¿Firmaría usted
un contrato de préstamo en el que se dijera en letra grande lo mismo que todo
el mundo sabe que está escrito en la letra pequeña?
¿O en el que aparecieran
escritas, en las primeras cláusulas, una serie de condiciones circunstanciales
a favor del banco de las que solo aparecen disfrazadas por los rincones de un
texto cuya lectura resulta imposible de seguir y muy poco comprensible?
No, y los bancos
lo saben.
De lo contrario, algunos no gastarían para presumir de que sus hipotecarios “no tienen letra pequeña”.
De lo contrario, algunos no gastarían para presumir de que sus hipotecarios “no tienen letra pequeña”.
¿Se habría
aprobado en referéndum una Constitución cuyo artículo 14 dijera que
“Todos los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer
discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión,
opinión o
cualquier otra condición o circunstancia personal o social, exceptuando
al
Rey”?
Las tres últimas
palabras, las subrayadas, son las únicas que no figuran en ese artículo porque
hubieran resultado una verdad insoportable, incluso para millones de quienes
votaron a favor el 6 de diciembre de 1978.
Y que más
inaceptables resultan aún hoy, cuando el paso del tiempo demuestra que quizás es
lo único que se ha cumplido, sin ninguna “excepción”, de ese artículo.
Pero claro, ahora
no se puede votar.
Busque el chiste con
Mafalda, la monarquía bajo amenaza y los mismos pocos que se siguen burlando
hoy de los muchos casi todos.
Una Constitución
con ese texto podría haber fracasado en las urnas, y “ellos” lo sabían.
Por eso,
la “excepción” del Rey se la llevaron al artículo 56, punto 3, del Título II, cuando
escribieron que “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a
responsabilidad”.
Atención al detalle de “La persona”, pues colocó cualquier
delito que pudiera cometer por encima de la Justicia.
El dictador
Franco, el anterior inviolable, terminó falleciendo, y los inolvidables partes
médicos han regresado a nuestras vidas para recordarnos que lo de morir volverá
a ocurrir.
Para esa fecha,
inevitable y cercana, los sucesores actuales de aquellos prestamistas del 78,
hoy en La Moncloa y en la Carrera de San Jerónimo, deben comprometerse inmediatamente
a anular todas las cláusulas incluidas en el Título II del préstamo de
democracia que seguimos pagando.
Si “ellos” conceden
esta mejora en el contrato existen muchas posibilidades de que millones de prestatarios
españoles, incluidos los catalanes, sigamos “pagando” los plazos durante un nuevo
paréntesis de “estabilidad”, que tanto dicen desear y que tan rentable les
resulta siempre.
Domingo Sanz
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