jueves, 24 de octubre de 2019

Antes de que sea demasiado tarde





El veredicto profundamente injusto de la corte suprema española, que condena a severas penas de prisión a nueve líderes del gobierno catalán y de la sociedad civil por organizar un referéndum pacífico sobre la autodeterminación en Cataluña, es para muchos el signo de un país que se desliza hacia el autoritarismo y se aleja de las democracias de Europa occidental.


 Pero la verdad sea dicha, para los vascos y vascas, este tipo de comportamiento no es nuevo. 


Durante años, España pudo disfrazar su naturaleza antidemocrática bajo el manto de la “lucha contra el terrorismo vasco”. La negación y el rechazo de la naturaleza política del conflicto armado en Euskal Herria se les hizo bastante fácil, especialmente después del 11 de septiembre.


 El titular era que no había un problema político en España, solo un problema criminal. “España es una democracia”, nos decían. “Todo es posible sin violencia” fue el mantra que repetían. Todavía recordamos las palabras del ministro de Interior español, Alfredo P. Rubalcaba: “Deben decidir: bombas o votos”.


Sin embargo, cuando algunos de nosotros en el movimiento independentista vasco iniciamos el difícil camino para convencer a aquellos que todavía creían en la violencia de continuar nuestra lucha por la autodeterminación por medios pacíficos y democráticos, fuimos arrestados y condenados a largas penas de prisión.


 La verdad es que la violencia vasca terminó no gracias a los esfuerzos del gobierno español, sino a pesar de sus obstáculos y obstrucciones. (No me malinterpreten: la parte vasca cometió muchos errores, muchas cosas que nunca deberían haber sucedido, sucedieron. 


Hemos reconocido nuestra parte de la responsabilidad en aquello que ambas partes hicieron mal durante años de violencia).


 Mi arresto tuvo lugar 10 años antes de que los políticos catalanes fueran condenados por Sedición, y solo después de que cumpliésemos nuestra pena de prisión el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó que nuestro juicio había sido injusto (era la segunda vez que el TEDH condenaba España en mi persona). 


Lo mismo podría pasar fácilmente con los catalanes.


 El hecho de que el estado español aún tenga en prisión a más de 240 presos políticos vascos a pesar de que ETA finalizase su campaña armada en 2011 muestra su falta de interés en una paz duradera. 


La sentencia contra los lideres independentistas catalnes por organizar un referéndum democrático y pacífico, y la violencia posterior que la policía española está usando contra manifestaciones pacíficas catalanas nos muestra lo que siempre supimos: el estado español no está interesado en la democracia y usará la violencia para ocultar su naturaleza antidemocrática.


Es por eso que magnifican, y a veces instigan, la violencia en la región: los medios y los tribunales españoles incluso han comenzado a hablar de “terrorismo” en el caso catalán. España no dudará en usar esta mentira.


A su gobierno le encantaría transformar la legítima y pacífica demanda de autodeterminación de los catalanes en violencia. Eso es lo que sus fuerzas policiales y militares han estado tratando de hacer en los últimos días con sus tácticas violentas.


Afortunadamente, el movimiento nacionalista catalán está comprometido con la paz. 


Como lo estamos en Euskal Herria. Sabemos que nuestra “fuerza de la razón” es más fuerte que su “razón de la fuerza”. Pero al mismo tiempo, ambos estamos completamente comprometidos con el logro de nuestros derechos democráticos fundamentales.


Porque es hora de completar las cuestiones pendientes de la falsa transición española. No habrá verdadera democracia en España hasta que se reconozca su carácter plurinacional, como en el Reino Unido o Canadá.


Las demandas catalanas y vascas de democracia aumentarán y llegará un momento de incertidumbre. 


Veremos si el Estado español es capaz de resolver las cuestiones pendientes de la falsa transición y convertirse en una democracia verdaderamente plurinacional, reconociendo el derecho a la autodeterminación, o finalmente implosiona y da origen a nuevas Repúblicas democráticas.


Como era previsible, el Reino de España va en la dirección opuesta: la dirección del autoritarismo, la contrarreforma, la recentralización de poderes y la respuesta a las demandas democráticas con puño de hierro. Todo esto da alas a la extrema derecha fascista. La historia nos muestra a dónde lleva esto.


La represión, el encarcelamiento y la centralización no funcionarán. Como en la mayoría de los casos similares en todo el mundo, no hay solución duradera para este tipo de conflicto sin diálogo.


 Como en el norte de Irlanda, Escocia o Quebec, la única forma de resolver esas tensiones es a través de la democracia. 


Y cualquiera con un poco de sentido político sabe que para resolver el problema catalán es necesario comprometerse con los representantes legítimos catalanes.


 Una política de represión sin conversaciones y sin negociación es inaceptable. 


Mientras tanto, las instituciones y los Estados europeos miran para otro lado. Un cambio en la política del estado español requiere amonestación internacional.


 Sin embargo, en este momento todo lo que vemos es una lealtad ciega a España para mantener la estabilidad interna dentro del bloque.


Este conflicto solo puede resolverse internacionalmente: las instituciones y los Estados europeos deben alzar la voz a favor de una solución negociada antes de que sea demasiado tarde.




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