viernes, 26 de noviembre de 2021

El cerebro reptiliano de Vox

 

  El cerebro reptiliano de Vox

 Los diputados ultras vetan una declaración institucional en apoyo a las 1.118 mujeres asesinadas por sus parejas

 

Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, el Congreso de los Diputados recordó ayer a las 1.118 asesinadas por sus parejas desde el año 2003. Una mujer muerta cada seis días en nuestro país. 

 

 Era una de esas sesiones para que el Parlamento, sede de la soberanía nacional, suscribiera una resolución de país, un texto conjunto y unánime del que todos nos sintiéramos orgullosos. 

 

Un día no para la política basura, ni para el insulto o el gañido mitinero, sino para arropar a las víctimas, para los elevados sentimientos, para hacer valer la fuerza del Estado de derecho frente a los agresores que, hoy por hoy, tienen amenazadas a más de 50.000 mujeres (la mayoría llevan una pulsera telemática porque temen que el verdugo aparezca en cualquier momento para acabar con ellas).

 

 La Cámara Baja había logrado consensuar una declaración institucional impulsada por PSOE y Unidas Podemos y Meritxell Batet la propuso para votación, pero una vez más Vox fue el único partido que la vetó y finalmente la resolución no pudo salir adelante al no existir unanimidad. 

 

 El partido de Santiago Abascal, en otro momento para la historia de la infamia, decidió jugar al electoralismo más abyecto, se puso de perfil para dar satisfacción a su parroquia y echó tierra encima de la memoria de las fallecidas. O sea, que fue como si las hubiesen matado dos veces: la primera a manos del bruto maromo; la segunda en la negra sesión de ayer, cuando la tropa ultra las humilló moralmente.

 

 Pocos episodios más crueles y desalmados se han vivido en las Cortes desde la instauración de la democracia.

 

 Una vez rechaza la declaración institucional, Batet tomó la palabra para leer su propio discurso, que fue la voz de las asesinadas, la voz contra el genocidio machista.

 

 La presidenta del Congreso recordó a todas las víctimas, “directas e indirectas”, y recordó que “la violencia contra las mujeres constituye una violación de los derechos humanos y las libertades fundamentales e impide el total desarrollo de un Estado social y democrático de derecho”.

 

 En ese momento solemne la emoción se apoderó de todos los diputados y diputadas, que prorrumpieron en un sonoro aplauso, es decir, todos lo hicieron menos los 52 témpanos de hielo de Vox, los corazones de piedra, las esfinges o cachos de carne con ojos. 

 

Ninguno de ellos se sumó al aplauso colectivo y tampoco acudieron al acto en homenaje a las asesinadas que se celebró después en la Puerta del Sol. Para qué perder el tiempo con más de mil muertas.


 Nadie con un mínimo de sensibilidad se hubiese opuesto a una resolución que no era ni de izquierdas ni de derechas, ni progre ni conservadora, ni de unos ni de otros, sino simplemente un texto digno y decente en recuerdo a las martirizadas.

 

 Con la lógica en la mano, ¿quién con un mínimo de humanidad se hubiese negado a algo tan justo como recordar a las que ya no están con nosotros porque una mano asesina las acuchilló vilmente, o las disparó a traición, o las abrasó con fuego o ácido, o las envenenó, o las descuartizó, o las arrojó al vacío, o las estranguló, o las atropelló con el coche sin piedad? 

 

Lamentablemente, esos 52 diputados no son gente corriente, son seres de sangre fría o con el hemisferio cerebral derecho atrofiado (incapaces de sentir emociones), bichos raros traumatizados por algo secreto que solo ellos conocen y que no pueden discernir entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que es pura humanidad y sucia polítiquería.  

 

Ayer no se trataba de vencer una batalla más en esa odiosa guerra cultural en la que andan enfrascados y que solo ellos entienden; ni de debatir sobre feminismo con la izquierda podemita; ni siquiera de castigar a Pedro Sánchez con una sonora derrota parlamentaria. 

 

Solo se les pedía que se comportaran como personas de bien, decentes, honradas, y de no quedar como un unga unga sin civilizar salido de la caverna entre berridos y garrotazos. 

 

   ¿Pero qué le pasa a esta panda de inadaptados antisistema? ¿Acaso no tuvieron infancia? 

 

¿Fueron así de marcianos desde el mismo momento del nacimiento o es que han ido cayendo en el vicio del odio y la iniquidad a medida que la vida les fue dando palos como a todo hijo de vecino?

 

 A Paul D. MacLean, el famoso neurocientífico norteamericano, le debemos la teoría evolutiva del cerebro triúnico –el cerebro reptiliano (los impulsos), el sistema límbico (las emociones) y la neocorteza (actividad lógica y racional)–.

 

 Si es cierto que en la mente reptiliana –compulsiva y estereotipada–, radican las reacciones instintivas sin control ni filtro alguno, sus señorías de Vox se comportan como reptiles del Jurásico. Una extraña tribu chamánica y patriarcal dispuesta a maquillar a los caníbales que matan a sus mujeres en un enfermizo complejo de complicidad con el psicópata.

 

 Un clan de seres prehistóricos que rara vez hacen uso de los otros dos cerebros, el emocional y el intelectual, y que se dejan arrastrar por la venada o ventolera. Misántropos incapaces de vivir en sociedad ni de firmar un manifiesto contra la violencia como en su día tampoco lo hicieron los que daban amparo y cobijo político a los pistoleros de ETA.

 

 Trogloditas, ni más ni menos.  

 

El cerebro reptiliano de Vox




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