lunes, 1 de octubre de 2012

El voto femenino y yo, por Clara Campoamor.

Clara Campoamor, abogada, escritora, política y promotora del voto femenino



“¡Queda aprobado el artículo 34¡". dijo el señor Barnés, que presidía. "El resultado de la votación -consigna el Diario de Sesiones- es acogido con aplausos en unos lados de la Cámara y con protestas en otros. Un señor diputado: ¡Viva la República de las mujeres! Varios señores diputados pronuncian palabras que no se oyen claramente por el ruido que hay en el salón." ¡Viva la República de las mujeres!, grita en el Parlamento un diputado al aprobarse el sufragio universal. ¡Cuánto miedo inútil! Las mujeres van a seguir siendo tan buenas las pobrecitas, como dirá después socarronamente el conde de Romanones, que seguirán votando a los hombres...
 
¡Qué algarabía provocó la votación! En el hemiciclo y, sobre todo en los pasillos, estallaba ya sin reparos la nerviosidad, más o menos contenida, durante dos tardes dedicadas a buscar la derrota del sufragio femenino o la devolución del dictamen. Los diputados se increpaban unos a otros. A causa de esta excitación me increpaban también a mí. Quiero confiar, no a mí, sino a textos periodísticos, el reflejo del momento:
 
"La concesión del voto a las mujeres, acordada ayer por la Cámara, determinó un escándalo formidable, que continuó luego en los pasillos. Las opiniones eran contradictorias. El banco azul fue casi asaltado por grupos de diputados que discutían con los ministros y daban pruebas de gran exaltación. Es posible que la trascendental votación de anoche tenga consecuencias graves en otro orden nacional." (La Voz, de 2 octubre)
 
"Los comentarios después del resultado otorgando el voto a la mujer fueron muy apasionados. En los pasillos los radicales y algunos radicales socialistas anunciaban que, como represalia, no harían ninguna concesión cuando llegue el momento de discutir las relaciones entre la Iglesia y el Estado, llegando incluso a la rebeldía con los jefes si ordenaban cosa que se opusiera a este propósito. Los diputados discutían con varios ministros primera votación, y se distinguían en su apasionamiento los radicales socialistas y los radicales, que estimaban que la concesión del voto a la mujer es un 'gran peligro para la República." (El Sol, de 2 de octubre)
 
"A última hora la atención de la Cámara se concentró en la discusión del artículo 34... Levantada la sesión los ánimos se acaloraron mucho." (Heraldo de Madrid, del 1 de octubre)
 
"Terminada la votación, se formaron en pasillos y salón de conferencias numerosos corrillos. Destacaban sus comentarios, por el fuego y pasión que en ellos ponían los radicales, radicales socialistas y la acción republicana, algunos de los cuales se mostraban francamente indignados por el resultado de la votación. El Sr. Guerra del Río no recataba la idea de que la votación de esta tarde podría tener su repercusión en la discusión del problema religioso. Hubo algún diputado de la minoría radical que afirmó: si mañana se presentase una enmienda pidiendo la expulsión inmediata de las órdenes religiosas, yo la votaría sin inconvenientes." (Debate del 2)
 
"Nos parecen injustificadas las muestras de excesiva nerviosidad, siempre reprobables, que algunos sectores de la Cámara dieron a raíz de la votación. No es la primera vez que se revela, por parte de elementos derrotados, una antidemocrática actitud de protesta contra los acuerdos de la mayoría y el consiguiente propósito de tomar posiciones resentidas en la ocasión próxima. Esto significaría tanto como desacatamiento al principio democrático e irresponsabilidad frente a los problemas. Cada uno de ellos debe ser resuelto objetivamente y en conciencia... Solo el interés de España debe ser tenido en cuenta, y no resentimientos partidistas." (Crisol del 2)
 
