La Internacional populista mundial vuelve a promover la candidatura para
relanzar la imagen del presidente estadounidense, maltrecha por el
desastre en la gestión del coronavirus
Cuenta la Fox, la tele de los ultraconservadores yanquis, que Donald Trump ha vuelto a ser propuesto para el Premio Nobel de la Paz, un titular que bien podría ser portada de El Mundo Today.
Bien mirado, en una sociedad neurótica como la nuestra, donde el
negacionismo mendaz se abre paso y se propaga como la nueva ideología
imperante, el Nobel de la Paz no podía ser para nadie más que para
Trump, faro y guía del pensamiento estúpido.
El fatuo magnate
neoyorquino es el exponente perfecto de los tiempos revueltos que
vivimos, una época oscura de la humanidad marcada por la decadencia de Occidente, la posverdad y el hundimiento de la democracia y los valores de la Ilustración.
¿Quién mejor que este monstruoso personaje para simbolizar la
degradación política, ética y moral que sufre la civilización humana?
La noticia de la nominación de Trump, que acaba de saltar a los
telediarios de todo el planeta, puede parecer una broma de mal gusto.
Sin embargo, la cosa va muy en serio y obedece, como suele ocurrir
siempre que hablamos de la Nueva Internacional Fascista,
a un plan establecido para relanzar la imagen del presidente de USA,
seriamente tocada por su desastre de gestión en la pandemia.
Si miramos
quién propone al millonario americano como candidato a tan elevado
galardón, vemos que se trata del parlamentario noruego de nombre
impronunciable Christian Tybring-Gjedde, que ha visto en Trump la pieza clave en la firma del reciente acuerdo de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos.
En realidad, lo que se ha querido vender como un hito histórico y un logro del rubio Tío Gilito de Nueva York no es más que un contrato mercantil para que sus amigos de Halliburton
puedan seguir vendiendo petróleo a mansalva a costa de cargarse el
planeta con el cambio climático.
Por no hablar de los intereses
armamentísticos yanquis en la zona y los intereses geoestratégicos de la
CIA. Nada de eso tiene que ver con la paz, ni con la
solidaridad entre los pueblos, ni con el espíritu fraternal, principios
que deberían mover a todo aquel que aspira a un Nobel de la Paz.
El tal Tybring-Gjedde cree que su candidato favorito ha “intentado
crear más paz entre las naciones que la mayoría de los nominados al
Nobel de la Paz”, una declaración que no deja de ser un dardo envenenado
para Barack Obama, premiado en el año 2009.
El
proponente acaba de explicar a la Fox que con su apuesta por Trump no
pretende ganarse el favor del presidente de Estados Unidos sino que se
analicen las decisiones históricas del inquilino de la Casa Blanca y no “la forma en la que se comporta a veces”. Sin embargo, no hay más que echar un vistazo al currículum del diputado de Oslo
para concluir que estamos ante otro apóstol del trumpismo mundial, de
modo que entre ellos se guisan los premios y ellos se los comen.
En
efecto, en 2014 el susodicho Tybring-Gjedde publicó un libro bajo el
título Mientras la orquesta sigue tocando, donde advierte de que Noruega va
camino de la “ruina cultural y económica” y atribuye la crisis a una
inmigración excesiva, a una integración deficiente y al despilfarro del Estado de Bienestar.
También aseguró que la islamización de Europa
está en “pleno apogeo” y criticó el compadreo de su partido con los
liberales, “ya que era imposible unir las políticas migratorias de ambos
partidos”
. Es decir, un supremacista en toda regla, un xenófobo de la
escuela escandinava, uno de esos que desde los verdes y cristalinos
fiordos mira hacia abajo, hacia el sur, y no ve más que el culo de
Europa con sus chinches morenos, o sea españoles, portugueses, italianos
y griegos.
Queda claro, por tanto, que la propuesta para elevar a Trump a los
altares de los hombres pacíficos proviene de la pandilla ultraliberal,
del gang xenófobo internacional, así que la nominación no tiene
demasiado mérito. Nadie en su sano juicio puede llegar a pensar que
alguien como el presidente estadounidense ha hecho algo bueno por la
humanidad.
Hablamos del hombre que dijo que los inmigrantes mexicanos
son “violadores”, aunque algunos sean buenas personas; del tipo que no
hace mucho apostó por prohibir la entrada de los musulmanes en el país;
del sujeto que se jactó de que podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perdería votos.
Por no hablar de aquella infame frase sobre la guerra de Siria
−“dejad que se maten entre ellos, que después recogeremos los restos”− o
de su reciente y cruenta represión contra el movimiento antirracista Black Lives Matter, que lo sitúa ideológicamente más cercano a los postulados del Ku Klux Klan que de Luther King.
En suma, de pacifista tiene más bien poco, como demuestra su
descabellada idea de lanzar algún día “la madre de todas las bombas”
sobre Afganistán, acabando así, de un plumazo, con el terrorismo internacional.
A Satán lo quieren canonizar. Ese es el mundo al revés al que hemos llegado en este extraño siglo XXI
de pandemias, distopías y redes sociales que difunden bulos, odios y
mentiras como bombas radiactivas.
Darle el Premio Nobel de la Paz a
Trump es un delirio planetario que solo puede entenderse en el contexto
de los populismos ultrarreligiosos, los revisionismos históricos y las
filosofías friquis anticientíficas que se están instalando
peligrosamente en los cinco continentes.
Si a Trump le terminan dando el
cabezón de oro sueco, ¿qué será lo siguiente, beatificar a Adolf Hitler en la Iglesia Evangélica de Ohio, en los mormones y otras marcianas sectas trumpistas?
Todo se andará.
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