Plaza de Santa Ana, Vegueta, Las Palmas GC, 1905
«La gran mayoría de las fortunas de los que hoy son millonarios en Canarias y España hicieron sus fortunas con las propiedades robadas a las personas asesinadas durante el franquismo, mataban impunemente para quedarse con todo, ese es uno de los motivos por los que cuatro cabrones no quieren que se abra la fosa de Vegueta.
Más de uno de los asesinos le robó todo casas, fincas y terrenos a los que siguen aún enterrados en ese agujero del crimen…»
Antonio Cerpa Rodríguez, abogado y notario en los años del genocidio
La casa robada Memoria Histórica
Después del fusilamiento de mi abuelo llegaron en un coche negro con chófer a las tres semanas dos hombres bien vestidos con trajes elegantes y caros, sombreros americanos de los que sólo usaba la gente adinerada, traían una notificación con el escudo de Falange, mi abuela no sabía leer ni escribir, solo entendió que tenía que pagar una multa de doscientas pesetas: -¿Me lo fusilan y tengo encima que pagarles?- alcanzó a decirles muy tocada por el reciente asesinato de su hijo de cuatro meses y el posterior fusilamiento de Pancho.
Los hombres se troncharon de risa, insensibles a su dolor, a su luto ya eterno con apenas treinta y cinco años: -Es la Ley Lolita si no firma nos la tendremos que llevar con nosotros al cuartelillo de Las Palmas- dijo el más alto con bigote finito, gafas de sol negras y una insignia pequeñita en el pecho, que mostraba en oro muy brillante el yugo y las flechas. Lola, puso su dedo gordo sobre un tampón de tinta azul colocándolo luego en el documento a modo de firma dactilar.
En ese momento pasaba por allí renqueante por su cojera de nacimiento el jefe falangista de Tamaraceite, Manolo Acosta, acompañado de su amigo el estudiante de farmacia, Vicente Artiles, ambos uniformados: -¿Qué pasa con Lola camaradas? Ella nunca ha estado en política ¿No saben lo que ha sufrido esta mujer? exclamó muy serio Acosta mientras su acompañante asentía con la cabeza.
Los cuatro se apartaron unos metros de la viuda y uno de los funcionarios sacó de una carpeta unas escrituras muy viejas por el color de los desgastados papeles que podían tener siglos por su aspecto amarillento: -Nos manda su excelencia el jefe provincial de prensa y propaganda, es que hay una propiedad de un fallecido clérigo, tío del fusilado, en la calle Reyes Católicos de Vegueta, que tiene un gran valor; y que está pobre desgraciada que no tiene dónde caerse muerta no tiene porqué heredar, como no podrá pagar tampoco la multa se pondrá a nombre de don Agustín, son órdenes de arriba que de ninguna forma se pueden obviar- afirmó solemne el fascista más viejo que llevaba un reloj de plata con un cordón de oro en el bolsillo de su chaqueta que miraba cada momento como si tuviera prisa.
Los dos vecinos muy conocidos en el pueblo abandonaron el corro improvisado; y Artiles le dio unas palmadas con cara de pena en la espalda de Lola, saludando con el brazo izquierdo sonriente a los tres huérfanos que se asomaban aterrados por la rendija de la puerta medio abierta de la humilde vivienda.
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