"Se entabló un amplio debate sobre el voto de la mujer. Los partidos radicales, todos, se han mostrado aquí profundamente reaccionarios. Querían conceder el voto a la mujer, pero no en la Constitución, sino en la ley Electoral,  para condicionado y hacerlo desaparecer si les era adverso. Temen que los curas y los frailes influyan decisivamente en la mujer... ¿Y qué hicieron entonces con su labor anticlerical? La Cámara, por una gran mayoría, proclamó el derecho de igualdad. Esto irritó y desconcertó extraordinariamente a los partidos burgueses..., que están dominados por un pesimismo sombrío que los incapacita para la lucha." (Socialista del 1 de octubre)
 
Una mujer acude a votar con su hijo en brazos, 1933 
Fotografía: Alfonso.
Toda esta nerviosidad tenía su explicación, o su misterio: desde el día anterior circuló la consigna de lograr de la Comisión que retirase el dictamen, para aderezar otro, y las minorías republicanas confiaban en ello. El ambiente parecía propicio a esta maniobra política, de una perfecta viabilidad en las costumbres parlamentarias republicanas, que no han variado tanto con relación a las monárquicas como pregonaba el Sr. Guerra del Río. Durante todo el día 30 de septiembre y 1 de Octubre se laboró activamente en favor de la conclusión de ese verdadero "Tributo de las cien doncellas" que los sitiados republicanos ofrecían a los socialistas a cambio de su más meditada retractación en la rebaja de edad y sólo por renuncia generosa de los socialistas a cobrar ese almojarifazgo por pago de la introducción del voto juvenil se salvó limpiamente el voto femenino, no retirándose el dictamen.

Pero el fracaso de estas bien cimentadas esperanzas, lanzadas a volea por la Prensa, explica la irritación que la misma Prensa refleja. El espíritu de represalia de los vencidos se reflejó contra el tema religioso. EI artículo 26 dejado para posterior difusión, era la víctima inmediata de su resentimiento.

Los republicanos no tenían formado un criterio muy firme sobre la materia, pues que sin recato anunciaban un "radicalísimo cambio de actitud" en la discusión. Antes de la concesión del voto femenino eran opuestos a la actitud radial del dictamen y de las enmiendas pidiendo la disolución de las órdenes religiosas y la nacionalización de sus bienes; después del voto se mostraban dispuestos. Osa una actitud intransigente y tajante. Era un pasajero estado de rabieta intrascendente: no obstante tan negros augurios, acogieron con júbilo y votaron con satisfacción liberadora la fórmula transaccional presentada por el Sr. Azaña en los contornos de su ascensión a la Presidencia del Gobierno.

Un diario tan ponderado como Crisol se creyó en el caso de lubrificar un poco el ambiente  Otros desvelaron las causas y motivos de aquel radical criterio republicano. Con igual criterio se podía pedir la expulsión de los joyeros y peleteros, que acaso las fascinen más.

Pero los republicanos reaccionaron y rectificaron también en esto. Votaron la fórmula Azaña. Una vez más se pusieron en contradicción con ellos mismos. Se habían pasado la vida en prometedoras y truculentas campañas pre republicanas, ofreciendo la igualdad de los sexos y la dura acometividad contra el clericalismo y las órdenes religiosas. Llegado el trance de actuar, rasgaron con igual inconsecuencia sus dos postulados y votaron en contra de la emancipación femenina y del radicalismo en materia clerical.

¡Duro destino el suyo! ¿O es que se desdibujaban porque nunca existieron? En los días en que se discutía el programa de Acción republicana, que proyectaba transformarse de grupo en partido para ganar fuerza electoral, le pregunté yo al Sr. Azaña que, sentado a mi lado, presidía: ¿Vacilaría usted en dar la batalla a fondo al problema clerical? iYo! ¡Ya lo verá usted si llega el momento...!

