Al leer en la prensa que la Audiencia Nacional
considera que la familia Pujol se enriqueció con prácticas corruptas,y
que el juez que lleva su causa los acusa de actuar como una organización
criminal,he pensado en cual habría sido mi reacción si cuando Jordi Pujol
era un político respetado en los albores de la democracia, se hubiera
sabido que era un capo que instruía a su prole en el arte de
enriquecerse ilícitamente.
Que triste debe ser para un anciano ex-honorable acabar una carrera
que pudo ser brillante siendo considerado el responsable de un clan
mafioso. Tras leer el artículo me surgió la duda que si quienes tantas
veces pactaron con Pujol para poder instalarse en la Moncloa serían o no
conocedores de sus ilícitas actividades, algo que de confirmarse los
convertiría en cómplices por su silencio.
Como la mente es libre, me ha sido inevitable relacionar las andanzas
del señor Pujol y sus pupilos con una familia de rancio abolengo
—demasiado rancio según las últimas noticias—, y en primer lugar con
Iñaki Urdangarín, un balonmanista profesional que enamoró a una Infanta,
y que mientras vivía un cuento de hadas y era duque de Palma, la
justicia demostró que se dedicaba a ganar obscenas cantidades de dinero
de un modo ilegal, tanto que el apuesto deportista acabó en la cárcel de
Brieva.
Mientras muchos se preguntaban como era posible que aquél buen chico,
tan majo, tan guapo, pudiera dedicarse a tan turbios chanchullos, otros
más suspicaces especulaban con la improbabilidad de que en su círculo
inmediato (la Familia Real española) nadie sospechara nada, sobre todo
una persona tan respetable e inteligente como su suegro, una figura
respetada y paradigmática en la instauración de la democracia tras el
franquismo.
Ha pasado el tiempo, y mientras el esposo de la doña Cristina de
Borbón cumple su pena carcelaria,ciertas informaciones han aflorado
cuestionando la honorabilidad de quien fuera el primer monarca de la
reciente democracia española, según las cuales —siempre presuntamente—
este prohombre tan sencillo y campechano sufría una obsesión por el
dinero y pudo enriquecerse a través de unos negocios en apariencia
ilegales, según las declaraciones grabadas por un tal Villarejo a una
princesa alemana, una información que pone boca arriba unas cartas que
nadie se atrevió jamás a levantar en base a algo llamado inmunidad —tal
vez impunidad— o quizás también por razones de discreción y respeto a
las instituciones.
Hace pocos días, en una tertulia radiofónica, me sorprendió escuchar
la probabilidad de que Felipe VI pudiera retirarle el cargo de Emérito a
su padre, expulsarlo del Palacio de la Zarzuela y hasta exiliarlo a «La
Romana», una zona residencial de lujo en la República Dominicana (un
lugar donde se puede encontrar residencias de varias decenas millones de
euros), siempre que progresara la investigación de la Fiscalía de Suiza
sobre un presunto cobro de comisiones por parte de don Juan Carlos I.
Ante estos acontecimientos, me ha venido a la memoria que durante el
juicio a Iñaki Urdangarín por sus corruptas actividades en el Instituto
Nóos, había quienes en voz baja valoraban la probabilidad de que su
suegro (y puede que hasta su cuñado, ahora rey de España) pudieran
conocer sus actividades, una duda que sigue flotando en el ambiente de
quienes no aceptan que la Jefatura del Estado sea un cargo hereditario y
no electo a través de las urnas.
Sin embargo, son muchos también quienes pondrían la mano en el fuego
por la honradez de Felipe VI,contemplándolo como un caso aparte en la
turbia historia con la que la canallesca arremete sin piedad contra su
familia.
Es curioso la rapidez con que muchos fervientes monárquicos que
hasta hace media hora eran juancarlistas de toda la vida(algunos a
pesar de su vocación republicana), reniegan de pronto del viejo patrón
del Bribón y se sienten felipistas furibundos al considerar al hijo del
viejo monarca como un ejemplo a seguir, un dechado de integridad y un
auténtico demócrata que antes de verse salpicado por el escándalo que
afecta a su familia, ha preferido renunciar a la herencia de don Juan
Carlos que personalmente le pudiera corresponder.
Con permiso de los lectores voy a parar de escribir, porque me siento
más escéptico que cuando he comenzado este artículo. Pero antes
quisiera dejar constancia que se si me dieran a elegir, pediría con
carácter perentorio el referéndum monarquía/república que tantos
reclaman. Aunque fuera sólo consultivo. Problema no veo ninguno en esta
llamada a urnas sino mas bien ventajas.
Pues si realmente la mayoría de
los españoles resultara ser partidaria de la monarquía parlamentaria que
nos impuso el franquismo, un sí reforzaría la imagen de Felipe VI y la
credibilidad en lo que de refilón (y con ganas de huir del franquismo
más que de tener de nuevo un rey) se votó en la Constitución del 6 de
diciembre de 1978.
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