Después de 60 años de la firma del Tratado de Roma –por fin– nos
hubieran debido contar la verdad. Pero no ha sido así. Siguen con la
cantinela de que la unidad europea se ideó después de la II Guerra
Mundial y no antes. Dicen que la unidad europea se edificó para superar
el nacionalismo y evitar guerras intestinas; que el nazismo había sido
una experiencia funesta para Europa y que Europa debía ser lo contrario
del nazismo. Siguen tratando de hacernos creer que las naciones conducen
al nacionalismo, el cual es perverso por sí mismo porque, a su vez,
conduce a la guerra. Quieren hacernos creer que el proyecto de
integración europea nació después de la II Guerra Mundial como antídoto
contra las rivalidades nacionalistas internas. Aseguran que durante ese
conflicto el chovinismo había alcanzado sus mayores cotas y los europeos
comprendieron repentinamente que sus pequeños estados respectivos
debían quedar unidos por instituciones supranacionales para que la
guerra no volviera a causar estragos en el viejo continente.
Sin embargo, es falso que la idea original de la unificación europea sea
posterior a la II Guerra Mundial; es falso que esa idea fuera concebida
en oposición a la rivalidad imperialista anterior. Por el contrario, no
solo los nazis, sino los fascistas y los colaboracionistas de muchos
países europeos utilizaron el europeísmo para justificar la agresión.
Los nazis, los vichystas, los fascistas italianos y muchos otros pasaron
muchos años antes y durante la guerra elaborando sofisticados programas
de integración política y económica de Europa.
El modelo alemán
A mediados del siglo XIX Alemania no existía como Estado unificado. Por
tanto, cuando estalla la I Guerra Mundial apenas hacía 50 años que
Alemania había entrado en el concierto de los Estados europeos con una
sola voz. Fue una loca carrera en la que pasaron velozmente de un
situación casi feudal al capitalismo monopolista más salvaje, y de los
problemas de construcción interna de un Estado federal al trampolín del
control de su propia zona de influencia en el exterior. De vértigo. Una
vez edificado su propio país, los imperialistas alemanes creyeron que su
modelo federal era válido también para su entorno económico. Se
convencieron ellos a sí mismos y se esforzaron en con-vencer a los
demás. Su federalismo nacional lo convirtieron en un federalismo internacional,
o por lo menos europeo. Surgió el pangermanismo porque fuera de las
fronteras aún quedaban alemanes por unificar, desde el Báltico hasta el
Mar Negro. Esos países que aún quedaban fuera, las reliquias del Imperio
austro-húngaro o del zarista, diezmado por la Revolución bolchevique de
1917, estaban muy atrasados con respecto a la locomotora alemana.
Incorporarse a Alemania era como incoporarse al siglo XXI partiendo del
siglo XVII. Es bien sabido que los imperialistas alemanes, siempre
generosos, se declararon dispuestos a compartir con los demás sus
conquistas y sus progresos, antes y después de 1933.
Incluso sus planes de integración europea aseguraban que mantendrían intacta la soberanía nacional de los estados miembros de Europa.
No se trataba de una incorporación sino de una integración. No podían
presentar sus planes al exterior como una expansión imperialista sino
como una integración europea. En la futura Europa nazi no habría amos ni
siervos sino socios. Eso es lo que dijo su propaganda durante toda la
II Guerra Mundial, consagrando enormes esfuerzos a convencer al resto de
Europa de que los progresos económicos alemanes, la infraestructura de
transporte y la economía en general eran mucho mejores que en el resto
de Europa y que, en consecuencia, Europa debía integrarse según el
modelo alemán. Más que los alemanes eran los propios europeos los que
debían estar interesados en esa integración. El plan de Hitler de
establecer una sola entidad política en toda Europa, su necesidad de
buscar respaldo en los propios países ocupados, y muchos elementos
centrales de la filosofía nazi, todo ello formaba parte de su
pensamiento europeísta.