Fueron buenos chicos los republicanos y no llevaron su radicalismo faríngeo a vías de hecho. El resentimiento marcado contra el artículo 26 se redujo notablemente en proporción, y no aplicado por generosidad y comprensión al tema clerical, se conformó y auto limitó, aplicándomelo a mí después, eso sí, a todo lo largo y a todo lo ancho de mis ilusiones, ideales y posibilidades políticas. Perdido el control en aquellas memorables sesiones de nerviosismo masculino, que trascendían del Parlamento, floreció contra mí un estado de agresividad parlamentaria acusado en ataques, no de principio y objetivos, sino personales y a veces bufones  contra mi intervención, no sé si esperanzados en que la interrupción, la burla y el sarcasmo me hicieran enmudecer. Desconocían mi temple, puesto al servicio de una causa, por lo menos tanto como se desconocían a sí mismos. Por mucho que me doliera su actitud, que no vacilo en apellidar frenética, y mucho me dolió, no estaba yo dispuesta a sacrificar a mi legítimo derecho al respeto ajeno, a mi dignidad personal, incluso a mi propio porvenir político, los derechos e intereses de todas las mujeres españolas, que tenía la pesadumbre o la satisfacción de defender en aquellas tormentosas sesiones. Y con todo el malestar que injustamente se me imponía, los defendí.

Aislada de todos mis correligionarios y de mis afines ideas de la Cámara, combatida con animosidad por todos, a veces sospeché que odiada por todos (y el porvenir me dio lamentablemente la razón en esa sospecha), sostenida tan sólo por la minoría socialista, que a más de votar defendió la concesión, y por algunas personalidades aisladas, sufrí arañazos o heridas en el trance, pero logré ver triunfante mi ideal. Todo lo doy por bien sufrido.


Fácil era darse cuenta del pensamiento de las diversas fuerzas preponderantes en la Cámara. Yo era el eje accidental de los encontrados sentimientos y mi voz podía increpar a los desertores y recordar su deber a los leales. Sin la contemplación de la leal posición socialista, yo me hubiera posiblemente limitado a una defensa académica, que afirmara y salvara mis principios, pero hubiera renunciado a una batalla, dura e inútil por perdida de antemano. Con aquel poderoso estímulo, yo cabalgué en mi ideal y vi ampliarse ante mí el horizonte. Pienso que si no mi único, sí mi principal papel fui estimular al partido socialista a no flaquear en su lealtad a los principios, y he creído que sin mi decidida actitud, hubiera podido estar más propicio a caer en la sugestión con que le cercaban los republicanos, que se pasaron dos tardes, con el voto juvenil en una mano y el miedo a la mujer en la otra, invitando a los socialistas a caer en la tentación, invitación que con mayor desenfado en cuanto al voto femenino se le hizo dentro de sus mismas filas por contradictores de altura y desertores de su disciplina a la hora de votar.

Por los pasillos se extendía la ondulante captación de fórmulas, que también llegaba hasta mí, de quien la obligada firmeza se llamaba por muchos intransigencia. Al no avenirse los socialistas a que con sus votos se retirase el dictamen para nuevo estudio, se afirma que resistieron a la captación. Para allegada no se reparaba en medios ni se respetaban opiniones. En uno de los grupos en que yo discutía afirmó D. Eduardo Ortega y Gasset que había ya avenencia para retardar la concesión; protesté yo y contestó el diputado radical socialista: ¡Pero si me han dicho que usted se avenía al aplazamiento! La calidad de ciertos ataques, de los que me lamento, se reflejó también acusadamente en la Prensa madrileña.

El más fiel exponente de esta mentalidad y de esta táctica masculina en la discusión fue el imponderable federal D. Manuel Hilaría Ayuso. Hemos recogido su intervención; de ella daba cuenta el diario Crisol, del 10 de octubre, en estos términos: "Resuelta la edad del voto, se discute el voto de la mujer. Aunque al principio más parece que lo que se discute es la edad y no el voto. El Sr. Ayuso dice cosas terribles. Quiere que la mujer no tenga el voto hasta los cuarenta y cinco años, porque en esa edad "se fija por los tratadistas la estandarización de la edad crítica en la mujer latina". Estas palabras indignan a la Srta. Clara Campoamor que arremete contra el Sr. Ayuso y le lanza con voz sorda una palabra antiparlamentaria. Afortunadamente la discusión se eleva rápidamente hasta culminar en una votación desconcertante. Parecía que la opinión de la Cámara era contraria al voto femenino, y, sin embargo, se vota lo contrario. Luego en los pasillos se oyen frases gordas: - ¡Esto ha sido una puñalada a la República! ¡Hemos votado como unos inconscientes! Y quedan las espadas en alto."

