miércoles, 14 de junio de 2017

Mangurrinos



EL DICCIONARIO alternativo de la lengua castellana define al mangurrino como «un ser detestable, pierdemisas y cierrabares, especialmente dotado para todo tipo de bellaquerías, trapacerías y otras sinvergonzonerías del más variado pelaje». Contra todo criterio y razón, el gremio del mangurrinismo campa a sus anchas entre la clase política de nuestro país, infestada de una golfería rampante.


 En teoría, y si nos atenemos a las reglas de juego imperantes en todo sistema democrático que se precie, los buenos padres de la patria nos hablan de trasparencia en los negocios públicos y de la mejor manera de ser un modelo de ciudadano, como garante de un mundo mejor donde cada uno trata de hacer lo mejor posible en beneficio del conjunto.


 Tiene bemoles, la cosa. Porque la sospecha que envuelve a la ciudadanía, a la espera de las pertinentes sanciones judiciales, es que comparando con lo que estamos viviendo, Sodoma y Gomorra debió ser un parvulario.


La vocación de gandulear que distingue a parte de nuestros mandamases viene de lejos, pues no hay más que recordar lo de Filesa, el Tamayazo o el Correazo actual. Así las cosas, la honradez parece ser hoy en día una especie en vías de extinción, ante los aromas a malversación y tocomocho que impregnan el ambiente.


Y ello me lleva a recordar a Ambroise Bierce, quien definió la política como «medio de ganarse la vida para la parte más degradada de nuestras clases delictivas». Quizá suene exagerado, pero lo cierto es que un pueblo educado no tolera la corrupción, más allá de prédicas demagógicas y pasiones partidistas.


Muy al contrario, parece que en España nos hemos acostumbrado a desmanes de proporciones bíblicas. Esto no lo salva ni la cabra de la Legión.



 JAVIER TOMÉJAVIER TOMÉ





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