Párrafos extraídos del libro Lenguaje e ideología, de Olivier Reboul. (descargar libro pdf)
Ideología y verdad
Al
contrario de la teoría científica o filosófica, la ideología tiene por
finalidad esencial no la de hacer conocer, sino la de hacer actuar;
suscitar prácticas colectivas y durables que sirvan a un poder. Y
sin embargo, el discurso ideológico no puede ser puramente incitativo.
El poder debe justificarse; y por eso su discurso es también de orden
referencial: comprueba, explica, refuta, se apoya en hechos históricos,
datos estadísticos, etc.
Sin
duda, un poder fuertemente jerarquizado como el ejército casi no tiene
necesidad de este tipo de discurso: el orden y la amenaza le son
suficientes. Sin embargo, aun el ejército, cuando es cuestionado recurre
a proposiciones de orden referencial. Por ejemplo: "el servicio militar
es una formación, una escuela de virilidad", "el ejército es el gran
mudo". Hay en esto ideología precisamente porque el poder no puede
contar de manera exclusiva con la fuerza para hacerse respetar. "El
poder está en la boca de los fusiles", decía Mao; pero también decía:
"Los fusiles no tienen espíritu". Se podría decir lo mismo a propósito
de la enseñanza, la medicina u otras instituciones.
Así,
todo discurso ideológico conduce a la pregunta: ¿verdadero o falso? Y
la respuesta no se conoce de antemano. Si fuera siempre verdadero, no
sería ideológico. Y si fuera falso, perdería pronto toda credibilidad.
En efecto, hasta la ideología más irracional debe apoyarse sobre
verdades. Si el nacionalsocialismo hubiese sido totalmente falso, nadie
lo habría creído. Por otra parte, puede ocurrir que la propia ciencia se
equivoque. Por
lo tanto, la ideología no se opone a la ciencia como el error a la
verdad. Es sólo que, aun cuando la ideología diga la verdad, su discurso
está al servicio de un poder que la determina y la censura.
Lo
cierto es que el discurso ideológico puede no ser necesariamente un
discurso falso, pero sí necesariamente un discurso que no es libre de
interrogarse sobre su propia verdad, un discurso de abogado. Sólo
que el abogado no puede ocultar que está participando en un juicio,
mientras que la ideología es un discurso que se oculta siempre detrás de
otra cosa: la ciencia, el sentido común, la historia, la naturaleza,
etcétera.
El
discurso de la burguesía es universalista: igualdad de todos ante la
ley, derecho de autodeterminación de los pueblos, libertad de
expresión... Pero es sin duda verdad que este discurso ha servido para
ocultar el poder real y exclusivo de la burguesía. La igualdad de todos
ante la ley no es ciertamente vana, pero disimula las desigualdades
reales de riqueza, de poder, de cultura. El derecho de los pueblos se ha
vuelto realidad con la descolonización, pero la independencia política
adquirida por los pueblos nuevos a menudo no hace sino enmascarar su
dependencia económica y cultural. En cuanto a la libertad de expresión,
es un hecho, pero un hecho que disimula a su contrario: ¿cómo, en
efecto, hacerse entender o leer, si los medios de difusión están
reservados a quienes tienen dinero para comprarlos o arrendarlos? Una de
las "verdades" del discurso hitleriano residía en que la democracia, en
muchos aspectos, es en realidad una plutocracia.
Estas
críticas, de inspiración marxista, valen también para el marxismo.
Sintagmas como "democracia popular", "solidaridad proletaria",
"dictadura del proletariado" corresponden a algo real, pero se trata de
una realidad ambigua. Las democracias populares, al menos en la época
stalinista, eran verdaderas colonias políticas y económicas de la URSS.
La solidaridad proletaria permitió justificar la invasión de
Checoslovaquia en 1968. Y en cuanto a la dictadura del proletariado ¿no
se ha convertido en casi todas partes en una dictadura sobre el
proletariado?
Los deslizamientos de sentido
El
discurso ideológico puede, pues, crear su referente. Pero ocurre
también que alude a un referente real, aunque dándole otro sentido, otro
valor. Así, como lo muestra Roland Barthes, la burguesía del siglo XIX
adoptó un vocabulario propio para legitimar la represión social como si
ésta fuese un hecho natural:
Los obreros reivindicativos eran siempre "individuos", los rompehuelgas; "obreros tranquilos", y el servilismo de los jueces aparecía como "la vigilancia paternal de los magistrados" (1972, p. 22).
En
este ejemplo, el referente es objetivo, pero no el sentido que le
atribuye cada ideología, la de los burgueses y la que anima a Roland
Barthes.
Ella sola capacita a los hombres para ejercer los derechos políticos" (citado por Mairet, 1978, b, p. 144). Ahí aparece el deslizamiento de sentido: se afirma la libertad de expresión, de reunión, de tránsito, etc., pero subordinándolas a la libertad de poseer. De manera que, como se vio con el sufragio censatario o con el "delito de vagancia", ser libre viene a ser lo mismo que ser propietario.
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