El accidente del Ever Given es una señal más de que el sistema ultracapitalista ha encallado
El modelo de consumo desbocado conduce a la humanidad al desastre
Un barco queda encallado en el Canal de Suez y la economía mundial se va al garete. Nunca una metáfora fue tan precisa sobre el callejón sin salida al que ha llegado la globalización y su modo de producción enloquecido e insostenible. El atasco que ha generado el Ever Given es, por extensión, el estrangulamiento de todo el sistema capitalista salvaje, que ya no da para más.
El monstruoso buque con miles de contenedores apilados, unos sobre otros como coloristas piezas de Tetrix, quedará para siempre como el gran símbolo de una época de crisis moral y económica marcada por la peor pandemia de la historia.
Tras casi una semana taponando el Canal de Suez, el buque portacontenedores ha sido finalmente desencallado, lo cual no quiere decir que el problema se haya resuelto. El bloqueo continuará en los próximos días (más de 400 barcos siguen a la espera de poder reanudar la travesía en una lenta peregrinación marítima), mientras sube el precio del petróleo y empresas de todo el mundo registran pérdidas millonarias.
Puertos españoles como el de Barcelona, Valencia y Algeciras registrarán estos días una avalancha de embarcaciones que nadie sabe cómo gestionar porque nunca se dio una situación de tal calibre. Lo que ocurre en un rincón de Egipto repercute de inmediato en la bolsa de Nueva York, todo está tan interconectado que nuestras vidas y nuestros bolsillos dependen del pulso de un capitán de navío al que se le fue el timón de forma fatal. Es el efecto mariposa del que habla todo el mundo, que no por manido deja de ser real.
Hace tiempo que Naciones Unidas alertó a la humanidad contra los peligros de un crecimiento desbocado y sin control que genera explosión demográfica, deforestación, destrucción de bosques tropicales, extinción de especies vivas (la última víctima es el elefante africano sentenciado a la extinción), calentamiento global, cambio climático, lluvia ácida y adelgazamiento de la capa de ozono, entre otras tragedias.
Un panorama negro al que viene a sumarse la desigualdad, ya que mil millones de personas en el mundo viven con menos de un euro al día.
Todo el sistema económico global ha tocado fondo, o mejor dicho, ha encallado como el Ever Given, una inmensa Torre de Babel a la deriva y sin ningún sentido, como la especie humana, que además se enfrenta a un escenario distópico apocalíptico, como es la peste del coronavirus que mata a miles de personas cada día y que según todos los expertos es consecuencia del desequilibrio en los ecosistemas animales y vegetales debido a la acción de la mano humana.
Los expertos le echan la culpa del sindiós al murciélago cuando la realidad es que esto es la Madre Tierra revolviéndose contra sus hijos violentos y criminales.
Todas las señales de alerta están siendo, una vez más, desoídas y despreciadas, y nos encaminamos inevitablemente al punto de no retorno. Seguimos poniendo el foco en lo banal, seguimos preocupándonos por lo intrascendente, por la salida de Pablo Iglesias del Consejo de Ministros (no pasa nada, otro vendrá que bueno lo hará), por la formación de un Gobierno en el gallinero catalán y por la dosis de sandeces diarias de Isabel Díaz Ayuso –gran muñeco de pim pam pum del PP para que no se hable de los problemas auténticos del país–, mientras el planeta revienta por los cuatro costados por culpa de un sistema de producción enfermo en manos de cuatro golfos descerebrados.
Nos habían dicho que después de esta pandemia saldríamos mejores y va a ser que no. Nada hemos aprendido, es más, estamos deseando que el bicho de Wuhan sea doblegado por las vacunas para volver a las andadas e irnos de cañas por Madrid, gran abrevadero de Europa, o de vacaciones al Mar Menor, otro paraíso terrenal destruido por la codicia y el desarrollismo.
Y así seguiremos hasta que no quede ni una planta viva en este valle de lágrimas y todo sea un erial o desierto porque la humana es una especie maldita y suicida desde aquello de la manzana de Adán. El movimiento verde no termina de cuajar en las conciencias de la gente y aquí lo único verde que se abre camino es el partido ultraderechista Vox, que va para arriba por deserción e incompetencia de las izquierdas incapaces de dar respuesta al drama de la famélica legión.
El ecologismo ha pasado a ser una moda pintoresca para veganos y nudistas y los referentes pasan de largo como vientos efímeros. Ahí está la niña Greta Thunberg, que un día movió a las masas de todo el mundo y de la que hoy no se acuerda nadie. Mientras tanto, los virus avanzan y van ganando terreno a la especie humana como nuevos entes biológicos destinados a destronarnos algún día y a reinar en el planeta. Por momentos es como si el bicho pensara, tal es su capacidad de adaptación al medio y su fuerza para replicarse y mutar. Ya se permite el lujo de jugar con los hombres al ajedrez, como en la película aquella de Bergman.
No cabe duda de que acabaremos derrotando al virus de Wuhan, el problema es que la pesadilla no terminará ahí. Todos los científicos alertan de que hemos entrado irremediablemente en la era de los virus y al covid (al que aún le quedan tres años de festín) le sucederá otro heredero aún más mortífero y letal. Lamentablemente, tendremos que ir acostumbrándonos a usar la mascarilla –nuevo apéndice de nuestro cuerpo como la nariz o las orejas–, durante largo tiempo, de modo que por mucho que quieran y se empeñen los negacionistas nada será como antes.
Del siniestro del Ever Given tampoco aprenderemos gran cosa. Deberíamos extraer las conclusiones trascendentes –como que no podemos seguir produciendo y consumiendo sin sentido mientras la mitad de la humanidad se muere de hambre– pero al final todo quedará en un macropleito de las aseguradoras contra el torpe que fue a estrellar el barquito contra el muelle. Por si acaso cuela, el propietario japonés del buque accidentado ya ha pedido disculpas al mundo por el potosí de millones de dólares que ha arruinado en solo seis días. La que ha liado el pollito.
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