Hoy volví antes de la obra. Aclaro que no soy albañil, sino pensionista. Es lo que tienen algunos infartos: cinco muelles y fuera estrés, fútbol, manteca colorá, aguardiente, tabaco, trifulcas… todo lo que hace feliz a un español de bien.
Por las
mañanas salgo a caminar como alma en pena, desayuno en cualquier bar del
centro –nada de chocolate y churros- y a la vuelta me apoyo en una
baranda amarilla a ver una obra junto a varios intelectuales del barrio:
hormigoneras run run run, vigas volando, imposibles grúas
equilibristas, albañiles precarios…
Hoy me vine porque ya estoy hasta los
cojones del tema catalán. La víspera del 1-O se me ocurrió decir que el
diálogo había solucionado conflictos políticos de mayor envergadura y
para qué más. Un señor se me abrió de brazos: “¿Dialoqué? Un español de
verdad se viste por los pies –me dijo apuntándome al entrecejo con el
dedo- ¡Cojones es lo que hacen falta en España, caballero! Qué coño
diálogo. ¡Menos palabritas y más palos!”.
El ambiente en la obra está
letalmente enrarecido: tensión, gestos esquinados, perífrasis dañinas,
clamores patrióticos… Imposible relajarse con las vigas, los enfoscados,
las palas… ¡A tomar porculo! Ahí os quedáis
.
.
Al final entré en el Bar Los Cuñaos
Today sin asociar el nombre del establecimiento –de alto riesgo, por
cierto-, a la exclusiva clientela que allí se cita. Me apoyé en la
barra. En la televisión manoteaba Ferreras mandando callar al calvo del
ABC que quería comerse a la Fallarás. Albert de fondo.
La concurrencia en la barra voceaba y ladraba encrespada al hispánico modo. Las cáscaras de avellana amontonadas en el suelo, un camarero subiendo la voz al televisor, cuatro moscas machadianas rebañando los granitos de azúcar del desayuno.
La concurrencia en la barra voceaba y ladraba encrespada al hispánico modo. Las cáscaras de avellana amontonadas en el suelo, un camarero subiendo la voz al televisor, cuatro moscas machadianas rebañando los granitos de azúcar del desayuno.
Solo faltaban en la tertulia los afamados politólogos
Ojeda y Bertín Osborne.
-Un tinto, por favor –me atreví a pedir.
-No será usted catalán, ¿no? –Me susurró
el camarero al servirme el vino, desviando la mirada- no me gustaría
que lo ofendieran en mi casa, si quiere usted los mando callar –señaló
con la cabeza a los de la barra.
-Para nada, faltaría más. Muchas gracias.
Un señor bajito, de calva indefinible, largas patillas rizadas y barba de tres días me observaba desde lejos. Mi propósito era beberme el vino cuanto antes y salir pitando de aquel cuñadódromo. Y casi lo consigo, pero al pagar, el señor se acercó a mí con andares lentos, pasos largos, las manos en los bolsillos del chándal de la Selección, un palillo de dientes bailoteando en los labios.
-Perdone usted si lo molesto, caballero,
¿puedo saber qué opina de lo que están montando los catalanes? –Hizo un
ademán al camarero- Otro vino para el señor, yo invito.
Fui incapaz de rechazar la oferta:
-Hombre, yo creo que todo en la vida se arregla hablando… O se arreglaba.
Un silencio sepulcral invadió el local.
Solo se oía el runrún de Albert en el televisor disputando el vacío a
las moscas: partir España… Podemos… Moscas… Unidad de España…
Venezuela…. Moscas… Constitución de España… Golpismo… Bandera de
España… Más moscas… El camarero bajó el volumen.
-¿Cómo ha dicho usted? ¿Dialogar con el Puichdemón ese? –Se escandalizó alguien.
-¿Dialoqué? –Preguntó el señor bajito de
las patillas rizadas, los ojillos negros de rata clavados en mi
entrecejo, el palillo inmóvil en la boca- ¿Con golpistas?
Mire usted, caballero, esto solo tiene una solución, y es muy sencilla: se suelta a la cabra de la legión en las Ramblas, a la cabrita nada más, ella solita, ni tercios ni na, andandito por las Ramblas, pian pianito, y no queda ni un perroflauta en Barcelona, se lo digo yo.
Mire usted, caballero, esto solo tiene una solución, y es muy sencilla: se suelta a la cabra de la legión en las Ramblas, a la cabrita nada más, ella solita, ni tercios ni na, andandito por las Ramblas, pian pianito, y no queda ni un perroflauta en Barcelona, se lo digo yo.
-Hombre…
-¿Cómo que hombre? –Exclamó. La exclusiva clientela se acercó al olor del conflicto como los buitres a la carroña.
-Lo que hay que hacer es un muro y que
no pase ni uno –terció otro contertulio con mono azul manchado de
pintura- pero que ni uno. Y el Barça que juegue con el Tarrassa, que
está en Tercera.
-Tampoco es eso, coño –lo interrumpió el
de las patillas-, que no tiene por qué llegar la sangre al río.
Ya nos
entenderíamos con ellos, aunque fuera en catalán. Esto es cosa de
política, no de fútbol, no mezcles nabos con coles. Por cierto –me
señaló con el dedo y pidió una ronda-, ¿puede explicarme usted cómo se
dialoga con golpistas que atacan a la Policía? Lo vería usted en la
tele, digo yo.
