Cuatro temporeros en una casa ocupada en La Granja d'Escarp (Lleida
Los trabajadores extranjeros del campo solo son visibles cuando arden
sus asentamientos, viene el relator de la ONU o, como ahora, se
contagian en brotes
El coronavirus no deja de sorprendernos. Entre los efectos secundarios
más inesperado, el último es su capacidad de hacer visibles a los
temporeros, esos miles de trabajadores extranjeros que recogen la fruta
en España.
Ha sido infectarse unos cuantos, y de pronto volverse
visibles: reportajes en prensa y televisión, actuación de
administraciones, reacción de vecinos, y yo mismo escribiendo por
primera vez un artículo sobre temporeros después de años pensando que el
melocotón que me acabó de comer lo había recogido un robot.
Sin coronavirus, los temporeros solo son visibles cuando arden sus asentamientos, como en las últimas semanas en Lepe; o cuando viene un relator de la ONU y nos saca los colores: en enero nos visitó el relator de Naciones Unidas
sobre pobreza extrema, Philip Alston, y tras visitar un asentamiento en
Huelva dijo que los trabajadores "viven como animales" en condiciones
que "rivalizan con las peores" que había visto en otros lugares del
mundo.
Y siendo relator de la ONU ya imaginarán que tiene mucho mundo.
Pasó el relator, mereció su minuto de atención mediática, y los
temporeros volvieron a invisibilizarse. Hasta que han aparecido varios
brotes de coronavirus en asentamientos de Lleida, Huesca o Albacete, y
de pronto se han hecho de nuevo visibles.
Para la prensa, para los
vecinos (ya sea para ayudarlos o rechazarlos), para los inocentes
comefrutas como usted o como yo, y para las administraciones.
Tanto que
en algunos pueblos el ejército o los propios ayuntamientos han montado
por primera vez campamentos o pabellones con literas, duchas y comedor…
para quienes diesen positivo por covid y tuviesen que guardar
cuarentena.
Habrá quien haya dormido en una cama y comido tres veces al
día por primera vez en mucho tiempo, gracias a haber pillado el virus.
En otros casos se les ha pedido a los afectados que se queden en
sus casas durante un par de semanas. Pero si te quedas en casa no
trabajas, y no cobras, porque allí no hay teletrabajo ni ERTE.
Si encima
tu casa es un almacén abandonado, una chabola de plástico o un piso
donde se aprietan cuatro o cinco por habitación, ya imaginarán las pocas
ganas de confinarse.
Así pasó en Albacete, donde un grupo de
trabajadores se manifestó el domingo por el centro de la ciudad por
primera vez en la historia, rompiendo la invisibilidad del asentamiento en que malviven temporada tras temporada.
Cada vez que oigan que los afectados por un brote tienen que
quedarse en cuarentena en sus casas, recuerden cómo describía el propio
Alston las "viviendas" que conoció en Huelva: "chabolas hechas del
plástico que se usa para cubrir las fresas, con dos o tres colchones
para toda la gente, sin electricidad ni agua.
Para los retretes tenían
un solo lugar donde cuatro personas podían ponerse en cuclillas al mismo
tiempo, sin privacidad." Y sin Netflix, añado yo, para que entiendan lo
duro de confinarse así.
Hay colectivos de temporeros, sindicatos y grupos sociales que
llevan años denunciando, y organizando por su cuenta redes de apoyo.
El
Defensor del Pueblo, que este martes pidió
derechos laborales y de vida dignos para los temporeros, lo ha hecho
otras veces ya.
Y las administraciones "toman nota" en cada ocasión,
aunque luego pierden la nota, con la excepción de algunos ayuntamientos
que se toman en serio el asunto.
Así van pasando los años, las
temporadas, las cosechas, las generaciones de trabajadores que son
explotados por empresarios campeones de la exportación europea de fruta,
que pagan miserias y usan ETTs para pagarles aún menos, a la vez que
incumplen su obligación (según el convenio del campo) de garantizarles
alojamiento digno, mientras ningún inspector de trabajo pisa un
invernadero, las administraciones miran para otra parte, muchos
propietarios de pisos les niegan alquileres, y los consumidores nos
comemos el melocotón sin preguntar.
Hasta que se infectan de coronavirus, y entonces los vemos, pero
ahora como amenaza, contagiosos. Supongo que la solución, en esto como
en todo últimamente, es que los temporeros lleven bien puesta la
mascarilla, tosan en el codo, mantengan los dos metros de distancia, se
queden en casa con síntomas, y se laven las manos varias veces al día
con jabón y refregándolas durante al menos 20 segundos.
Si tienen agua
corriente, claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario