Una noticia ha sido muy divulgada en los últimos días: el
comportamiento humano que tiende a relaciones íntimas con personas del
mismo sexo está influido no por uno, ni por algunos pocos genes, sino
por muchos.
Consecuentemente, no se puede predecir la inclinación sexual hacia el
mismo género de una persona solo a partir de su información genética.
Se verifica que el comportamiento sexual de las personas es el producto
de un complejo de factores, donde la genética tiene un lugar sustancial, pero que hay muchos otros que también influyen.
Así se reporta en una investigación publicada por la prestigiosa revista Science1 y realizada por un multinacional y multidisciplinario equipo de trabajo. Analizaron los patrones genéticos de cerca de medio millón de personas y los contrastaron con sus declaraciones acerca de preferencias en las relaciones íntimas.
Debe aclararse que los llamados “genes” designan las características innatas a cualquier ser vivo. Hoy se conoce que están claramente asociados con la estructura molecular de ciertas sustancias denominadas históricamente como ácidos nucleicos. Estas moléculas se suelen denominar con sus acrónimos ADN y ARN, según la estructura y función que realicen.
La vida puede ser comprendida desde muchos puntos de vista. El principal, sin dudas, es que todos sus mecanismos, tanto nanoscópicos como macroscópicos, tienen como propósito su sustentación a partir de la innovación permanente de sus individualidades vivas. En los casi 4000 millones de años que existe en este planeta la vida ha cambiado hasta las propiedades externas de su hábitat incluyendo su atmósfera, casi se ha extinguido varias veces, pero ha supervivido. Excelente palabra.
No existe ningún ser vivo eterno mientras que el fenómeno vital se ha
mantenido y mantendrá por un tiempo aún indefinido gracias a la
permanente renovación y cambio de las individualidades.
La vía molecular
para ello es verdaderamente sorprendente: está en la duplicación de las
moléculas de ADN que portan la información de sus estructuras y en los
errores que este fenómeno “de copiado” conlleva. Una copia equivocada
casual de una molécula de ADN es inevitable, estadísticamente. Si no
ocurrieran esos dislates nanoscópicos no habría vida.
Tales errores de duplicación provocan “anomalías” que muchas de ellas conducen a la nada. Pero las que resultan viables pueden provocar cambios en el sistema vivo al que pertenecen confiriéndole nuevas propiedades, como puede ser en las personas un cerebro un poco mayor o una pigmentación de la piel diferente.
Y si estas le dan ventajas de adaptación al medio en el que viven, pues también se las dan a ese individuo para reproducirse mejor y con la nueva cualidad adquirida que trasmitirá también a sus descendientes. Darwin desconocía esta base molecular de la selección natural que postuló, porque en esa época no sabíamos tanto del universo que nos rodea. Pero su teoría se ha venido confirmando de forma contundente cada vez que conocemos más del fenómeno.
La forma más común en la que los individuos vivos nos reproducimos se conoce como sexual. Implica que dos seres vivos con códigos genéticos muy parecidos unan sus respectivos ADN y den lugar a un nuevo individuo con uno nuevo muy similar, pero imprescindiblemente también un poco diferente con respecto al de sus progenitores.
Aquí también aparece una fuente de potenciales nuevas características que permiten la diversidad al favorecer la eventual adaptación del nuevo ser, si resultan viables. La diferenciación de especies, tanto vegetales como animales, es fruto de este camino que se ha seleccionado y permite la perpetuación de la vida.
Una de las mejores enseñanzas de las abstracciones matemáticas es que cualquier fenómeno puede expresarse en términos de muchos otros que supongan sus causalidades, con mayor o menor peso para unas u otras, según el caso.
Por ejemplo, somos una “combinación lineal” de nuestros padres a través de los genes que nos trasmiten y eventualmente su educación, pero hay muchos otros “términos” sociales y ambientales que también determinan nuestra individualidad además de la herencia genética. Claro que los humanos, con nuestra inmensa carga de información adquirida durante una relativamente larga vida, somos muy complejos.
La combinación de factores causales que determinan nuestra personalidad, preferencias y gustos es mucho más amplia. Incluso traspasamos las reglas de la vida elemental hasta llegar a modificar a veces nuestro comportamiento contra la propia supervivencia.
Aparte de los casos heroicos, que pueden ser emblemáticas excepciones donde alguien es capaz de dar la vida por lo que estima conveniente, muchos pueden aceptar incluso una disciplina que conduzca a la infertilidad, como es el caso se los compromisos de celibato de algunas órdenes religiosas.
En este escenario tan complejo resulta evidente que deberíamos apreciar las relaciones íntimas de seres humanos que les provocan bienestar y felicidad sin afectar la de los demás como algo natural.
¿Tiene que ser alguna preferencia o inclinación de género juzgada social o biológicamente por una sociedad si es aceptada y deseada por sus protagonistas y es inocua para la integridad de sus congéneres? ¿Qué preocupación puede causar en alguien que otros sean felices sin que lo dañe en modo alguno?
Cada quién se responderá estas y otras muchas preguntas como estime, pero es obvio que la mayoría se dará las respuestas que permitan una sociedad mejor.
Nota:
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Ganna, A.; Verweij, K. J. H.; Nivard, M. G.; Maier, R.; Wedow, R.; Busch, A. S.; Abdellaoui, A.; Guo, S.; Sathirapongsasuti, J. F.; Lichtenstein, P.; Lundström, S.; Långström, N.; Auton, A.; Harris, K. M.; Beecham, G. W.; Martin, E. R.; Sanders, A. R.; Perry, J. R. B.; Neale, B. M.; Zietsch, B. P. SCIENCE 2019, 365, (6456), eaat7693.
Luis A. Montero Cabrera
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