Esto es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización
Los ciudadanos y ciudadanas europeos, en su gran mayoría, asumen la idea de que la sociedad de consumo actual puede “mejorar” hacia el futuro (y que debería hacerlo). Mientras tanto, buena parte de los habitantes del planeta esperan ir acercándose a nuestros niveles de bienestar material. Sin embargo, el nivel de producción y consumo se ha conseguido a costa de agotar los recursos naturales y energéticos, y romper los equilibrios ecológicos de la Tierra.
Nada de esto es nuevo. Las investigadoras y los científicos más
lúcidos llevan dándonos fundadas señales de alarma desde principios de
los años setenta del siglo XX: de proseguir con las tendencias de
crecimiento vigentes (económico, demográfico, en el uso de recursos,
generación de contaminantes e incremento de desigualdades) el resultado
más probable para el siglo XXI es un colapso civilizatorio.
Hoy se acumulan las noticias que indican que la vía del crecimiento
es ya un genocidio a cámara lenta. El declive en la disponibilidad de
energía barata, los escenarios catastróficos del cambio climático y las
tensiones geopolíticas por los recursos muestran que las tendencias de
progreso del pasado se están quebrando.
Frente a este desafío no bastan los mantras cosméticos del desarrollo
sostenible, ni la mera apuesta por tecnologías ecoeficientes, ni una
supuesta “economía verde” que encubre la mercantilización generalizada
de bienes naturales y servicios ecosistémicos. Las soluciones
tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al declive energético,
son insuficientes. Además, la crisis ecológica no es un tema parcial
sino que determina todos los aspectos de la sociedad: alimentación,
transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos… Se trata, en
definitiva, de la base de nuestra economía y de nuestras vidas.
Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si
no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la
hacen posible. Nuestra cultura, tecnólatra y mercadólatra, olvida que
somos, de raíz, dependientes de los ecosistemas e interdependientes.
La sociedad productivista y consumista no puede ser sustentada por el
planeta. Necesitamos construir una nueva civilización capaz de asegurar
una vida digna a una enorme población humana (hoy más de 7.200
millones), aún creciente, que habita un mundo de recursos menguantes.
Para ello van a ser necesarios cambios radicales en los modos de vida,
las formas de producción, el diseño de las ciudades y la organización
territorial: y sobre todo en los valores que guían todo lo anterior.
Necesitamos una sociedad que tenga como objetivo recuperar el equilibrio
con la biosfera, y utilice la investigación, la tecnología, la cultura,
la economía y la política para avanzar hacia ese fin. Necesitaremos
para ello toda la imaginación política, generosidad moral y creatividad
técnica que logremos desplegar.
Pero esta Gran Transformación se topa con dos obstáculos titánicos:
la inercia del modo de vida capitalista y los intereses de los grupos
privilegiados. Para evitar el caos y la barbarie hacia donde hoy estamos
dirigiéndonos, necesitamos una ruptura política profunda con la
hegemonía vigente, y una economía que tenga como fin la satisfacción de
necesidades sociales dentro de los límites que impone la biosfera, y no
el incremento del beneficio privado.
Por suerte, cada vez más gente está reaccionando ante los intentos de
las elites de hacerles pagar los platos rotos. Hoy, en el Estado
español, el despertar de dignidad y democracia que supuso el 15M (desde
la primavera de 2011) está gestando un proceso constituyente que abre
posibilidades para otras formas de organización social.
Sin embargo, es fundamental que los proyectos alternativos tomen
conciencia de las implicaciones que suponen los límites del crecimiento y
diseñen propuestas de cambio mucho más audaces. La crisis de régimen y
la crisis económica sólo se podrán superar si al mismo tiempo se supera
la crisis ecológica. En este sentido, no bastan políticas que vuelvan a
las recetas del capitalismo keynesiano. Estas políticas nos llevaron, en
los decenios que siguieron a la segunda guerra mundial, a un ciclo de
expansión que nos colocó en el umbral de los límites del planeta. Un
nuevo ciclo de expansión es inviable: no hay base material, ni espacio
ecológico y recursos naturales que pudieran sustentarlo.
El siglo XXI será el siglo más decisivo de la historia de la
humanidad. Supondrá una gran prueba para todas las culturas y
sociedades, y para la especie en su conjunto. Una prueba donde se
dirimirá nuestra continuidad en la Tierra y la posibilidad de llamar
“humana” a la vida que seamos capaces de organizar después. Tenemos ante
nosotros el reto de una transformación de calibre análogo al de grandes
acontecimientos históricos como la revolución neolítica o la revolución
industrial.
Atención: la ventana de oportunidad se está cerrando. Es cierto que
hay muchos movimientos de resistencia alrededor del mundo en pro de la
justicia ambiental (la organización Global Witness ha registrado casi
mil ambientalistas muertos sólo en los últimos diez años, en sus luchas
contra proyectos mineros o petroleros, defendiendo sus tierras y sus
aguas). Pero a lo sumo tenemos un lustro para asentar un debate amplio y
transversal sobre los límites del crecimiento, y para construir
democráticamente alternativas ecológicas y energéticas que sean a la vez
rigurosas y viables. Deberíamos ser capaces de ganar grandes mayorías
para un cambio de modelo económico, energético, social y cultural.
Además de combatir las injusticias originadas por el ejercicio de la
dominación y la acumulación de riqueza, hablamos de un modelo que asuma
la realidad, haga las paces con la naturaleza y posibilite la vida buena
dentro de los límites ecológicos de la Tierra.
Una civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las
consecuencias de no hacer nada —o hacer demasiado poco— nos llevan
directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos
hoy, todavía podemos ser las y los protagonistas de una sociedad
solidaria, democrática y en paz con el planeta.
— En diversos lugares de la Península Ibérica, Baleares y Canarias, y en el verano de 2014.
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