La propiedad sigue siendo un robo
Aprovechando que se han cumplido 150 años de la muerte de Proudhon hemos querido ofrecer a nuestros lectores una antología de su pensamiento. Los textos están tomados de sus obras, tanto de las que se tradujeron al castellano como de las que están todavía inéditas en nuestra lengua. El título de cada obra va como epígrafe de los textos.
Proudhon nació el 15 de enero de 1809, en Besançon (Francia), la misma
ciudad en donde vieron la luz Charles Fourier y Victor Hugo, y murió en
Passy a los 56 años de edad. Por ser hijo de familia humilde tuvo que
dedicarse a trabajar desde su más temprana infancia, oficiando de pastor
y otros menesteres de la vida campesina. A los 18 años entró en una
imprenta, en la que pronto se hizo cajista y luego corrector. Como
siempre había acusado una inteligencia excepcional y un singular cariño
por los libros, su nuevo trabajo fue para él una universidad. Con motivo
de que en dicha imprenta se imprimió una edición de la Biblia, se le
despertó la curiosidad de saber latín. Luego aprendió el griego y el
hebreo sobre los mismos textos teológicos para entrar más tarde, con
energía y pasión únicas, en el estudio de las graves cuestiones
económicas y sociales, en las que tanto había de brillar.
También por una edición de El nuevo orden industrial, Proudhon entró en conocimiento de la obra de su conciudadano Fourier, el cual, a pesar de sus excentricidades intelectuales, no dejó de tener ideas luminosas y anticipaciones ideológicas de verdadero precursor. Como su pasión por el saber era incontenible, pronto adquirió amplísimos conocimientos de todas las ramas del saber humano, pero especialmente de filosofía y economía. De ahí que, aun siendo autodidacta, resultó uno de los hombres que más han escrito, a pesar de que murió en plena madurez. Basta decir que sus obras fueron extensas y numerosas, y que sólo su correspondencia enriqueció y nutrió catorce voluminosos tomos, que al decir de algunos biógrafos es donde está contenido lo más selecto de su fino espíritu y lo más agudo de su ingenio.
Después de leer a Adam Smith y a otros clásicos de la Economía Política y estudiar la dialéctica hegeliana, arriba al socialismo demostrando escandalosamente "que la propiedad es un robo". Sus tres Memorias sobre el tema de la propiedad, que luego sirvieron como fundamento del socialismo, le originaron persecuciones, procesos, destierros e incluso la suspensión de la beca Suard, que representaba su medio de vida, y que por sus méritos propios obtuvo de la Academia de Besançon.
Que sus libros resultaron tremendamente ruidosos en aquella época nos lo prueba el hecho de que, antes de publicar la primera de las Memorias mencionadas, y consciente de cómo sería acogida por los académicos, le decía en carta a un amigo: "He aquí cuál será el título de mi nueva obra, sobre el cual deseo que conserves el secreto: ¿Qué es la propiedad? Es el robo o Teoría de la igualdad política, civil e industrial. La dedicaré a la Academia de Besançon. Este título es atroz; pero no les dejaré medio para que puedan morderme; soy un demostrador, expongo hechos; actualmente ya no se castiga por decir verdades sin herir a nadie, aunque sean molestas.
Pero si el título es alarmante, la obra lo es mucho más. Si tengo un editor hábil y que se mueva verás pronto al público sumido en la consternación. Toma la proposición que sirve de frontispicio a mi carta y figúrate verla probada por razón matemática, lo que es mucho más decisivo para los hombres de hoy que por pruebas morales y metafísicas".
Por éstas y otras causas, toda su vida fue azarosa y llena de privaciones económicas, dada su integridad moral, rectitud de carácter e inconformismo con la sociedad burguesa y el misticismo religioso. Era, pues, un indomable que con singular entereza renunciaba a los bienes que le podía proporcionar la adaptación al medio político y social de su época. Para él, por encima de todas las comodidades estaban la razón, la justicia y la verdad.
Proudhon, como precursor del socialismo, precedió a Marx. Mucho antes de que el economista y filósofo alemán entrase en conocimiento de la idea socialista, nuestro hombre había estudiado a Saint-Simon, Owen y Godwin, amén de las utopías que se lanzaran como anticipaciones de lo que debiera ser la sociedad organizada sobre bases de mayor justicia y equidad. Por eso se le consideraba como el escritor más denso de ideas renovadoras; el más avanzado de la época y el que más a fondo removiera la conciencia social de su tiempo.
La fuerza activa y fecunda de su concepción consistió en hacer del socialismo un movimiento cuyo porvenir estará seguro con las actividades y desarrollo de la clase obrera y de la producción en su conjunto, cuyas instituciones van abriendo cauce e iluminando un nuevo ordenamiento de la sociedad regida por ese principio moral de la justicia y por las esencias federalistas que concibió él antes que nadie.
Fue un pensador profundo y genial; nos lo prueba el hecho de que sobre su vida y su obra se ha escrito mucho. Su cultura era tan rica que le permitió escribir páginas abordando temas de toda índole: sobre la idea de Dios, sobre la propiedad, la dialéctica, la justicia, la certidumbre, la moral, las costumbres, etc.; pero especialmente sobre economía política, a la que atribuyó tanto función meta metafísica como práctica. Por eso el 4 de junio de 1847 respondía a objeciones de su amigo Bergman: "Persisto en creer que las cuestiones acerca de Dios, del destino humano, de las ideas, de la certidumbre, en una palabra, que todas las altas cuestiones de la filosofía forman parte integrante de la ciencia económica, que no es, después de todo, más que su realización exterior".
Karl Marx fue un admirador de Proudhon, y probablemente debe su evolución -del hegelianismo al socialismo- a los escritos del pensador francés. Nos lo demuestra claramente -antes de escribir su violenta crítica titulada Miseria de la Filosofía- al reconocer con Engels, en La Sagrada Familia, que ellos encontraron en la obra de Proudhon sobre la propiedad un progreso científico "que revoluciona la economía política y por vez primera hace realmente posible una verdadera ciencia de la economía política"; además, llegaron a declarar paladinamente que nuestro pensador no sólo escribía en interés del proletariado, sino que él mismo era proletario y que su obra era "un manifiesto científico del proletariado francés", de "importancia histórica".
Pero todo esto lo dijeron me dio año antes de que comenzaran a redactar la polémica contenida en su agria Miseria de la Filosofía. Es cierto que cuando Marx publicó este libro polémico ya Proudhon había publicado su Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria, pero esta obra no constituía una modificación sustancial de su pensamiento, sino la evolución de sus interpretaciones, que le condujeron directamente a convertirse en precursor del socialismo antiautoritario.
Sin embargo, sépase que Marx, cuando estuvo en Francia, se pasó noches enteras discutiendo con Proudhon, y que más tarde invitó a éste a colaborar en una "correspondencia" que sirviera para "un intercambio de ideas y para una crítica imparcial", porque -escribe Marx- "creemos todos que, por lo que respecta a Francia, no podríamos encontrar mejor corresponsal que usted". Proudhon contestó lo siguiente: "Busquemos conjuntamente, si usted lo desea, las leyes de la sociedad y el modo cómo se realizan, pero, por el amor de Dios, una vez que hayamos escombrado todos esos dogmatismos a priori, no pensemos en cargar al pueblo con doctrinas por nuestra parte.
No incurramos en el error de su compatriota, Martín Lutero, que, después de haber derrocado la teología católica, sin perder tiempo se dedicó con gran derroche de excomuniones y anatemas a fundar una teología protestante... Por el hecho de que estemos al frente de un movimiento, no nos convirtamos en jefes de una nueva intolerancia, no nos comportemos como apóstoles de una nueva religión, aunque esa religión fuera la de la lógica, la de la razón".
Aquí se trata, como muy bien dice Martin Buber, "esencialmente del modo de proceder político, pero muchas manifestaciones de Proudhon atestiguan que también veía la meta bajo la luz de la libertad y la diversidad". Y el mismo Buber añade que cincuenta años después de aquella carta, Kropotkin resume la idea fundamental del objetivo en estas frases: "El desarrollo máximo de la individualidad deberá ir unido al máximo desarrollo de la asociación voluntaria en todos sus aspectos, en todos los grados posibles y para los fines más variados: una asociación en cambio constante que lleve en sí misma los elementos de su duración y adopte las formas que en todo momento correspondan mejor a las aspiraciones de todos".
Es exactamente lo que quería Proudhon en la madurez de su pensamiento.
Es muy posible que Proudhon viese en la carta que le envió Marx, como también en las conversaciones particulares que habían tenido, al hombre que acariciaba el sueño de llegar a ser un redentor mediante la elaboración de una doctrina despótica y centralista que el filósofo francés no compartió. Pero aunque algunos han argüido que la finalidad del pensamiento de Marx no difiere mucho del "utopismo" proudhoniano, no es menos cierto que nuestro hombre no creía en el centralismo, ni tampoco en el salto posrevolucionario vislumbrado por Marx, sino que juzgó que era preciso crear desde ahora el ambiente necesario al cambio que se operará mediante el triunfo de la revolución.
Es decir, Proudhon abogaba por una continuidad dentro de la cual la revolución significa solamente el cumplimiento la liberación y ampliación de una realidad que, en lo posible, se ha desarrollado ya.
Enfocándola desde otro ángulo, esta diferencia aún se puede aclarar más, pero como el espacio es limitado nos vemos obligados a dar de lado a más razonamientos para poder tomar nota de algunas ideas esbozadas por Proudhon respecto al socialismo, y que son esenciales para una justa interpretación de sus aportaciones.
En 1844 escribió Proudhon en una carta: "Cuando las contradicciones de la comunidad y de la democracia, una vez descubiertas, corran la suerte de las utopías de Saint-Simon y Fourier, entonces el socialismo, que no es otra cosa que la economía política, se apoderará de la sociedad y la empujará con poder irresistible a su ulterior destino... El socialismo no tiene aún conciencia de sí mismo; en la actualidad se denomina comunismo".
Y hablando del predominio del principio económico sobre el de la religión y del gobierno, dice: "Este principio es el que con el nombre de socialismo removerá a Europa con una nueva revolución, la cual, después de haber constituido la república federativa de los Estados civilizados, organizará la unidad y solidaridad de la especie humana en toda la superficie del globo terrestre".
Y después de afirmar que una genuina reforma de la sociedad sólo puede lograrse partiendo de una modificación radical de las relaciones entre el orden social y el político, y de que no se trata de sustituir una constitución política por otra, en vez de la organización política impuesta a la sociedad autoritariamente, es preciso que aparezca una que provenga de la sociedad misma, dice: "La causa primera de todos los desórdenes que afligen a la sociedad, de la opresión de los ciudadanos y de la ruina de las naciones, consiste en la centralización exclusiva y jerárquica de los poderes públicos (...); es preciso acabar cuanto antes con ese enorme parasitismo".
Y luego: "Desde la Reforma, y en particular desde la Revolución francesa, un nuevo espíritu ilumina al mundo. La libertad se ha enfrentado al Estado, y desde que se universalizó la idea de libertad se comprendió que no es meramente cuestión del individuo, sino que debe existir asimismo en el grupo".
También, declarándose contra las doctrinas dogmáticas y centralistas, advierte: "Al pueblo le gustan las ideas sencillas, y tiene razón. Desgraciadamente, esa sencillez que busca sólo puede hallarse en las cosas elementales, indisolubles, de principios opuestos y de fuerzas antagónicas. Organismo significa complicación, pluralidad significa contradicción, antagonismo, independencia. El sistema centralista puede ser muy hermoso por su grandeza, simplicidad y desarrollo; sólo le falta una cosa: en él el hombre ya no se pertenece a sí mismo, en él no se siente, en él no vive, en él no es tenido en cuenta".
