La continua lentitud del crecimiento económico en las grandes
potencias ha llevado a los economistas a hacer un examen de conciencia.
Además de las razones tradicionales, ahora también se debate la falta de
guerras.
Los especialistas han estudiado la débil demanda, el aumento de
la desigualdad, el auge de China, el exceso de regulación, la
infraestructura inadecuada y hasta el agotamiento de las nuevas ideas
tecnológicas como posibles culpables.
Pero esta nueva explicación del lento crecimiento está recibiendo cada vez más atención, como si se tratara de justificar la permanente agresión estadounidense con la necesidad de mantener lubricada la afectada economía.
Según asegura el economista Tyler Cowen en un reciente artículo en 'The New York Times', el mundo no ha tenido muchas guerras en los últimos tiempos, al menos no en términos históricos. Algunos de los recientes titulares sobre Irak o Sudán del Sur hacen que el mundo parezca un lugar muy sangriento, pero las muertes de hoy palidecen a la luz de las decenas de millones de personas que murieron en las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX. Incluso la guerra de Vietnam tuvo muchas más muertes que cualquier guerra reciente en la que haya participado un país rico.
Aunque parezca contrario a la lógica, la mayor tranquilidad mundial puede hacer menos urgente el alcance de mayores tasas de crecimiento económico y, por lo tanto, lo hace menos probable.
La posibilidad misma de la guerra centra la atención de los gobiernos en tomar correctamente algunas decisiones básicas, ya sea invertir en ciencia o, simplemente, liberar la economía
Esta teoría no afirma que pelear guerras mejore las economías, ya que por supuesto el conflicto como tal acarrea muerte y destrucción. Esta visión también difiere del argumento keynesiano de que la preparación para las guerras eleva el gasto público y pone a la gente a trabajar. Por el contrario, la posibilidad misma de la guerra centra la atención de los gobiernos en tomar correctamente algunas decisiones básicas, ya sea invertir en ciencia o, simplemente, liberar la economía. Tal enfoque termina por mejorar las perspectivas a largo plazo de una nación, asegura Cowen.
"Puede parecer repugnante encontrar un lado positivo a la guerra en este sentido, pero un vistazo a la historia de EE.UU. sugiere que no se puede descartar la idea tan fácilmente. Innovaciones fundamentales como la energía nuclear, la computadora y el avión moderno fueron empujadas por gobiernos ansiosos por derrotar a las potencias del Eje o, más tarde, para ganar la Guerra Fría", señala Cowen.
El economista recuerda también que Internet fue inicialmente diseñado para ayudar a soportar un intercambio nuclear, y Silicon Valley tuvo sus orígenes con contratos militares, y no por las nuevas compañías de redes sociales que surgen hoy en día.
El lanzamiento del Sputnik por los soviéticos estimuló el interés de Estados Unidos en la ciencia y la tecnología, en beneficio del crecimiento económico posterior, señala el artículo.
La guerra trae consigo "la urgencia que de otro modo los gobiernos no pueden invocar". Por ejemplo, el Proyecto Manhattan tomó seis años para producir una bomba atómica a partir de casi nada, y en su pico consumía un 0,4% de la producción económica estadounidense. Es difícil imaginar un logro tan decisivo en estos días, agrega el experto.
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