Cuál ha sido la escondida senda por
donde ha ido el virus a depositarse en la ciudad de Wuhan es uno de los
hechos esenciales que permanecen ocultos todavía.
Vuela la mariposa en la antípoda y algo
catastrófico nos ocurre aquí. Es el caos de Prigogine: todo está tan
íntimamente relacionado que ni el balbuceo de la crisálida resulta
irrelevante.
Pero lo que agitó sus alas en el otro extremo del mundo no
fue una mariposa sino un murciélago, según versiones no más creíbles que
las otras versiones.
Y las cosas habrán sido así siempre que
no hayan sido de otro modo.
Por ejemplo, siempre que Bill Gates no haya
tenido nada que ver en el asunto, tal como lo denunció oportunamente el
periodista argentino Tomás Méndez, tal vez influido por los antecedentes
malthusianos del creador de Microsoft ahora dedicado a un increíble rol
de filántropo.
Y bien entendido que no se trata sólo de
Tomás Méndez. La doctora Judy Mikovits, a estas horas, se halla
denunciando el pozo ciego en que se ha convertido la big pharma en
Estados Unidos, entre otras razones, porque:
1) La ley Bayh Dole les
permite a los investigadores que trabajan para el Estado patentar a su
nombre los descubrimientos que hagan;
2) Bill Gates es un millonario sin idoneidad alguna para haber devenido actor central en el negocio de las vacunas;
3) Los laboratorios le pagan trece mil dólares por paciente al médico que certifique que su paciente murió a causa de coronavirus;
4) En fin, porque el
que gerencia toda esta tenebrosa organización dentro del Estado
norteamericano es el mismo pope de la salud pública del gobierno de
Trump, Anthony Fauci.
Agrega la viróloga (ayer, prestigiosa
científica y hoy con su prestigio hecho añicos) que para que el origen
de una enfermedad viral sea «natural» debe transcurrir un tiempo medible
en centenares de años, siendo que el actual covid 19 no cuenta con más
de una década de vida.
El virus no saltó del murciélago al humano, dice
la científica. No es así como funciona esto. Lo que ocurrió -según
ella- fue que el virus fue llevado a un laboratorio; allí se manipuló y
se escapó, deliberadamente o no, sobre este punto no se pronuncia.
Y
la frutilla del postre que nos sirve Mikovits: el laboratorio de marras
queda en Carolina del Norte y es el Instituto de Investigación de
Enfermedades Infecciosas del Ejército de los Estados Unidos, en Fort
Detrick. Ni más ni menos.
Todo eso dice la doctora Judy Mikovits,
que no sólo estuvo presa a causa de dichos como ésos sino que resulta
imposible encontrar una publicación que no la difame con ensañamiento
digno de mejor causa.
A ello se suma un dato para nada menor
consignado por Ignacio Ramonet en un trabajo reciente titulado
«Coronavirus: la pandemia y el sistema mundo».
Según el reputado
investigador, una oficina de la CIA estadounidense, el National
Intelligence Council (NIC) predijo de modo confidencial, en 2008, lo que
acaba de ocurrir en 2020, esto es, la aparición de una enfermedad
contagiosa, en línea con sus antecedentes SARS y MERS, que se podría
convertir en pandemia y cuyo origen geográfico sería, probablemente, un
área del sur de China donde hay «una estrecha asociación entre humanos y
animales».
Impresionante la clarividencia de la inteligencia
norteamericana; ni que supieran lo que iba a pasar …
Como si China, con sus espectaculares
logros económicos y sociales de las última décadas necesitara algo más
para sobresalir en el escenario global, han venido los Estados Unidos a
hacer un aporte ad hoc en punto a conferirle al «gigante asiático» aun
más visibilidad: calumnias e injurias que se vierten todos los días en
el «mundo libre» confirman la mayordomía de, sobre todo, Europa,
respecto de los gobiernos estadounidenses y realzan la deslumbradora
incandescencia de China en las marquesinas del pornoshow mediático de
occidente.
Nunca se sabrá el origen del covid 19
pero lo que sí se sabe es que la pandemia del coronavirus estalló como
colofón de una serie de agresiones que EE.UU. venía perpetrando contra
China: guerra comercial arancelaria; guerra a Huawei, líder
tecnnológico en lo que concierne a la plataforma 5G; apoyo a la colorida
«revolución» en Hong Kong; provocaciones constantes frente a las costas
de China; apoyo a Taiwán, etcétera.
Hasta hoy, no deja de parecer sensato el
juicio del director ejecutivo para Emergencias Sanitarias de la OMS,
Mike Ryan, quien acaba de decir -en contra de lo que afirma Mokovits-
que el virus es de origen «natural»; que la OMS tiene pruebas de que
eso es así; que los dichos del secretario de Estado Pompeo son pavadas,
que hay que hablar apoyándose en la ciencia y no en la política y que la
OMS todavía está esperando las pruebas de que el virus nació en
laboratorios chinos (que es lo que dice Pompeo).
Lo cierto es que, en medio de la
incertidumbre, irrumpen los discursos que cuestionan al capitalismo,
sobre todo, al capitalismo en su versión neoliberal financiera.
Y esto
ocurre porque ahora se manifiesta una crisis que los medios escondían
pero que ahora no pueden esconder más y lo que no pueden esconder más es
que la crisis ya existía antes de la pandemia.
Los fascismos europeos no se proponen
superar el capitalismo sino salvarlo de un colapso no inminente pero
posible en la medida en que la concentración financiera desgaste hasta
hacerla imposible a la economía productiva real.
Los fascismos europeos y
latinoamericanos son formaciones reactivas de tipo preventivo que se
preparan para enfrentar una probable y violenta desobediencia global.
Por eso la política es, hoy, más importante que nunca: es la única que
nos puede decir a qué construcciones aspirar y con qué estrategias
encarar esas construcciones.
Y para las izquierdas asoma un desafío:
definir un perfil propio netamente antineoliberal que, al mismo tiempo,
combata sin concesiones al neofascismo en línea con sus mejores
tradiciones libertarias.
Esto es algo de lo que ocurre y de lo
que podría ocurrir en la pospandemia. Son tendencias de la historia,
estamos dentro de la historia y la historia no ha llegado a su fin.
La
historia tiene pasado y tiene futuro, aunque no nos demos cuenta.
Como
dice Hobsbawm: «Se han agotado ya las revoluciones realizadas en nombre
del comunismo, pero es todavía demasiado pronto para pronunciar una
oración fúnebre por ellas, dado que los chinos, que son la quinta parte
de la población del mundo, continúan viviendo en un país gobernado por
el Partido Comunista»
(E. H., Historia del siglo XX, Paidós, Bs. As., 1º
ed., 2018, p. 77).
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