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lunes, 27 de diciembre de 2021

A su hermana Rosario la asesinaron aquel día a Carmen Soriano Gambín esperaron dos años.

 

A su hermana Rosario la asesinaron aquel día.

 Pero para fusilar a Carmen Soriano Gambín esperaron dos años.

 Esperaron pacientemente a que diera a luz a su hija y a que la amamantara durante un tiempo.

 Esperaron a que supiera qué era todo lo que se iba a perder. 

Le mostraron el futuro. 

Y entonces, ya acabada la Guerra Civil, cumplidos los veintidós años, la arrebataron de la boca sin dientes de su boca, los dedos de sus dedos, la piel de su piel, la carne de su carne y la escupieron contra una pared para que el metal del proyectil atravesara su cuerpo y lo detuviera para siempre.

 La convirtieron al instante en un fantasma para los demás.

 La arrojaron a una fosa común en Alicante.

 En un sitio a que los que la querían no pudieran regresar jamás.

 La venganza eterna, la represalia como un látigo sin principio ni final, un aviso a los desobedientes, el silencio.

 A Roberto, el padre de la hija de Carmen, tras reclamar le entregaron a una niña sin madre.  

La vida de Carmen no importó: solo la de preservar la existencia de un bebé "que no tenía culpa de nada" y porque no era posible que Carmen abortara, ni matarla embarazada, ni dejarla viva. 

 Había que castigarla por defender la libertad.

 Carmen dejó de existir por culpa de otros y los días siguieron sin ella.

 Sin ella, su hija se recogió el pelo. 

Sin ella, su hija sintió que se enamoraba.

 Sin ella, su hija tuvo que inventarse un tono de voz. 

Sin ella, su hija, no recuerdo. 

Sin ella, su hija, dónde están los restos, ni flores, solo un agujero inmenso. 

Sin ella, su hija, jamás un mamá y que alguien le respondiera.

 Carmen se ausentó de todo y de todos.

 El cuerpo de Carmen fue hallado en una fosa con el número 20.

 Aún hoy, en España, más de cien mil personas siguen desaparecidas forzosamente víctimas del genocidio franquista.

 Bajo nuestros pies.

 Y sin ellas.




lunes, 6 de diciembre de 2021

Odio: el gran mal de nuestro tiempo

 Fotograma de 'La naranja mecánica', el estudio de Stanley Kubrick sobra la violencia y el odio.

 

 *Odio: el gran mal de nuestro tiempo (II) 

Retornan con fuerza nuevas ideologías fundadas en el fanatismo y la intolerancia

 

Como la intolerancia se contagia, el movimiento hater no podía tardar en llegar a nuestro país.

 Unos cien mil españoles pertenecen a grupos católicos ultraortodoxos que suelen organizar manifestaciones en apoyo al matrimonio tradicional, la familia y contra el aborto y la eutanasia.

 Algunas asociaciones que toman parte en estas concentraciones multitudinarias en la Plaza de Colón de Madrid son las mismas que acosan a las mujeres a las puertas de las clínicas abortistas con el fin de disuadirlas y que abandonen la idea de interrumpir su embarazo.

 Estamos ante una auténtica cruzada de intolerancia, ya que los militantes provida asaltan a las víctimas en plena calle y les muestran ecografías e imágenes de fetos con el fin de amedrentarlas y que no entren en la clínica para someterse a la operación quirúrgica.

Se trata, sin duda, de prácticas que rozan lo delictivo, ya que emplean la extorsión, el chantaje emocional y el miedo como forma de lograr sus objetivos doctrinales. 

 Todas estas expresiones de intolerancia no dejan de ser consecuencia de la misoginia, una expresión de odio a la mujer tan antigua como el ser humano y fiel reflejo de una sociedad machista y patriarcal.

 Muchos hombres son incapaces de ver a las mujeres más que como madres o prostitutas y esa visión aberrante termina cristalizando en odio. 

La feminista Marilyn Frye cree que la misoginia es, en su raíz, “falogocéntrica y homoerótica” y en su obra The politics of reality llega a decir que este trastorno lleva al hombre a considerarse como sujeto de atención erótica y dominador sexual de la mujer.

 En definitiva, la misoginia es al mismo tiempo la causa y el resultado de una estructura social patriarcal sustentada sobre la cultura de la violencia.


 

  El autocar de Hazte Oír, el vehículo fletado por el grupo ultracatólico que de cuando en cuando circula por las ciudades de toda España con su estela de odio, acostumbra a transmitir mensajes claramente discriminatorios.

 Campañas como “los niños tienen pene, las niñas tienen vulva”; “que no te engañen, no es violencia de género, es violencia doméstica”; o “las leyes de género discriminan al hombre” (junto a una imagen de Hitler con los labios pintados de lila y el símbolo feminista en su gorra) atacan a determinados colectivos como la mujer y las minorías sexuales. 

El pasado año, la Audiencia Nacional dio un duro varapalo a Hazte Oír y a sus polémicos mensajes.

 En una sentencia fechada el 19 de febrero de 2020, los jueces de la Sala de lo Contencioso-Administrativo confirmaron la decisión del Ministerio del Interior de retirar a este grupo la condición de asociación de “utilidad pública”, entre otros motivos porque los responsables de la asociación “incumplieron el deber de promover el interés general”.  

 Durante cuarenta años, ETA dio rienda suelta a la violencia como expresión máxima del odio. Obviamente, el trumpismo a la española necesitaba de un partido político fuerte y organizado capaz de aglutinar a todos estos movimientos sociales y religiosos reaccionarios. 

En un país como el nuestro, donde el nacionalcatolicismo franquista gozó de un poder absoluto durante cuarenta años, el abono estaba servido para acometer el proyecto con suficientes garantías de éxito. 

Y la idea ha fructificado en Vox. 

Algunos expertos y analistas creen que desde que el partido de Santiago Abascal entró en las instituciones para enfangar la democracia los delitos de odio se han incrementado en nuestro país. Entre otras cuestiones, la formación ultra niega que exista la violencia machista, una lacra que se ha cobrado ya más víctimas que el terrorismo de ETA. 

Esa posición política claramente misógina tiene como objetivo avivar el odio entre un lobby importante por el número de seguidores, el de los maltratadores, muchos de los cuales acaban votando a Vox en la creencia de que es el único partido que los representa y los considera víctimas y no verdugos. 

Los violentos machistas, convencidos por Abascal de que están siendo objeto de una “conspiración feminazi”, acaban canalizando su odio contra el Gobierno de izquierdas al sentirse perseguidos por unas leyes injustas.

 Y ese sentimiento se rentabiliza en votos en las urnas. Ahí es donde el partido verde saca su mayor rédito político. 

 La mejor muestra del odio gratuito que propala el proyecto ultraderechista ha ocurrido hace solo unos días, cuando el diputado voxista y exjuex José María Sánchez tuvo que ser expulsado del Congreso tras llamar “bruja” a la socialista Laura Berja, que trataba de defender la ley del aborto. 

