El creciente protagonismo de Rusia es motivo de enorme preocupación para
las mal llamadas “democracias” occidentales, en realidad un conjunto de
sórdidas e inmorales plutocracias dispuestas a sacrificar a sus pueblos
en el altar del mercado. Preocupación porque luego de la desintegración
de la Unión Soviética Rusia fue dada por muerta por muchos sesudos
analistas y expertos de Estados Unidos y Europa. Sumidos en su
ignorancia y cegados por el prejuicio olvidaron que Rusia había sido,
desde comienzos del siglo dieciocho bajo el cetro de Pedro el Grande y,
sobre todo, durante el reinado de Catalina la Grande al promediar ese
mismo siglo, una de las principales potencias europeas cuya intervención
solía inclinar la balanza en los permanentes conflictos entre sus
vecinos occidentales, especialmente el Reino Unido, Francia y el Imperio
Austro-Húngaro. Olvidarse de la historia invariablemente termina
produciendo groseros errores de análisis como los que hoy atribulan a
los estrategos occidentales.
La Revolución Rusa y el derrumbe del zarismo provocaron un transitorio
eclipse del protagonismo ruso que muchos pensaron sería definitivo. Sin
embargo, la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y el papel
crucial en ella desempeñado por la Unión Soviética, amén de su
formidable recuperación económica de posguerra, hicieron que Moscú
volviera a ocupar su tradicional rol arbitral en el concierto
internacional.
Durante casi medio siglo el sistema internacional tuvo la
marca del bipolarismo, con Occidente y el (otra vez) mal llamado “mundo
libre” de un lado y la Unión Soviética y sus aliados en el otro. Con la
fulminante implosión de la URSS hizo que muchos creyeran que, ahora sí,
Rusia desaparecería para siempre y que lo que se venía era “un nuevo
siglo americano” signado por el incontestable unipolarismo de Estados
Unidos, liberado de su tradicional adversario soviético y con China aún
lejos de ser lo que llegaría a ser pocos años más tarde. La réplica de
la historia fue demoledora.
Tal como lo asegura Eduardo Febbro en su
nota del pasado domingo en Página/12,
“ no hay terreno donde el Rey Putin no haya vencido a sus adversarios:
aplastó la revuelta en Chechenia, ganó en Siria, anexó Crimea, impidió
militarmente que los independentistas ucranianos pasaran bajo la
influencia europea, impuso su orden en Georgia y en Osetia, y, encima,
logró desestabilizar desde el interior a las mismas democracias europeas
con una acertada política de financiación de partidos y movimientos de
diverso orden ideológico.
Diecisiete años después de haber llegado a la
cima del poder este tímido ex teniente coronel de los servicios
secretos, el KGB, es la figura mayor del Siglo XXI.” 1
La alianza de Rusia con China y la posterior incorporación de Irán y la
India, más el astuto acercamiento con Turquía representa el “peor
escenario posible” para la declinante hegemonía global de Estados
Unidos, según Zbigniew Brzezinski,
el principal estratego de Washington. El asesinato de Andrei Karlov en
Ankara tiene dos propósitos inocultables: uno, dificultar que Turquía
-sede de la impresionante base aérea norteamericana de Incirlik, con una
dotación permanente de unos cinco mil hombres de la Fuerza Aérea de
Estados Unidos- sea atraída hacia Moscú privando a la OTAN de una
locación clave para cerrar, desde el Mediterráneo Oriental, el cerco
contra Rusia que comienza en el Norte con los países bálticos.
Dos,
hacerle saber a Rusia que Occidente no se quedará de brazos cruzados
mientras Putin se fortalece y prestigia poniendo fin al caos que Estados
Unidos y sus aliados produjeron en Siria y que no pudieron o no
quisieron solucionar. Lo de Karlov bien puede ser una provocación que,
como el asesinato del Archiduque Francisco de Austria en Sarajevo, en
1914, podría precipitar una guerra si es que la parte afectada –Rusia-
reaccionara impulsivamente. Pero si algo ha demostrado un personaje tan
controvertido como Putin es que puede ser acusado de cualquier cosa,
menos de ser un atolondrado. Más bien se trata de un actor muy cerebral y
reflexivo, un hombre que juega con asombrosa frialdad en el caliente
tablero de la política mundial. El crimen perpetrado en Ankara fue un
claro mensaje mafioso dirigido a Moscú.
Por eso el jihadista que
perpetró el asesinato fue ultimado, sellando su boca para siempre. Los
servicios occidentales son expertos en eso de reclutar supuestos
radicales para perpetrar crímenes que sostienen la continuidad del
imperio.
1 “Los éxitos de Putin le quitan el sueño a la Unión Europea”, https://www.pagina12.com.ar/9576-los-exitos-de-putin-le-quitan-el-sueno-a-la-ue
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