Han pasado 74 años desde que se abrieron las puertas de los campos de
concentración nazis y 43 de la muerte de nuestro dictador. ¿No es hora
ya de contar la verdad y de recordar lo que realmente sucedió?
Este domingo se celebra en
todo el planeta el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las
Víctimas del Holocausto. La fecha no fue elegida al azar. Fue un 27 de
enero de 1945 cuando las tropas soviéticas liberaron la mayor factoría
de la muerte de la Historia: el campo de concentración de Auschwitz.
En
las próximas horas se realizarán, también en nuestro país, decenas de
actos para recordar a quienes sufrieron en sus carnes las garras del
nazismo.
Políticos y simples ciudadanos pensaremos en los millones de
judíos exterminados y volveremos a maldecir a Hitler, a sus
lugartenientes y a todos y cada uno de los europeos que hicieron suya la
ideología nacionalsocialista.
Es bueno y necesario que sea
así.
La comunidad hebrea fue la principal víctima y los dirigentes de
la Alemania nazi los mayores verdugos. “Principal víctima”, pero no la
única; “mayores verdugos”, pero con numerosos cómplices. Por ello, sin
restar protagonismo al genocidio judío, no deberíamos olvidar al resto
de colectivos que estuvieron en el punto de mira del Reich: gitanos,
soviéticos, polacos, homosexuales, testigos de Jehová…
Una lista casi
interminable en la que nosotros, especialmente, debemos incluir a más de
9.300 españoles y españolas que pasaron por los campos de la muerte de
Hitler.
Todos ellos provenían del entorno de la democracia republicana,
liquidada por una sublevación militar respaldada por la Italia fascista y
la Alemania nazi. Afortunadamente, cada año son más los municipios
españoles que aprovechan el 27 de enero para homenajear no solo a los
judíos, sino también a sus vecinos…
A esos paisanos que sufrieron y/o
murieron en campos de concentración como Mauthausen, Buchenwald, Dachau o
Ravensbrück. Queda mucho por hacer, sobre todo a nivel estatal, pero
hemos dado importantes pasos en el reconocimiento de estos compatriotas.
Otra cosa bien diferente es
lo que ocurre cuando hablamos de los verdugos de aquel Holocausto. En
esto no somos la excepción. Al resto de naciones europeas les ha costado
y les cuesta reconocer su responsabilidad en aquellos crímenes. Francia
no asumió públicamente hasta 1995 la culpabilidad de sus compatriotas
colaboracionistas en la deportación de judíos a los campos de
exterminio.
Holanda, Bélgica o Ucrania siguen hoy minimizando la
demostrada complicidad de buena parte de sus sociedades con los
ocupantes alemanes. En Estados Unidos no quieren que se les recuerde el
antisemitismo exhibido por no pocos políticos, empresarios y ciudadanos
norteamericanos.
Aún menos quieren oír hablar en Washington o en Nueva
York de la ayuda prestada a Hitler para invadir Europa por algunas de
sus multinacionales: la Standard Oil suministró el combustible que el
líder nazi necesitaba para sus vehículos, made in USA, fabricados y
vendidos por la Ford y por la General Motors.
El remate, y nunca mejor
dicho, lo firmó IBM poniendo sus equipos preinformáticos al servicio del
Reich para elaborar los censos de judíos que facilitarían su
exterminio.
Y en España…
En España fue
aún peor.
Uno de los muchos capítulos que el franquismo borró de los
libros de Historia fue su odio hacia los judíos y su complicidad no solo
con el nazismo, sino también con el Holocausto.
No mencionaré hoy las
pruebas documentales que demuestran la responsabilidad directa de Franco
en la deportación de aquellos 9.300 españoles a los campos de concentración,
de los que 5.500 fueron asesinados. Esas evidencias han calado ya,
afortunadamente, en buena parte de nuestra sociedad.
En estas vísperas
del 27 de enero, lo que también toca es recordar cuál fue la actitud del
franquismo hacia los judíos.
La España de Franco se
construyó, entre otras cosas, reivindicando la herencia antisemita de
los Reyes Católicos. “Crearemos campos de concentración para vagos y
maleantes; para masones y judíos (…) En territorio nacional no puede
quedar ni un judío, ni un masón, ni un rojo”.