Los proyectos elaborados por los nazis proclamaban que los estados miembros de la futura “Confederación Europea”
tenían que asegurar que en su territorio no se cometieran actos
incompatibles con la solidaridad europea y las obligaciones europeas. En
1943 en una Nota sobre la fundación de una Confederación Europea,
Cecile von Renthe-Fink, que ocupaba el rango diplomático de ministro
con Hitler, sostenía que las naciones europeas tenían un desarrollo
común; decía que Alemania deseaba unir a Europa sobre una base federal;
proclamaba que no había intención de inmiscuirse en los asuntos internos de otros países: “Lo
único que se requiere de los estados europeos es que sean miembros
leales y proeuropeos de la comunidad y colaboren voluntariamente en sus
tareas […] El objeto de la
cooperación europea será promover la paz, la seguridad y el bienestar de
todos los estados europeos y su población”. No se trataba de que un
estado o grupo de estados dominara a otros sino de que se establecería
una relación de alianza y lealtad mutua en vez de los métodos imperiales
de la era anterior. En un tono similar, Werner Daitz declaraba que “Europa no se puede administrar de forma centralizada: se debe conducir de modo descentralizado”.
Una versión avanzada del plan nazi sobre la futura “Confederación Europea”
volvían sobre el tema del federalismo con la esperanza de encontrar así
una solución a la rivalidad entre las potencias imperialistas europeas.
Argumentaban que el problema europeo era que una multiplicidad de
pueblos tenía que vivir en una superficie relativamente reducida en una
combinación de unidad e independencia:
“Su unidad debe ser tan firme como
para que nunca más pueda haber guerra entre ellos y los intereses
externos de Europa se puedan salvaguardar en su conjunto. Al mismo
tiempo, los estados europeos deben conservar su libertad e
independencia, para actuar de acuerdo con sus diferentes situaciones y
misiones nacionales y cumplir su función particular dentro del marco más
amplio, en un espíritu alegre y creativo. La fuerza y la seguridad de
Europa no dependen de la subordinación impuesta o exigida por una
potencia europea a la otra, sino de la unión de todos. El problema
europeo solo se puede resolver sobre una base federal por la cual los
estados europeos resuelvan por libre voluntad, basados en un
reconocimiento de esta necesidad, unirse en una comunidad de estados
soberanos. Esta comunidad se puede designar confederación europea”.
Hasta la hoy fracasada Constitución Europea es una iniciativa de los nazis. El borrador nazi de Constitución para la Nueva Europa proclamaba
el derecho de cada país a organizar su vida nacional como considere
adecuado, siempre que respete sus obligaciones hacia la comunidad
europea. Otros documentos repetían la misma idea. La actual guerra es
también una guerra por la unidad y libertad de Europa, escribió
Renthe-Fink:
“Sus objetivos son crear y garantizar una paz duradera para los países europeos […] eliminar las causas de las guerras europeas, sobre todo el sistema de equilibrio de poder […] superar
el particularismo europeo mediante la cooperación libre y pacífica
entre los pueblos europeos. La lealtad a Europa no significa sujeción
sino cooperación franca basada en igualdad de derechos. Cada pueblo
europeo debe participar a su manera en la nueva Europa. El único
requerimiento es que los estados europeos sean francamente leales a
Europa, de la cual son miembros”.
Finalmente, Renthe-Fink añadía: “Cada estado continental debe permanecer consciente de su responsabilidad hacia la Comunidad Económica Europea”.
El autor de los proyectos hitlerianos sostenía que no deseaba una
burocracia supranacional, ni siquiera un sistema de conferencias
intergubernamentales. Cualquier pretensión supranacional podía generar
sospechas hacia las ambiciones imperialistas alemanas.
El europeísmo nazi
El europeísmo es, pues, un invento nazi; ellos fueron los primeros en
elaborar planes (económicos y políticos) de integración europea. Si
extractáramos algunos discursos de la época de Hitler, Goebbels,
Ribbentrop y otros dirigentes nazis sin mencionar la fuente, muchos
pensarían que son actuales y que se trata de parlamentarios de la
eurocámara.
Mucho antes de llegar al poder, en 1932, el dirigente nazi Alfred Rosenberg ya
asistió a un congreso de Europa en Roma. Luego Hitler y todos sus
portavoces hicieron frecuentes referencias a Europa durante su época de
dominación terrorista, incluso antes de la guerra. Hay varias
compilaciones, entre ellas un libro profusamente ilustrado, titulado
simplemente Europa, cuya introducción escribió Ribbentrop. En 1937, por ejemplo, declaró en el mitin del partido nazi en Nuremberg que “quizá
estemos más interesados en Europa de lo que otros países necesitan
estarlo. Nuestro país, nuestro pueblo, nuestra cultura y nuestra
economía han surgido de condiciones europeas generales. En consecuencia,
debemos ser enemigos de cualquier intento de introducir elementos de
discordia y destrucción en esta familia europea de pueblos”.
