No deberíamos dedicar ni un solo segundo
a valorar este tipo de cuestiones, y no porque no tengan importancia
sino especialmente porque la tienen, y solo consiguen que nos hierva la
sangre. No, no deberíamos, porque sus retratos nos retratan como
sociedad.
Se trata, sí, también de la cantidad de
dinero público malgastada en hinchar todavía más los ya voluminos egos
de sus señorías, pero sobre todo se trata de señalar la falta de
vergüenza y ética de estos supuestos servidores públicos con tanto apego
al culto a su persona.
A tanto ha llegado el despropósito en
este circo de la demencia, que se llegó a presumir en su día de lo
austero que había sido Manuel Marín (expresidente del Congreso) por
haber elegido una fotografía y no una pintura. Una fotografía que debía
estar impresa en papel de oro porque nos acabó costando la ‘módica’
cantidad de 25.000 euros (cuatro millones doscientas mil pesetas). Y aún
así, es lamentablemente cierto que el gasto estuvo muy por debajo de la
media.
Nuestros egregios próceres (ministros,
presidentes de Congreso y Senado, presidentes del Gobierno y demás
ralea) se auto-otorgaron, al iniciar el tan brillante y próspero periodo
democrático tras la muerte del dictador (entiéndase la ironía), el
privilegio de poder encargar un retrato a su autor preferido y sin
límite de presupuesto. Y así, grosso modo, los aproximadamente
doscientos sinvergüenzas que han hecho uso de la prerrogativa, nos han
salido, actualizando el valor, a una media de 60.000 euros por
retratito, lo que redondeando vendría a resultar un gasto de unos 12
millones de euros (2000 millones de pesetas, que se percibe mejor) para
que sus caretos pendan de las paredes de tan democráticas instituciones.
Obviamente la media no hace justicia,
porque los ha habido más modestos y también más presuntuosos. Entre
estos últimos cabe destacar a Álvarez Cascos, que pretendía gastar
194.000 euros (32 millones de pesetas) en su retrato, pero que por haber
trascendido la información, tuvo que moderar sus aspiraciones. Tampoco
han sido demasiado austeros José Bono, José María Aznar, Felipe González
o Rajoy (quien por cierto cuenta ya con cinco retratos distintos), pues
cada uno de sus retratitos nos ha costado entre los 70.000 y los 90.000
euros.
El último de los afortunados retratados
ha sido Jesús Posada, que ha quedado ligeramente por encima de la media
con 66.000 eurazos: 11 millones de pesetas por un retrato que en una
buena tienda de fotografía nos saldría (no olvidemos nunca que lo
pagamos nosotros) por unos 60 euros (10.000 pesetas), y que haría
exactamente el mismo papel.
1,4 millones de hogares con todos sus
miembros en paro, 2,6 millones de personas en situación de pobreza
severa, casi 14 millones de habitantes en riesgo de pobreza, y muchos
más que no pueden llenar siquiera la nevera con productos de una mínima
calidad y que tiemblan cuando llegan las facturas de los suministros
básicos y, mientras tanto, con el dinero de todos (también con el de esa
gente que malvive), los que se supone que están ahí para dar un
servicio a la sociedad se dedican a gastar ingentes cantidades de dinero
para ver a un mierda colgado en una pared.
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