Finalmente, y tras el consiguiente revuelo, el exmagistrado se retractó con un “retiro que la he llamado bruja”, un incidente que dice mucho de las agresivas técnicas retóricas y trumpistas empleadas por la formación neofranquista. 

 Pero la clave del éxito del partido de Abascal no radica solo en divulgar el odio contra las mujeres, en especial contra las mujeres feministas.

 Hay otros grupos sociales a los que Vox ha puesto en la diana y que están sufriendo la misma táctica de difamación y criminalización constante. Por ejemplo, los socialistas, comunistas e independentistas, a quienes Vox, en un alarde de manipulación y tergiversación histórica, considera culpables de la Guerra Civil española.

 La formación verde canaliza el “odio al rojo” tocando la víscera y la bilis de esa parte nostálgica y tradicionalista de la sociedad española que se siente marginada por una democracia que les produce alergia.

 Las viejas rencillas entre derechas e izquierdas, surgidas en la Segunda República, se han agravado después de que el Gobierno Sánchez decidiera proceder a la exhumación de los restos de Franco, una medida de pura higiene democrática tras cuarenta años de constitucionalismo en libertad. 

Honrar la memoria de un tirano genocida degradaba la imagen de nuestro país en el exterior y más tarde o más temprano tenía que acometerse la exhumación y el desmantelamiento del mausoleo del Valle de los Caídos. 

 El histórico traslado de la momia del dictador al cementerio de Mingorrubio supuso un antes y un después, y desde entonces el clima político se ha enrarecido hasta límites nunca vistos en los últimos cuarenta años. 

La extrema derecha ha visto una oportunidad única para seguir propagando el odio y ha arremetido contra los monumentos de los viejos patriarcas de la izquierda republicana española.

 Así, en octubre del pasado año la escultura en homenaje al líder socialista Largo Caballero, que se exhibe en Nuevos Ministerios (Madrid), amanecía embadurnada por una pintada estremecedora: “Asesino. Rojos no”. 

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, puso el dedo en la llaga al interpretar el lamentable suceso vandálico: “Derecha y ultraderecha han utilizado mentiras y manipulaciones históricas para borrar su figura del callejero de Madrid. 

Ahora, ese desprecio por la memoria cristaliza en vandalismo y violencia incívica», escribió en un mensaje en su cuenta de Twitter.

 El odio guerracivilista debería formar parte del pasado, ya que en 1936 condujo a los españoles a un enfrentamiento fratricida.

 No obstante, partidos como Vox siguen agitando el espantajo de las dos Españas enemigas e irreconciliables, sacando réditos electorales. En política, el odio da sus frutos.

  Maud Hansson, la bruja de El séptimo sello de Bergman. Maud Hansson, la bruja de ‘El séptimo sello’ de Bergman. 

Abascal y los suyos han resucitado otros rencores más o menos superados que ahora retornan con fuerza. 

Así, el rechazo a las personas gais, lesbianas, bisexuales y trans, que no deja de ser un odio contra el diferente, también se ha disparado en los últimos años.

 Por definición, la homofobia es el odio irracional hacia la homosexualidad y conduce a la violencia contra un grupo social determinado. Estas actitudes negativas, prejuiciosas y discriminatorias están recogidas como delito en las legislaciones de muchos países del mundo.

 También en España, donde pese a que tales conductas se pagan con penas de cárcel, no quedamos a salvo de esta terrible modalidad de intolerancia. 

El pasado mes de julio un joven de 24 años, Samuel Luiz, era asesinado en una zona de copas de A Coruña a manos de una horda de descerebrados homófobos.

 Antes de ser linchado, uno de los asesinos le espetó a la víctima: “Para de grabarme si no quieres que te mate, maricón”. El asunto sigue en manos de la Policía, pero ya se han practicado las primeras detenciones y todo apunta a un crimen con tintes machistas y xenófobos. 

 Hace solo unos días, un muchacho de 17 años denunció una presunta agresión homófoba en Valencia. “Tener que sufrir esto por ser como soy, siendo el mes del Orgullo… 

Luego decimos que no hay homofobia”, lamentó el joven, que compartió en redes sociales dos escalofriantes imágenes de su cara ensangrentada. 

La abogada Laia Serra, en declaraciones a eldiario.es, cree que hay varias causas tras el resurgir de la violencia homófoba. “Es evidente que cuando un movimiento conquista más espacio público hay más pugna desde los sectores tradicionales. 

Pasa lo mismo que contra el feminismo. 

Nunca había habido un feminismo tan presente y esto conlleva posiciones más violentas”, explica. 

 De un tiempo a esta parte, y coincidiendo con la llegada de Vox a las instituciones, se ha abierto la veda o “caza al hombre”. 

Los homosexuales ya no se sienten seguros como antes y mucho menos después de presenciar intolerantes manifestaciones de exaltación neonazi como la organizada en Chueca (el tradicional barrio madrileño gayfriendly) el pasado 18 de septiembre. 

Durante la marcha fascista se profirieron insultos hacia el colectivo LGTBI como “fuera sidosos de Madrid” o “fuera maricas de nuestros barrios”. 

De nuevo el odio hitleriano que retoña con bríos. De nuevo el ansia de exterminio de un colectivo social.

 La historia de persecución de los homosexuales no es nueva.

 Entre 1933 y 1945, la policía nazi a las órdenes del jefe de las SS, Heinrich Himmler, arrestó a más de 100.000 hombres sospechosos del “delito de homosexualidad”. 

La mitad fueron condenados y recluidos en prisiones alemanas. De ellos, entre 5.000 y 15.000 fueron internados en campos de trabajo, donde se les marcaba como animales con un triángulo rosa. 

Pierre Seel fue la única víctima francesa que llegó a testificar sobre su deportación por homosexual durante la Segunda Guerra Mundial.

 En su libro Moi, Pierre Seel, déporté homosexual, publicado en 1994, relata sus terroríficas experiencias en el infierno nazi: “No había solidaridad para los prisioneros homosexuales; pertenecían a la casta más baja.

 Otros prisioneros, incluso cuando estaban solos, solían emplearlos de blanco”. 

Algunos parecen empeñados en que hagamos ese peligroso viaje de retorno al pasado. 

 Odio contra las mujeres, odio contra los homosexuales y odio contra los inmigrantes, la tercera parte del triángulo maldito contra el que los nuevos fascistas vuelcan todo su odio.

 Vox ha elevado a la categoría de grandes villanos a los “menas” (menores extranjeros no acompañados). 

Los ultras han generado una auténtica alarma social a cuenta de un grupo social cuyos delitos apenas suponen una parte insignificante de los que se cometen cada año en nuestro país. 

En España hay unos 12.300 menores extranjeros (según datos oficiales de 2019). 

De ellos, el 82 por ciento no aparece en los ficheros policiales, es decir, solo un 12 por ciento ha cometido delitos graves, como hurtos y robos con violencia, mientras que el 6 por ciento está siendo investigado por cuestiones menos graves, como daños o robos de menos de 400 euros. 