Mas, como se sabe, el ideal verdadero de Proudhon es la anarquía, o sea, la ausencia de gobierno, el contrato libre en sustitución de la autoridad. Lo demuestra brillantemente cuando afirma: "Habiéndose cambiado la sociedad de adentro afuera, todas las relaciones quedan trastornadas. Ayer andábamos cabeza abajo, hoy la erguimos, y todo ello sin que se haya causado interrupción en nuestra vida. Sin que hayamos perdido nuestra personalidad, cambiamos de existencia. Tal es la revolución en el siglo XIX.
¿No es, en efecto, la idea capital y decisiva de esta revolución: 'No más autoridad', ni en la Iglesia, ni en el Estado, ni en la tierra, ni en el dinero?
Ahora bien, no más autoridad quiere decir lo que no se ha visto nunca, lo que nunca se ha comprendido: el acuerdo del interés de cada uno con el interés de todos; la identidad de la soberanía colectiva y de la soberanía individual.
¡No más autoridad!, es decir, además, el contrato libre en lugar de la ley absolutista; la transacción voluntaria en lugar del arbitraje del Estado; la justicia equitativa y recíproca en lugar de la justicia soberana y distributiva; la moral racional en lugar de la moral revelada; el equilibrio de las fuerzas sustituyendo al equilibrio de los poderes; la unidad económica en lugar de la centralización política.
Una vez más, ¿no es esto lo que me atreveré a llamar una conversión completa, una vuelta sobre sí mismo, una revolución?"
Pero Proudhon demostró ser un gran visionario cuando ya a mediados del siglo antepasado predijo para Europa sistemas parecidos al fascismo y al estalinismo. La amenaza para el futuro es, dice, "una democracia compacta con apariencia de estar fundada en la dictadura de las masas, pero en la que las masas no tendrán más poder que el necesario para asegurar la general servidumbre de acuerdo con los siguientes preceptos tomados del antiguo absolutismo: indivisibilidad del poder público, centralización agotadora, destrucción sistemática de todo pensamiento individual, corporativo y regional (que se considerará perturbador), policía inquisitorial
No nos engañemos. Europa está enferma de ideas y de orden; está entrando en una era de fuerza bruta y desprecio de principios. Después empezará la gran guerra entre las seis grandes potencias Habrá una carnicería, y la debilidad que seguirá a esos baños de sangre será terrible. No viviremos para ver la obra de la nueva época; lucharemos en las tinieblas; debemos prepararnos para aguantar esa vida sin entristecernos demasiado, cumpliendo nuestro deber. Ayudémonos unos a otros, llamémonos en las tinieblas, y practiquemos la justicia siempre que haya ocasión.
La civilización está hoy en las garras de una crisis a la que sólo puede encontrarse otra parecida en la historia: la crisis que trajeron consigo los comienzos del cristianismo. Todas las tradiciones están agotadas, todos los credos, abolidos; pero el nuevo programa todavía no está listo, con lo que quiero decir que todavía no entró en la conciencia de las masas. De ahí lo que yo llamo disolución. Es el momento más cruel en la vida de las sociedades No me hago ilusiones y no espero despertar una mañana para ver la resurrección de la libertad en nuestro país, como por arte de magia No, no; podredumbre durante un tiempo cuyo fin no puedo precisar y que no durará menos de una o dos generaciones: eso es lo que nos ha tocado en suerte
Sólo veré lo malo, moriré en medio de las tinieblas".
He ahí, pues, trazada a grandes rasgos la figura genial del más grande creador del anarquismo.
J. P. V.
Antología de Proudhon
¿Qué es la propiedad? (1840)
Si tuviera que responder a la siguiente pregunta:
¿Qué es la esclavitud? y respondiera simplemente: Es un asesinato, mi pensamiento sería inmediatamente comprendido. No necesitaría una larga parrafada para demostrar que el poder de privar al hombre de su pensamiento, voluntad y personalidad es un poder de vida y de muerte, y que convertir a un hombre en esclavo es asesinarlo. Así pues, ¿por qué a esta otra pregunta: ¿Qué es la propiedad? no puedo responder también: Es un robo, sin tener la certeza de ser entendido, aun cuando esta segunda proposición no sea más que la primera transformada?
Tal autor enseña que la propiedad es un derecho civil, nacido de la ocupación y sancionado por la ley; ese otro sostiene que es un derecho natural, que tiene su origen en el trabajo: y estas doctrinas, por opuestas que parezcan, son promovidas, aplaudidas. Yo pretendo que ni el trabajo, ni la ocupación, ni la ley pueden crear la propiedad; que la propiedad es un efecto sin causa: ¿soy por ello reprensible?
¡Cuántas murmuraciones se levantan!
¡La propiedad es un robo! ¡He ahí el toque a rebato del 93! ¡He ahí el zafarrancho de las revoluciones!
Sí, todos los hombres creen y repiten que la igualdad de condiciones es idéntica a la igualdad de derechos; que "propiedad" y "robo" son palabras sinónimas; que cualquier preeminencia social, concedida, o mejor dicho, usurpada bajo el pretexto de la superioridad de talento y de servicio, es iniquidad y bandidaje: todos los hombres, repito, atestan estas verdades en su alma; sólo se trata de hacer que se perciban de ello. (…)
La justicia es el astro central que gobierna a las sociedades, el pelo alrededor del cual gira el mundo político, el principio y la regla de todas las transacciones. Nada se hace entre los hombres más que en virtud del "derecho"; nada sin la invocación de la justicia. La justicia no es en absoluto obra de la ley; al contrario, la ley no es nunca más que una declaración y una aplicación de lo "justo" en todas las circunstancias en las que los hombres pueden estar en una relación de intereses. Así pues, si la idea que teníamos de lo justo y del derecho estaba mal determinada, si era incompleta o incluso falsa, es evidente que todas nuestras aplicaciones legislativas serán malas, nuestras instituciones estarán viciadas y nuestra política será errónea: por lo tanto, habrá desorden y mal social. (…)
Sin el orden de la justicia, el trabajo "destruye" la propiedad. (…)
El capitalista, dicen, ha pagado "los jornales" de los obreros; para ser exactos se debe decir que el capitalista ha pagado tantas veces "un jornal" como obreros ha empleado diariamente, lo que no es precisamente lo mismo. Puesto que esta fuerza inmensa que resulta de la unión y de la armonía de los trabajadores, de la convergencia y de la simultaneidad de sus esfuerzos, no la ha pagado. Doscientos granaderos erigieron en pocas horas el obelisco de Luxor; ¿puede suponerse que un hombre, en doscientos días, habría conseguido lo mismo? No obstante, en la cuenta del capitalista la suma de los salarios habría sido idéntica. Pues bien, un desierto que cultivar, una casa que edificar, una manufactura que explotar, es el obelisco a erigir, es una montaña que se debe cambiar de emplazamiento. La más pequeña fortuna, el más sencillo establecimiento, la puesta en marcha de la industria más enclenque, exige una suma de trabajos y talentos tan diversos que el mismo hombre no podría hacerlo. Resulta sorprendente que los economistas no hayan tenido en cuenta este hecho.
Hagamos pues el balance de lo que el capitalista ha recibido y de lo que ha pagado.
Al trabajador le hace falta un salario que le dé para vivir mientras trabaja, puesto que no produce más que consumiendo. Cualquiera que ocupe a un hombre le debe comida y mantenimiento, o un salario equivalente. Es lo primero que se debe hacer en toda producción. (…)
Separad a los trabajadores unos de otros, puede ser que el jornal pagado a cada uno sobrepase el valor de cada producto individual: pero no es de esto de lo que se trata. Una fuerza de mil hombres actuando durante veinte días ha sido pagada como lo sería la fuerza de uno durante cincuenta y cinco años: pero esa fuerza de mil ha hecho en veinte días lo que la fuerza de uno, repitiendo su esfuerzo durante un millón de siglos, no podría hacer: ¿Es equitativo el trato? Una vez más, no. Cuando se han pagado todas las fuerzas individuales no se ha pagado la fuerza colectiva; por consiguiente, queda siempre un derecho de propiedad colectiva que no se ha adquirido, y del que se goza injustamente.
Caminaremos por medio del trabajo a la igualdad; cada paso que demos nos acerca cada vez más; y si la fuerza, la diligencia, la destreza de los trabajadores fueran iguales, es evidente que las fortunas también lo serían. En efecto, si como se pretende y como nosotros creemos, el trabajador es propietario del valor que ha creado, de ello se desprende:
Que el trabajador adquiere a expensas del propietario inactivo.
Que al ser toda producción necesariamente colectiva, el obrero tiene derecho, en la proporción de su trabajo, a la participación de los productos y de los beneficios.
Que siendo todo capital acumulado una propiedad social, nadie puede tener la propiedad exclusiva.
Ahora bien, este hecho indiscutible e indiscutido de la participación general en cada especie de producto tiene por resultado hacer comunes todas las producciones particulares: de tal modo que cada producto, al salir de las manos del productor, se encuentra de antemano marcado con una hipoteca por la sociedad.
El trabajador es, con respecto a la sociedad, un deudor que muere necesariamente insolvente: el propietario es un depositario infiel que niega el depósito que se ha entregado a su custodia y quiere hacerse pagar los días, meses y años de esa custodia.
¡Cosa singular! La comunidad sistemática, negación reflejada de la propiedad, es concebida bajo la influencia directa del prejuicio de propiedad; y es la propiedad la que está en el fondo de todas las teorías comunistas. Los miembros de una comunidad, es cierto, no tienen nada propio; pero la comunidad es propietaria, y propietaria no sólo de los bienes, sino de las personas y de las voluntades.
Y al igual que el derecho de la fuerza y el derecho de la artimaña se restringen ante la determinación cada vez más amplia de la justicia, y terminan esfumándose dentro de la igualdad; del mismo modo la soberanía de la voluntad cede frente a la soberanía de la razón y acabará por destruirse dentro de un socialismo científico. La propiedad y la realeza están desmoronándose desde el principio del mundo; lo mismo que el hombre busca la justicia en la igualdad, la sociedad busca el orden en la anarquía. (…)
El propietario, el ladrón, el héroe, el soberano (puesto que todos estos nombres son sinónimos) impone su voluntad para él, y no sufre ni contradicción ni control, o sea que pretende ser poder legislativo y poder ejecutivo simultáneamente. (…)
Suprimid la propiedad conservando la posesión; y mediante esta única modificación en el principio, cambiaréis todo dentro de las leyes: el gobierno, la economía, las instituciones. Expulsaréis el mal de la tierra. (…)
Todo trabajo humano, necesariamente resultante de una fuerza colectiva, convierte toda la propiedad, por esa misma razón, en colectiva e indivisa: en términos más concretos, el trabajo destruye la propiedad. Siendo toda capacidad trabajadora, al igual que cualquier instrumento de trabajo, un capital acumulado, una propiedad colectiva, la desigualdad de trato y de fortuna bajo la excusa de desigualdad de capacidad, es injusticia y robo. (…)
La política es la ciencia de la libertad: el gobierno del hombre por el hombre, sea cual sea el nombre bajo el que se oculte, es opresión; la más alta perfección de la sociedad se encuentra en la unión del orden y la anarquía. (…)
Sistema de contradicciones económicas (1846)
La mayoría de los filósofos, así como de los filólogos, no ven en la sociedad más que un ser de razón o, para decirlo con más propiedad: un nombre abstracto que sirve para designar a una colección de hombres. Hemos recibido en nuestra infancia, con nuestras primeras lecciones de gramática, el prejuicio de que los nombres colectivos, los nombres de género y especie, no designan en absoluto realidades. Hay mucho que hablar sobre este capítulo y me concentro en mi tema. Para el auténtico economista la sociedad es un ser vivo, dotado de una inteligencia y de una actividad propia, regida por leyes especiales que sólo la observación permite descubrir y cuya existencia se manifiesta no bajo una forma física, sino por el concierto y la íntima solidaridad de todos sus miembros.
