Las elecciones del 28A han servido, entre otras muchas cosas, para confirmar que la sociedad española ama la democracia y que se moviliza masivamente cuando la libertad está en peligro


Las elecciones del 28A han servido, entre otras muchas cosas, para ratificar que los españoles somos un pueblo que ama la democracia. Por primera vez desde 1975 un partido ultraderechista, Vox, tenía serias aspiraciones a entrar en el Parlamento para influir en sus decisiones.


 Tras las elecciones en Andalucía, donde irrumpieron con fuerza, algunos analistas predijeron que los ultras arrasarían en las generales, siguiendo la estela triunfadora que van dejando los partidos populistas de la extrema derecha europea.


Hubo algún catastrofista incluso aseguró que Vox daría el ‘sorpasso’ al PP. 
 
No ha sido así; los peores augurios no se han cumplido.
 

El resultado del partido de Santiago Abascal ha sido notable, sin duda, ya que cosechar 24 escaños y 2,6 millones de votos no está al alcance de cualquier formación política de reciente creación. 


 Sin embargo, el dato debe ser puesto en su contexto.


 El partido ultra español apenas ha logrado captar el 10,26 por ciento de los sufragios de un censo total formado por casi 37 millones de personas. El porcentaje es ínfimo.


Es cierto que la irrupción de la extrema derecha es un fenómeno preocupante cuyas causas y orígenes debemos estudiar en profundidad


 Pero no es menos cierto que el populismo neofascista español no tiene de momento el empuje y la fuerza de otros movimientos mucho más arraigados en el viejo continente.


El partido nacionalista y populista de derecha Fidesz gobierna Hungría con mayoría absoluta desde 2010 y su primer ministro, Viktor Orbán, ha impuesto severas restricciones a la libertad de prensa, a la inmigración y a la protección de datos.


En Polonia, el Partido Ley y Justicia (PiS), nacionalista y ultraconservador, también gobierna el país con mayoría absoluta desde 2015.


En Francia, el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen es desde hace varias décadas una importante fuerza política, mientras que en Austria el Partido de la Libertad (FPÖ) perdió las elecciones por un escaso margen.


En los Países Bajos el Partido por la Libertad (PVV) del populista Geert Wilders está representado en el Parlamento desde hace diez años y en Italia Matteo Salvini impulsa las políticas xenófobas más crueles e inhumanas con los refugiados, a los que abandona a su suerte en el mar.