De esta táctica queremos deducir una enseñanza para la mujer, mostrándole cuál será el juicio que de su mentalidad se tiene por algunos señores del muy viejo régimen, por republicanos que sean, cuando se la combate con armas que, por ridículas o bufas, no se atreverían nunca a emplear con un varón. Ello acusa el concepto que de nuestra insignificancia o pequeñez se tiene, y la imagen de mujer que estos polemistas llevan dentro. Bastará, a su juicio, que a una mujer se la quiera rectificar la partida de nacimiento para que pierda los estribos, olvide o abandone el ideal que alienta, o sofoque tesis que defiende para reivindicar cosa tan importante para la marcha del mundo cual la de la fecha en que nació ... Es un criterio de abate del siglo XVIII, o de varón que ha soportado vecindades femeninas de habanera, ataques de nervios y mantecado en Pombo.

En todo caso no creemos exista ejemplo más elocuente de una posición mental masculina trasnochada que la pirueta bufa que tuvo el mérito de arriesgar en el Parlamento el republicano federal. Y conviene a la mujer conocer los modos y maneras de sus antagonistas, tanto para juzgados como para aprender, ya que no han de desaparecer sino con ellos a no dejarse vencer por lo que creen explotables debilidades femeninas.

Tiene razón Crisol, yo llamé broma soez a la que traía al Parlamento, pero no me excedí, porque del tono de su intervención decía en El Sol Francisco Lucientes: "El discurso del diputado federal fue una pieza digna de Marck Twain. En los corros casineriles de solterones no se oye nunca nada semejante...”

¡No se aquietó el eterno y pedante sentimiento de tutela masculina con vil voto favorable de la Cámara y aquellos parlamentarios y aquella Prensa que, según ella resalta, no economizó ataques y agresiones a una diputada en uso de su derecho, atribuía ahora la concesión de la galantería masculina! La cuestión es no hablar nunca en serio de la mujer, lo que acaso es debido a una timidez invencible para hablar de ellas y con ellas de otro tema que el de disquisiciones que algunos vanidosos llaman de amor, aunque sólo sean de sexo. ¿Dónde estaba la galantería? ¿Era en el campo de los burgueses republicanos, los letrados, los profesores, los académicos, los preparados? ¡Pero si ya hemos visto que después de cantar trovas a nuestra estulticia y a nuestra ignorancia votaron en contra!

La galantería, si se considera perendengue indispensable a este lado de justicia, debió anidar entonces en el elemento obrero, en aquella que se llamó "minoría de cemento", que, con un movimiento respetuoso y cortés recogía del arroyo, donde entre burlas y befas la habían dejado los burgueses educados y acostumbrados por educación aristocrática a su empleo, aquella galantería inoperante, para incorporarla al programa marxista.

Aun los mismos periódicos que menos parecían atacar el voto llegaban a no desentrañar la evidente importancia diferencial de las antagónicas posiciones mantenidas por Victoria Kent y por mí, y las atribuían a ridícula intransigencia femenina.

Del voto femenino puede decirse que gozaba de la más absoluta impopularidad entre la mayoría de los varones; nadie creía llegado el momento de la equidad para la mujer. Algunos llegaron a afirmar que la concesión ni siquiera interesaba a las mujeres. El entusiasmo con que éstas lo han ejercitado después es la respuesta a esa hipótesis, una más, lanzada alegremente en la eterna y vanidosa explicación de la mujer, que el hombre se ha arrogado siempre la facultad de interpretar. Espíritu sincero, me confesó entonces D. Ángel Osorio y Gallardo que fue éste uno de los argumentos que más le hizo vacilar. También fuera, y en torno a la Cámara, cerníase una densa afirmación adversa, capaz de actuar sobre los diputados y bastante a impresionar a cualquier temperamento menos impresionable que el del español, y la Prensa no se recataba en anunciar la derrota: "La Srta. Campoamor lucha bravamente frente a casi todos los jefes de minorías, pero la impresión es que será derrotada", decía el Heraldo. "Segaremos trigo verde", afirmaba La Voz, contestando a uno de mis requerimientos a la Cámara. Y otro: “... defiende la implantación rápida de los derechos de la mujer. Con ella votarán a favor los socialistas, y en contra es de suponer que los demás sectores de la Cámara, que tienen el justificado temor de que aún la mujer no está capacitada lo suficientemente para acudir a las urnas... Se impone un poco de calma en las damas, y repetimos nuestra creencia, que han de debutar con unas modestas elecciones municipales. Y ya es bastante."

