Párrafos extraídos del libro Lenguaje e ideología, de Olivier Reboul. (descargar libro pdf)
"Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes" Marx. (E. 1975, p. 238)
"Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes" Marx. (E. 1975, p. 238)
[...]
todo poder debe legitimarse para durar más allá del golpe de fuerza ó
de la ocasión que le dio origen: "El más fuerte no es jamás tan fuerte
como para seguir siendo el amó si no transforma su fuerza en derecho y
la obediencia en deber", escribió Rousseau al comienzo del Contrato
social. La ideología es precisamente lo que transforma la posesión en
propiedad, la dominación de hecho en autoridad de derecho, la
que asegura la obediencia permanente sin recurrir a la coerción física.
Es, pues, anónima, dado que traduce o pretende traducir el consentimiento
de todos. Y es normal que sea polémica, puesto que todo poder se ejerce
contra uno u otros poderes que lo amenazan o cuestionan.
El
poder, bajo su forma más moderna, más racional, sigue siendo sagrado
porque perpetúa, amplificándolos, los dos rasgos en los cuales se
reconoce lo sagrado : el sacrilegio y el sacrificio. Por un lado,
califica de violencia "crimen", "sabotaje", "atentado", "terrorismo",
etc., todo lo que lo amenaza o simplemente lo cuestiona. Por el otro, se
arroga el derecho de regir la vida de los hombres, finalmente de
sacrificarla. El poder sigue siendo sagrado, pero no lo dice. Dice otra
cosa. Desmiente su objetivo básico con un discurso racional cuyo papel
es el de legitimarlo por otra vía. La ideología es la disimulación de lo
sagrado.
Comprender
la ideología es, pues, comprender la relación ambigua entre su forma,
que es racional, y su contenido, que no lo es. Esta relación
está lejos de ser clara: "Es fácil comprobar, escribe André Glucksmann,
que la palanca de las ideologías tiene un punto de apoyo : el
poder del Estado" (1977, p. 123). No, no es posible conformarse con
estas "comprobaciones" tan terminantes. Primero, existen otros poderes
aparte del del Estado. Por lo demás, si la ideología se apoya sobre un
poder, también ella es un poder, puesto que "transforma la fuerza
en derecho y la obediencia en deber". La ideología tiene el poder
específico de calificar de sacrilegio todo lo que atenta contra el poder,
y de legitimar como sacrificio la obediencia al poder, aunque ésta deba
llegar hasta la muerte. La ideología mantiene lo sagrado disimulándolo.
Lo demostraré analizando el contenido de ciertas fórmulas, en
apariencia triviales, pero profundamente ideológicas en realidad.
Supongamos
que un político "liberal" nos planteara la cuestión siguiente: "¿Usted
no piensa que la defensa del mundo libre exige un importante
poder atómico de disuasión?" Por supuesto que nosotros podemos
responderle sí o no; también somos libres de responderle a nuestro
interlocutor que los créditos consagrados a ese poder de disuasión
estarían mejor empleados si los destináramos a elevar el nivel de vida de los pueblos del mundo libre, haciéndolo por lo mismo más atrayente.
Sin
embargo, sea cual fuere nuestra respuesta, algo quedó sin cuestionar en
la pregunta: el presupuesto de que existe un "mundo libre" amenazado
por otro mundo que no lo es (cf. O. Ducrot, 1972, y R. Robin, 1973, p.
27). Esta oposición maniquea entre una zona de luz y una
zona de tinieblas es precisamente lo sagrado que se disimula bajo la
forma racional de la pregunta. La pregunta abrió un cierto diálogo,
pero un diálogo cuyo campo estaba limitado por la fórmula mágica: "la
defensa del mundo libre". Supongamos, en efecto, que en lugar
de responder sí o no, yo replico: "Pero vuestro mundo libre no es tal."
En ese caso quebranto las leyes del juego, rompo el diálogo. No queda otra cosa que el silencio o la violencia, siendo el silencio en este caso una forma de violencia.
Los árboles matan.
Hace
algunos años, el prefecto de un departamento francés decidió cortar
todos los árboles que se encontraban al borde de las carreteras sobre
la base de un informe técnico que se resumía en la fórmula: "Los
árboles matan", fórmula en apariencia racional. Por lo pronto, se fundaba
sobre estadísticas impresionantes de accidentes automovilísticos
causados por los árboles. Ciertamente se podían discutir las implicaciones
de esta fórmula; hacer notar, por ejemplo, que era posible salvar los
árboles protegiéndolos con paneles flexibles o aun transplantándolos para ampliar las carreteras.
Pero
lo que quedó fuera de duda fue la forma misma de la frase, su
estructura sintáctica, que la hacía tramposa. En lugar de hacer del
árbol un
complemento agente ("por") o de circunstancia ("contra"), Se lo erigió
en sujeto, vale decir en culpable de accidentes mortales. Esta sintaxis
no es inocente, pues bloquea el pensamiento y le impide plantearse
ciertas preguntas : ¿No es acaso el automovilista el que "se mata"
por exceso de velocidad? Nótese que, cayendo yo también en la trampa de
la fórmula, escribí: "Accidentes... causados por los árboles." Y es que la frase del prefecto disimula una cierta sacralidad.
¿Qué
sacralidad? La vida humana, ¡por cierto, más preciosa que el árbol!
Pero en realidad se trata de otra cosa, pues después de todo la vida
humana no es separable de su entorno, de su calidad; y encerrar a los
hombres en un universo de asfalto, de cemento, de ruidos de motores
y de tubos de escape es atentar contra su vida. Dicho de otro modo:
matar los árboles es como matar a los hombres. Lo sagrado que
esconde esta fórmula no es el hombre, sino el automóvil. O más
propiamente, el poder conjunto de los industriales y de los
tecnócratas, para quienes el ser humano no resulta ser más que un instrumento al servicio de la producción y del consumo.
"Los árboles matan" pertenece totalmente a un tipo de discurso tecnocrático, inserto en una red de fórmulas como "la expansión económica", "la modernización", la necesidad "de crear empleos". Reproduzco a título de ejemplo esta declaración que me hizo un economista
con su auto detenido delante de una zona para peatones: "¡Es
escandaloso que en Francia, donde el automóvil es una de las pocas
industrias que generan empleos, no se haga nada por facilitar la
circulación!" No me atreví a preguntarle qué entendía por "facilitar".
[...]
una ideología se manifiesta de diferentes maneras. En primer lugar, a
través de las "cosas": por ejemplo, la estructura de una escuela, de una
prisión, de una ciudad. También mediante actos y prácticas: la manera
de tratar a un subordinado, a un superior, a un extranjero, a un
niño, incluso a la propia mujer.
Por instituciones: parlamentarias, administrativas, judiciales, policíacas, escolares, etc. Por símbolos: emblemas, ritos, urbanidad, vestimentas, etc.
Pero
el dominio privilegiado de la ideología, aquel donde ejerce
directamente su función específica, es el lenguaje. Por el lenguaje la ideología
le ahorra al poder el recurso a la violencia, suspende el empleo de
ésta, o la reduce al estado de amenaza lejana, de implícita ultima
ratio. Por el lenguaje, en fin, la ideología legitima la violencia
cuando el poder tiene que recurrir a ella, haciéndola aparecer como derecho, como necesidad, como razón de Estado, en suma, disimulando su carácter de violencia.Por instituciones: parlamentarias, administrativas, judiciales, policíacas, escolares, etc. Por símbolos: emblemas, ritos, urbanidad, vestimentas, etc.
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