Titulares como este, de un
diario falangista de Cádiz en 1937, pudieron leerse durante toda la
guerra contra la República. Tras triunfar la sublevación militar se
cerraron las sinagogas y se prohibió a los judíos profesar su religión.
Aunque la comunidad israelita era muy pequeña, en ciudades como Ceuta y
Melilla donde sí tenía cierta visibilidad se produjeron ataques contra
sus miembros.
Las humillaciones más frecuentes fueron protagonizadas por
falangistas que cortaban, en plena calle, los llamativos rizos que
lucían en sus cabelleras los hombres y les obligaban a pasear por la vía
pública mientras vaciaban sus intestinos debido a una forzada ingesta
de aceite de ricino.
El nuevo régimen surgido
tras la guerra no ocultaba su odio al judío y su respaldo a la
“limpieza” emprendida por Hitler. Así lo verbalizó en numerosas
ocasiones el propio Franco.
Un buen ejemplo es su discurso de fin de
año, pronunciado ocho meses después de la rendición republicana: “Ahora
comprenderéis los motivos que han llevado a distintas naciones a
combatir y a alejar de sus actividades a aquellas razas en que la
codicia y el interés son el estigma que les caracteriza, ya que su
predominio en la sociedad es causa de perturbación y de peligro para el
logro de su destino histórico.
Nosotros, que por la gracia de Dios y
la clara visión de los Reyes Católicos, hace siglos nos liberamos de
tan pesada carga, no podemos permanecer indiferentes ante esta nueva
floración de espíritus codiciosos y egoístas”.
Durante los primeros años de
la Segunda Guerra Mundial, el régimen y su prensa no solo justificaron,
sino que jalearon la persecución del pueblo hebreo. Manuel Aznar,
abuelo del expresidente del Gobierno, escribió en ABC poco antes del
inicio de las deportaciones en Francia: “Legiones de judíos y de
masones cayeron sobre el pueblo francés como sobre un botín inmenso y
allí hicieron cebo y carne para sus apetitos”.
Lógicamente, cuando se
“limpió” París de esas “legiones” de malvados judíos, la reacción de la
prensa del Movimiento, teledirigida desde la cúpula franquista, fue de
euforia: “Si es la raza perseguida, es por la maldición divina que
lleva encima (…)
Esos judíos que en Francia, Grecia, Turquía, Italia y
costas africanas preparan sus maletas, son un indicio de aquel viejo
tesón español de no admitir jamás lo antiespañol y de reconocer solo
lo español y cristiano”; “Era de esperar la resistencia de muchos
judíos a mostrar la estrella de Sión y el descaro de otros que la
exhibían con más insolencia que circunspección.
Y la aspiración de
otros de frecuentar medios y lugares en que repugnaba la presencia de
una casta internacional que es la responsable de los males que afligen a
Europa. Ha desenlazado todo esto en un programa gubernativo que se
propone resolver con criterio riguroso, implacable, el problema de
convivencia entre la población y el elemento hebreo (…)
Hoy no me he
topado en la calle ni en el Metro con ninguna estrella amarilla. Es un
indicio, acaso una prueba, de que la eliminación responde a un designio
definitivo e inapelable”.
El régimen conoció y
aplaudió cada paso hacia el Holocausto final dado por las huestes de
Hitler, tal y como se reflejaba en los discursos y en las informaciones
dictadas por el servicio de propaganda franquista y publicadas en los
diarios: “Esta Segunda Guerra Mundial, según la profecía del Führer,
acabará con la raza judía”; “El gobernador de Varsovia ha publicado un
decreto prohibiendo que los habitantes de los barrios judíos se
mezclen con el resto de los habitantes de Varsovia.
Este decreto ha sido
muy bien acogido…”; “El barrio judío de París. Saint Antoine ha sido
fumigado, desinfectado mediante la eliminación del censo israelita, el
cual acaba de ser conducido a campos de concentración”. Eran los
tiempos en que cerca de 50.000 españoles combatían en la División Azul
bajo las órdenes del Führer.
Los españolitos de a pie leían emocionados
las crónicas de Andrés Gaytan, que viajaba con los divisionarios y
escribía cosas como esta: “Cuando en alguno de los pueblos donde hemos
descansado había judíos, se notaba la diferencia que existe entre esta
raza y las demás”; “los judíos, que en su carne pagan todos los
pecados de su estirpe maldecida, tienen una mirada tierna de perro
apaleado cuando el soldado español no le maltrata sin motivos”.
Mucho más graves que las
palabras fueron los hechos. Franco cerró las fronteras e impidió la
llegada de los judíos que intentaban escapar desde la Francia ocupada
por los nazis. Salvo excepciones, el paso solo se permitió a aquellos
que poseían un visado de entrada a Portugal.
De hecho, el Gobierno
franquista cesó y castigó a sus diplomáticos que, desobedeciendo sus
órdenes, se dedicaban a salvar vidas. Así le pasó al cónsul español en
Burdeos, Eduardo Propper de Callejón. Rescatar de la muerte a miles de
judíos a los que entregó un visado español provocó su relevo, su envío
al ingrato consultado de Larache en el norte de África y le imposibilitó
de por vida ascender al cargo de embajador.
En Francia, mientras tanto,
los diplomáticos españoles solo recibieron de Madrid dos instrucciones:
por un lado, no inmiscuirse en la política de los dirigentes nazis y del
Gobierno colaboracionista de Vichy; por otro, hacer las gestiones
oportunas ante las autoridades para hacerse cargo de las propiedades y
de los bienes que abandonaban los judíos de origen español tras ser
deportados.
El dinero sí interesaba, las personas no. Estos y el resto
de cónsules y embajadores informaron puntualmente a Franco sobre el
incremento en el ritmo de los asesinatos y de las deportaciones a los
campos de concentración.
Algunos embajadores, como
Miguel Ángel de Muguiro en Budapest, se apoyaron en un decreto aprobado
durante la dictadura de Primo de Rivera que permitía a los judíos de
origen sefardí acceder a la nacionalidad española. De Muguiro lo empleó
como argumento para conceder pasaportes españoles a centenares de
judíos, lo que le costó el puesto y su inmediata repatriación.
Su
sucesor, Ángel Sanz Briz, continuó con la misma estrategia: también
incumplió las órdenes que llegaban de Madrid y logró salvar así a unas
5.000 personas.
Ese antiguo decreto habría
permitido a Franco salvar de las cámaras de gas a decenas de miles de
judíos. En enero de 1943, en pleno arranque de La Solución Final, Hitler
envió una circular a todos sus aliados, entre los que se encontraba
España. En ella les daba un plazo de tres meses para “repatriar a sus
judíos” de la Europa ocupada. En caso de no hacerlo, no había que ser
muy listo para saber que su destino serían los campos de trabajo y/o
exterminio.
La respuesta que llegó desde Madrid fue de un absoluto
desinterés, tal y como reflejaron en sus informes los diplomáticos
alemanes. Tanto fue así que el Ministerio de Asuntos Exteriores
franquista exigió a sus diplomáticos que se interesaran “solo por
aquellos judíos de INDISCUTIBLE nacionalidad española”.
Centenares de
familias, cuyos ancestros provenían de la Península, acudieron en vano a
nuestras sedes diplomáticas para pedir un pasaporte o un salvoconducto
que les habría conducido hacia la vida.
El resultado final fue
desolador. Miles de sefardíes, 50.000 solo de la ciudad de Salónica,
acabaron en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau como consecuencia
de esta meditada y premeditada inacción del Gobierno franquista.
En los momentos finales de
la guerra, cuando ya se daba por segura la derrota de Hitler, Franco
giró hacia los Aliados para intentar garantizar su supervivencia.
Desde
aquel mismo momento y durante los cuarenta años de dictadura los
jerarcas del régimen se ocuparon de destruir la documentación que les
señalaba como cómplices directos del nazismo.
Tuvieron cuatro décadas
para realizar ese trabajo y para reescribir una historia manipulada que
continuamos estudiando las generaciones que crecimos en democracia.
Han pasado 74 años desde que
se abrieron las puertas de los campos de concentración nazis y 43 de la
muerte de nuestro dictador. ¿No es hora ya de contar la verdad y de
recordar lo que realmente sucedió? ¿No es hora de señalar con el dedo a
Franco cada Día del Holocausto?
Por Carlos Hernández.........enlace
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