Babel
Negacionismo, ignorancia y narcisismo paranoide
Javier Hernández Alpízar
A Óscar Chávez, in memoriam
Un virus es información genética que engaña células. La desinformación viral engaña mentes. Ambos destruyen.
Escucho llegar de la calle o de algún patio voces de niños jugando y
conversando. Uno de ellos usa la palabra “coronavirus”. No alcanzó a
escuchar todo lo que dicen. No me imagino qué pasa por la mente de esos
niños cuando escuchan o dicen la palabra “coronavirus”.
No puedo imaginarme qué pasa por la mente de sus padres o
cualesquiera otros adultos en la Ciudad de México cuando escuchan
palabras como “coronavirus” o “Covid-19”.
Es muy popular la corriente negacionista. Personas que reclaman el
cadáver de un pariente dicen: “Sabemos que el Covid no existe” y
esparcen el rumor calumnioso de que “los médicos están matando a los
pacientes”.
Se ha hecho del virus un mal moral y cada quien ve al otro, real o
imaginario, como el culpable, el portador, el contagioso, el asesino. El
personal médico es el más estigmatizado y agredido. Así como el VIH fue
estigmatizado en sus inicios por homofobia, hoy la fobia es contra
trabajadores explotados que arriesgan sus vidas.
De manera irresponsable, se esparce la calumnia de que en los
hospitales “les inyectan algo para que mueran”, y que lo hacen “para
quitarles un líquido de sus rodillas que vale más que el oro o el
platino”. Según una nota periodística, grupos de narcotraficantes han
amenazado a los médicos y enfermeras con matar a diez del personal de
salud por cada narco que muera, porque “el Covid no existe y los médicos
matan a los pacientes”.
Las teorías de la conspiración más desquiciadas conviven en las
mismas mentes: el virus “no existe”, pero, al mismo tiempo, es un virus
creado en laboratorio, puede ser esparcido deliberadamente desde el aire
o inyectado por los médicos para matar a pacientes que no murieron de
Covid-19 porque “no existe”: todo es obra de los poderosos.
¿Quiénes son
esos poderosos? Sabrá Dios qué imaginan las personas cuando piensan en
esos poderosos. La tecnología para muchos es magia: creen que ya
controlan el planeta y el clima como una maquinaria.
En una época en que hay clubes de personas que defienden que la
Tierra es plana, que los seres humanos no llegaron jamás a la luna, que
nos gobiernan reptiles extraterrestres que adoptan una apariencia
humana, un virus (no perceptible a simple vista) tiene todas las
características para candidato a no existir (sólo existe lo que veo, y
eso si yo decido que existe) o candidato a ser un monstruo de maldad
moral: conatos de quemar hospitales donde hay pacientes con Covid-19 o
baños en agua clorada o hirviente a personal médico, etcétera.
Agresiones con balas a indígenas “acusados de tener Covid”.
Para comentar todos esos disparates mentales y acciones irracionales
no puedo, ni quiero, censurar palabras como ignorancia, fanatismo,
prejuicios, supersticiones, rumores, falsedades y violencia criminal,
resultado de esa ignorancia, narcisismo y prepotencia.
No puedo compartir la postura indulgente (¿soberbia disfrazada de
paternalismo’) que defiende al “pueblo pobre” o al “pueblo bueno”,
porque el problema es estructural. La violencia estructural nos hace
víctimas a todos, pero no nos exime de hacernos responsables por lo que
hacemos como seres pensantes.
Por ejemplo: el patriarcado es estructural
y sistémico, pero si un hombre comete un delito de violencia misógina
no se debe defender porque “es estructural”, tiene responsabilidad
individual y debe tener sanción individual.
Las víctimas pueden volverse victimarios, como muchos psicólogos constatan.
¿Por qué tendríamos que tener reparos en reconocer que la sociedad
mexicana adolece de ignorancia?
Es un problema grave y con raíces
estructurales e históricas difíciles de comprender y, sobre todo, de
superar. La postura de negar, por motivos “morales”, la ignorancia es
otra especie de negacionismo. Negar un problema no lo soluciona y lo más
probable es que lo agrave. Para afrontar un problema hay que reconocer
su existencia y no minimizar sus dimensiones.