En los pasillos fue donde se desvistieron los pensamientos. iCuántas palabras fuertes! ¡Y cuántas opiniones! Opinaban todos. "iSe ha dado una puñalada trapera a la República!", gritaba el Sr. Prieto. "Es lo más grave que se ha votado hasta ahora, porque ha de favorecer enormemente a las derechas", decía el Sr. Guerra del Río, que es el único elemento que ha hecho a veces vacilar nuestras convicciones en la marcha de la mujer hacia la izquierda. ¿Tendría razón? Porque es el caso que le han seguido votando a él.

El Sr. Companys, conversando con el Sr. Martínez Barrios, decía que era preciso mantener a toda costa el principio constitucional, que no significaba ningún peligro para la República, a lo que argüía su contradictor que, sin entrar a "discutir el fondo del asunto, había que considerar que la política se hallaba ante dos incógnitas: una la aplicación de la nueva ley electoral con sistema proporcional, y otra 'el sufragio femenino, por lo que era prudente no hacer las dos a la vez”.

El Sr. Sánchez Román expresaba: "Estoy conforme con el voto a la mujer, pero mi discrepancia es solamente por cuestión de oportunidad. Creo que no estamos aún en tiempo de someter la República española a una experiencia tan peligrosa." "No hay, a mi juicio, motivo alguno de preocupación, sobre todo si la República actúa con habilidad", opinaba el Sr. Alca1á Zamora y el Sr. Maura: "No puedo aceptar que el voto de la mujer pueda poner en peligró la República. Lo que estimo absurdo es la actitud de las minorías."

En un grupo donde la discusión era más violenta, exclamaba D. Pedro Rico: "Ha sido una votación inconsciente. Hasta ahora, Alianza Republicana ha venido actuando como conservadora, como conservadora de la República, pero roto el pacto por los socialistas, que en esta votación se han unido a las derechas, nosotros llegaremos a los mayores radicalismos, y si mañana se propusiese que colgasen de los faroles a todos los frailes, nosotros y los radicales lo votaríamos."

Le argüía el doctor Marañón que negar el voto por entender existía el peligro de que votase a los elementos de derecha era negar el principio fundamental de la democracia, a lo que respondía el señor Rico que éste no era su argumento, ya que él era partidario de negar el derecho al voto porque la mujer no había adquirido todavía la plena capacidad jurídica, argumento que rebatía prestamente el doctor invocando los mismos textos constitucionales que habían sido ya aprobados.

El Sr. Albornoz “se mostraba disconforme con el voto de su minoría porque creía que la concesión del voto era necesaria en buen principio democrático, y porque además no ve por ahora ningún peligro”. Decía que el argumento que esgrimían algunos diputados amigos suyos, al votar contra la concesión, era completamente débil, ya que se podía comparar con aquel otro en que no se veían más que peligros para el sufragio universal.

"Socialistas y derechas han creído que el voto reforzaría sus sufragios.  Los grupos genuinamente republicanos estimaban que a ello se debía ligar después de un intenso período de preparación", argumentaba el Sr. Salazar Alonso, que agregaba este donoso argumento: "Nadie ignora que Francia ha sido siempre una gran escuela de democracia, y si aparta de la lucha electoral a la mujer no es para inferirla un agravio, sino para mantenerla al margen”. ¿Para qué otra cosa que para mantener al margen de toda intervención se niega el voto a un núcleo determinado?