Así, cuando anteriormente, bajo el símbolo de un dios fabuloso hacíamos la alegoría de la sociedad, nuestro lenguaje no tenía en el fondo, nada de metafórico; era el ser social, unidad orgánica y sintética, al que acabábamos de dar un nombre. Para cualquiera que haya reflexionado sobre las leyes del trabajo y del intercambio (dejo al margen cualquier otra consideración) la realidad, y casi he estado a punto de decir la personalidad del hombre colectivo, es tan evidente, como la realidad y la personalidad del hombre individual. Toda la diferencia reside en que éste se presenta a los sentidos bajo el aspecto de un organismo cuyas partes mantienen una coherencia material, circunstancia que no existe en la sociedad. Pero la inteligencia, la espontaneidad, el desarrollo, la vida, todo lo que constituye en más alto grado la realidad del ser, es tan esencial para la sociedad como el hombre (…).
Es imposible y contradictorio, que en el actual sistema de las sociedades, el proletariado llegue al bienestar por la educación, ni a la educación por el bienestar. Puesto que, sin contar que el proletario, el hombre-máquina es tan incapaz de soportar la holgura como la instrucción, está demostrado por una parte, que su salario tiende siempre menos a elevarse que a descender; por otra parte, el cultivo de su inteligencia, aun cuando pudiera recibirla, le sería inútil: de forma que hay para él una incitación constante hacia la barbarie y la miseria. Todo lo que se ha intentado durante estos últimos años en Francia y en Inglaterra con objeto de mejorar el destino de las clases pobres sobre el trabajo de los niños y de las mujeres y sobre la enseñanza primaria, a menos que no sea el fruto de una mala intención del radicalismo, se ha llevado a cabo al margen de los datos económicos y en prejuicio del orden establecido. El progreso, para la masa de los trabajadores, es siempre el libro cerrado con siete sellos; y el implacable enigma no será explicado por medio de contrasentidos legislativos (…).
Con la máquina y el taller, el derecho divino, o sea el principio de autoridad, hace su entrada en la economía política. El Capital, el Dominio, el Privilegio, el Monopolio, la Comandita, el Crédito, la Propiedad, etc., tales son, en el lenguaje económico, los diversos nombres de algo que no sé lo que es y que en otras partes se ha llamado Poder, Autoridad, Soberanía, Ley escrita, Revolución, Religión, Dios en fin, causa y principio de todas nuestras miserias y de todos nuestros crímenes y que cuanto más intentamos definirlo más se nos escapa.
Así pues, ¿es imposible que, en el estado actual de la sociedad, el taller, con su organización jerárquica, y las máquinas, en vez de servir exclusivamente los intereses de la clase menos numerosa, menos trabajadora y más rica sean empleadas para el bien de todos? Eso es lo que vamos a examinar (…).
La familia no es por así decirlo, el tipo, la molécula orgánica de la sociedad. En la familia, tal como observó muy acertadamente M. de Bonald, no existe más que un único ser moral, un único espíritu, una sola alma y casi diría, como la Biblia, una sola carne. La familia es el tipo y el soporte de la monarquía y del patriciado; en ella reside y se conserva la idea de autoridad y de soberanía que se borra cada vez más en el Estado. Todas las sociedades antiguas y feudales se habían organizado sobre el modelo de la familia y es precisamente contra esta vieja institución patriarcal que protesta y se rebela la democracia moderna.
La unidad constitutiva de la sociedad es el taller (…).
Es una consecuencia del desarrollo de las contradicciones económicas lo que hace que el orden en la sociedad se muestra en principio como al revés; que lo que debe estar arriba está situado abajo; lo que debe ser puesto de relieve parece ser hueco y que lo que debe recibir la luz está relegado en la sombra. Así el poder, que por esencia es como el capital el auxiliar y el subordinado del trabajo, se convierte por el antagonismo de la sociedad, en espía, juez y tirano de las funciones productivas; el poder, a quien su inferioridad original manda la obediencia, es príncipe y soberano.
En todos los tiempos las clases trabajadoras han buscado contra la casta oficial la solución de esta antinomia, cuya clave sólo puede facilitar la ciencia económica (…).
De acuerdo con las definiciones de la ciencia económica, por el contrario, definiciones conforme a la realidad de las cosas, el poder es la serie de los improductivos que la organización social debe tender a reducir. ¿Cómo pues, con el principio de autoridad tan querido por los demócratas, habría podido realizarse el deseo de la economía política, deseo que es también el del pueblo? ¿Cómo el gobierno, que en esta hipótesis lo es todo, se convertiría en un servidor obediente, en un órgano subalterno?
El poder, instrumento de la fuerza colectiva, creado en la sociedad para servir de mediador entre el trabajo y el privilegio, se encuentra encadenado fatalmente al capital y dirigido contra el proletariado
Por tanto, el problema consiste para las clases trabajadoras, no en conquistar, sino en vencer simultáneamente al poder y al monopolio, lo que significa hacer salir de las entrañas del pueblo, de las profundidades del trabajo, una autoridad mayor, un hecho más potente, que envuelva al capital y al Estado y que los subyugue (…).
Ocupémonos en primer lugar del trabajo. El trabajo es el primer atributo, el carácter esencial del hombre. El hombre es trabajador, o sea, creador (…).
Así pues, ¿qué es el trabajo? Nadie lo ha definido aún. El trabajo es la emisión del espíritu. Trabajar es gastar la vida; trabajar, en una palabra, es consagrarse, es morir (…).
El hombre muere de trabajar... y de dedicación (…). Muere porque trabaja; o, aún mejor, es mortal porque ha nacido trabajador: el destino terrestre del hombre es incompatible con la inmortalidad (…).
Pero ya sabemos que nada de lo que sucede en la economía social tiene ejemplo en la naturaleza; nos vemos forzados, por unos hechos sin parangón, a inventar constantemente nombres especiales, a crear un nuevo idioma. Es un mundo transcendente, cuyos principios son superiores a la geometría y al álgebra; cuyas potencias no provienen ni de la atracción ni de ninguna fuerza física, sino que utiliza la geometría y el álgebra como instrumentos subalternos (…).
¿Qué más puedo decir? ¡Se trata de la creación misma, atrapada, por así decirlo, con las manos en la masa! (…). Este mundo que nos envuelve, nos penetra, nos agita, sin que podamos verlo más que mediante los ojos del espíritu, tocarlo sólo por medio de signos, ese mundo extraño, es la sociedad, somos nosotros! (…). ¿Cuál es ese mundo mitad material, mitad inteligible: mitad necesidad, mitad ficción? ¿Qué es esa fuerza llamada trabajo, que nos arrastra con tanta más certeza cuanto más libres nos creemos? ¿Qué es esa vida colectiva que nos quema con una llama inextinguible, causa de nuestra alegría y de nuestros tormentos? (…).
He ahí... que se nos presenta una ciencia en la que nada nos es dado a priori ni por la experiencia ni por la razón; una ciencia en la que la humanidad lo saca todo de sí misma, númenes y fenómenos, universales y categorías, hechos e ideas; una ciencia, en fin, que, en vez de consistir simplemente, como cualquier otra ciencia, en una descripción razonada de la realidad, es la creación misma de la realidad y de la razón. Así el autor de la razón económica es el hombre; el creador de la materia económica es el hombre; el arquitecto del sistema económico es el hombre. Después de haber producido la razón y la experiencia social la humanidad procede a la construcción de la ciencia social
¿Queréis conocer al hombre? estudiad la sociedad; ¿queréis conocer la sociedad? estudiad al hombre. El hombre y la sociedad se sirven recíprocamente de sujeto y objeto; el paralelismo, la sinonimia de ambas ciencias es completa
Idea general de la Revolución en el siglo XIX (1851)
Burgueses, fuisteis crueles e ingratos: por ello la represión que siguió a las jornadas de junio ha clamado venganza. Os habéis convertido en cómplices de la reacción: y sufrís la vergüenza (…).
No se frena una revolución, no se la engaña, tampoco es posible desnaturalizarla ni, con mayor razón, vencerla. Cuanto más la comprimáis, más aumentaréis su impulso y haréis que su acción sea irresistible (…).
Las estupideces de los gobiernos constituyen la ciencia de los revolucionarios: sin esa legión de reaccionarios que ha pasado por encima de nosotros, los socialistas no podríamos decir dónde vamos ni qué somos (…).
¿Qué quiere el sistema? Mantener ante todo la feudalidad capitalista en el goce de sus derechos; asegurar, aumentar la preponderancia del capital sobre el trabajo; reforzar, si ello es posible, la clase parasitaria, procurándole en todas partes, con ayuda de los cargos públicos, fieles paniaguados según las necesidades de reclutamiento; reconstituir poco a poco y ennoblecer a la gran propiedad (…).
La República tenía que fundar la sociedad, pero no ha pensado más que en el gobierno. La centralización seguía reforzándose mientras que la Sociedad no podía oponerle ninguna institución y por ello las cosas han llegado, por exageración de las ideas políticas y la nulidad de las ideas sociales, a un punto en el que la sociedad y el gobierno ya no pueden vivir juntos pues las condiciones del uno eran esclavizar y subalternizar al otro
Cien hombres, uniendo o combinando sus esfuerzos, en determinados casos, producen no cien veces como uno, sino doscientas, trescientas mil veces. Eso es lo que he denominado "fuerza colectiva". He extraído de este hecho un argumento -que al igual que muchos otros ha quedado sin respuesta- contra ciertos casos de apropiación: y es que no basta entonces con pagar simplemente el salario a un cierto número de obreros para adquirir legítimamente su producto: es preciso pagar ese salario doble, triple, decuple, o bien prestar a cada uno de ellos por turno, un servicio análogo (…).
Las Compañías obreras, negación del asalariado y afirmación de la "reciprocidad", por ambos motivos ya tan repletas de esperanzas, están llamadas a desempeñar un considerable papel en un próximo futuro. Ese papel consistirá, principalmente, en la gestión de los grandes instrumentos de trabajo (…).
Será preciso encontrar una solución dentro de poco; si no, ¡cuidado! Veo llegar la expropiación universal... y sin indemnización previa (…).
Que se sepa de una vez: el resultado más característico, más decisivo, de la Revolución es, después de haber organizado el trabajo y la propiedad, aniquilar la centralización política, en una palabra, el Estado (…).
Habéis dicho: "La República está por encima del sufragio universal". Si entendéis la frase no desaprobaréis el comentario: "La revolución está por encima de la república" (…).
De la Justicia en la Revolución y en la Iglesia (1858)
La metafísica del ideal no ha enseñado nada a Fichte, Schelling o Hegel. Cuando esos hombres, de los que la filosofía se honra, creían deducir el "a priori", sin saberlo, no hacían más que sintetizar la experiencia (…).
