Una vez que la tormenta desatada por la sorpresiva aprobación
del Brexit ha concluido llevándose -cuando menos- por medio a media
docena de líderes británicos y arrasando todos los mercados de una forma
rotunda y contundente, las aguas vuelven a su cauce y el panorama, pese
a lo que pensaban los más optimistas, sigue presentando amenazas
inquietantes.
En al menos cuatro países de la Unión Europea (UE), Alemania,
Austria, Francia y Holanda, hay movimientos de extrema derecha
partidarios de convocar consultas al estilo de la británica para
determinar si continuar en el barco europeo o salir del mismo. Y
próximamente habrá elecciones en todos ellos en las que esas fuerzas que
tienen muchas posibilidades de obtener unos buenos resultados.
La
extrema derecha del Frente Nacional lidera todas las encuestas en
Francia y todo parece indicar que en las próximas elecciones se podría
producir un auténtico terremoto político si de cumplirse todas las
previsiones su candidata, Marine Le Pen, llega a la segunda vuelta
presidencial.
Luego en Europa del Este, pero especialmente en la República Checa,
Eslovaquia, Hungría y Polonia, reina el escepticismo ante las políticas
auspiciadas hasta ahora por la UE y, sobre todo, por las imposiciones
migratorias acordadas bajo el impulso de Alemania en los últimos meses.
No quieren más emigrantes y punto. Así las cosas, Hungría ha convocado
una consulta para que sus ciudadanos puedan decidir acerca de estas
políticas, que su ejecutivo considera absolutamente erróneas, y en
definitiva, poder cerrar sus fronteras a los flujos migratorios si los
húngaros votan afirmativamente, algo que nadie pone en duda que
ocurrirá.
El otro frente de la UE será económico. La salida del Reino Unido de
la UE tendrá consecuencias de carácter negativo para la economía
británica, en primer lugar, pero también para todos los socios europeos.
La UE será menos potencia, tendrá que redefinir sus mercados y, ya
libre de las siempre pesadas ataduras británicas, concretar de una forma
definitiva qué modelo político realmente quiere para esta organización
lastrada por el burocratismo, la falta de iniciativa política y el
hiperliderazgo de algunos de sus socios.
Pero que nadie se llame a engaños, la UE podrá seguir existiendo sin
el Reino Unido, incluso quizá tenga mayor éxito y logre una mayor
concreción estratégica, sin embargo esta organización de ahora
veintisiete estados no aguantaría ni un solo día sin la presencia de una
de las dos potencias fundadoras: Francia y Alemania. La alianza entre
estos dos países ha sido vital para mantener y cohesionar el proyecto
europeo durante años plagados de turbulencias, grandes cambios,
conflictos, irrupción de nuevas amenazas y un mundo más complejo y
globalizado.
Una crisis en ese gran eje, tal como algunos presagian pero que ahora
en plena resaca del Brexit no se contempla, podría tener fatales
consecuencias para toda la UE y también para el resto del mundo. La UE
ha sido un instrumento muy positivo en las últimas décadas, por mucho
que la demagogia y el populismo emergente traten de negarlo. Ha evitado
la guerra y el conflicto entre las grandes potencias europeas que salían
de una Segunda Guerra Mundial que dejó sesenta millones de cadáveres en
el camino y la herencia moral del terrible azote del Holocausto.
La UE, se mire por donde se mire, ha dado estabilidad a todo el
continente, ha auspiciado procesos de paz, ha ayudado a resolver
terribles crisis humanitarias, ha llevado sus fronteras hasta los
Balcanes, contribuyendo a sembrar la paz y la estabilidad en esta parte
del mundo, y, en definitiva, ha sido un actor en la sociedad
internacional que ha trabajado de una forma notable para hacer un mundo
al menos algo más justo. No es perfecta, como todo gran obra, pero
achacar ahora todos los males del mundo a esta organización no sería
hacer un juicio de valor ceñido a la verdad, la objetividad y la
realidad histórica.
Estados Unidos y la UE fueron los dos grandes líderes en la escena
internacional tras el final de la Guerra Fría y la caída del Muro de
Berlín, habiendo auspiciado juntos un gran proceso de transformación,
democrática, cambio y apertura económica de más de una veintena de
países que salían del infierno comunista. No había otro camino que la
libertad y la democracia para el mundo ex comunista; la UE estuvo en ese
momento fundamental de transición y supo ver que tras los escombros del
Muro de Berlín emergerían las urnas como única salida.
Decir ahora que todo ese bagaje no sirve y que hay que construir algo
nuevo sobre las ruinas del orden anterior, sin examinar el pasado, es
un error de libro, un argumento de personajes cínicos y sarcásticos al
estilo del dimitido Nigel Farage. Los líderes populistas, extremistas y
xenófobos europeos han encontrado un filón en el simplista argumento de
que la UE es culpable de casi todos los males que padecen los
ciudadanos.
Según dicen, la inmigración, el desempleo, la crisis social,
las angustias económicas de los más desfavorecidos, la delincuencia,
junto con un sinfín de “plagas” provenientes de Bruselas, son
responsabilidad única y exclusiva de la UE. Mentira.
Sin embargo, y aviso a navegantes, las consecuencias políticas,
sociales y económicas para aquellos que abandonen la UE en los próximos
años, pueden ser terribles. Puede ser peor el remedio populista que la
supuesta enfermedad. Fíjense en el Reino Unido: seguramente Escocia e
Irlanda del Norte, claramente favorables a la pertenencia a la UE,
acaben abandonando el país en los próximos años y es más que seguro que
la economía británica perderá su brío y energía global por su apuesta
aislacionista.
Por tanto, es fácil vaticinar que los próximos años
estarán repletos de muchas incertidumbres y sombríos escenarios pero la
UE no tiene alternativa. La demagogia política no es una respuesta a
nada ni a nadie.
http://diario16.com/amenazas-apocalipticas-para-la-union-europea/