Don José Ortega y Gasset decía "que había votado en favor porque no solamente era justo, sino también necesario. Los mismos argumentos de peligros ocultos escuchados en la Cámara fueron los que se emplearon en otros países y el resultado es bien patente. No hay ningún peligro para la República con la concesión del voto a la mujer. Tantas reaccionarias y beatas como en España, o más, hay y ha habido en Inglaterra, Alemania, etc., y sin embargo ellas han dado una nota siempre liberal en su actuación." y un representante por Badajoz, que votara en contra, presumía de tener una Lysistrata.: -Me ha llamado por teléfono diciéndome: ¡Lo sé todo! Estoy indignada. ¡ No te molestes en venir esta noche...!

El Sr. Alba sostenía "que dar el voto a la mujer en España era atentar contra la estabilidad de la República. Las mujeres, en su mayoría, son derechistas. En Inglaterra, desde que tuvieron el voto dieron el triunfo a los conservadores. Las mujeres inglesas han terminado con el histórico partido liberal". Mal informado andaba Don Santiago, y Ciges Aparicio, desde el diario El Sol,  dio una pequeña lección de historia política.

Lo más impresionante fue la explosión indignada de los hombres voluminosos, cuya irritación se exhibía no menos abundante que su físico. No fue sólo D. Pedro Rico un reflejo del Sr. Prieto, con tres o cuatro rodajas menos. El Sr. Gomáriz y el señor Galana eran también de los más agitados. Siempre hemos observado una enemiga irreductible a la mujer (enemiga política y social, claro es) por parte de los hombres gordos, y una mayor comprensión por la de los cenceños; aquí quiebra la teoría de la placidez atribuida a los obesos. Pero consignemos, como confirmación de la regla, que hubo excepciones notables cual las del Sr. Osorio y Gallardo, nuestro amigo y el Sr. Guerra del Río, nuestro enemigo.

No depositó mayores esperanzas en nuestra futura actuación la Prensa. "Milite donde milite desde ahora, la mujer lleva a la lucha un espíritu de intransigencia y defiende siempre las soluciones más radicales. Dígase lo que se diga, la mujer española no está preparada para intervenir en la vida pública" "Para otorgar el voto a la mujer española se ha alegado que ya lo tienen la alemana y la inglesa. Bueno; pero da la casualidad de que ni la inglesa ni la alemana van al confesonario” (Heraldo)

"No se ha otorgado el voto a los jóvenes de veintiún años, olvidándose de que a esa edad la juventud española discierne sobre temas políticos con más preparación y sentido que las mujeres a los cuarenta". Esto no es del Sr. Hilario Ayuso,  sino de un periódico de ultra izquierdas. "El voto hoy en la mujer es absurdo, porque en la inmensa mayoría de los pueblos el elemento femenino, en su mayor parte, está en manos de los curas que dirigen a la opinión femenina, se introducen en los hogares e imperan en todas partes. Hoy la mujer española, especialmente la campesina, no está capacitada para hacer uso del derecho del sufragio de una manera libre y sin consejos de nadie. Con lo que hoy ha acordado el Parlamento. La República ha sufrido un daño enorme y sus resultados se verán muy pronto." (La Voz de 1 de octubre.)

"No somos enemigos de la concesión del voto a la mujer. Estimamos que debe concedérsela ese derecho de ciudadanía, pero a 'su tiempo, pasados cinco años, diez, veinte, los que sean necesarios para la total transformación de la sociedad española. Cuando nuestras mujeres se hallen redimidas de la vida de esclavitud a que hoy están sometidas, cuando libres de prejuicios, de escrúpulos, de supersticiones, de sugestiones, dejen de ser sumisas penitentes, temerosas de Dios y de sus representantes en la tierra y vean independizada su conciencia. La mujer española, en general, por sus condiciones de vida, por su educación, por los limitados horizontes de su apagada existencia, tiene su consuelo en la fe religiosa. Su esperanza en la oración, su refugio en la iglesia... " (La Libertad, 2 octubre 1931)

Hasta El Debate, a quien las minorías republicanas creían tan regocijado, ¡hasta El Debate!, decía: "Y cuidado que, con gusto, en principio, no aceptamos nosotros la concesión del voto a la mujer. Nosotros creemos que el lugar propio de la mujer, de su condición, de sus deberes, de su misión en la vida, es el hogar. Y nos parece mal que de él se la arranque, y aunque en ella se fomenten o despierten vocaciones que la atraigan a la calle. Estamos ciertos de que es desgraciada una sociedad donde la mujer no se contenta con ser esposa y madre."