La fórmula hegeliana sólo es una tríada, por el gusto o el error del maestro, que cuenta tres términos allí donde auténticamente sólo hay dos y que no ha visto que la antinomia no se resuelve en absoluto, sino que indica una oscilación o antagonismo susceptible únicamente de equilibrio. Bajo este punto de vista todo el sistema de Hegel debería rehacerse (…).
¿Cuál es ahora esa idea princesa, a la vez objetiva y subjetiva, real y formal, de naturaleza y humanidad, de especulación y sentimiento, de lógica y arte, de política y economía, razón práctica y razón pura, que rige a la vez al mundo de la creación y al mundo de la filosofía, y sobre la cual ellos construyen uno y otro; idea, en fin, que, siendo dualista por su fórmula, excluye no obstante toda anterioridad y toda superioridad y abarca en su síntesis lo real y lo ideal? Es la idea de "Derecho", la "justicia". (…).
La Justicia adopta distintos nombres, según las facultades a las que se dirige. En el orden de la consciencia, el más elevado de todos, es la "justicia" propiamente dicha, regla de nuestros "derechos" y de nuestros "deberes"; en el orden de la inteligencia, lógica, matemática, etc., es "igualdad" o "ecuación"; en la esfera de la imaginación se convierte en el "ideal"; en la naturaleza es el "equilibrio". A cada una de esas categorías de ideas o de hechos la Justicia se impone bajo un nombre particular y como condición sine qua non (…).
La separación de la ciencia y de la consciencia, como la de la lógica y del derecho, no es más que abstracción elemental. En nuestra alma las cosas no ocurren así: la certidumbre del saber es para nosotros una cosa más íntima, más afectiva, más vital de lo que dicen los lógicos y los psicólogos (…).
Es ella [una generación ávida, grosera, sin dignidad] la que ha inaugurado, bajo la excusa de una restauración imperial, el reino de la mediocridad desvergonzada, de la propaganda oficial, de la estafa confesada. Es ella la que deshonra a Francia y la envenena (…).
El gobierno imperial es un gobierno sin principios (...); en lo que respecta a sus presuntos éxitos, dejemos que transcurra algún tiempo y, al seguir siendo las cosas tal como son, no veremos más que calamidades (…).
No dogmatizo; observo, describo, comparo. No voy en absoluto a buscar las fórmulas del derecho en los sondeos fantásticos de una psicología ilusoria; se las pido a las manifestaciones positivas de la humanidad (…).
En esta hora la Revolución se define y, por tanto, vive. El resto no piensa. El ser que vive y que piensa, ¿será suprimido por el cadáver?.
El materialismo, al que se podría definir como el misticismo de la materia .
El Decálogo había dicho en dos palabras: "No matarás, no robarás". A la teología cristiana le corresponde buscar si la servidumbre, incluso disfrazada bajo el nombre de asalariado, no era una forma indirecta de matar el cuerpo y el alma; si el asalariado no implicaba la expoliación del trabajador, usurpación en su detrimento por parte del capitalismo-empresario-propietario .
Si los patronos se ponen de acuerdo, los empresarios se agrupan y las compañías se fusionan, el ministerio público no puede hacer nada, tanto menos, cuando el poder impulsa a la centralización de los intereses capitalistas y la promueve. Pero si los obreros, que tienen el sentimiento del derecho que les ha legado la Revolución, protestan y hacen huelga, único medio del que disponen para hacer admitir sus reclamaciones, son castigados, deportados sin piedad, entregados a las fiebres de Cayena y de Lambessa.
Lo que pido para la propiedad (...) es que se haga el "balance" (…). En efecto, la Justicia, aplicada a la economía, no es otra cosa que un balance perpetuo; o, para expresarme de una forma aún más exacta, la Justicia, en lo que concierne al reparto de los bienes, no es más que la obligación impuesta a todo ciudadano y a todo Estado, en sus relaciones de interés, de conformarse a la ley de equilibrio que se manifiesta en todas partes en la economía y cuya violación, accidental o voluntaria, es el principio de la miseria.
Los economistas pretenden que no le corresponde a la razón humana intervenir en la determinación de este equilibrio, que es preciso dejar que la plaga oscile a su antojo y seguirla paso a paso en nuestras operaciones. Yo sostengo que eso es una idea absurda .
"La antinomia no se resuelve"; ahí reside el vicio fundamental de toda la filosofía hegeliana. Los dos términos de que se compone se compensan, bien entre sí o bien con otros términos antinómicos: lo que conduce al resultado buscado. Una compensación no es en absoluto una síntesis tal como la entendía Hegel .
Para no hablar aquí más que de las colectividades humanas supongamos que unos individuos, en el número que se quiera, de un modo y con un objetivo cualquiera agrupan sus fuerzas: la resultante de esas fuerzas aglomeradas, que no se debe confundir con su suma, constituye la fuerza o potencia del grupo.
Un taller formado por obreros cuyos trabajos convergen hacia un mismo objetivo, que es obtener tal o cual producto, posee en tanto que taller o colectividad, una potencia que le es característica: la prueba de ello es que el producto de esos individuos así agrupados es muy superior a lo que habría sido la suma de sus productos particulares si hubiesen trabajado separadamente.
De igual modo la tripulación de un barco, una sociedad en comandita, una academia, una orquesta, un ejército, etc., todo ello colectividades más o menos hábilmente organizadas, contienen una potencia, potencia sintética y consecuentemente especial al grupo, superior en calidad y en energía a la suma de las fuerzas elementales que la componen .
En consecuencia, al ser la fuerza colectiva un hecho tan objetivo como la fuerza individual, la primera totalmente distinta a la segunda, los seres colectivos son una realidad exactamente igual que lo son los individuos .
Los grupos activos que componen la ciudad, al diferir entre sí de organización como también de idea y objeto, la relación que les une ya no es tanto una relación de cooperación como una relación de conmutación. La fuerza social tendrá por tanto como carácter el ser esencialmente conmutativa y no por ello será menos real .
Mediante la agrupación de las fuerzas individuales y por la relación de los grupos, toda la nación forma un cuerpo: es un ser real de un orden superior cuyo movimiento arrastra toda existencia, toda fortuna. El individuo está sumergido en la sociedad; depende de esta alta potencia, de la que sólo podría separarse para caer en la nada.
Supongamos la Revolución hecha, la paz asegurada en el exterior por la federación de los pueblos, y la estabilidad estará garantizada en el interior por el balance de los valores y de los servicios, por la organización del trabajo y por la reintegración del pueblo en la propiedad de sus fuerzas colectivas
"La idea, con sus categorías, nace de la acción y debe retornar a la acción bajo pena de inhabilitación para el agente". Esto significa que todo conocimiento, dicho a priori, incluida la metafísica, ha salido del trabajo y debe servir de instrumento al trabajo; contrariamente a lo que enseñan el orgullo filosófico y el espiritualismo religioso que hacen de la idea una revelación gratuita, llegada no se sabe cómo, y de la cual la industria no es por consiguiente más que una aplicación.
Vayamos más lejos: si tal como decíamos anteriormente, la reflexión y por consiguiente la idea, nace en el hombre de la acción y no la acción de la reflexión, es el trabajo el que debe prevalecer sobre la especulación, el hombre de industria sobre la filosofía, lo que es el derrocamiento del prejuicio y del actual estado social . Así pues, hemos establecido la primera parte de nuestra propuesta: "la idea con sus categorías nace de la acción"; en otras palabras, la industria es madre de la filosofía y de las ciencias.
Queda por demostrar la segunda: "la idea debe regresar a la acción"; lo que significa que la filosofía y las ciencias deben volver a entrar en la industria, bajo pena de degradación para la humanidad. Una vez hecha esta demostración, está resuelto el problema de la liberación del trabajo. Recordemos primero en qué términos se ha planteado ese problema. El trabajo presenta dos aspectos contrarios, uno subjetivo y otro objetivo . Bajo el primer aspecto, es espontáneo y libre, principio de felicidad: es la actividad en su ejercicio legítimo, indispensable para la salud del alma y del cuerpo. Bajo el segundo, el trabajo es repugnante y penoso, principio de servidumbre y de envilecimiento .
Ya se ha dicho en el texto que la obra de Le Play, Les Ouvriers européens, no tiene por objeto más que dar el método a seguir para la esclavización de los trabajadores. Con objeto de que no se nos acuse de calumnia, esbozaremos ahora el pretendido método de Le Play . Le Play no cree en absoluto en la igualdad de condiciones y de fortunas; no cree lógico la igualdad frente a la ley y, por consiguiente, no cree en la Justicia. Por el contrario, no duda en absoluto en la necesidad de una jerarquía social; por tanto quiere, con toda la fuerza de sus convicciones, el mantenimiento de lo que compone esta jerarquía: la propiedad y sus privilegios, el dominio industrial y sus prerrogativas, el capitalismo y sus dividendos, la Iglesia y sus dotaciones, la centralización y su mundo de funcionarios, el ejército y el reclutamiento; el trabajador en fin, pero el trabajador disciplinado, clasificado, fijado, obediente. En cuanto a la revolución política, económica, social, Le Play la rechaza enérgicamente.
Pero, tal como lo hemos hecho observar en el texto, para contener al trabajador es preciso como mínimo, que sus necesidades sean satisfechas; es preciso, si queremos que prescinda de lo superfluo, asegurarle lo necesario. El punto primordial, la cuestión esencial, el auténtico problema social, según Le Play, es pues, regular esa porción congruente del obrero, con la cual una vez cumplida su jornada, no debe pensar más en beber, dormir, y sin la cual siempre se puede temer que se rebele .
Eso es lo que se denomina aplicar el método de observación a la economía política. De acuerdo con este principio Le Play ha efectuado la monografía de treinta y seis clases distintas de obreros, observados en Suecia, Rusia, Turquía, Alemania, Inglaterra, Francia, etc. .
Creo que es inútil insistir en esta distinción fundamental de la razón individual y de la razón colectiva, la primera esencialmente absolutista, la segunda antipática a todo absolutismo .
Vemos a la razón colectiva destruir constantemente, con sus ecuaciones, el sistema formado por la coalición de las razones particulares: por tanto, no es únicamente distinta sino que es superior a todas y su superioridad proviene precisamente de que el absolutismo, que ocupa un lugar tan importante en las demás, frente a ella se desvanece .
Digo que la razón colectiva, resultado del antagonismo de las razones particulares, al igual que el poder público resulta de la suma de las fuerzas individuales, es una realidad igual que ese poder; y puesto que ambas se reúnen en la misma colectividad llego a la conclusión de que forman los dos atributos esenciales del mismo ser: la razón y la fuerza.
Es esta Razón colectiva, teórica y práctica a la vez, la que desde hace tres siglos, ha empezado a dominar al mundo y a impulsar por el camino del progreso a la civilización .
El órgano de la razón colectiva es el mismo que el de la fuerza colectiva: es el grupo trabajador, instructor; la compañía industrial, inteligente, artística; las academias, escuelas, ayuntamientos; es la Asamblea Nacional, el club, el jurado; cualquier reunión de hombres, en una palabra.
Es inútil que cite a Hegel: él niega y se burla de la libertad de igual modo y forma en que Spinoza había ejecutado a Descartes y, al igual que Spinoza, concluye en política en el absolutismo .
¿Cuál es, pues, ese movimiento mediante el cual el libre arbitrio, precediendo simultáneamente a la manifestación y a la idealización del ser social, crea la historia y el destino?
