Ni Europa ni España tienen problemas graves que
atender, de ahí que periódicamente, sobre todo entre nosotros, surja
como un vendaval la cuestión venezolana como si fuese algo crucial para
nuestro futuro.
Ningún otro país del mundo ocupa tantas páginas de
periódicos ni tantas horas de informativos audiovisuales.
Venezuela es el corazón del mundo, la mayor amenaza que tiene la civilización judeo-cristiana, el lugar donde conviven alegremente Lucifer, Belcebú, Belfegor, Beliel y Leviatán,
conspirando para imponer un régimen satánico-comunista en todo el
planeta mediante la acción no ya de una fuerza militar de la que
carecen, sino de los millones de ángeles caídos que formas las huestes
del ejército infernal unidas para la ocasión.
Israel, estado teocrático, lleva décadas asesinando masivamente a ciudadanos palestinos, impidiendo que entren en Gaza y Cisjordania
alimentos y material sanitario básico, bombardeando posiciones civiles,
torturando a mansalva, destruyendo una tierra que ocupó con el
beneplácito de la comunidad internacional, desoyendo todas las
recomendaciones de Naciones Unidas y negándose a la
creación de dos Estados que puedan convivir en paz.
A nadie se le escapa
que los dirigentes judíos no quieren convivir, sino dominar y hacer
desaparecer al pueblo palestino. Ante tanta atrocidad, no existen quejas
de España ni de la Unión Europea que como en tantos otros aspectos se pliegan a lo que manda el enemigo americano.
No sucede nada tampoco en Arabia ni en los Emiratos Árabes,
donde la mujer es considerada poco menos que nada por la ley. Sometida
al macho y a su servicio según su particular interpretación de la ley
coránica, las mujeres son seres invisibles carentes de autonomía y de
libertad, pisoteadas cotidianamente sin que nadie alce la voz para
impedir que esos estados medievales sigan actuando con absoluta crueldad
contra la mitad de la población.
No tienen derechos, ni posibilidad de
ser ellas mismas, como tampoco los tienen los cientos de miles de
inmigrantes africanos y asiáticos que trabajan en la construcción, las
fábricas o la agricultura. Parias de la tierra, machacados por los
dirigentes feudales que manejas miles de millones de euros, España y
Europa callan porque son amigos fieles, porque somos familia, porque
viven en nuestras ciudades y llenan las cuentas de nuestros bancos.
Nada
sucede tampco en Iraq, Siria o Libia, estados que habían alcanzado
ciertos niveles de laicidad, que no eran teocracias y que bombardeamos
hasta entregarlos al clero y al caos provocando una de las mayores
estampidas migratorias de la historia reciente.
No pasa nada, son pobres
y están condenados al sufrimiento eterno por el Código de Hammurabi, la Biblia
y los inmensos pozos de petróleo que hay bajo sus pies.
¿Que les hemos
destruido sus casas, sus cultivos, sus vidas? ¿Qué ahora todas las
mujeres visten de negro y con la cara tapada, que emigran hacia Europa
buscando lo que Europa y Estados Unidos les han quitado? No es responsabilidad nuestra, que hubiesen nacido en otra parte.
Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo del mundo, también las mayores de coltán, ese mineral imprescindible para móviles, ordenadores y televisores “inteligentes”, posee unas reservas inmensas de oro, diamantes, bauxita, gas natural, fosfatos y manganeso. Hay alguien que quiere hacerse con el botín y asegurarse de ese modo suministros para varias décadas
No hay ningún problema tampoco en Chile, laboratorio
en el que Estados Unidos dio un golpe de Estado, asesino a su
presidente legítimo e instauró una sanguinaria dictadura para imponer el
primer régimen neocon de la historia y exportarlo después al resto del
planeta.
No pasa nada si no hay sanidad pública, si a la educación
acceden sólo los ricos, si los ríos, el agua, las minas y los bosques
son propiedad privada nacional y yanqui, nada tampoco si los
pensionistas tienen que seguir trabajando porque la pensión privada no
les da ni para pagar la luz, menos si en las recientes protestas contra
el Gobierno Piñera la policía y el ejército matan y
hieren de gravedad a cientos de personas que se manifestaban
pacíficamente contra un gobierno heredero de Pinochet, otro gran amigo de Occidente.
Y qué decir de Bolivia,
donde han dado un golpe de Estado para acabar con un gobierno que
estaba devolviendo la dignidad a los pueblos indígenas y recuperando las
riquezas nacionales para la nación.
No nos preocupa lo más mínimo, como
tampoco ocupan ni una página de los diarios occidentales, las matanzas
de campesinos que se perpetran periódicamente en Colombia, principal país productor de la cocaína que se meten por la nariz los norteamericanos. Ni en México, donde la vida no vale nada, tan lejos de Dios y tan cerca de Norteamérica como decía Carlos Fuentes.
Más de sesenta mil asesinatos anuales, la mayoría debida también el
tráfico de cocaína que tanto gusta a los gringos, amenazados
constantemente por el poderoso vecino del Norte que no contento con
haberles robado casi tres millones de kilómetros cuadrados sigue soñando
con hacerlos desaparecer del mapa y volver a apropiarse del petróleo
que les expropió Lázaro Cárdenas.
No, evidentemente el problema es una nación hermana con poco menos de
treinta millones de habitantes y el doble de la superficie de España.
Un país que ha estado siempre controlado por una oligarquía funesta y
antipatriota al servicio de Estados Unidos, país al que llevan años
entregando todas sus riquezas a cambio de protección.
Venezuela tiene
las mayores reservas de petróleo del mundo, también las mayores de
coltán, ese mineral imprescindible para móviles, ordenadores y
televisores “inteligentes”, posee unas reservas inmensas de oro,
diamantes, bauxita, gas natural, fosfatos y manganeso.
Hay alguien que
quiere hacerse con el botín y asegurarse de ese modo suministros para
varias décadas, retrasando de ese modo la inevitable sustitución de las
energías fósiles que exige la Naturaleza. El Gobierno
venezolano ha cometido muchas torpezas aunque todas las elecciones se
han hecho con observadores internacionales que han certificado la
limpieza de los comicios.
Sin duda, la mayor de ellas ha sido tener bajo
su suelo una de las mayores reservas mundiales de combustibles y
minerales necesarios para la revolución tecnológica que amenaza con
llevarnos a la mayor involución de la historia. A nadie importaría un
bledo lo que sucede en Venezuela si careciese de ese tesoro.
Bailarle el agua a un personaje tan flaco y servil como Juan Guaidó,
el autoproclamado, demuestra el peso insignificante de España y de la
Unión Europea en la política internacional, un peso elegido
voluntariamente por no saber hacer valer que Europa es, todavía, la
principal economía del planeta, el mercado que más compra, aunque será
por poco tiempo si no opta por definir claramente una vía distinta a la
que se diseña desde la Casa Blanca, el Pentágono y Wall Street.
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