 

Conclusión: los “menas” no disparan los índices de delincuencia ni suponen un gasto de 1.000 millones al año, tal como denuncia Vox en otro de sus fabulosos bulos que no tiene más objetivo que propagar el miedo y la fobia a un enemigo que en realidad no existe. 

 Al igual que el viejo fascismo construyó el mito del judío como gran amenaza para la raza aria y el Estado alemán, hoy otros tratan de hacer lo mismo con otros colectivos a los que eligen como chivos expiatorios y blanco de su obsesivo trastorno racista.

 Cuando el país va mal, lo fácil es estigmatizar y criminalizar a un grupo social, señalarlo como culpable de todos los males de la humanidad y emprender una operación política para expulsarlos del país.

 Esta persecución contra determinadas minorías podría incurrir en un delito de odio, pero la Justicia no lo entiende así. 

Todavía colea la polémica sentencia del TSJ de Madrid que considera “libertad de expresión” la infame campaña de publicidad (goebelsiana habría que decir) puesta en marcha contra los “menas” por el partido político Vox en los días previos a las pasadas elecciones autonómicas madrileñas. 

Recuérdese que para los magistrados del TSJ el eslogan “un mena, 4.700 euros al mes; tu abuela 426 euros de pensión/mes” –junto a las imágenes confrontadas de una dulce abuelita y de un joven inmigrante enmascarado como si se tratara de un peligroso yihadista del ISIS–, no suponía un delito de odio. 

A partir de esa resolución, ¿qué más se puede esperar de una Justicia como la española que tolera una y otra vez el mensaje duro fascista?  

 El odio está presente en nuestras vidas y en todos los ámbitos de la sociedad. 

El reciente procés independentista en Cataluña ha servido para retroalimentar la “catalanofobia” y la “españolofobia”. Durante más de cuatro años, desde uno y otro lado de la trinchera se han lanzado mensajes que han estado a punto de acabar con la convivencia social.

 Al discurso falaz del Espanya ens roba (España nos roba) se ha contrapuesto desde el bando españolista el “a por ellos oé” y el boicot a los productos comerciales catalanes en una especie de guerra del odio por el odio en el que todos pierden y nadie gana.

 Ahora la mesa de negociación de Cataluña que ha impulsado el Gobierno de Pedro Sánchez trata de tender puentes de entendimiento entre el Estado español y la Generalitat de Pere Aragonès, pero visto que, hoy por hoy, la corriente del odio se impone a todo intento de consenso y concordia, las probabilidades de que el diálogo triunfe son más bien escasas. 

 Redes sociales. Una neurología del odio Todos estos discursos violentos se difunden hoy a través de las redes sociales, auténtico altavoz para el odio de todo tipo.

 El hater encuentra en estos lugares cibernéticos el escondite perfecto desde el que lanzar, a menudo con identidades y perfiles falsos, furibundos ataques contra todo y contra todos. 

Se trata sin duda de odiar por odiar, una violencia gratuita y sin sentido consecuencia de la crisis de valores por la que atraviesa Occidente. 

Las redes sociales están siendo seriamente cuestionadas y no pocos famosos han decidido abandonarlas tras ser sometidos a una persecución implacable con insultos e incluso amenazas de muerte. 

Da la sensación de que los nuevos canales de comunicación se han convertido en territorio sin ley donde todo vale y donde se puede desprestigiar a cualquier personaje público sin ningún límite, freno, ni control.

 Facebook, Youtube y Twitter se han comprometido a aumentar los controles y filtros de seguridad, pero de momento el problema no parece tener solución. 

 El Consejo de Derechos Humanos de la ONU ya ha debatido sobre cómo poner coto a los discursos de odio en las redes sociales, donde las personas especialmente vulnerables (minorías raciales y sexuales) se sienten indefensas ante la jauría que suele atacar en manada. 

Es paradigmático el ejemplo del acoso racista que sufrieron los jugadores negros de la selección inglesa tras fallar los penaltis decisivos en la final de la pasada Eurocopa de fútbol. 

Marcus Rashford, Jadon Sancho y Bukayo Saka erraron la pena máxima después de un ajustado final (1-1 contra Italia tras la prórroga). 

Inglaterra no pudo hacer realidad el sueño de ganar un título 55 años después y las redes sociales se llenaron de desalmados profiriendo todo tipo de insultos racistas hacia los jugadores. 

La Federación Inglesa se mostró “consternada”, el Gobierno británico tuvo que tomar cartas en el asunto y el episodio quedó como una de las páginas más tristes e infames de la historia del deporte. 

 Hoy nuevas formas de odio se abren paso en las sociedades modernas, como la misandria (odio o aversión a los hombres como reacción al machismo), la misantropía (odio a la especie humana en general), las discriminaciones por razones lingüísticas, el edadismo (odio a personas de una determinada franja de edad) o la aporafobia (repugnancia, rechazo o temor obsesivo a los pobres).

 Este término, acuñado por la filósofa española Adela Cortina, sirve para explicar por qué no marginamos al inmigrante con dinero ni al deportista negro que se ha convertido en multimillonario y sí a las personas sin recursos económicos.

 Aquel que cae en la aporafobia suele creer que los necesitados “están en la calle porque quieren” o “son todos unos vagos y unos delincuentes por naturaleza”.

 Según una investigación realizada en 2015 por el Observatorio de Delitos de Odio, en España el 47 por ciento de las personas sin hogar ha sufrido este tipo de racismo y de estas el 81 por ciento reconoce haber sido víctima en más de una ocasión.

 En octubre de 2018, el Senado aprobó por unanimidad la toma en consideración de una proposición de ley presentada por Unidos Podemos que persigue incorporar la aporofobia como agravante en el Código Penal, lo que da una idea de la importancia del fenómeno al que nos enfrentamos.  

 La Guerra Civil española, culminación del odio entre españoles. El odio se puede expresar a través de múltiples formas, como el abuso verbal (insultos, bromas de mal gusto y apelativos peyorativos), la intimidación, ataques físicos, amenazas, ciberacoso, daños a la propiedad del grupo atacado, grafitis ofensivos… 

Un auténtico conflicto social global que preocupa y mucho.

 Hoy los neurólogos tratan de desentrañar por qué el odio nos lleva a la violencia y a la guerra. Ignacio Morgado Bernal, catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, explica que mediante resonancia magnética funcional se ha podido comprobar que cuando una persona contempla la fotografía de otra a la que odia se activan varias regiones de su cerebro.

 Curiosamente, se trata de partes que participan también en la percepción de sentimientos como el desdén y el asco. “No es extraño, por tanto, que estén implicadas en el odio.

 Ese conjunto de estructuras con diversas funciones es lo que podríamos considerar como un circuito del odio, sin excluir por ello otras menos observadas que también puedan intervenir, pues tampoco son muchos los experimentos realizados hasta la fecha que nos puedan informar de ello”, explica el experto.  