En presencia de tan grandes esfuerzos, frente a esa inmensa labor de una naturaleza que se busca a sí misma, se ensaya, se pone a prueba, se hace, se deshace, se rehace de otra forma, que cambia de principio, de método y objetivo, ¿es posible negar la existencia en la humanidad de una función especial que no es ni la inteligencia, ni el amor ni la Justicia?
Así pues, ¿qué es el progreso? Confieso que anteriormente me dejé engañar por ese monigote psicológico-político que no resistió mucho tiempo el examen
No, no hay en absoluto un papel para la libertad en el sistema de Hegel y por ello, nada de progreso. Hegel se consuela de esta pérdida al modo de Spinoza. Y llama libertad al movimiento
También por una edición de El nuevo orden industrial, Proudhon entró en conocimiento de la obra de su conciudadano Fourier, el cual, a pesar de sus excentricidades intelectuales, no dejó de tener ideas luminosas y anticipaciones ideológicas de verdadero precursor. Como su pasión por el saber era incontenible, pronto adquirió amplísimos conocimientos de todas las ramas del saber humano, pero especialmente de filosofía y economía. De ahí que, aun siendo autodidacta, resultó uno de los hombres que más han escrito, a pesar de que murió en plena madurez. Basta decir que sus obras fueron extensas y numerosas, y que sólo su correspondencia enriqueció y nutrió catorce voluminosos tomos, que al decir de algunos biógrafos es donde está contenido lo más selecto de su fino espíritu y lo más agudo de su ingenio.
Después de leer a Adam Smith y a otros clásicos de la Economía Política y estudiar la dialéctica hegeliana, arriba al socialismo demostrando escandalosamente "que la propiedad es un robo". Sus tres Memorias sobre el tema de la propiedad, que luego sirvieron como fundamento del socialismo, le originaron persecuciones, procesos, destierros e incluso la suspensión de la beca Suard, que representaba su medio de vida, y que por sus méritos propios obtuvo de la Academia de Besançon.
Que sus libros resultaron tremendamente ruidosos en aquella época nos lo prueba el hecho de que, antes de publicar la primera de las Memorias mencionadas, y consciente de cómo sería acogida por los académicos, le decía en carta a un amigo: "He aquí cuál será el título de mi nueva obra, sobre el cual deseo que conserves el secreto: ¿Qué es la propiedad? Es el robo o Teoría de la igualdad política, civil e industrial. La dedicaré a la Academia de Besançon. Este título es atroz; pero no les dejaré medio para que puedan morderme; soy un demostrador, expongo hechos; actualmente ya no se castiga por decir verdades sin herir a nadie, aunque sean molestas.
Pero si el título es alarmante, la obra lo es mucho más. Si tengo un editor hábil y que se mueva verás pronto al público sumido en la consternación. Toma la proposición que sirve de frontispicio a mi carta y figúrate verla probada por razón matemática, lo que es mucho más decisivo para los hombres de hoy que por pruebas morales y metafísicas".
Por éstas y otras causas, toda su vida fue azarosa y llena de privaciones económicas, dada su integridad moral, rectitud de carácter e inconformismo con la sociedad burguesa y el misticismo religioso. Era, pues, un indomable que con singular entereza renunciaba a los bienes que le podía proporcionar la adaptación al medio político y social de su época. Para él, por encima de todas las comodidades estaban la razón, la justicia y la verdad.
Proudhon, como precursor del socialismo, precedió a Marx. Mucho antes de que el economista y filósofo alemán entrase en conocimiento de la idea socialista, nuestro hombre había estudiado a Saint-Simon, Owen y Godwin, amén de las utopías que se lanzaran como anticipaciones de lo que debiera ser la sociedad organizada sobre bases de mayor justicia y equidad. Por eso se le consideraba como el escritor más denso de ideas renovadoras; el más avanzado de la época y el que más a fondo removiera la conciencia social de su tiempo.
La fuerza activa y fecunda de su concepción consistió en hacer del socialismo un movimiento cuyo porvenir estará seguro con las actividades y desarrollo de la clase obrera y de la producción en su conjunto, cuyas instituciones van abriendo cauce e iluminando un nuevo ordenamiento de la sociedad regida por ese principio moral de la justicia y por las esencias federalistas que concibió él antes que nadie.
Fue un pensador profundo y genial; nos lo prueba el hecho de que sobre su vida y su obra se ha escrito mucho. Su cultura era tan rica que le permitió escribir páginas abordando temas de toda índole: sobre la idea de Dios, sobre la propiedad, la dialéctica, la justicia, la certidumbre, la moral, las costumbres, etc.; pero especialmente sobre economía política, a la que atribuyó tanto función meta metafísica como práctica. Por eso el 4 de junio de 1847 respondía a objeciones de su amigo Bergman: "Persisto en creer que las cuestiones acerca de Dios, del destino humano, de las ideas, de la certidumbre, en una palabra, que todas las altas cuestiones de la filosofía forman parte integrante de la ciencia económica, que no es, después de todo, más que su realización exterior".
Karl Marx fue un admirador de Proudhon, y probablemente debe su evolución -del hegelianismo al socialismo- a los escritos del pensador francés. Nos lo demuestra claramente -antes de escribir su violenta crítica titulada Miseria de la Filosofía- al reconocer con Engels, en La Sagrada Familia, que ellos encontraron en la obra de Proudhon sobre la propiedad un progreso científico "que revoluciona la economía política y por vez primera hace realmente posible una verdadera ciencia de la economía política"; además, llegaron a declarar paladinamente que nuestro pensador no sólo escribía en interés del proletariado, sino que él mismo era proletario y que su obra era "un manifiesto científico del proletariado francés", de "importancia histórica".
Pero todo esto lo dijeron me dio año antes de que comenzaran a redactar la polémica contenida en su agria Miseria de la Filosofía. Es cierto que cuando Marx publicó este libro polémico ya Proudhon había publicado su Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria, pero esta obra no constituía una modificación sustancial de su pensamiento, sino la evolución de sus interpretaciones, que le condujeron directamente a convertirse en precursor del socialismo antiautoritario.
Sin embargo, sépase que Marx, cuando estuvo en Francia, se pasó noches enteras discutiendo con Proudhon, y que más tarde invitó a éste a colaborar en una "correspondencia" que sirviera para "un intercambio de ideas y para una crítica imparcial", porque -escribe Marx- "creemos todos que, por lo que respecta a Francia, no podríamos encontrar mejor corresponsal que usted". Proudhon contestó lo siguiente: "Busquemos conjuntamente, si usted lo desea, las leyes de la sociedad y el modo cómo se realizan, pero, por el amor de Dios, una vez que hayamos escombrado todos esos dogmatismos a priori, no pensemos en cargar al pueblo con doctrinas por nuestra parte.
No incurramos en el error de su compatriota, Martín Lutero, que, después de haber derrocado la teología católica, sin perder tiempo se dedicó con gran derroche de excomuniones y anatemas a fundar una teología protestante... Por el hecho de que estemos al frente de un movimiento, no nos convirtamos en jefes de una nueva intolerancia, no nos comportemos como apóstoles de una nueva religión, aunque esa religión fuera la de la lógica, la de la razón".
Aquí se trata, como muy bien dice Martin Buber, "esencialmente del modo de proceder político, pero muchas manifestaciones de Proudhon atestiguan que también veía la meta bajo la luz de la libertad y la diversidad". Y el mismo Buber añade que cincuenta años después de aquella carta, Kropotkin resume la idea fundamental del objetivo en estas frases: "El desarrollo máximo de la individualidad deberá ir unido al máximo desarrollo de la asociación voluntaria en todos sus aspectos, en todos los grados posibles y para los fines más variados: una asociación en cambio constante que lleve en sí misma los elementos de su duración y adopte las formas que en todo momento correspondan mejor a las aspiraciones de todos".
Es exactamente lo que quería Proudhon en la madurez de su pensamiento.
Es muy posible que Proudhon viese en la carta que le envió Marx, como también en las conversaciones particulares que habían tenido, al hombre que acariciaba el sueño de llegar a ser un redentor mediante la elaboración de una doctrina despótica y centralista que el filósofo francés no compartió. Pero aunque algunos han argüido que la finalidad del pensamiento de Marx no difiere mucho del "utopismo" proudhoniano, no es menos cierto que nuestro hombre no creía en el centralismo, ni tampoco en el salto posrevolucionario vislumbrado por Marx, sino que juzgó que era preciso crear desde ahora el ambiente necesario al cambio que se operará mediante el triunfo de la revolución.
Es decir, Proudhon abogaba por una continuidad dentro de la cual la revolución significa solamente el cumplimiento la liberación y ampliación de una realidad que, en lo posible, se ha desarrollado ya.
Enfocándola desde otro ángulo, esta diferencia aún se puede aclarar más, pero como el espacio es limitado nos vemos obligados a dar de lado a más razonamientos para poder tomar nota de algunas ideas esbozadas por Proudhon respecto al socialismo, y que son esenciales para una justa interpretación de sus aportaciones.
En 1844 escribió Proudhon en una carta: "Cuando las contradicciones de la comunidad y de la democracia, una vez descubiertas, corran la suerte de las utopías de Saint-Simon y Fourier, entonces el socialismo, que no es otra cosa que la economía política, se apoderará de la sociedad y la empujará con poder irresistible a su ulterior destino... El socialismo no tiene aún conciencia de sí mismo; en la actualidad se denomina comunismo".
Y hablando del predominio del principio económico sobre el de la religión y del gobierno, dice: "Este principio es el que con el nombre de socialismo removerá a Europa con una nueva revolución, la cual, después de haber constituido la república federativa de los Estados civilizados, organizará la unidad y solidaridad de la especie humana en toda la superficie del globo terrestre".
Y después de afirmar que una genuina reforma de la sociedad sólo puede lograrse partiendo de una modificación radical de las relaciones entre el orden social y el político, y de que no se trata de sustituir una constitución política por otra, en vez de la organización política impuesta a la sociedad autoritariamente, es preciso que aparezca una que provenga de la sociedad misma, dice: "La causa primera de todos los desórdenes que afligen a la sociedad, de la opresión de los ciudadanos y de la ruina de las naciones, consiste en la centralización exclusiva y jerárquica de los poderes públicos (...); es preciso acabar cuanto antes con ese enorme parasitismo".
Y luego: "Desde la Reforma, y en particular desde la Revolución francesa, un nuevo espíritu ilumina al mundo. La libertad se ha enfrentado al Estado, y desde que se universalizó la idea de libertad se comprendió que no es meramente cuestión del individuo, sino que debe existir asimismo en el grupo".
También, declarándose contra las doctrinas dogmáticas y centralistas, advierte: "Al pueblo le gustan las ideas sencillas, y tiene razón. Desgraciadamente, esa sencillez que busca sólo puede hallarse en las cosas elementales, indisolubles, de principios opuestos y de fuerzas antagónicas. Organismo significa complicación, pluralidad significa contradicción, antagonismo, independencia. El sistema centralista puede ser muy hermoso por su grandeza, simplicidad y desarrollo; sólo le falta una cosa: en él el hombre ya no se pertenece a sí mismo, en él no se siente, en él no vive, en él no es tenido en cuenta".
Mas, como se sabe, el ideal verdadero de Proudhon es la anarquía, o sea, la ausencia de gobierno, el contrato libre en sustitución de la autoridad. Lo demuestra brillantemente cuando afirma: "Habiéndose cambiado la sociedad de adentro afuera, todas las relaciones quedan trastornadas. Ayer andábamos cabeza abajo, hoy la erguimos, y todo ello sin que se haya causado interrupción en nuestra vida. Sin que hayamos perdido nuestra personalidad, cambiamos de existencia. Tal es la revolución en el siglo XIX.
