millones de personas fue
eliminado de YouTube y las principales redes sociales, por promover
información médica falsa o engañosa. Gira en torno a algunas ideas tan
increíbles como incomprobables para el ojo paranoide: que las vacunas
han matado a millones de personas; que Bill Gates está involucrado; que
la hidroxicloroquina sería la cura(medicamento que han promovido Bolsonaro y Trump).
[7]En
Chile hemos experimentado lo que significa un Estado altamente
centralizado política y territorialmente, que vuelve lenta e ineficiente
la respuesta a la emergencia sanitaria. Por otro lado, son destacables
las experiencias de participación comunitaria en esa respuesta, como las
asambleas territoriales y organizaciones de salud que han organizado
ollas comunes, redes de abastecimiento y campañas de desinfección,
auto-organizadas y sin financiamiento público, pero que son en el mejor
de los casos ignoradas por el Estado; en el peor y más común de los
casos, criminalizadas y reprimidas.
[8]David Harvey, “Política anticapitalista en tiempos de coronavirus”,Herramienta, 20 de marzo 2020, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3166.
[10]TM Belete, “A review on Promising vaccine development progress for COVID-19 disease”, Vacunas: investigación y práctica(2020). Disponible en https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1576988720300327.
[11]Esta
oposición comienza a surgir ante la creación de la vacuna contra la
viruela en 1798 en Inglaterra y se revitaliza en 1998 a partir de una
investigación sobre el vínculo entre autismo y vacunas. La investigación
fue luego cuestionada, el artículo eliminado de la revista que lo
publicó y a su autor se le prohibió ejercer su profesión, develados sus
vínculos con una estafa judicial.
Estudios han señalado que esta
corriente ha influido en la reaparición de enfermedades que se
consideraban erradicadas como el sarampión, las paperas o la
poliomelitis, con brotes de decenas de miles de casos solo en los
últimos 5 años. Véase “Las consecuencias de la antivacunación: los
brotes de enfermedades que se creían enterradas”, Diario Uchile, 26 de agosto 2018, disponible en https://radio.uchile.cl/2018/08/26/las-consecuencias-de-la-antivacunacion-los-brotes-de-enfermedades-que-se-creian-enterradas/.
[12]Quizá
la expresión más extrema de esto ha sido la entrada de manifestantes
armados al Capitolio del estado de Michigan, en Estados Unidos, en
contra de la cuarentena, en mayo de este año, que es solo un indicio más
del vínculo entre la oposición a medidas sanitarias y las renovadas
ultraderechas del mundo. https://www.npr.org/2020/05/14/855918852/heavily-armed-protesters-gather-again-at-michigans-capitol-denouncing-home-order.
[13]Puede
encontrarse una serie de notas sobre la esterilización forzada en Perú
en “PERÚ: El crimen Fujimorista; la esterilización forzada de 370.000
peruanos y peruanas”, disponible en https://www.resumenlatinoamericano.org/2017/12/27/peru-el-crimen-fujimorista-la-esterilizacion-forzada-de-370-000-peruanos/
[14]Para
el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados
Unidos una vacuna universal contra la gripe es “una vacuna que
proporcione una protección robusta y duradera frente a múltiples
subtipos de gripe”, eliminando así “la necesidad de actualizar y
administrar la vacuna estacional cada año” y previniendo contra “nuevas
cepas emergentes, incluyendo potencialmente aquellas que pudiesen causar
una pandemia de gripe”. NIAD, “Universal Influenza Vaccine Research”, 5
de septiembre 2019, disponible en https://www.niaid.nih.gov/diseases-conditions/universal-influenza-vaccine-research
[15]Daniel Tanuro, “SARS-CoV2, mucho más que un desencadenante de crisis“,Herramienta, 19 de mayo 2020, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3225. Véase también la entrevista a David Quammen, autor de Contagio. La evolución de las pandemias, en https://www.sinpermiso.info/textos/david-quammen-autor-de-spillover-distanciamento-social-conexion-emocional-entrevista.
[16]Dennis Carrol et al., “The Global Virome Project”, en Science,
23 de febrero 2018, Vol. 359, no. 6378. Véase también Lucy Jordan y
Emma Howard, “Breaking down the Amazon: how deforestation could drive
the next pandemic” Unearthed, 24 de abril 2020, disponible en https://unearthed.greenpeace.org/2020/04/24/deforestation-amazon-next-pandemic-covid-coronavirus/.
[17]GRAIN,
“Nuevas investigaciones sugieren que las granjas industriales, y no los
mercados de productos frescos, podrían ser el origen del Covid-19”,
disponible en https://grain.org/e/6438.