La activación de la corteza prefrontal medial que tiene lugar en la persona que odia es especialmente significativa. Esa parte del cerebro, involucrada en el razonamiento, se activa más fuertemente cuando pensamos en nosotros mismos, en nuestra familia o en alguien por quien nos preocupamos, pero menos cuando meditamos sobre aquellos que piensan de otro modo o nos son indiferentes. 

De esta manera, el mecanismo cerebral nos lleva a ver a los vagabundos más como objetos que como auténticas personas. “Se ha dicho que del amor al odio hay sólo un paso, por lo que no es extraño que algunas de las estructuras cerebrales que se activan para el odio lo hagan también cuando las personas se enamoran”, asegura el catedrático Morgado.  

Si es cierto que existe una base biológica que activa el odio, quizá en un futuro no muy lejano pueda tratarse con fármacos. 

De momento sabemos que el mal se contagia. Protejámonos tanto como podamos para no caer enfermos y evitar terminar como aquel Pitufo Gruñón que, poseído por el trastorno, andaba huraño por las esquinas mascullando entre dientes aquello de “odio odiar”.

 

  https://diario16.com/odio-el-gran-mal-de-nuestro-tiempo-ii/


 

viernes, 3 de diciembre de 2021

Vox convierte a los «menas» en los nuevos judíos del nazismo posmoderno

 

  Vox convierte a los «menas» en los nuevos judíos del nazismo posmoderno Ayuso y la formación ultraderechista acuerdan auditorías en los centros de internamiento de jóvenes inmigrantes

 *

 Isabel Díaz Ayuso y Vox han llegado a un acuerdo para llevar a cabo auditorías en los centros de internamiento para jóvenes inmigrantes (a los que llaman despectiva y xenófobamente “menas”). De esta manera, según dicen los firmantes, se reducirán gastos innecesarios y acabarán con “los chiringuitos” socialcomunistas.

 Lo de esta gente de la extrema derecha es una chifladura sin fin: son capaces de registrar las austeras habitaciones y las modestas literas de los pobres muchachos extranjeros que no tienen nada en la vida mientras se oponen, una y otra vez, a fiscalizar con luz y taquígrafos las grandes fortunas que se llevan la riqueza de España a los paraísos fiscales. 

 Vox ya ve “menas” en todas partes. Si la delincuencia se dispara, culpa de los “menas”. Si la economía va mal (que no es el caso), el culpable es el “mena”. Y si la pandemia no termina de erradicarse, eso es que los “menas” van por ahí contagiando al personal.

 Los menores no acompañados se han convertido en los grandes demonios con rabo y cuernos de la extrema derecha, los nuevos judíos del totalitarismo demagógico y supremacista.

 En Madrid uno ya no puede subir a un autobús o a un metro sin escuchar una conversación sobre leyendas urbanas de “menas”, diabólicos monstruos mitológicos que se aparecen en las peores pesadillas del supremacista con chaleco y monóculo. 

A fuerza de repetir la mentira, la paranoia fascista ha convertido a estos muchachos, muchos de ellos menores de edad, en zombis peligrosos, bichos contagiosos, apestados. 

 En realidad, pocos han visto un “mena” de carne y hueso (tampoco un okupa, otro ser fantástico salido de la degenerada mente neofascista), lo cual no es de extrañar, ya que este grupo social minoritario apenas representa un cero, coma cero, cero, cero por ciento de la población. 

Es decir, un porcentaje insignificante. Esto quiere decir que sería más fácil encontrar un grano de arroz en una playa que un “mena” deambulando por nuestras ciudades.

 Pero el rechazo a estos chicos desgraciados que llegan a nuestro país con una mano delante y otra detrás y a los que se criminaliza como terroristas (un relato cien por cien racista) ha calado hondo y empieza a propagarse por las grandes ciudades, mayormente por los barrios ricos y residenciales, donde vive la gente aristócrata y pudiente que le tiene miedo a todo.

 Un millonario es, ante todo, un ser temeroso de que le arrebaten lo que tiene y si un partido como Vox le pone delante al enemigo corporeizado, materializado, ya puede dejar en segundo plano otros fantasmas más o menos etéreos, como el Gobierno bolivariano que amenaza con subir los impuestos a las grandes fortunas (un peligro irreal, ya que Sánchez no se atreve), el inminente hundimiento de la Bolsa, el terror al crack financiero que llega cíclicamente con su lluvia de magnates y potentados cayendo de los rascacielos, el canguelo ante el rebelde indepe, el pavor a los homosexuales y lesbianas que van contra la familia tradicional y la fobia al ateo que hace temblar los cimientos de la cristiandad, del país y del mundo civilizado tal como lo conocemos. 

Los elitistas votan Vox porque Abascal les dice a lo que hay que tener miedo, mayormente al “mena” narcosatánico portador de todos los males del mundo, y así ellos ya no tienen que pararse a pensar nada (pensar quita mucho tiempo a la piscina, al campo de golf, al shopping y al cóctel y por ahí no pasan las élites). 

 Ahora las clases medias y bajas también empiezan a mirar a la extrema derecha con curiosidad y fascinación, pero el fenómeno del paria de la famélica legión que cae en las redes del voxismo, en la idea de un mundo con menos “menas”, es muy diferente al del señorito que lleva el tradicionalismo reaccionario en su ADN y lo transmite de generación en generación.

 El proleta que baraja votar verde lo hace porque se siente abandonado por la izquierda; porque aunque en su día votó a Unidas Podemos aún sigue en el arroyo, como siempre; y por rabia, sobre todo por una profunda, enquistada y sincera rabia contra el sistema. 

 Ya tenemos, por tanto, dos perfiles de votante español de la nueva ultraderecha posmoderna: el noble de toda la vida que quiere seguir manteniendo sus privilegios ancestrales y el desarrapado/desesperado que ya no sabe a quién votar porque todos le salen rana y está dispuesto a darle su papeleta a un mono, si es preciso, con tal de hacerle daño al establishment. 

 Decía Miguel de Unamuno que el fascismo se cura leyendo y el racismo viajando, pero nos da que la sentencia del maestro, brillante sin duda en su época, ha perdido algo de vigencia. 

Hoy el que más y el que menos tiene algún libro en su casa y ha ido a París de luna de miel con la parienta, de modo que la masa vota fascismo simple y llanamente porque la única vacuna que existe contra el odio es la memoria histórica y esa ya la perdimos hace mucho tiempo.

 Los europeos vuelven a probar suerte con el nazismo porque Auschwitz queda muy lejos, no solo en el tiempo sino en el espacio, y porque además ya se han encargado los historiadores fascistas de borrar el pasado, reinterpretar los hechos y servir esa basura negacionista en las altas cunas y en los barrios bajos. Éric Zemmour, la nueva estrella de la ultraderecha francesa, no es más que una nueva vuelta de tuerca en el delirio neonazi que se propaga por el viejo continente.

 El personaje triunfa porque se atreve a soltar las salvajadas que nadie se atreve a decir (ni siquiera Marine Le Pen, que ya es decir). “La mayoría de los traficantes son negros y árabes”, afirma sin rubor. 