¿No es, en efecto, la idea capital y decisiva de esta revolución: 'No más autoridad', ni en la Iglesia, ni en el Estado, ni en la tierra, ni en el dinero?
Ahora bien, no más autoridad quiere decir lo que no se ha visto nunca, lo que nunca se ha comprendido: el acuerdo del interés de cada uno con el interés de todos; la identidad de la soberanía colectiva y de la soberanía individual.
¡No más autoridad!, es decir, además, el contrato libre en lugar de la ley absolutista; la transacción voluntaria en lugar del arbitraje del Estado; la justicia equitativa y recíproca en lugar de la justicia soberana y distributiva; la moral racional en lugar de la moral revelada; el equilibrio de las fuerzas sustituyendo al equilibrio de los poderes; la unidad económica en lugar de la centralización política.
Una vez más, ¿no es esto lo que me atreveré a llamar una conversión completa, una vuelta sobre sí mismo, una revolución?"
Pero Proudhon demostró ser un gran visionario cuando ya a mediados del siglo antepasado predijo para Europa sistemas parecidos al fascismo y al estalinismo. La amenaza para el futuro es, dice, "una democracia compacta con apariencia de estar fundada en la dictadura de las masas, pero en la que las masas no tendrán más poder que el necesario para asegurar la general servidumbre de acuerdo con los siguientes preceptos tomados del antiguo absolutismo: indivisibilidad del poder público, centralización agotadora, destrucción sistemática de todo pensamiento individual, corporativo y regional (que se considerará perturbador), policía inquisitorial
No nos engañemos. Europa está enferma de ideas y de orden; está entrando en una era de fuerza bruta y desprecio de principios. Después empezará la gran guerra entre las seis grandes potencias Habrá una carnicería, y la debilidad que seguirá a esos baños de sangre será terrible. No viviremos para ver la obra de la nueva época; lucharemos en las tinieblas; debemos prepararnos para aguantar esa vida sin entristecernos demasiado, cumpliendo nuestro deber. Ayudémonos unos a otros, llamémonos en las tinieblas, y practiquemos la justicia siempre que haya ocasión.
La civilización está hoy en las garras de una crisis a la que sólo puede encontrarse otra parecida en la historia: la crisis que trajeron consigo los comienzos del cristianismo. Todas las tradiciones están agotadas, todos los credos, abolidos; pero el nuevo programa todavía no está listo, con lo que quiero decir que todavía no entró en la conciencia de las masas. De ahí lo que yo llamo disolución. Es el momento más cruel en la vida de las sociedades No me hago ilusiones y no espero despertar una mañana para ver la resurrección de la libertad en nuestro país, como por arte de magia No, no; podredumbre durante un tiempo cuyo fin no puedo precisar y que no durará menos de una o dos generaciones: eso es lo que nos ha tocado en suerte
Sólo veré lo malo, moriré en medio de las tinieblas".
He ahí, pues, trazada a grandes rasgos la figura genial del más grande creador del anarquismo.
J. P. V.
Antología de Proudhon
¿Qué es la propiedad? (1840)
Si tuviera que responder a la siguiente pregunta:
¿Qué es la esclavitud? y respondiera simplemente: Es un asesinato, mi pensamiento sería inmediatamente comprendido. No necesitaría una larga parrafada para demostrar que el poder de privar al hombre de su pensamiento, voluntad y personalidad es un poder de vida y de muerte, y que convertir a un hombre en esclavo es asesinarlo. Así pues, ¿por qué a esta otra pregunta: ¿Qué es la propiedad? no puedo responder también: Es un robo, sin tener la certeza de ser entendido, aun cuando esta segunda proposición no sea más que la primera transformada?
Tal autor enseña que la propiedad es un derecho civil, nacido de la ocupación y sancionado por la ley; ese otro sostiene que es un derecho natural, que tiene su origen en el trabajo: y estas doctrinas, por opuestas que parezcan, son promovidas, aplaudidas. Yo pretendo que ni el trabajo, ni la ocupación, ni la ley pueden crear la propiedad; que la propiedad es un efecto sin causa: ¿soy por ello reprensible?
¡Cuántas murmuraciones se levantan!
¡La propiedad es un robo! ¡He ahí el toque a rebato del 93! ¡He ahí el zafarrancho de las revoluciones!
Sí, todos los hombres creen y repiten que la igualdad de condiciones es idéntica a la igualdad de derechos; que "propiedad" y "robo" son palabras sinónimas; que cualquier preeminencia social, concedida, o mejor dicho, usurpada bajo el pretexto de la superioridad de talento y de servicio, es iniquidad y bandidaje: todos los hombres, repito, atestan estas verdades en su alma; sólo se trata de hacer que se perciban de ello. (…)
La justicia es el astro central que gobierna a las sociedades, el pelo alrededor del cual gira el mundo político, el principio y la regla de todas las transacciones. Nada se hace entre los hombres más que en virtud del "derecho"; nada sin la invocación de la justicia. La justicia no es en absoluto obra de la ley; al contrario, la ley no es nunca más que una declaración y una aplicación de lo "justo" en todas las circunstancias en las que los hombres pueden estar en una relación de intereses. Así pues, si la idea que teníamos de lo justo y del derecho estaba mal determinada, si era incompleta o incluso falsa, es evidente que todas nuestras aplicaciones legislativas serán malas, nuestras instituciones estarán viciadas y nuestra política será errónea: por lo tanto, habrá desorden y mal social. (…)
Sin el orden de la justicia, el trabajo "destruye" la propiedad. (…)
El capitalista, dicen, ha pagado "los jornales" de los obreros; para ser exactos se debe decir que el capitalista ha pagado tantas veces "un jornal" como obreros ha empleado diariamente, lo que no es precisamente lo mismo. Puesto que esta fuerza inmensa que resulta de la unión y de la armonía de los trabajadores, de la convergencia y de la simultaneidad de sus esfuerzos, no la ha pagado. Doscientos granaderos erigieron en pocas horas el obelisco de Luxor; ¿puede suponerse que un hombre, en doscientos días, habría conseguido lo mismo? No obstante, en la cuenta del capitalista la suma de los salarios habría sido idéntica. Pues bien, un desierto que cultivar, una casa que edificar, una manufactura que explotar, es el obelisco a erigir, es una montaña que se debe cambiar de emplazamiento. La más pequeña fortuna, el más sencillo establecimiento, la puesta en marcha de la industria más enclenque, exige una suma de trabajos y talentos tan diversos que el mismo hombre no podría hacerlo. Resulta sorprendente que los economistas no hayan tenido en cuenta este hecho.
Hagamos pues el balance de lo que el capitalista ha recibido y de lo que ha pagado.
Al trabajador le hace falta un salario que le dé para vivir mientras trabaja, puesto que no produce más que consumiendo. Cualquiera que ocupe a un hombre le debe comida y mantenimiento, o un salario equivalente. Es lo primero que se debe hacer en toda producción. (…)
Separad a los trabajadores unos de otros, puede ser que el jornal pagado a cada uno sobrepase el valor de cada producto individual: pero no es de esto de lo que se trata. Una fuerza de mil hombres actuando durante veinte días ha sido pagada como lo sería la fuerza de uno durante cincuenta y cinco años: pero esa fuerza de mil ha hecho en veinte días lo que la fuerza de uno, repitiendo su esfuerzo durante un millón de siglos, no podría hacer: ¿Es equitativo el trato? Una vez más, no. Cuando se han pagado todas las fuerzas individuales no se ha pagado la fuerza colectiva; por consiguiente, queda siempre un derecho de propiedad colectiva que no se ha adquirido, y del que se goza injustamente.
Caminaremos por medio del trabajo a la igualdad; cada paso que demos nos acerca cada vez más; y si la fuerza, la diligencia, la destreza de los trabajadores fueran iguales, es evidente que las fortunas también lo serían. En efecto, si como se pretende y como nosotros creemos, el trabajador es propietario del valor que ha creado, de ello se desprende:
Que el trabajador adquiere a expensas del propietario inactivo.
Que al ser toda producción necesariamente colectiva, el obrero tiene derecho, en la proporción de su trabajo, a la participación de los productos y de los beneficios.
Que siendo todo capital acumulado una propiedad social, nadie puede tener la propiedad exclusiva.
Ahora bien, este hecho indiscutible e indiscutido de la participación general en cada especie de producto tiene por resultado hacer comunes todas las producciones particulares: de tal modo que cada producto, al salir de las manos del productor, se encuentra de antemano marcado con una hipoteca por la sociedad.
El trabajador es, con respecto a la sociedad, un deudor que muere necesariamente insolvente: el propietario es un depositario infiel que niega el depósito que se ha entregado a su custodia y quiere hacerse pagar los días, meses y años de esa custodia.
¡Cosa singular! La comunidad sistemática, negación reflejada de la propiedad, es concebida bajo la influencia directa del prejuicio de propiedad; y es la propiedad la que está en el fondo de todas las teorías comunistas. Los miembros de una comunidad, es cierto, no tienen nada propio; pero la comunidad es propietaria, y propietaria no sólo de los bienes, sino de las personas y de las voluntades.
Y al igual que el derecho de la fuerza y el derecho de la artimaña se restringen ante la determinación cada vez más amplia de la justicia, y terminan esfumándose dentro de la igualdad; del mismo modo la soberanía de la voluntad cede frente a la soberanía de la razón y acabará por destruirse dentro de un socialismo científico. La propiedad y la realeza están desmoronándose desde el principio del mundo; lo mismo que el hombre busca la justicia en la igualdad, la sociedad busca el orden en la anarquía. (…)
El propietario, el ladrón, el héroe, el soberano (puesto que todos estos nombres son sinónimos) impone su voluntad para él, y no sufre ni contradicción ni control, o sea que pretende ser poder legislativo y poder ejecutivo simultáneamente. (…)
Suprimid la propiedad conservando la posesión; y mediante esta única modificación en el principio, cambiaréis todo dentro de las leyes: el gobierno, la economía, las instituciones. Expulsaréis el mal de la tierra. (…)
Todo trabajo humano, necesariamente resultante de una fuerza colectiva, convierte toda la propiedad, por esa misma razón, en colectiva e indivisa: en términos más concretos, el trabajo destruye la propiedad. Siendo toda capacidad trabajadora, al igual que cualquier instrumento de trabajo, un capital acumulado, una propiedad colectiva, la desigualdad de trato y de fortuna bajo la excusa de desigualdad de capacidad, es injusticia y robo. (…)
La política es la ciencia de la libertad: el gobierno del hombre por el hombre, sea cual sea el nombre bajo el que se oculte, es opresión; la más alta perfección de la sociedad se encuentra en la unión del orden y la anarquía. (…)
Sistema de contradicciones económicas (1846)
La mayoría de los filósofos, así como de los filólogos, no ven en la sociedad más que un ser de razón o, para decirlo con más propiedad: un nombre abstracto que sirve para designar a una colección de hombres. Hemos recibido en nuestra infancia, con nuestras primeras lecciones de gramática, el prejuicio de que los nombres colectivos, los nombres de género y especie, no designan en absoluto realidades. Hay mucho que hablar sobre este capítulo y me concentro en mi tema. Para el auténtico economista la sociedad es un ser vivo, dotado de una inteligencia y de una actividad propia, regida por leyes especiales que sólo la observación permite descubrir y cuya existencia se manifiesta no bajo una forma física, sino por el concierto y la íntima solidaridad de todos sus miembros.