[18]GRAIN, “Peste Porcina Africana: Un futuro cultivado en granjas industriales, una pandemia a la vez”, disponible en https://grain.org/e/6429.
[19]François Chesnais, “Situación de la economía mundial al principio de la gran recesión Covid-19”, en Viento Sur, 19 de abril 2020, accesible en https://vientosur.info/?p=15872. Sobre
América Latina, véase Pierre Salama, “Notas sobre las ocho plagas latinoamericanas”, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3176.
Sobre Chile, Andrea Sato de Fundación SOL presenta de manera sucinta el
panorama de la precariedad en Chile, en “Endeudamiento y hogares.
¿Quién paga la pandemia?” publicado en COVID-19. Nada será igual, Santiago, Le Monde Diplomatique, mayo 2020, 37-39.
[20]Mike Davis, “Introduction” en The Monster Enters.
Una mirada concreta a esta tarea puede encontrarse en “Caminos (o
propuestas) para la socialización de los bienes comunes” de Alejandro
Carrasco y Javier Zúñiga, Viento Sur, 9 de junio 2020, disponible en https://vientosur.info/?p=16048
[21]Aunque
no coincidimos exactamente en los escenarios, en este ejercicio
proyectivo sigo el ímpetu de Alain Bihr en su excelente “Tres escenarios
para explorar el campo de lo posible”, Viento Sur, 23 de abril 2020, disponible en https://vientosur.info/?p=15903.
[22]Según
la OMS, con fecha 7 de julio 2020, existen 21 vacunas en evaluación
clínica (fases 1, 2 y 3), y 139 en evaluación pre-clínica. “DRAFT
landscape of COVID-19 candidate vaccines”, informe disponible en https://www.who.int/publications/m/item/draft-landscape-of-covid-19-candidate-vaccines.
[23]Para
el caso de la salud en Francia, Alain Bihr señala un programa
socializador, que podríamos considerar como “mínimo” porque plantea
medidas de corto y mediano plazo en el marco de la oportunidad que abre
la crisis sanitaria para modificar algunas políticas públicas.
“COVID-19.
Por la socialización del aparato de salud”, Herramienta, 17 de marzo 2020, disponible en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3159.Puede
encontrarse una visión post-pandemia para el Sur Global en el “Programa
de 10 puntos” del Instituto Tricontinental de Investigación Social,
disponible en https://www.thetricontinental.org/esnewsletterissue/25-2020-programa-diez-puntos/.
[24]Sobre
la noción de “capitalismo racial”, véase Robin D.G. Kelley, “¿Qué
entendía Cedric Robinson por capitalismo racial?”, en Rebelión, 31 de enero 2017, disponible en https://rebelion.org/que-entendia-cedric-robinson-por-capitalismo-racial/.
Sobre la raza como “ideología”, véase Barbara J. Fields, “Ideology and Race in American History”, en Region, Race, and Reconstruction: Essays in Honor of C. Vann Woodward. Ed. J. Morgan Kousser y James M. McPherson. (Nueva York/Oxford: Oxford University Press, 1982), pp. 143-177
[25]Sobre
el ya difunto potencial progresivo del Frente Amplio en un contexto de
politización polarizada en Chile, planteo una mirada crítica en
“Izquierda Anticapitalista en Chile: de la derrota a la política”, Hemisferio Izquierdono. 21, 26 de mayo 2018, disponible en https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2018/05/26/Izquierda-Anticapitalista-en-Chile-de-la-derrota-a-la-pol%C3%ADtica.
[26]Desarrollo
algunas de estas ideas en “Los seis meses que transformaron Chile.
Balance transitorio de la revuelta contra la precarización de la vida”, Intersecciones, 24 de febrero 2020, disponible en https://www.intersecciones.com.ar/2020/02/24/los-seis-meses-que-transformaron-chile/.
[27]Véase “Bernie Sanders is Not Done Fighting”, New Yorker, 9 de junio 2020, disponible en https://www.newyorker.com/news/the-new-yorker-interview/bernie-sanders-is-not-done-fighting.
[29]Javiera Manzi y Karina Nohales , “Socializar la risa, los cuidados y la riqueza”, El Mostrador, 22 de junio 2020, disponible en https://www.elmostrador.cl/braga/2020/06/22/socializar-la-risa-los-cuidados-y-la-riqueza/. Martín Arboleda, “La urgencia de un plan nacional de alimentación para la post-pandemia”, CIPER, 13 de mayo 2020, disponible en https://ciperchile.cl/2020/05/13/la-urgencia-de-un-plan-nacional-de-alimentacion-para-la-post-pandemia/.
https://vientosur.info/