O sea, pura rabia contra el sistema, pura alergia a los derechos humanos, puro odio a la misma especie humana. 

 

  https://diario16.com/vox-convierte-a-los-menas-en-los.../

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viernes, 26 de noviembre de 2021

El cerebro reptiliano de Vox

 

  El cerebro reptiliano de Vox

 Los diputados ultras vetan una declaración institucional en apoyo a las 1.118 mujeres asesinadas por sus parejas

 

Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, el Congreso de los Diputados recordó ayer a las 1.118 asesinadas por sus parejas desde el año 2003. Una mujer muerta cada seis días en nuestro país. 

 

 Era una de esas sesiones para que el Parlamento, sede de la soberanía nacional, suscribiera una resolución de país, un texto conjunto y unánime del que todos nos sintiéramos orgullosos. 

 

Un día no para la política basura, ni para el insulto o el gañido mitinero, sino para arropar a las víctimas, para los elevados sentimientos, para hacer valer la fuerza del Estado de derecho frente a los agresores que, hoy por hoy, tienen amenazadas a más de 50.000 mujeres (la mayoría llevan una pulsera telemática porque temen que el verdugo aparezca en cualquier momento para acabar con ellas).

 

 La Cámara Baja había logrado consensuar una declaración institucional impulsada por PSOE y Unidas Podemos y Meritxell Batet la propuso para votación, pero una vez más Vox fue el único partido que la vetó y finalmente la resolución no pudo salir adelante al no existir unanimidad. 

 

 El partido de Santiago Abascal, en otro momento para la historia de la infamia, decidió jugar al electoralismo más abyecto, se puso de perfil para dar satisfacción a su parroquia y echó tierra encima de la memoria de las fallecidas. O sea, que fue como si las hubiesen matado dos veces: la primera a manos del bruto maromo; la segunda en la negra sesión de ayer, cuando la tropa ultra las humilló moralmente.

 

 Pocos episodios más crueles y desalmados se han vivido en las Cortes desde la instauración de la democracia.

 

 Una vez rechaza la declaración institucional, Batet tomó la palabra para leer su propio discurso, que fue la voz de las asesinadas, la voz contra el genocidio machista.

 

 La presidenta del Congreso recordó a todas las víctimas, “directas e indirectas”, y recordó que “la violencia contra las mujeres constituye una violación de los derechos humanos y las libertades fundamentales e impide el total desarrollo de un Estado social y democrático de derecho”.

 

 En ese momento solemne la emoción se apoderó de todos los diputados y diputadas, que prorrumpieron en un sonoro aplauso, es decir, todos lo hicieron menos los 52 témpanos de hielo de Vox, los corazones de piedra, las esfinges o cachos de carne con ojos. 

 

Ninguno de ellos se sumó al aplauso colectivo y tampoco acudieron al acto en homenaje a las asesinadas que se celebró después en la Puerta del Sol. Para qué perder el tiempo con más de mil muertas.


 Nadie con un mínimo de sensibilidad se hubiese opuesto a una resolución que no era ni de izquierdas ni de derechas, ni progre ni conservadora, ni de unos ni de otros, sino simplemente un texto digno y decente en recuerdo a las martirizadas.

 

 Con la lógica en la mano, ¿quién con un mínimo de humanidad se hubiese negado a algo tan justo como recordar a las que ya no están con nosotros porque una mano asesina las acuchilló vilmente, o las disparó a traición, o las abrasó con fuego o ácido, o las envenenó, o las descuartizó, o las arrojó al vacío, o las estranguló, o las atropelló con el coche sin piedad? 

 

Lamentablemente, esos 52 diputados no son gente corriente, son seres de sangre fría o con el hemisferio cerebral derecho atrofiado (incapaces de sentir emociones), bichos raros traumatizados por algo secreto que solo ellos conocen y que no pueden discernir entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que es pura humanidad y sucia polítiquería.  

 

Ayer no se trataba de vencer una batalla más en esa odiosa guerra cultural en la que andan enfrascados y que solo ellos entienden; ni de debatir sobre feminismo con la izquierda podemita; ni siquiera de castigar a Pedro Sánchez con una sonora derrota parlamentaria. 

 

Solo se les pedía que se comportaran como personas de bien, decentes, honradas, y de no quedar como un unga unga sin civilizar salido de la caverna entre berridos y garrotazos. 

 

   ¿Pero qué le pasa a esta panda de inadaptados antisistema? ¿Acaso no tuvieron infancia? 

 

¿Fueron así de marcianos desde el mismo momento del nacimiento o es que han ido cayendo en el vicio del odio y la iniquidad a medida que la vida les fue dando palos como a todo hijo de vecino?

 

 A Paul D. MacLean, el famoso neurocientífico norteamericano, le debemos la teoría evolutiva del cerebro triúnico –el cerebro reptiliano (los impulsos), el sistema límbico (las emociones) y la neocorteza (actividad lógica y racional)–.

 

 Si es cierto que en la mente reptiliana –compulsiva y estereotipada–, radican las reacciones instintivas sin control ni filtro alguno, sus señorías de Vox se comportan como reptiles del Jurásico. Una extraña tribu chamánica y patriarcal dispuesta a maquillar a los caníbales que matan a sus mujeres en un enfermizo complejo de complicidad con el psicópata.

 

 Un clan de seres prehistóricos que rara vez hacen uso de los otros dos cerebros, el emocional y el intelectual, y que se dejan arrastrar por la venada o ventolera. Misántropos incapaces de vivir en sociedad ni de firmar un manifiesto contra la violencia como en su día tampoco lo hicieron los que daban amparo y cobijo político a los pistoleros de ETA.

 

 Trogloditas, ni más ni menos.  

 

El cerebro reptiliano de Vox




miércoles, 28 de abril de 2021

martes, 27 de abril de 2021

VOX. El mamporrero de Diaz Ayuso

 


VOX. El mamporrero de Diaz Ayuso

 

Si a alguien le podía quedar alguna duda, esta se ha despejado en los dos debates electorales que ha habido la semana pasada. Ha quedado claro que hay dos partidos de extrema de derecha que se presentan a las elecciones a la Comunidad de Madrid y uno, VOX, hace de mamporrero del otro, el PP de Ayuso. El PP y VOX están teniendo una actuación con un cierto grado de coordinación.

 

Para entender todo esto, es imprescindible hacer un diagnóstico claro de lo que representan PP y VOX. Ello ayudará a buscar la hoja de ruta más adecuado para luchar contra los movimientos de extrema derecha, fascistas o trumpistas. La verdad sea dicha, que en estos momentos los adjetivos no dejan de ser sinónimos, pues realmente todos estos adjetivos se están refiriendo a ideologías que tienen como misión principal apuntalar al capitalismo cuando ve que peligrar su dominación sobre la humanidad.

 

Es necesario precisar algunas cuestiones imprescindibles para entender todo lo que se está viviendo cara a las elecciones autonómicas de Madrid. El PP madrileño siempre ha sido el ala de extrema derecha dentro de la derecha extrema que representa el PP. La historia está ahí y no se puede ocultar. Por el PP de Madrid han pasado personajes de todo pelaje, pero todos han tenido un denominador común: han sido los exponentes más claros de lo que es la extrema derecha madrileña. 