Así, cuando anteriormente, bajo el símbolo de un dios fabuloso hacíamos la alegoría de la sociedad, nuestro lenguaje no tenía en el fondo, nada de metafórico; era el ser social, unidad orgánica y sintética, al que acabábamos de dar un nombre. Para cualquiera que haya reflexionado sobre las leyes del trabajo y del intercambio (dejo al margen cualquier otra consideración) la realidad, y casi he estado a punto de decir la personalidad del hombre colectivo, es tan evidente, como la realidad y la personalidad del hombre individual. Toda la diferencia reside en que éste se presenta a los sentidos bajo el aspecto de un organismo cuyas partes mantienen una coherencia material, circunstancia que no existe en la sociedad. Pero la inteligencia, la espontaneidad, el desarrollo, la vida, todo lo que constituye en más alto grado la realidad del ser, es tan esencial para la sociedad como el hombre (…).
Es imposible y contradictorio, que en el actual sistema de las sociedades, el proletariado llegue al bienestar por la educación, ni a la educación por el bienestar. Puesto que, sin contar que el proletario, el hombre-máquina es tan incapaz de soportar la holgura como la instrucción, está demostrado por una parte, que su salario tiende siempre menos a elevarse que a descender; por otra parte, el cultivo de su inteligencia, aun cuando pudiera recibirla, le sería inútil: de forma que hay para él una incitación constante hacia la barbarie y la miseria. Todo lo que se ha intentado durante estos últimos años en Francia y en Inglaterra con objeto de mejorar el destino de las clases pobres sobre el trabajo de los niños y de las mujeres y sobre la enseñanza primaria, a menos que no sea el fruto de una mala intención del radicalismo, se ha llevado a cabo al margen de los datos económicos y en prejuicio del orden establecido. El progreso, para la masa de los trabajadores, es siempre el libro cerrado con siete sellos; y el implacable enigma no será explicado por medio de contrasentidos legislativos (…).
Con la máquina y el taller, el derecho divino, o sea el principio de autoridad, hace su entrada en la economía política. El Capital, el Dominio, el Privilegio, el Monopolio, la Comandita, el Crédito, la Propiedad, etc., tales son, en el lenguaje económico, los diversos nombres de algo que no sé lo que es y que en otras partes se ha llamado Poder, Autoridad, Soberanía, Ley escrita, Revolución, Religión, Dios en fin, causa y principio de todas nuestras miserias y de todos nuestros crímenes y que cuanto más intentamos definirlo más se nos escapa.
Así pues, ¿es imposible que, en el estado actual de la sociedad, el taller, con su organización jerárquica, y las máquinas, en vez de servir exclusivamente los intereses de la clase menos numerosa, menos trabajadora y más rica sean empleadas para el bien de todos? Eso es lo que vamos a examinar (…).
La familia no es por así decirlo, el tipo, la molécula orgánica de la sociedad. En la familia, tal como observó muy acertadamente M. de Bonald, no existe más que un único ser moral, un único espíritu, una sola alma y casi diría, como la Biblia, una sola carne. La familia es el tipo y el soporte de la monarquía y del patriciado; en ella reside y se conserva la idea de autoridad y de soberanía que se borra cada vez más en el Estado. Todas las sociedades antiguas y feudales se habían organizado sobre el modelo de la familia y es precisamente contra esta vieja institución patriarcal que protesta y se rebela la democracia moderna.
La unidad constitutiva de la sociedad es el taller (…).
Es una consecuencia del desarrollo de las contradicciones económicas lo que hace que el orden en la sociedad se muestra en principio como al revés; que lo que debe estar arriba está situado abajo; lo que debe ser puesto de relieve parece ser hueco y que lo que debe recibir la luz está relegado en la sombra. Así el poder, que por esencia es como el capital el auxiliar y el subordinado del trabajo, se convierte por el antagonismo de la sociedad, en espía, juez y tirano de las funciones productivas; el poder, a quien su inferioridad original manda la obediencia, es príncipe y soberano.
En todos los tiempos las clases trabajadoras han buscado contra la casta oficial la solución de esta antinomia, cuya clave sólo puede facilitar la ciencia económica (…).
De acuerdo con las definiciones de la ciencia económica, por el contrario, definiciones conforme a la realidad de las cosas, el poder es la serie de los improductivos que la organización social debe tender a reducir. ¿Cómo pues, con el principio de autoridad tan querido por los demócratas, habría podido realizarse el deseo de la economía política, deseo que es también el del pueblo? ¿Cómo el gobierno, que en esta hipótesis lo es todo, se convertiría en un servidor obediente, en un órgano subalterno?
El poder, instrumento de la fuerza colectiva, creado en la sociedad para servir de mediador entre el trabajo y el privilegio, se encuentra encadenado fatalmente al capital y dirigido contra el proletariado
Por tanto, el problema consiste para las clases trabajadoras, no en conquistar, sino en vencer simultáneamente al poder y al monopolio, lo que significa hacer salir de las entrañas del pueblo, de las profundidades del trabajo, una autoridad mayor, un hecho más potente, que envuelva al capital y al Estado y que los subyugue (…).
Ocupémonos en primer lugar del trabajo. El trabajo es el primer atributo, el carácter esencial del hombre. El hombre es trabajador, o sea, creador (…).
Así pues, ¿qué es el trabajo? Nadie lo ha definido aún. El trabajo es la emisión del espíritu. Trabajar es gastar la vida; trabajar, en una palabra, es consagrarse, es morir (…).
El hombre muere de trabajar... y de dedicación (…). Muere porque trabaja; o, aún mejor, es mortal porque ha nacido trabajador: el destino terrestre del hombre es incompatible con la inmortalidad (…).
Pero ya sabemos que nada de lo que sucede en la economía social tiene ejemplo en la naturaleza; nos vemos forzados, por unos hechos sin parangón, a inventar constantemente nombres especiales, a crear un nuevo idioma. Es un mundo transcendente, cuyos principios son superiores a la geometría y al álgebra; cuyas potencias no provienen ni de la atracción ni de ninguna fuerza física, sino que utiliza la geometría y el álgebra como instrumentos subalternos (…).
¿Qué más puedo decir? ¡Se trata de la creación misma, atrapada, por así decirlo, con las manos en la masa! (…). Este mundo que nos envuelve, nos penetra, nos agita, sin que podamos verlo más que mediante los ojos del espíritu, tocarlo sólo por medio de signos, ese mundo extraño, es la sociedad, somos nosotros! (…). ¿Cuál es ese mundo mitad material, mitad inteligible: mitad necesidad, mitad ficción? ¿Qué es esa fuerza llamada trabajo, que nos arrastra con tanta más certeza cuanto más libres nos creemos? ¿Qué es esa vida colectiva que nos quema con una llama inextinguible, causa de nuestra alegría y de nuestros tormentos? (…).
He ahí... que se nos presenta una ciencia en la que nada nos es dado a priori ni por la experiencia ni por la razón; una ciencia en la que la humanidad lo saca todo de sí misma, númenes y fenómenos, universales y categorías, hechos e ideas; una ciencia, en fin, que, en vez de consistir simplemente, como cualquier otra ciencia, en una descripción razonada de la realidad, es la creación misma de la realidad y de la razón. Así el autor de la razón económica es el hombre; el creador de la materia económica es el hombre; el arquitecto del sistema económico es el hombre. Después de haber producido la razón y la experiencia social la humanidad procede a la construcción de la ciencia social
¿Queréis conocer al hombre? estudiad la sociedad; ¿queréis conocer la sociedad? estudiad al hombre. El hombre y la sociedad se sirven recíprocamente de sujeto y objeto; el paralelismo, la sinonimia de ambas ciencias es completa
Idea general de la Revolución en el siglo XIX (1851)
Burgueses, fuisteis crueles e ingratos: por ello la represión que siguió a las jornadas de junio ha clamado venganza. Os habéis convertido en cómplices de la reacción: y sufrís la vergüenza (…).
No se frena una revolución, no se la engaña, tampoco es posible desnaturalizarla ni, con mayor razón, vencerla. Cuanto más la comprimáis, más aumentaréis su impulso y haréis que su acción sea irresistible (…).
Las estupideces de los gobiernos constituyen la ciencia de los revolucionarios: sin esa legión de reaccionarios que ha pasado por encima de nosotros, los socialistas no podríamos decir dónde vamos ni qué somos (…).
¿Qué quiere el sistema? Mantener ante todo la feudalidad capitalista en el goce de sus derechos; asegurar, aumentar la preponderancia del capital sobre el trabajo; reforzar, si ello es posible, la clase parasitaria, procurándole en todas partes, con ayuda de los cargos públicos, fieles paniaguados según las necesidades de reclutamiento; reconstituir poco a poco y ennoblecer a la gran propiedad (…).
La República tenía que fundar la sociedad, pero no ha pensado más que en el gobierno. La centralización seguía reforzándose mientras que la Sociedad no podía oponerle ninguna institución y por ello las cosas han llegado, por exageración de las ideas políticas y la nulidad de las ideas sociales, a un punto en el que la sociedad y el gobierno ya no pueden vivir juntos pues las condiciones del uno eran esclavizar y subalternizar al otro
Cien hombres, uniendo o combinando sus esfuerzos, en determinados casos, producen no cien veces como uno, sino doscientas, trescientas mil veces. Eso es lo que he denominado "fuerza colectiva". He extraído de este hecho un argumento -que al igual que muchos otros ha quedado sin respuesta- contra ciertos casos de apropiación: y es que no basta entonces con pagar simplemente el salario a un cierto número de obreros para adquirir legítimamente su producto: es preciso pagar ese salario doble, triple, decuple, o bien prestar a cada uno de ellos por turno, un servicio análogo (…).
Las Compañías obreras, negación del asalariado y afirmación de la "reciprocidad", por ambos motivos ya tan repletas de esperanzas, están llamadas a desempeñar un considerable papel en un próximo futuro. Ese papel consistirá, principalmente, en la gestión de los grandes instrumentos de trabajo (…).
Será preciso encontrar una solución dentro de poco; si no, ¡cuidado! Veo llegar la expropiación universal... y sin indemnización previa (…).
Que se sepa de una vez: el resultado más característico, más decisivo, de la Revolución es, después de haber organizado el trabajo y la propiedad, aniquilar la centralización política, en una palabra, el Estado (…).
Habéis dicho: "La República está por encima del sufragio universal". Si entendéis la frase no desaprobaréis el comentario: "La revolución está por encima de la república" (…).
De la Justicia en la Revolución y en la Iglesia (1858)
La metafísica del ideal no ha enseñado nada a Fichte, Schelling o Hegel. Cuando esos hombres, de los que la filosofía se honra, creían deducir el "a priori", sin saberlo, no hacían más que sintetizar la experiencia (…).
La fórmula hegeliana sólo es una tríada, por el gusto o el error del maestro, que cuenta tres términos allí donde auténticamente sólo hay dos y que no ha visto que la antinomia no se resuelve en absoluto, sino que indica una oscilación o antagonismo susceptible únicamente de equilibrio. Bajo este punto de vista todo el sistema de Hegel debería rehacerse (…).
¿Cuál es ahora esa idea princesa, a la vez objetiva y subjetiva, real y formal, de naturaleza y humanidad, de especulación y sentimiento, de lógica y arte, de política y economía, razón práctica y razón pura, que rige a la vez al mundo de la creación y al mundo de la filosofía, y sobre la cual ellos construyen uno y otro; idea, en fin, que, siendo dualista por su fórmula, excluye no obstante toda anterioridad y toda superioridad y abarca en su síntesis lo real y lo ideal? Es la idea de "Derecho", la "justicia". (…).