El voto femenino pesaba como losa, más que sobre el corazón, sobre el hígado de muchos españoles. Llovieron las lamentaciones. La Juventud republicana de Bilbao dirigió a los jefes de las minorías parlamentarias un telegrama de protesta por entender que el voto femenino supone para Vizcaya el fracaso de las ideas republicanas y el retraso por varias generaciones ¿Habrá todavía alguien que crea hoy que es debido al voto de la mujer el atasco del venturoso porvenir de la República?

Un artículo de El Socialista del 2 de diciembre daba cuenta de que una de sus Agrupaciones norteñas se había pronunciado contra la concesión inmediata, y "sus razones no diferían mucho de las de los radicales". Y unos señores de Navarra que escribían al Heraldo, no regateándose a si propios los dictados de buenos y fieles republicanos, protestaban contra todos, considerando delito de lesa patria conceder el sufragio a la mujer. Tuvo razón más tarde El Socialista al decir: "Los demócratas burgueses tienen miedo a la democracia... Como sabemos que todo su radicalismo es verbalista no nos ha sorprendido lo ocurrido. Son republicanos, viejos republicanos, defensores de la igualdad de derechos para uno y otro sexo, pero sólo en la verborrea fácil del mitin. Luego se asustan, y cuando la Constitución concede el voto a la mujer, no sólo como un derecho, sino como un deber, tiemblan de pánico." (Del 2 de diciembre)

Frente a esta desbocada oposición de gran parte de los hombres responsables del país, la mujer actuó con interés y emoción. Grupos de ellas y de las Asociaciones concurrían a la Cámara. Algunas afiliadas a partidos, especialmente del radical socialista. Mantenían vivas discusiones con sus correligionarios diputados, que así traicionaban el programa del partido.

La Asociación que fundara Benita Asas Manterala, que siempre luchó por las reclamaciones femeninas, repartió a los diputados la siguiente llamada: "Las mujeres españolas esperan recibir de los diputados de la República su primera lección de ética política, al vedas mantener las leyes que ellos votaron en el Parlamento concediéndoles el derecho al sufragio en igualdad de condiciones que al varón. ¡Diputados! ¡Sed consecuentes! ¡No malogréis la esperanza de las mujeres republicanas que esperan anhelosas servir a la República con pleno sentido de responsabilidad! ¡No despreciéis su concurso leal!"

Convencida yo de que un exceso de celo por parte de las mujeres hubiera sido interpretado como coacción sobre la Cámara y posiblemente utilizado contra la causa que quería servir, quebranté sin duelo todas las iniciativas y aconsejé renunciaran a muchas actuaciones. Sin embargo, algunas ingenuamente confiadas en que la Cámara recogiera los latidos de la calle, elevaron a las Cortes de 25 de noviembre un escrito protestando contra la enmienda Peñalba en el que entre otras cosas decían: "la votación de esa enmienda haría en parte nula la votación de equidad y espíritu democrático del día 1 de octubre, burlando la declaración del artículo 23, que NIEGA' EL PRIVILEGIO A FAVOR DE NINGUN SEXO y del artículo 34 que concede el derecho de sufragio EN LAS MISMAS CONDICIONES QUE AL VARON" y exponían su profunda inquietud ante la posibilidad de una retractación poco meditada de aquel derecho y protestaban de la afrenta que se hace a la mujer al decir que su inmediata intervención será perniciosa o peligrosa para la República, que es tan hija de su voluntad y entusiasmo como de los del varón."