La ignorancia no es solamente un problema de clase, ni un problema
nacional: la ignorancia rampante y brabucona de un Donald Trump o un
Jair Bolsonaro están ahí para recordárnoslo.
En México padecemos, en diversos grados y medidas, y en todas las
clases sociales, ignorancias diversas, no excluyentes entre sí, sino que
se refuerzan y retroalimentan. Una lista no exhaustiva de ignorancias
es: analfabetismo a secas, analfabetismo funcional (a veces llegan a
posgrados personas que no dominan la lectoescritura), analfabetismo
político, analfabetismo digital, analfabetismo científico.
Y los
reforzamos en lo cotidiano con posturas antiintelectualistas. Posturas
correspondidas, en círculo vicioso, por la soberbia, el desprecio y la
pedantería de muchos intelectuales hacia el resto de la humanidad. (Cf.
Genealogía de la soberbia intelectual, de Enrique Serna).
Los negacionismos cuentan en su favor con la ignorancia y con el narcicismo para creer sólo lo que yo quiero.
Una sociedad así es pasto para las noticias falsas y los rumores, la
propaganda, la manipulación y la fabricación del consenso. Uno de los
peligros graves del momento es la tendencia del gobierno y sus
apoyadores para imponer el dogma de que solamente la información
gubernamental es verdadera y toda otra fuente es censurable y
bloqueable. Operar con ese dogma es el suicidio del pensamiento crítico.
La hegemonía de la ideología neoliberal es un claro ejemplo de cómo lo imperante no es
la verdad: no es científicamente válida, pero se enseña en las
universidades y domina en los opinólogos de los medios.
A nivel popular,
“neoliberal” es una mala palabra, pero el neoliberalismo como fe en el
dinero, el mercado y el desarrollismo depredador de la naturaleza, es un
dogma no sólo intocado sino tan aceptado tácitamente que cuestionarlo
lleva casi inexorablemente al fracaso en una discusión o al menos a que
los interlocutores te dejen de escuchar.
El método de los rumores (hoy llamadas fake news) no es nuevo. En los
años setenta, circulaban rumores de que hordas de padres de familias
iban a las escuelas a impedir a las enfermeras vacunar a los menores,
porque temían que les pusieran una inyección para esterilizarlos.
Tal
vez fue una campaña de rumores de la derecha contra las iniciativas de
los gobiernos priistas para llevar a la escuela pública la educación
sexual, la información sobre anticonceptivos y la promoción de la
planificación familiar.
Otros rumores, ya en la era digital, produjeron que muchas personas
no se vacunaran. Como resultado resurgieron epidemias que ya se habían
superado, como el sarampión. También respecto al VIH hubo rumores de que
no existía. En cuanto el Estado dejó de dar prioridad a la información
sobre el virus y repuntaron los contagios.
Los estados de la república azotados por el crimen organizado
padecieron rumores, aparentemente diseminados desde esferas
gubernamentales, de que los criminales atacarían escuelas y generaron,
con ellos, olas de pánico y de padres que iban por sus hijos a las
escuelas o rumores que no se debía salir a partir de cierta hora, y las
personas acataban el toque de queda de hecho.
El rumor calumnioso contra las enfermeras, los médicos y el personal
de salud se convierte de facto (y médicos lo han denunciado) en una
campaña de desprestigio contra el sistema público de salud, y justamente
en el momento en que, a nivel mundial, la pandemia exhibe la
inmoralidad y criminalidad de la privatización de la salud, su
tratamiento como mercancía y el desmantelamiento de los sistemas de
salud públicos y del enfoque de la salud como derecho humano.
Los rumores en sociedades desinformadas e ignorantes (habrá que
estudiar minuciosamente por qué son inútiles los medios de comunicación
que informan y hasta sobreinforman, pero a los cuales amplios sectores
de la sociedad no les creen ni hacen caso) son como fuego en pasto seco.