-Y adoctrinan a los niños y te echan de las tiendas si hablas español. –Informó uno de ellos, señalando a Albert.
-Tranquilos, coño, dejadlo que se explique –aplacó el señor bajito acercándome el vaso de vino.
Tragué saliva.
-Vamos a ver, caballero, ¿usted tiene hijos? –Le pregunté.
-Tres –se golpeó el pecho como Tarzán-, y tos van p’alante. Y llevo tres años en paro, que conste.
¡Tres años!
-Bien –intenté continuar-, entonces imagine usted que uno de sus hijos -es solo un poner-, quiere irse de su casa…
-No se le ocurrirá a ninguno.
-Bueno, suponga usted que es un capricho
del niño. Se ha enfadado por una pamplina, está en la edad, se pone
chulo y dice que se va. Usted conoce al niño y sabe que es conflictivo y
cabezón. ¿Me sigue? –Asintió- Bien.
Pues tiene usted dos opciones, una: lo sienta en el sofá y lo amansa, que a lo mejor lo convence cambiándole el color del cuarto, o llevándolo a un partido, o dándole más cariño, vaya usted a saber, o dos: cuadrarse con el niño, cerrarse en banda y reducirlo todo a una cuestión de autoridad y de cojones. ¿Se acuerda del “a por ellos, oe, oe”? Pues eso.
Pues tiene usted dos opciones, una: lo sienta en el sofá y lo amansa, que a lo mejor lo convence cambiándole el color del cuarto, o llevándolo a un partido, o dándole más cariño, vaya usted a saber, o dos: cuadrarse con el niño, cerrarse en banda y reducirlo todo a una cuestión de autoridad y de cojones. ¿Se acuerda del “a por ellos, oe, oe”? Pues eso.
-Me quedo con lo segundo. A cara cojones gano yo.
-Bien, la segunda, de acuerdo. Usted se
planta, el niño sube el tono, hay voces, malas formas, empujones… El
niño rompe un mueble de una patada.
-Se le dan dos hostias y punto
–intervino otro contertulio-, como Rajoy en Cataluña, se manda a la
Guardia Civil y a tomar porculo. Y si hace falta a la legión y a los
tanques.
De nuevo la pelea de perros, todos
hablando sin oírse, que si España arriba y abajo, que si la bandera, que
si Puigdemont, que si todos a la cárcel, el golpe de Estado, la legión,
los tanques, el muro de Trump, el Barça y hostias y palos van y vienen.
Levanté las manos.
-Pues eso –intenté continuar-, que
cuando el niño rompe el mueble, usted, legítimamente, no se lo voy a
discutir, faltaría más, para eso es su hijo y romper los muebles no son
formas, le zampa dos hostias bien dadas, para que aprenda. ¿Y qué pasa
entonces? Que el niño pone el mingo, berrea, patalea y escandaliza al
vecindario…
-Pues cuatro hostias más y nueve de propina.
-Ahí voy. A esas alturas, el escándalo
se oirá en lo alto de la Giralda, el rellano estará lleno de vecinos, el
niño sangrando por la nariz, su familia sujetándolo a usted y entonces
aparecerá la Policía, y teniendo en cuenta que es menor, intervendrá
Asuntos Sociales y usted perderá para siempre al niño, que es lo que
pretendía evitar.
Eso como mal menor. ¿Lo entiende ahora? ¿No hubiera
sido mejor sentarse con él antes de llegar a esto? Porque usted es
padre, no policía. ¿Probó a dialogar, a persuadirlo, a ejercer de padre?
Nunca lo sabrá. Solo sabe que ahora tiene la familia rota.
-¿Me está usted comparando un golpe de
Estado con romper un mueble? –Se llevó las manos a la boca y tiró el
palillo-. ¿Me está diciendo que España es una mesa camilla? Que los
separatistas han cometido un delito gravísimo, caballero, que la ley es
igual para todos, que no me líe usted, no me líe…
El señor Rajoy cobra por ser político, no policía; por solucionar problemas hablando, no pegando. Cuando un policía tiene un conflicto con un ratero, no lo manda a hablar con Rajoy, y cuando Rajoy tiene un problema con un político, no puede mandar a la policía a solucionarlo, ¿lo entiende usted?
-¡Qué gracioso! –Sacudía la cabeza como
un mulo aturdido en una era-, el niño se pone chulo, parte un mueble y
la culpa es mía. Lo dejo entonces que parta otro, ¿no? Dejamos que los
golpistas partan España. Así está Venezuela. Por cierto, no será usted
podemita, ¿no?
-El muro y a tomar porculo –repitió el
del mono azul-, pero bien alto el muro, y que lo paguen ellos.
Y el
Barça a Tercera pero ya.
-Y la legión que no falte, con la cabra delante –Gritó un tercero.
Total, que abandoné aquel cuñadódromo
pensando que hay padres y “padres”, y políticos y “políticos”. Si Adolfo
Suárez, que era nada menos que falangista, trajo del exilio a
Tarradellas, dialogó con él y lo puso al frente de la Generalitat, ¡en
aquellos tiempos! ¡Un falangista!
En 2017 Rajoy podía haber hecho algo
más que moler a palos a sus compatriotas. Años tuvo para dialogar y
hacer política, que es por lo que cobra.
Ni Cataluña se merecía aquel
trato ni España este trauma ni nadie este circo, pero a ver quién se lo
explica al del chándal de España, la patillas rizadas y el palillo en la
boca.
Continuará. Volveremos al Bar Los Cuñaos Today.
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