La Prensa habló de este escrito las Cortes ni siquiera lo mencionan e ignoramos la suerte que corriera porque de él no hemos hallado rastro en la Cámara. Matilde Huici comentando los "tópicos de actualidad",  decía en El Sol: "Cuatrocientos cuarenta y cinco diputados y dos diputadas. Cerca de cuatrocientos se llaman de "ideas avanzadas". El resto defiende lo que cree la tradición. Dejando a un lado a los familiares femeninos de 108 electores de derechas y socialistas, quedan los núcleos femeninos de los cientos de miles de electores burgueses, pero "de ideas avanzadas". A estos núcleos tienen miedo los diputados. Estos hombres, los diputados están convencidos de que entre ellos y las mujeres de sus familias y las de sus electores se interpone otro hombre, el cura, por el cual ellos se confiesan vencidos. Pero entonces no deberían presentarse ante sus -electores como capaces de luchar por favorecerlos, cuando tan fáciles de vencer son".  Y glosando el temor masculino, escribía Matilde Muñoz: "Lo abrigan precisamente aquellos que más y mejor descuidaron el dar a la mujer conciencia de su propia responsabilidad, el valor de su propia estimación y los que la dejaron más indefensa en poder de sus llamados directores espirituales. El hombre de la clase media ha sido en política más o menos avanzado, pero desde luego, en el hogar su intervención desdichadísima ha supuesto siempre el atraco, la reacción y la rutina."

Victoria Kent con el presidente de la República,
Niceto Alcalá Zamora y Álvaro de Albornoz,
Madrid, 1931
Entre el primero de octubre y el primero de diciembre, fechas de las dos agitadas votaciones, nació también iniciada en torno mío por un grupo de mujeres, la Unión Republicana Femenina, creada con la misión de laborar contra el ambiente adverso al voto y organizado por las diversas agrupaciones y por mujeres militantes en algunas partidos, celebrose un mitin "para defender el derecho al voto de las mujeres" en el que tomaron parte varios elementos. Victoria Kent, que opinara en el Heraldo del 10 de octubre: "En estos momentos, y si se tratara de conceder el voto a las mujeres obreras, no vacilaría. Pero como no es sólo eso y yo desconfío de que las mujeres de las clases media y alta sientan la República, mi voto es resueltamente adverso a la concesión". En una entrevista que publicaba La Voz en el mes de noviembre justificaba así su oposición a Josefina Carabias: "Lo que yo propugno es algo en que las derechas españolas tienen sin remedio que estar absolutamente conformes, por el revuelo que se produjo entre ellas al instaurarse el sufragio universal.  Sostenían, y hasta quizá no les faltaba razón, que el pueblo carecía de la preparación necesaria para intervenir de pronto en la política nacional, que muchos de los presuntos electores no iban a tener ni siquiera noción de lo que significaba aquello que se ponía a votación, que el obrero, por falta de preparación, decían entonces esas derechas, iba labrar un campo abonado al caciquismo, y otras muchas cosas más que en este momento no recuerdo. Pues bien; yo he pensado mucho en los argumentos de mis contrarios políticos, y he creído, como ya le he dicho, que quizá tuvieran entonces razón. Y como ahora se presenta un caso exactamente igual, me he dicho: ¿Cómo voy a permitir que la historia se repita…? Muy malicioso y picarón. Afortunadamente que la derecha se opuso al sufragio universal masculino en el siglo pasado, de no ser así, ¡qué cantera se hubiera restado al fondo de' argumentos de muchas inteligencias republicanas! Por extraño que parezca, esa fue la base de la argumentación de muchos, para los cuales puede decirse que "si no hubiera derechas habría que inventarlas".

Mas la Srta. Kent puede abrigar el convencimiento de que acaso logró convencer a las derechas, porque ello es que retiradas de la Cámara en primero de diciembre, ni siquiera concurrieron a elaborar con sus votos aquella tabla salvadora de la concesión del sufragio femenino, que en sentir de los demócratas republicanos tanto las favorecía. Se salvó sin sus votos, pero ¡ay! también sin los de los demócratas republicanos- Que éste ha sido nuestro gran dolor.


Clara Campoamor.
Del libro “El voto femenino y yo”.




 

No hay comentarios: