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Embusteros sin Fronteras: ¿quién vigila al vigilante?
Si
fuéramos a graficarlo con una parodia cubana, a Reporteros sin
Fronteras (RSF), la organización no gubernamental (ONG) de origen
francés que nació, al parecer, con un fin admirable y terminó con más
ínfulas que decencia, le ocurre como a algunos CVP —vigilantes— de
nuestro Archipiélago: terminan traicionándose a sí mismos.
De tanto autoproclamar su condición de guardián mundial de la libertad de prensa, aplicar calificativos y rankings,
los manejadores de la «ONG» olvidaron algo tan elemental como que los
«vigilantes» también son vigilados y, no pocas veces, cogidos in
fraganti.
Si no que lo digan los admiradores de la serie policial cubana
Tras la huella y de otras series policiales no menos mediáticas.
En 1998, Robert Ménard, fundador y secretario general entonces de
Reporteros sin Fronteras, creada en 1985, viajó a La Habana para
reclutar a periodistas que escribieran para su organización sobre lo que
pasaba en la Isla.
Sin embargo, como relató el periodista Santiago Mayor en el sitio
América Latina en Movimiento, tuvo tanta mala suerte que su primer
contacto fue nada menos que con Néstor Baguer, uno de los agentes de la
Seguridad del Estado cubano que durante años estuvo infiltrado en la
llamada «disidencia».
Tras el destape de aquellos agentes —un acontecimiento de gran
revuelo en la Mayor de las Antillas—, Baguer relató que el
imparcialísimo Ménard no solo le ofreció pagarle por artículos
publicados contra el Gobierno cubano, sino que durante años le envió
dinero y suministros para su periodismo «profundamente independiente».
Se traicionaba así —describió Santiago Mayor— el objetivo inicial de
la organización, que pareció nacer para promover las llamadas formas de
periodismo alternativo y marcar los desvíos de la prensa en los países
ricos, así como las dificultades para la libertad de prensa en las demás
naciones, tal como lo definió Jean-Claude Guillebaud, primer presidente
de la asociación.
El mismo columnista relata que en la década de los 90 del pasado
siglo la organización comenzó a dar muestras de los verdaderos intereses
que representaba. «En una entrevista con el periodista colombiano
Hernando Calvo Ospina (publicada por Ocean Press en el año 2000 y
llamada El Movimiento Cubano Exilio), Ménard dijo que RSF estuvo
apoyando a los «disidentes» en Cuba desde septiembre de 1995.
Otra demostración del grave descarrilamiento que sufría la
organización la dio en medio del golpe de Estado de abril de 2002 contra
Hugo Chávez en Venezuela.
En vez de, como era de esperar con base en
sus tan aireados postulados, denunciar la violación de la Constitución
de ese país y la manipulación informativa que realizaron los grandes
medios, incluyendo el silenciamiento informativo de la respuesta
popular, se dedicó a difundir la versión de los golpistas, incluyendo
una supuesta renuncia del líder bolivariano bajo la presión de los
militares.
Todo lo anterior provocó que el mismo Guillebaud decidiera separarse
de RSF, acusando a su fundador de «autoritarismo» —una deformación de
las más despreciadas, en apariencia, por la ONG—, así como su abandono
de los fundamentos iniciales.
El descarrilamiento de Ménard, como el de la organización que fundó,
terminaría por precipitarlo nada menos que a la derecha francesa y al
notorio Frente Nacional, de ultraderecha, liderado varios años por Jean
Marie Le Pen.
La salida del personaje no significa que Reporteros sin Fronteras
perdiera sus mañas, tal vez porque, como dicen los cubanos, perro
huevero, aunque le quemen el hocico... La ruta de la organización no es
la de libertad alguna, sino la del dinero de los poderosos de este mundo
que drena, ya sin muchos escondrijos, hacia sus arcas.
Así lo revela el reconocido escritor francés Maxime Vivas, autor del texto La cara oculta de Reporteros sin Fronteras, resultado de años de investigación.
Vivas ha revelado, en entrevistas a propósito de su texto, que esta
ONG nunca ha defendido ninguna libertad de prensa, sino que solo sirve a
un reducido número de países y consorcios financieros que le ofrecen
fondos. Todos los materiales que he reunido muestran sin excepción la
cara oscura y desagradable de Reporteros sin Fronteras, ha subrayado
Vivas.
Según sus indagaciones, parte sustancial de estos salen esencialmente
de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos y de algunos
ministerios y consorcios financieros franceses.
El autor pudo constatar que los fondos que recaudan los miembros de
la organización, y que tanto publicitan, representan únicamente el 2 por
ciento de todos sus ingresos, mientras otra parte importante proviene
del Fondo Nacional para la Democracia estadounidense.