 

Desde el siniestro Ángel Matanzos, concejal en el Ayuntamiento de Madrid,  pasando por Ruiz Gallardón. Un lobo de la extrema derecha con piel de cordero. El que era considerado progre en el PP, pero en cuanto tuvo la oportunidad enseñó la patita y terminando con Esperanza Aguirre, que llegó a ser la lideresa gracias al tamayazo y actual padrina política de Isabel Díaz Ayuso. La lista es superior, pero no es cuestión de extenderse en ella. Y VOX es el hijo que ha engendrado el PP.

 

Para definir a Diaz Ayuso se podría resumir diciendo que podría ser la candidata perfecta de VOX. Tendría que afinar alguna que otra frase suya a la hora de hablar al votante, pero quitando algún que otro matiz de barniz y pintura, el resto es lo mismo. Quizá por eso VOX en estos momentos siga subiendo el tono en sus manifestaciones, para que quede claro que la esencia de esa ideología les pertenece a ellos y no verse fagocitados en las urnas por Díaz Ayuso.

 

La estrategia de la extrema derecha para afrontar la campaña electoral de la Comunidad de Madrid no pasaba por asistir a los debates. Lo que ha ocurrido en el debate organizado por la Cadena SER no fue una forma aislada de actuar de VOX.  Se podría decir que en cierta forma ha sido una estrategia calculada al milímetro.

 

La extrema derecha madrileña, formada por VOX y Díaz Ayuso, no se podía permitir otro debate como el del miércoles pasado en Telemadrid. La candidata del PP tuvo que tragar con el debate que se celebró el pasado miércoles en esta cadena. Su no asistencia la hubiera dejado demasiado evidencia. La imagen de una candidata que huye de todo lo que sea confrontar ideas y propuestas con sus contrincantes políticos, con el agravante que la cadena organizadora era, nada más ni nada menos, que la televisión pública autonómica. 

 

Pero declinó asistir al resto de debates programados. Pasó el mal trago del miércoles dando una imagen de mala educación y un tanto chulesca. La señorita no da para más. La que fue responsable de la cuenta de Twitter de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre.

 

 Bueno, como esta señora está muy preocupada por el bilingüismo en la Comunidad de Madrid voy a coger prestada la denominación que le doy Gabriel Rufián: Community manager del perro de Esperanza Aguirre. Así queda más british. Ella sabe perfectamente que en el ámbito de contratar ideas tiene más posibilidades de perder que de ganar y no está para tomar riesgos innecesarios.

 

A partir de este momento, en todos los debates que se iban a producir se daba un desequilibrio que a nadie se le podía escapar. Los tres candidatos de la izquierda tenían claro cuál era el objetivo: Dejar al descubierto las políticas del PP en Madrid durante los últimos veinticinco años, la colaboración necesaria que ha tenido de Ciudadanos en los últimos seis años y la dependencia de un partido que representa el fascismo del siglo XXI, VOX. 

 

En el debate de Telemadrid la confrontación entre Gabilondo, Mónica García y Pablo Iglesias fue de guante blanco. Pero la actitud de la representante de VOX ya empezaba a dejarnos pistas de lo que nos podían deparar los debates futuros. Descalificaciones, insultos, interrupciones y mala educación por doquier.

 

La actitud de Pablo Iglesias en los preliminares del debate que se celebró el viernes en la Cadena SER entraba dentro de la lógica. El hecho de recibir una carta amenazando a él y a toda su familia con cuatro balas de cetme no es muy agradable y su postura de negarse a debatir con alguien que se niega a condenarlo hay que entenderla. 

 

Ahora bien ¿Fue inteligente el abandonar el debate? ¿Ha sido una decisión acertada que los candidatos del PSOE y Más Madrid no solo abandonaran ese debate, sino que se nieguen a hacer más debates con VOX? El tiempo lo dirá, pero lo que ocurrió en la Cadena SER ha sido una victoria que ha obtenido VOX, que en ningún momento ha querido que haya debates donde cada partido pueda exponer sus propuestas.

 

 El partido de extrema derecha es más de sacar ruido y lanzar bulos. Teniendo presente que a esos debates no iba a asistir Diaz Ayuso, uno acaba pensando que la más favorecida de la bronca que organizó la candidata de VOX haya sido Díaz Ayuso, pues en cada debate que se celebrase ella iba a ser la gran ausente y la representante de VOX se llevaría honor de defender el discurso de la extrema derecha en solitario.

 

Después de todo lo que ha sucedido, que nadie se llame a engaños, el votante de la extrema derecha madrileña está muy ufano. El perfil que ansían es el que ha tenido la representante de VOX en todos los debates y el que tuvo Díaz Ayuso el miércoles en Telemadrid. Insultos a otros candidatos, faltando al respeto, interrupciones, etc… 

 

Esto no deja de ser una copia de los líderes en los que se inspiran. Sin ir más lejos, en la campaña a las elecciones presidenciales norteamericanas Trump actuó de forma similar en los debates a los que asistió. Que nadie piense que los dos partidos de la extrema derecha madrileña vayan a perder un voto con las formas que han utilizado en los medios de comunicación.

 

 Muy al contrario. Su electorado es la esencia de la radicalidad que se alimenta de todo tipo de fake news a través de las redes sociales.

 

La izquierda española hasta ahora no se ha percatado que la actitud que la extrema derecha está teniendo con ella es la que tuvo hace unos años con los políticos independentistas catalanes ¿Ya nadie se acuerda de esas despedidas a la Policía y Guardia Civil que trasladaban a Catalunya y en la que se coreaba el grito de “a por ellos”? o¿La impunidad que tienen los ultras que asaltaron la librería Blanquerna de Madrid? 

 

Impunidad hasta el extremo que a día de hoy el Tribunal Constitucional ha suspendido el ingreso en prisión de los condenados. La extrema derecha lo único que ha hecho es cambiar el blanco de sus ataques y ahora la izquierda es la que está en su punto de mira.

 

Todo lo ocurrido ha dado un vuelco a la campaña y la izquierda ha pasado a enfocar la campaña entre democracia o fascismo. Algo que es real. Pero no hay que olvidar que la bandera del fascismo no solo la porta VOX. El PP de Ayuso se afana por alzar esa enseña con el mismo ahínco.

 

 Pero otra cosa muy diferente es si esa dicotomía ayuda a ganar las elecciones, porque todo lo que no sea obtener la derrota de la extrema derecha no deja de ser secundario. Y entrar en ese debate de democracia versus fascismo quizá sea restar fuerzas al debate en el que prima desmontar las políticas del PP en temas tan importantes como sanidad, educación, cuestiones sociales, corrupción, etc…

 

El discurso en un barrio de gente trabajadora, en el que sus habitantes, en el mejor de los casos, salen de su casa cuando las calles no están puestas para regresar justo para cenar y al día siguiente vuelta a empezar, todo ello para llevar un sueldo con el que es imposible llegar a fin de mes tiene que centrarse en sus problemas. Además de la denuncia del fascismo hay que explicarle que la Comunidad de Madrid es la que menos gasta por habitante en sanidad y educación y es la que lidera el gasto de sus habitantes en seguros sanitarios privados.