Poco después, en 1938, Rudolf Hess organizó una presentación en el Congreso del partido Nazi, llamada La lucha por el destino de Europa en el Este, que explicaba por qué la colonización alemana de Rusia llevaría la civilización europea a los bárbaros eslavos.
En 1940 Joseph Goebbels dijo: “Estoy convencido de que dentro de cincuenta años la gente ya no pensará en términos de países”.
El jefe nazi de propaganda creía que el federalismo alemán podía ser un
modelo para Europa porque la absorción de los estados alemanes por
parte del imperio alemán había funcionado. Así los estados europeos se
podían integrar armónicamente sin atentar contra su identidad: “Si
nosotros, con nuestra perspectiva de la Gran Alemania, no tenemos
interés en atentar contra las peculiaridades económicas, culturales o
sociales de, por ejemplo, los bávaros y los sajones, tampoco tenemos
interés en atentar contra la individualidad económica, social o cultural
de, por ejemplo, el pueblo checo”.
Los lacayos europeos de los nazis también aceptaban que Alemania era un modelo: Vidkun Quisling declaró
que la Confederación Alemana podía servir como modelo para la
cooperación con otros estados europeos. Goebbels aseguraba que “nunca
hemos tenido la intención de imponer por la fuerza este nuevo orden o
reorganización de Europa. De ningún modo debéis pensar que cuando los
alemanes traemos un nuevo orden a Europa lo hacemos con el propósito de
sofocar a otros pueblos”. Se explayaba sobre el carácter realista de la integración europea: “A
mi juicio la concepción que una nación tiene respecto de su propia
libertad se debe armonizar con los hechos actuales y las simples
cuestiones de eficiencia y propósito. Así como ningún miembro de una
familia tiene derecho a turbar la paz por motivos egoístas, no se puede
permitir que ninguna nación europea se interponga en el camino de un
proceso general de organización. En el mismo tono, un funcionario del
ministerio nazi de Empleo declaró que Alemania podía afirmar que no
estaba luchando por sí misma, sino por Europa. Una versión del proyecto
nazi de Confederación Europea sostenía que el papel de Alemania en
Europa consistía en reconciliar los intereses particulares de los
estados europeos con los intereses de Europa en su conjunto. A esta
aspiración se sumaba la opinión de que los intereses y necesidades de
Alemania están esencial e inseparablemente ligados con los de Europa”.
Con frecuencia los nazis enfatizaban que los estados debían unirse voluntariamente a la nueva Europa. Liderazgo no significa dominación sino
protección externa y responsabilidad interna, era su consigna. Hitler y
Mussolini no querían sometimiento sino cooperación sincera: “Todos
los pueblos europeos que se han probado históricamente son bienvenidos
como miembros de la nueva Europa. Su desarrollo nacional y cultural en
libertad e independencia está garantizado”. Cínicamente alegaban que
los ejemplos de Finlandia, Hungría, Bulgaria, Rumanía, Croacia y
Eslovaquia, países militarmente ocupados todos ellos, demostraban que no
había intención de intervenir en los asuntos internos de otros
estados: “Nuestro único requerimiento es que los estados europeos sean miembros sinceros y entusiastas de Europa”. Los imperialistas alemanes creyeron encontrar, por fin, un nuevo modo de dirigir Europa sin dominarla: “La
idea del liderazgo, que será el concepto dominante de la nueva vida
internacional de Europa, es la negación de los métodos imperialistas de
una época pasada: significa reconocimiento de la confiada cooperación de
estados menores e independientes para abordar las nuevas tareas
comunales”.
De la misma manera, Arthur Seyss-Inquart escribió que nadie deseaba ver una Europa dominada por Alemania: “Nuestro único deseo es que surja una Europa que sea realmente europea y consciente de su misión europea”.
Después de la invasión de la Unión Soviética, Signal, un periódico de
circulación masiva en los tiempos gloriosos del III Reich, señaló
también que no habría una Europa alemana: “En
realidad los soldados del Reich no solo defienden la causa de su patria
sino que protegen cada nación europea digna de ese nombre”. El problema estaba en quienes no eran dignos de ese nombre…
Una constante en la estrategia imperialista nazi consistía en hablar de
sus socios y vecinos y pregonar la idea de que la búsqueda común de
intereses compartidos había reemplazado a la rivalidad y la competencia
capitalistas. Los hitlerianos también fueron pioneros de la
globalización y dedicaron mucha atención a asuntos como el sentido
europeo de comunidad. Anton Reithinger,
gerente del monopolio I. G. Farben, en la conferencia de la Comunidad
Económica Europea de 1942, habló del equilibrio entre los diversos
intereses de los socios del espacio económico europeo, por una parte, y
los intereses comunes de todos los pueblos europeos, por la otra: “Para poner estos intereses en práctica se requiere […] una creencia en la idea europea y en la misión europea de Alemania”.
