Imagen: Ilustración de Castelao
* “Todo por la Patria, la religión y la familia”
-Vengo a por tu hija Luisita que tiene buenas tetas- le dijo Borja del Castillo aquella madrugada a Julián Casares Padrón, cuando se bajó del coche escoltado por tres falangistas armados: -Pero si es una niña, todavía no ha cumplido los quince años- contestó el humilde campesino del barranco de La Virgen en Valsendero, municipio de Valleseco, Gran Canaria.
Entonces entre una fina lluvia nieve del noviembre del 37 el joven jefe falangista lo tomó por el cuello y le puso la pistola en la cabeza: -Atente a las consecuencias, sabes que te vimos en la huelga de los tomateros del Conde de la Vega Grande; o ella o tú, aunque la prefiero a ella para follármela a gusto-
-Pues llévame a mi abusador que no tienes los cojones de enfrentarte a mi tu solo, de hombre a hombre, si no vienes con estos sicarios y esas pistolas puto cobarde- le dijo el jornalero de espaldas anchas y brazos de hierro del trabajo duro en el campo desde que tenía siete años.
Sobre la marcha, ante el asombro del resto hombres de azul, el hijo menor de la Marquesa le disparó en la cabeza sin mediar palabra, saltando medio cerebro destrozado contra la pared del alpendre ante el terror de las cabras, del pobre perro bardino Felipe, que salió aterrado y aullando, corriendo ladera abajo hacia el riachuelo de la galería de agua.
Allí quedó su cuerpo echando un chorro de sangre por su cráneo destrozado, mientras dos flechas sacaban a la muchacha todavía en camisón entre las risas de los nazis, que le hacían tocamientos bajo el vestido: -Déjenla pa mi carajo, ya se las entregaré cuando me canse, dijo aquel hijo de los «grandes de España».
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