 

 Es decir, ciudadanos que pagan por tener una sanidad privada. Hay que recordarles que los recortes en educación han servido para llenar de dinero a la educación concertada y privada y esas son las políticas de la extrema derecha en Madrid y en otras partes del mundo. Y así en innumerables temas que los sufren diariamente. En resumen, no existe la democracia sin derechos fundamentales de carácter social.

 

Tengo la sensación que en el debate de polarizar entre democracia y fascismo, la extrema derecha de Madrid tiene todas las cartas para ganar. Olvidamos con facilidad que el dictador tuvo una muerte placida en una cama de un hospital, que los que controlaron el poder durante la dictadura han continuado los siquientes cuarenta años en puestos relevantes en los ámbitos políticos, económicos, judiciales, en los aparato policiales y militares siendo los que han controlado el relato. 

 


 

Y a todo eso hay que añadir la no desdeñable cantidad de medios de comunicación que controlan. Debería de hacernos pensar que el partido heredero del franquismo, el PP, en Madrid durante varias décadas ha obtenido mayoría absoluta sin despeinarse. En el Estado español todavía no se ha pasado la página del franquismo y la masa del partido que en la actualidad lo vitorea, VOX, hace menos de una década estaba toda en el PP.

 

En la izquierda hay una frase que se suele utilizar con frecuencia que dice que “con el fascismo no se discute, se le combate”. La literalidad de la frase no deja lugar a dudas, pero a día de hoy, el significado que en este caso se da al verbo combatir hay que ponerlo en contexto.

 

 La acepción actual va dirigida a combatir sus ideas y para ello cualquier foro de debate, tribunas o plató de medios de comunicación son las armas que hay que utilizar contra el fascismo. La extrema derecha no tiene cabida en nuestra sociedad, pero es necesario que en todo tipo de debates no se sienta cómoda y ello es imposible si no tienen enfrente a los partidos que les pueden hacer frente ante ese discurso. 

 

Y es evidente que no se puede caer en las provocaciones que andan buscando, utilizando como siempre los mismos recursos dialécticos. No sería de extrañar que esta semana utilizaran el comodín de ETA, porque el de Venezuela ya lo han utilizado Díaz Ayuso.

 

La misión de lograr un cambio en Madrid es lo suficientemente compleja y difícil como para renunciar de la noche a la mañana a asistir a ningún debate y entiendo las razones que han dado los tres partidos que se han negado.

 

En todo esto que se ha vivido no se puede olvidar el papel que han jugado los medios de comunicación, porque no hay que olvidar que la inmensa mayoría pertenecen a grupos económicos, lo que conlleva que anteponen sus intereses crematísticos al derecho a la información. 

 

Esa inmensa mayoría de medios de comunicación han normalizado el discurso de la extrema derecha española y un número no despreciable de ellos se han convertido en el altavoz de sus soflamas. Estos medios de comunicación han tildado de gobierno ilegítimo al gobierno de coalición PSOE-UP, utilizando términos como golpistas. 

 

 Han reído las gracias a los grupos de Whatsapp, en los que se han vertido amenazas y frases de odio. Todo ello tiene como finalidad el normalizar en la sociedad este discurso y este lenguaje golpista.

 

Cuando Xabier Arzallus denominó a un sector de la prensa madrileña como la Brunete mediática no fue un recurso verbal. Los definió de esa forma porque representaban los ideales del 18 de julio de 1936. Y el tiempo le ha venido a dar la razón.

 

 

 https://wp.me/paDq5F-5N

 

 


 

viernes, 9 de abril de 2021

La falsa batalla electoral en Vallecas, un barrio tolerante que combate a la ultraderecha

 

Vecinos de Vallecas se concentran contra el acto de Vox en la Plaza Roja. 
 

La falsa batalla electoral en Vallecas, un barrio tolerante que combate a la ultraderecha

 

Vox acudió al feudo histórico de la izquierda en Madrid para lanzar sus mensajes machistas, homófobos y racistas, lo que desde un primer momento se vio por los vecinos como una "provocación".

 

Son las 18.20 horas de la tarde del miércoles. Un grupo de personas acude a la Plaza del Nica, ubicada en el madrileño barrio de Vallecas, convocado por colectivos antifascistas. Una hora y media después, en la vecina Plaza de la Constitución, conocida como Plaza Roja, Vox presentaba su candidatura a las elecciones a la presidencia de la Comunidad de Madrid, lo que desde un primer momento se vio por los habitantes del feudo histórico de la izquierda en la capital como una "provocación".

 

"Vallecas no es un barrio violento, es de trabajadores. No tenemos tiempo para echarnos piedras a la cabeza. Si no trabajamos, no comemos", sostenía Álvaro, un mecánico de 35 años, ante lo que estaba a punto de ocurrir. Aún así, lo tenía claro: "Somos un barrio de izquierdas y la derecha viene para que al día siguiente ocupe las portadas. 

 

La crispación siempre se usa para barrer para un lado u otro el caladero de votos". Enfrente, las decenas de personas concentradas con camisetas feministas y lemas antifascistas se desplazaban poco a poco hacia el lugar que acapararía el foco mediático minutos después, la Plaza Roja.

 

Ni distancia social, ni permiso para un mitin: Vox se saltó las leyes en Vallecas

La formación ultraderechista camufló el evento como una supuesta "concentración" para esquivar la falta de permisos. Tras constatar que se estaba realizando un mitin sin permiso en el que sus asistentes no respetaban el metro y medio de distancia, los agentes desplegados en la zona evitaron tomar cualquier medida y se centraron en cargar contra los vecinos.

 

 

Vecinos de Vallecas responden al acto de Vox: "¿A qué vienen?"

  

 Vox ha colocado a los vecinos de Vallecas en el centro de la batalla política, pero ellos se defienden: "Somos un barrio tolerante y obrero". Un distrito, el segundo con menor renta de la capital, que se siente "abandonado" y que denuncia que "los servicios sociales no funcionan".

    

 

*

 Era la crónica de un altercado anunciado. Sobre el mediodía, PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos hicieron un llamamiento a los vecinos de Vallecas para evitar caer en la provocación del partido liderado por Santiago Abascal. "A la ultraderecha se la combate social y electoralmente, aislándola y alejándola de toda influencia de gobierno".

 

 Si bien, el día amaneció con varias pancartas situadas en diferentes puntos de la zona que dejaban clara cuál era la postura de los vecinos ante la visita del partido ultra. "Fuera fascistas de nuestros barrios", se leía en una. "Pintando esta pancarta ya hemos trabajado más que tú", ironizaba otra.

