miércoles, 30 de enero de 2019

Venezuela y España





Para empezar a comprender los motivos de la polaridad entre una parte de la sociedad española y mundial, y la otra parte, es preciso considerar como primera premisa la correlación de fuerzas.


Si dos personas discuten en igualdad de condiciones por el tipo de educación personal, grado de tolerancia, posición económica , etc, no les será difícil llegar a un acuerdo en la materia que sea.


Pero si una de ellas esgrime frente a la otra una pistola, o ésta sabe que la tiene aunque no la lleve encima y es capaz de usarla, las condiciones del diálogo sobre cualquier asunto se desequilibran lo suficiente como para sostener que nos encontramos ante un pretendido diálogo viciado de consentimiento.


Trasladado el caso a la sociedad, a la política, a la política nacional e internacional, se comprenderá muy bien en qué condiciones se encuentran los contendientes de la política española y los enfrentados en la cuestión venezolana.


 Por lo que quienes estamos acostumbrados a razonar en el vacío y desde el vacío; quienes no defendemos otra cosa que la mayor igualdad posible entre los seres humanos, la propiedad pública, el servicio público, la mayor uniformidad posible en la enseñanza, la menor distancia posible entre poseedores y desposeídos y la tolerancia…


Quienes, por otra parte, rechazamos la prepotencia, el caciquismo, los privilegios, la fuerza material y moral, el egoísmo personal, la ambición desmedida que lleva a cometer un oprobio tras otro, etc. para intentar resolver los problemas de la sociedad…


Es decir, quienes discurrimos y razonamos sin ningún otro interés que el que representa el resplandor del raciocinio, y repudiamos la charlatanería trufada de intereses declarados, ocultos o en la sombra… no podemos razonar sobre Venezuela con quienes, como en el caso de la persona discutidora con una pistola de la que hablaba, se pronuncian allí, aquí y en todas partes y siguen la estela de quienes cuentan con toda la fuerza militar, económica y mediática imaginable, sólo contrarrestada improbablemente por la eventual aparición de fuerzas equivalentes o superiores, y además se muestran dispuestos a usarla.


 Pues al igual que para digerir un alimento antes hay que comerlo, ahora estamos en Venezuela en los preparativos de la ingesta…



  *


 Como antes ocurrió en Afganistán, luego en Irak, luego en Libia.


Pero en España ocurre lo mismo. 


No es la razón de casi las tres cuartas partes de la población española la que predomina en buena medida por las disensiones internas de quienes las representan, sino la “razón” de quienes detentan por la fuerza: las fuerzas económica, judicial, bancaria, empresarial, mediática, religiosa y policial.


Ésa es la que a la postre decide. Una fuerza, unas fuerzas, que acabarán decidiendo también en España una nueva dictadura. Esta vez una dictadura, emergida desde las cloacas.


 Una dictadura situada bajo los palos del sombrajo de una enclenque democracia en la que desde el principio nunca ha sobresalido en absoluto la voluntad del pueblo.


 Una dictadura impuesta por la voluntad de quienes manejan esas fuerzas materiales arropados por unos cuantos millones de votantes egoístas y la abstención de una inmensa mayoría de desengañados de la política española.



 Jaime Richart





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