Los arquitectos de la Nueva Europa
Pero las múltiples declaraciones nazis que se puedan aportar son muy
poco comparadas con los planes concretos que dibujaron para la
integración económica y política de Europa. No hablamos de que se
parezcan a las que luego se pusieron en práctica tras la guerra; lo que
estamos diciendo exactamente es que son las mismas, es decir, que la Unión Europea fue diseñada por los nazis.
Los planes nazis de integración europea eran tanto políticos como económicos. Como dijo Heinrich Hunke,
se reconoce la necesidad de un orden político para la cooperación
económica de los pueblos. Desde mediados de 1941 Goebbels comenzó a
intervenir más en la cuestión europea y le dedicó numerosos discursos,
mitines y artículos periodísticos. Llenó las páginas de su semanario Das Reich con
consignas europeístas: La nueva Europa, El nuevo orden europeo, el
Lebensraum de Europa o La visión de una nueva Europa. Entretanto,
Ribbentrop señalaba que la lucha contra el bolchevismo, que unía a
muchos pueblos del este de Europa, evidenciaba “una
creciente unidad moral de Europa dentro del Nuevo Orden que nuestros
grandes líderes han proclamado y preparado para el futuro de las
naciones civilizadas. Aquí se encuentra el sentido profundo de la guerra
contra el bolchevismo. Es signo de la regeneración espiritual de
Europa”.
Dentro del Ministerio del Exterior, ese interés culminó con la creación
de un comité de Europa en el otoño de 1942. Integraban el comité
funcionarios del Ministerio del Exterior y expertos del Instituto para
el Estudio de Países Extranjeros. Las luminarias eran Alfred Six,
director del Instituto de Asuntos Exteriores -que organizó en 1941 una
conferencia llamada La nueva Europa, para 303 estudiantes de 38 países-
y Werner Daitz.
En marzo de 1943, se habían trazado planes muy avanzados para una
confederación europea. Esos planes adoptaron la forma de constituciones y
tratados que delineaban las competencias y la estructura de la futura
confederación. El 21 de marzo de 1943 Ribbentrop escribió una nota que
comienza así: “Soy de la opinión de
que, como ya le he propuesto al Führer en mis actas anteriores,
deberíamos proclamar cuanto antes, en cuanto hayamos alcanzado un éxito
militar significativo, la Confederación Europea en forma muy específica”. Lo
único que paralizó a los nazis en la proclamación oficial de su
Confederación Europea fue que el éxito militar significativo que
Ribbentrop esperaba no se produjo y las hordas hitlerianas fueron
aplastadas en Stalingrado.
El plan de Ribbentrop proponía invitar a los jefes de los estados en
cuestión (Alemania, Italia, Francia, Dinamarca, Noruega, Finlandia,
Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Croacia, Serbia, Grecia y
España) para firmar el instrumento que daría existencia a la
Confederación. Junto al memorándum había un borrador que hablaba del
destino común de los pueblos europeos y del objetivo de garantizar que
nunca estallen guerras entre ellos. También preveía la abolición de
barreras aduaneras entre los estados participantes.
En junio de 1943, un funcionario presentó los elementos básicos de un
plan para la nueva Europa a un miembro del Comité de Europa. La sección
titulada La organización económica de Europa anticipaba
un comercio basado en el principio de la preferencia europea frente a
los países no europeos, con el objetivo de llegar a una unión aduanera
europea, un centro de clearing europeo
y tipos de cambio estables en Europa, con miras a una unión monetaria
europea; y la armonización de las condiciones laborales, lo que parece
querer decir que todos los trabajadores europeos deberían ingresar en
campos de concentración. El proyecto también anticipaba conferencias en
cada especialidad (trabajo, agricultura y demás) para decidir las
políticas aplicables a toda la Confederación.