 

El que fuera un municipio del sur de la capital hasta 1950 se divide hoy en dos distritos: Puente de Vallecas y Villa de Vallecas. Ambos suman 355.379 habitantes, según los datos ofrecidos por el Ayuntamiento de Madrid a 1 de enero de 2020, siendo este uno de los barrios más poblados de Europa. Casi 63.000 personas son inmigrantes, un 33,2% del total.

 

 De estas, 39.566 proceden de América Latina, el Caribe y África, población contra la que la formación de extrema derecha centra su discurso en aras de sembrar en ella una falsa amenaza.

 

Las últimas estadísticas difundidas por la Agencia Tributaria en octubre de 2020 reflejan la clara desigualdad entre las diferentes zonas de la ciudad, siendo estos distritos dos de los peores parados (junto a Usera y Villaverde). De esta forma, la renta media de un hogar en Puente de Vallecas se estanca en 17.795 euros, mientras que la de Villa de Vallecas se sitúa en 25.500 euros.

 

 "Este barrio lleva abandonado más de 25 años. Pintan paredes antes de las elecciones para que tenga otro aspecto, pero está dejado desde que entró el primer Gobierno autonómico del PP", añadía Álvaro.

 

"Deberían de pasarse siempre para ver cómo está el barrio, no solo para sacarse la foto. Que se pasen por el banco de alimentos para ver lo que hay", criticaba Nuria (41 años), camarera de un bar ubicado en la calle del Arroyo del Olivar. Su jefa, Alexandra (29 años), visiblemente molesta, remataba que los políticos "de todos los colores se tendrían que pasar más a menudo para ver todos los problemas

 

Esto es un día a día". Preguntada por el paso de la pandemia, que ha golpeado especialmente a los sectores dedicados al ocio y al turismo, esta hostelera deslizaba que "Ayuso es la única que algo nos ha beneficiado por no cerrar", aunque inmediatamente matizaba: "No he recibido ningún tipo de ayuda. Sólo inconvenientes y problemas".

  

 

La Comunidad de Madrid ha sido el principal bastión del PP desde que Alberto Ruiz Gallardón ganara los comicios de junio de 1995. En las elecciones autonómicas de mayo de 2019, el PP con Isabel Díaz Ayuso como candidata, obtuvo el peor resultado de su historia en esta región (30 diputados). Sin embargo, los 26 escaños de Cs y el apoyo de los 12 de Vox mantuvieron a esta formación al frente de la Puerta del Sol.

 

"La gente de Vox, por el discurso que tiene, no es bien recibida. Vallecas es un barrio de izquierdas, multicultural, con mucha población inmigrante. Es un barrio tolerante, pero esta gente viene a llamar la atención", resumía Genaro este miércoles con cierto orgullo. Este funcionario de 60 años recuerda que en las elecciones autonómicas de 2019, el partido de extrema derecha también "se paseó" por la zona, aunque de una forma menos mediática. De poco o nada les sirvió.

 

Vallecas, barrio obrero por excelencia, está considerado como el cinturón rojo de la capital. Los resultados electorales así los atestiguan: la derecha nunca ha logrado imponerse a la izquierda. En los comicios autonómicos de mayo de 2019, Vox rascó apenas 8.382 votos entre los dos distritos. Fue la sexta y última fuerza, muy por detrás incluso de Cs y PP (tercera y cuarta, sucesivamente). El PSOE fue el partido más votado con 49.633 sufragios. Más Madrid obtuvo 33.839 papeletas y Unidas Podemos 12.807.

Las encuestan de cara a las elecciones del 4 de mayo pronostican malos resultados para la extrema derecha, no sólo en este barrio, sino a nivel regional. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicado el pasado lunes, Vox superaría por sólo cuatro décimas la barrera del 5% necesaria para formar grupo.

 

 Ante el riesgo de quedarse fuera de la Asamblea de Madrid, el partido de Abascal eligió la mítica plaza del Puente de Vallecas para lanzar sus mensajes machistas, homófobos y racistas, en busca de una falsa batalla en la que dar un golpe de efecto, aunque lo único que consiguió fue "generar crispación", como así lo denunciaron los vecinos.

 

A las 19.00 horas del miércoles, instantes antes de que comenzara su acto de precampaña, un fuerte cordón policial separaba a los asistentes al mitin de Vox (alrededor de 200 personas), así como a las decenas de periodistas y fotógrafos, de los centenares de vecinos que rodeaban la plaza. "Aquí están los antifascistas", "Abascal, ponte a trabajar", "No pasarán", "Más vallecanos y menos cayetanos", y "Fuera fascistas de nuestro barrio" fueron algunas de las consignas que los manifestantes lanzaron de forma pacífica contra la formación de extrema derecha.

 

 Algunos fieles a la formación ultra, a las espaldas de los agentes de la UIP, respondían con sorna a las críticas. Sacaban sus banderas rojigualdas y, con la lengua fuera, les hacían la peseta.

 

 
 
El líder de Vox, Santiago Abascal, interviene durante el acto en Vallecas 

 

Santiago Abascal fue el primero en tomar la palabra, pero los antifascistas del barrio hacían más ruido. Fue entonces cuando el líder de Vox se bajó del atril, acompañado de escoltas, dirigentes del partido y afines para encararse con los manifestantes, saltándose previamente el cordón policial

 

 A partir de este momento, los agentes de la UIP cargaron contra los vecinos de Vallecas y algunos periodistas. Botellas y piedras volaron desde la zona de césped que rodea la plaza hacia el centro de la misma. 

 

También, desde este lado, fueron varios los seguidores de Vox que devolvieron vía aérea algunos de estos objetos. El partido ultra ya tenía lo que quería: el caos se había apoderado de la situación.

 

Minutos después, en medio de una calma tensa, Abascal volvió a tomar la palabra. Mientras lanzaba bulos sobre los menores no acompañados, a unos 100 metros, Daniel (51 años) afeaba que la "presencia de Vox había provocado esa batalla campal". 

 

Este albañil, original de Perú, lleva 38 años viviendo en el barrio. "Pago mis impuestos, respeto las normas y me siento como un ciudadano más", decía para desquitarse de los ataques que salían de la boca de los miembros del partido que acompañaron a Rocío Monasterio (cabeza de lista de Vox) hacia los migrantes.

  

Con las luces de las farolas encendidas, Lucía, vecina de Vallecas, abandonaba los alrededores de la Plaza Roja despavorida. "Que venga la extrema derecha a un barrio que dice que es un estercolero y marginal me parece que es provocar, me parece una vergüenza". Esta profesora de 23 años hacía referencia a algunos de los insultos que algunos dirigentes del partido han vertido contra los barrios humildes.

 

Este jueves, un día después del acto, los vallecanos mostraban su preocupación por los disturbios. Conscientes de que las imágenes difundidas criminalizan aún más a esta población, lamentan que Vox haya usado este escenario para captar votos de otros barrios. "Vallecas se tenía que defender contra Vox. 

 

¿A qué vienen? ¿Tienen que recurrir a estos métodos para que les voten? Es vergonzoso", sentencia Victoria (74 años).