Refutarlos es casi inútil porque las masas víctimas del rumor son
inmunes a los argumentos: se cree o no se cree porque se quiere, no
importa lo demás.
Algunos medios digitales desmienten noticias falsas, pero no suelen
dar una explicación clara y fehaciente de la falsedad y muchas veces
apelan a la autoridad. Eso no ayuda a fomentar el pensamiento crítico
vigilante.
Y “casualmente”, el miedo, la violencia, la ira, la confusión que
propician los rumores suelen desarmar los intentos de solidaridad y
organización y dejar a los trabajadores y a la gente más vulnerable a
merced de los poderes fácticos.
Hace un par de semanas, en plena avenida Insurgentes, entregaron a
los trabajadores obligados a ir a trabajar en plena cuarentena volantes
“negacionistas”. El panfleto decía, en resumen: “El virus no existe y
todo es una maniobra manipuladora de los poderosos.” Esto en una página
tamaño carta llena de errores gramaticales. Los argumentos son del
estilo: “el virus no ha sido presentado oficialmente”.
Qué significa:
“presentado oficialmente” es un misterio. Pero el razonamiento
narcisista es contundente: yo no lo he visto caminando por la calle por
lo tanto no existe, como decir, yo no estuve en la luna para atestiguar
que Armstrong la pisó, por lo tanto, nadie ha llegado a la luna.
Bueno,
tal vez los extraterrestres, en cuyo caso el razonamiento es el mismo,
pero la conclusión inversa: los gobiernos niegan que hay
extraterrestres, por lo tanto, lo ocultan. No los han “presentado
oficialmente”, por ende, existen.
La subjetividad de la certeza degeneró en narcisismo: más que lo que sea o no verdad importa el “Yo no creo”…
Una cacería de brujas es una consecuencia muy “razonable” de toda esa
desinformación e ignorancia. El virus no existe porque yo no lo veo,
pero al personal de bata blanca sí lo veo y, por eso, contra ellos.
A estas alturas, me parece muy difícil que si el Estado mexicano se
propone deshacer el rumor de que el “Covid no existe, por lo tanto los
médicos matan personas”, lo logre.
Pero no podemos cruzarnos de brazos. En el colmo de la
irracionalidad, los mexicanos estamos impotentes ante la ignorancia y el
narcisismo de una sociedad que aprendió a dar la espalda a las
noticias, a los hechos, a las verdades: ante tanto dolor, cerró las
ventanas y declaró que la realidad es lo que “yo creo” y lo falso es
aquello en que “yo no creo”.
No es la verdad algo independiente de mi
narcisismo. Y lo más patético es que “lo que yo creo” no es un ejercicio
de autonomía del sujeto, sino lo que los poderes fácticos han hecho
creer.
Si el coronavirus no existe, al igual que el capitalismo, lo único
que queda es que cada quien se defienda de la violencia por sus medios.
¿Y el Estado? El Estado está empeñado en hacernos creer que ya es bueno,
que combate la corrupción, que quienes informan de cosas inconvenientes
para el Estado son malos y conspiradores o son bots.
El delirio paranoico que ha enfermado a amplios sectores de la
sociedad tiene también infectado al Estado y sus aparatos ideológicos.
La realidad borrada por voluntarismo.
Un escenario así es el más propicio para que el virus se propague y
enferme y mate… Así como el VIH se ha podido enfrentar con información y
prevención, el coronavirus y las epidemias o pandemias que vengan
tendrán que ser enfrentados por sociedades bien informadas, críticas,
alertas y solidarias. Estamos muy, pero muy, lejos de eso.
Y en la fase que sigue, digamos la fase 4, vienen el desempleo, la
crisis estructural y sistémica, el hambre y probablemente el pillaje, el
de los hambrientos y el pillaje sistemático del capital.
El hambre por
sí sola no genera conciencia. Sin un resurgimiento y una propuesta de
conciencia de la organización y organización de la conciencia de la
izquierda anticapitalista (disculpen el pleonasmo), masas hambrientas
serán caldo de cultivo para la derecha fascista.
Necesitamos más
ciencia, y en cuanto al capitalismo, más Karl Marx.
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