La Justicia adopta distintos nombres, según las facultades a las que se dirige. En el orden de la consciencia, el más elevado de todos, es la "justicia" propiamente dicha, regla de nuestros "derechos" y de nuestros "deberes"; en el orden de la inteligencia, lógica, matemática, etc., es "igualdad" o "ecuación"; en la esfera de la imaginación se convierte en el "ideal"; en la naturaleza es el "equilibrio". A cada una de esas categorías de ideas o de hechos la Justicia se impone bajo un nombre particular y como condición sine qua non (…).
La separación de la ciencia y de la consciencia, como la de la lógica y del derecho, no es más que abstracción elemental. En nuestra alma las cosas no ocurren así: la certidumbre del saber es para nosotros una cosa más íntima, más afectiva, más vital de lo que dicen los lógicos y los psicólogos (…).
Es ella [una generación ávida, grosera, sin dignidad] la que ha inaugurado, bajo la excusa de una restauración imperial, el reino de la mediocridad desvergonzada, de la propaganda oficial, de la estafa confesada. Es ella la que deshonra a Francia y la envenena (…).
El gobierno imperial es un gobierno sin principios (...); en lo que respecta a sus presuntos éxitos, dejemos que transcurra algún tiempo y, al seguir siendo las cosas tal como son, no veremos más que calamidades (…).
No dogmatizo; observo, describo, comparo. No voy en absoluto a buscar las fórmulas del derecho en los sondeos fantásticos de una psicología ilusoria; se las pido a las manifestaciones positivas de la humanidad (…).
En esta hora la Revolución se define y, por tanto, vive. El resto no piensa. El ser que vive y que piensa, ¿será suprimido por el cadáver?.
El materialismo, al que se podría definir como el misticismo de la materia .
El Decálogo había dicho en dos palabras: "No matarás, no robarás". A la teología cristiana le corresponde buscar si la servidumbre, incluso disfrazada bajo el nombre de asalariado, no era una forma indirecta de matar el cuerpo y el alma; si el asalariado no implicaba la expoliación del trabajador, usurpación en su detrimento por parte del capitalismo-empresario-propietario .
Si los patronos se ponen de acuerdo, los empresarios se agrupan y las compañías se fusionan, el ministerio público no puede hacer nada, tanto menos, cuando el poder impulsa a la centralización de los intereses capitalistas y la promueve. Pero si los obreros, que tienen el sentimiento del derecho que les ha legado la Revolución, protestan y hacen huelga, único medio del que disponen para hacer admitir sus reclamaciones, son castigados, deportados sin piedad, entregados a las fiebres de Cayena y de Lambessa.
Lo que pido para la propiedad (...) es que se haga el "balance" (…). En efecto, la Justicia, aplicada a la economía, no es otra cosa que un balance perpetuo; o, para expresarme de una forma aún más exacta, la Justicia, en lo que concierne al reparto de los bienes, no es más que la obligación impuesta a todo ciudadano y a todo Estado, en sus relaciones de interés, de conformarse a la ley de equilibrio que se manifiesta en todas partes en la economía y cuya violación, accidental o voluntaria, es el principio de la miseria.
Los economistas pretenden que no le corresponde a la razón humana intervenir en la determinación de este equilibrio, que es preciso dejar que la plaga oscile a su antojo y seguirla paso a paso en nuestras operaciones. Yo sostengo que eso es una idea absurda .
"La antinomia no se resuelve"; ahí reside el vicio fundamental de toda la filosofía hegeliana. Los dos términos de que se compone se compensan, bien entre sí o bien con otros términos antinómicos: lo que conduce al resultado buscado. Una compensación no es en absoluto una síntesis tal como la entendía Hegel .
Para no hablar aquí más que de las colectividades humanas supongamos que unos individuos, en el número que se quiera, de un modo y con un objetivo cualquiera agrupan sus fuerzas: la resultante de esas fuerzas aglomeradas, que no se debe confundir con su suma, constituye la fuerza o potencia del grupo.
Un taller formado por obreros cuyos trabajos convergen hacia un mismo objetivo, que es obtener tal o cual producto, posee en tanto que taller o colectividad, una potencia que le es característica: la prueba de ello es que el producto de esos individuos así agrupados es muy superior a lo que habría sido la suma de sus productos particulares si hubiesen trabajado separadamente.
De igual modo la tripulación de un barco, una sociedad en comandita, una academia, una orquesta, un ejército, etc., todo ello colectividades más o menos hábilmente organizadas, contienen una potencia, potencia sintética y consecuentemente especial al grupo, superior en calidad y en energía a la suma de las fuerzas elementales que la componen .
En consecuencia, al ser la fuerza colectiva un hecho tan objetivo como la fuerza individual, la primera totalmente distinta a la segunda, los seres colectivos son una realidad exactamente igual que lo son los individuos .
Los grupos activos que componen la ciudad, al diferir entre sí de organización como también de idea y objeto, la relación que les une ya no es tanto una relación de cooperación como una relación de conmutación. La fuerza social tendrá por tanto como carácter el ser esencialmente conmutativa y no por ello será menos real .
Mediante la agrupación de las fuerzas individuales y por la relación de los grupos, toda la nación forma un cuerpo: es un ser real de un orden superior cuyo movimiento arrastra toda existencia, toda fortuna. El individuo está sumergido en la sociedad; depende de esta alta potencia, de la que sólo podría separarse para caer en la nada.
Supongamos la Revolución hecha, la paz asegurada en el exterior por la federación de los pueblos, y la estabilidad estará garantizada en el interior por el balance de los valores y de los servicios, por la organización del trabajo y por la reintegración del pueblo en la propiedad de sus fuerzas colectivas
"La idea, con sus categorías, nace de la acción y debe retornar a la acción bajo pena de inhabilitación para el agente". Esto significa que todo conocimiento, dicho a priori, incluida la metafísica, ha salido del trabajo y debe servir de instrumento al trabajo; contrariamente a lo que enseñan el orgullo filosófico y el espiritualismo religioso que hacen de la idea una revelación gratuita, llegada no se sabe cómo, y de la cual la industria no es por consiguiente más que una aplicación.
Vayamos más lejos: si tal como decíamos anteriormente, la reflexión y por consiguiente la idea, nace en el hombre de la acción y no la acción de la reflexión, es el trabajo el que debe prevalecer sobre la especulación, el hombre de industria sobre la filosofía, lo que es el derrocamiento del prejuicio y del actual estado social . Así pues, hemos establecido la primera parte de nuestra propuesta: "la idea con sus categorías nace de la acción"; en otras palabras, la industria es madre de la filosofía y de las ciencias.
Queda por demostrar la segunda: "la idea debe regresar a la acción"; lo que significa que la filosofía y las ciencias deben volver a entrar en la industria, bajo pena de degradación para la humanidad. Una vez hecha esta demostración, está resuelto el problema de la liberación del trabajo. Recordemos primero en qué términos se ha planteado ese problema. El trabajo presenta dos aspectos contrarios, uno subjetivo y otro objetivo . Bajo el primer aspecto, es espontáneo y libre, principio de felicidad: es la actividad en su ejercicio legítimo, indispensable para la salud del alma y del cuerpo. Bajo el segundo, el trabajo es repugnante y penoso, principio de servidumbre y de envilecimiento .
Ya se ha dicho en el texto que la obra de Le Play, Les Ouvriers européens, no tiene por objeto más que dar el método a seguir para la esclavización de los trabajadores. Con objeto de que no se nos acuse de calumnia, esbozaremos ahora el pretendido método de Le Play . Le Play no cree en absoluto en la igualdad de condiciones y de fortunas; no cree lógico la igualdad frente a la ley y, por consiguiente, no cree en la Justicia. Por el contrario, no duda en absoluto en la necesidad de una jerarquía social; por tanto quiere, con toda la fuerza de sus convicciones, el mantenimiento de lo que compone esta jerarquía: la propiedad y sus privilegios, el dominio industrial y sus prerrogativas, el capitalismo y sus dividendos, la Iglesia y sus dotaciones, la centralización y su mundo de funcionarios, el ejército y el reclutamiento; el trabajador en fin, pero el trabajador disciplinado, clasificado, fijado, obediente. En cuanto a la revolución política, económica, social, Le Play la rechaza enérgicamente.
Pero, tal como lo hemos hecho observar en el texto, para contener al trabajador es preciso como mínimo, que sus necesidades sean satisfechas; es preciso, si queremos que prescinda de lo superfluo, asegurarle lo necesario. El punto primordial, la cuestión esencial, el auténtico problema social, según Le Play, es pues, regular esa porción congruente del obrero, con la cual una vez cumplida su jornada, no debe pensar más en beber, dormir, y sin la cual siempre se puede temer que se rebele .
Eso es lo que se denomina aplicar el método de observación a la economía política. De acuerdo con este principio Le Play ha efectuado la monografía de treinta y seis clases distintas de obreros, observados en Suecia, Rusia, Turquía, Alemania, Inglaterra, Francia, etc. .
Creo que es inútil insistir en esta distinción fundamental de la razón individual y de la razón colectiva, la primera esencialmente absolutista, la segunda antipática a todo absolutismo .
Vemos a la razón colectiva destruir constantemente, con sus ecuaciones, el sistema formado por la coalición de las razones particulares: por tanto, no es únicamente distinta sino que es superior a todas y su superioridad proviene precisamente de que el absolutismo, que ocupa un lugar tan importante en las demás, frente a ella se desvanece .
Digo que la razón colectiva, resultado del antagonismo de las razones particulares, al igual que el poder público resulta de la suma de las fuerzas individuales, es una realidad igual que ese poder; y puesto que ambas se reúnen en la misma colectividad llego a la conclusión de que forman los dos atributos esenciales del mismo ser: la razón y la fuerza.
Es esta Razón colectiva, teórica y práctica a la vez, la que desde hace tres siglos, ha empezado a dominar al mundo y a impulsar por el camino del progreso a la civilización .
El órgano de la razón colectiva es el mismo que el de la fuerza colectiva: es el grupo trabajador, instructor; la compañía industrial, inteligente, artística; las academias, escuelas, ayuntamientos; es la Asamblea Nacional, el club, el jurado; cualquier reunión de hombres, en una palabra.
Es inútil que cite a Hegel: él niega y se burla de la libertad de igual modo y forma en que Spinoza había ejecutado a Descartes y, al igual que Spinoza, concluye en política en el absolutismo .
¿Cuál es, pues, ese movimiento mediante el cual el libre arbitrio, precediendo simultáneamente a la manifestación y a la idealización del ser social, crea la historia y el destino?
En presencia de tan grandes esfuerzos, frente a esa inmensa labor de una naturaleza que se busca a sí misma, se ensaya, se pone a prueba, se hace, se deshace, se rehace de otra forma, que cambia de principio, de método y objetivo, ¿es posible negar la existencia en la humanidad de una función especial que no es ni la inteligencia, ni el amor ni la Justicia?
Así pues, ¿qué es el progreso? Confieso que anteriormente me dejé engañar por ese monigote psicológico-político que no resistió mucho tiempo el examen
No, no hay en absoluto un papel para la libertad en el sistema de Hegel y por ello, nada de progreso. Hegel se consuela de esta pérdida al modo de Spinoza. Y llama libertad al movimiento
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