Otros han seguido la saga «misteriosa de los dineros de esta ONG,
entre estos el periodista José Manzaneda, coordinador de Cuba
Información, quien en un artículo para esa webTV reseñó que, además del
Gobierno francés y la Unión Europea, Reporteros sin Fronteras recibe
cuantiosos fondos de la Fundación Nacional para la Democracia, auténtica
tapadera civil de la CIA dedicada a defender la política de agresión de
Estados Unidos contra cualquier modelo político contrario a los
intereses norteamericanos.
Agrega que está financiada, también, por fabricantes de armamento de
Francia, como Serge Dassault, o el desaparecido vendedor de misiles
Jean-Guy Lagardère, además de recibir cuantiosos fondos y ayuda de los
mayores oligopolios mediáticos del mundo, como Vivendi Universal, o de
grandes editores, como el francés François Pinault.
No conforme con tener tan dudosos padrinos materiales, Manzaneda
descubre a los ideológicos, entre los que se han contado los Gobiernos
del derechista Bush y algunos de la Unión Europea, la Sociedad
Interamericana de Prensa (SIP) —clan de propietarios de los grandes
medios de comunicación de América Latina, resueltos contrincantes de
todo lo que huela a izquierda y progresismo en la región—, la llamada
Freedom House, fundación norteamericana dirigida por el agente de la CIA
de origen cubano Frank Calzón, así como destacados miembros de la mafia
cubana de Miami, como Leopoldo Fernández Pujals, excapitán de marines
en Vietnam y expropietario de la cadena Telepizza, además de Nancy
Crespo, distribuidora de las ayudas económicas del Gobierno yanqui a
cualquier iniciativa contra la imagen y el prestigio internacional de la
Revolución Cubana.
La tesis de Manzaneda es la misma que la de periodistas como el
fallecido canadiense Jean-Guy Allard, la estadounidense Diana Barahona o
el francés Salim Lamrani.
Manzaneda zanja su denuncia afirmando que Reporteros sin Fronteras es
una organización sostenida económica y políticamente por los mayores
depredadores de la libertad de información en el mundo: los grandes
monopolios de la comunicación y los Gobiernos de las potencias
occidentales, principalmente el de Estados Unidos.
Es eso que el Doctor en Ciencias de la Comunicación Julio García Luis
describió como una grotesca tiranía, con diferentes escalas, locales,
regionales y mundial, que subsisten por su aparente porosidad, por su
capacidad de mimetizarse y por su fingida independencia del poder real.
«No en vano el diagnóstico de esta ONG acerca de los lugares donde la
libertad de prensa está más amenazada coincide a la letra con el del
Departamento de Estado de Washington», concluye el coordinador de
Cubainformación.
A los representantes de esta organización parece complacerles el
papel de los charlatanes en la famosa fábula de Hans Christian Andersen,
El traje nuevo del emperador. Igual que Guido y Luigi
aseguraban que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera
imaginarse —aunque con la especial capacidad de ser invisible para
cualquier estúpido o incapaz—, ellos intentan mostrarse como «delicados y
fervorosos tejedores de una de las más complejas y necesarias de las
libertades humanas, mientras parecen creer que están rodeados de una
sociedad de «memos», incapaces de percatarse de que lo hacen con la
misma invisibilidad de los personajes del cuento.
La Cuba imperfecta de la que denostan en este 2020, y como siempre,
por bajar a las profundidades de cualquier clasificación en ese empeño,
busca avanzar, con autocrítica y transparencia, hacia un nuevo modelo de
prensa pública para el socialismo, que tiene entre sus horizontes más
caros la conversión de los medios en mecanismos de control social y
popular, y no en herramientas de manipulación, chantaje y dominio de los
poderosos.
La alfombra roja para ese propósito —en medio de presiones económicas
y políticas inéditas encabezadas por el delirante nuevo César mundial,
financiamientos, guiños pedestres o simuladas zanahorias y azuzamiento a
egos e inconformidades inocentes—, se tendió con la aprobación de la
primera Política de Comunicación del Estado y del Gobierno aprobada
después del triunfo de la Revolución y los postulados de la nueva
Constitución, que reconocen la libertad de pensamiento y de conciencia,
junto a la libertad de prensa.
Ninguna Revolución, como ninguna sociedad hasta hoy —no importan las
notas que regale o quite «Embusteros sin Fronteras»—, la tuvo fácil para
avanzar por sobre esa rugosa alfombra, pero al menos los vigilantes de
ese sueño lo acarician y valoran demasiado como para traicionarlo,
porque sería hacerlo a nosotros mismos.
Embusteros sin Fronteras: ¿quién vigila al vigilante?
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