Este documento fue seguido en agosto de 1943 por una Nota sobre la
fundación de una Confederación Europea en la que Renthe-Fink escribió: “En
la tremenda lucha por el futuro de Europa, los alemanes somos campeones
de un nuevo y mejor orden donde todos los pueblos europeos hallarán un
lugar legítimo y digno. Hasta ahora hemos evitado hacer una propuesta
concreta en lo concerniente a la cuestión europea […] Si
ahora presentáramos la idea de una solución confederada, basada en la
libre cooperación entre naciones independientes, ella consolidaría la
confianza de los pueblos europeos en nuestra política y aumentaría su
voluntad de seguir nuestra guía y trabajar por nuestra victoria”.
Aunque los principios encarnados en el acto constitutivo de la
Confederación Europea anexos al memorándum especificaban que la
Confederación era una comunidad de estados soberanos que se garantizaban
mutuamente la libertad y la independencia, está claro que, bajo la
batuta hitleriana, la confederación ejercería un control casi total
sobre los asuntos internos de sus estados miembros: “La
economía europea será planificada conjuntamente por los estados
miembros según sus intereses comunes y nacionales, decía el documento.
El objetivo era incrementar la prosperidad material, la justicia social y
la seguridad social en los estados individuales, y desarrollar los
recursos materiales y laborales de Europa […] para
proteger la economía europea de las crisis y las amenazas económicas
externas. Sugería que las barreras aduaneras que impiden aumentar el
comercio entre los miembros de la Confederación se eliminarán
gradualmente y que el sistema intraeuropeo de comunicaciones por
ferrocarril, autopistas y vías fluviales y aéreas se desarrollará de
acuerdo con un plan unificado”.
El plan europeo de integración de Renthe-Fink preveía la necesidad de un
Consejo Económico compuesto por representantes de los estados miembros,
el cual se dividiría en comités destinados al comercio, la industria y
la navegación, los asuntos de economía y moneda, las cuestiones
laborales y sociales, la alimentación, la agricultura y los bosques. El
documento repetía los objetivos definitivos de la Confederación:
“La solución de los problemas
económicos, con miras a la inmunidad frente a un bloqueo; la regulación
del comercio sobre la base de la preferencia por Europa frente al resto
del mundo, con miras a una unión aduanera europea y un mercado libre
europeo; un sistema central de clearing europeo y tasas de cambio
estables en Europa, con miras a una unión monetaria europea. Los
objetivos incluirían la estandarización y mejoramiento de las
condiciones de empleo y seguridad social, así como la planificación de
largo plazo de la producción industrial, agropecuaria y forestal”.
Como vemos, la producción agropecuaria ocupaba un ligar prominente en
los documentos nazis sobre Europa. Era preciso que la agricultura
europea fuera autosuficiente.
Los documentos nazis también manifestaban que la integración de Europa
era inevitable a causa del desarrollo tecnológico. Solían sostener que
la fragmentación de los recursos económicos de Europa era un grave
obstáculo para la prosperidad y el progreso social de los diversos
países. Se requería coordinación y planificación económica: Con el
objeto de alentar el comercio mutuo y crear un gran mercado europeo, se
eliminarán progresivamente las aduanas y otras barreras entre los
países.
Otro proyecto nazi es lo que cincuenta años después los europeístas
llamaron redes transeuropeas, una avanzadilla de la modernidad actual.
Según Renthe-Fink, “la experiencia ha
mostrado que el actual sistema de comunicaciones de Europa es
inadecuado para el aumento de la demanda. La red interna de
ferrocarriles, carreteras y líneas aéreas se desarrollará de acuerdo con
un plan común”. También el ministro vichysta Jacques
Benoist-Méchin, lamentaba la centralización del sistema de transporte
francés, como si París fuera el único centro del mundo, y exigía nuevas
arterias que se conectaran con las carreteras alemanas e italianas para
dar a la infraestructura de transporte de Francia un carácter
genuinamente europeo. Un orador de la conferencia sobre la Comunidad
Económica Europea proclamó que “el futuro pertenece al transporte motorizado”.
Las sorpresas de los adelantos nazis no tienen fin. Otro ejemplo es el
Tratado Europeo contra el terrorismo de 1977, que está literalmente
extraído del Pacto entre Hitler y Mussolini, el llamado Pacto
Antikomintern, el acuerdo contra los comunistas. Por eso cuando
Rumanía se incorporó a la Unión Europea, emitió una declaración contra
el comunismo y, al mismo tiempo, rehabilitó con todos los honores la
figura de Antonescu, la versión local de Hitler, Mussolini y Franco.
Europa es justamente eso y nada más que eso.
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