La Navidad del año 2020 tal vez sea la más parecida al verdadero nacimiento de Jesús bajo el emperador romano César Augusto.
Este
emperador había mandado hacer un censo de todo el imperio.
La intención
no era sólo, como entre nosotros, contabilizar cuantos habitantes
había.
Era esto, pero con el propósito de cobrar un impuesto a cada
habitante, que sumado al de todas las provincias se destinaba a mantener
encendida la pira de fuego permanentemente y a sustentar los
sacrificios de animales al emperador, que se presentaba y así era
venerado, como dios.
Tal imposición a todos los habitantes del imperio
provocó revueltas entre los judíos.
Este hecho fue usado más tarde
por los fariseos para tender una trampa Jesús: ¿debía pagar o no el
impuesto al César? No se trataba del impuesto común, sino de aquel que
cada persona del imperio debía pagar para alimentar los sacrificios al
emperador-dios.
Para los judíos esto significaba un escándalo pues
adoraban a un único Dios, Yavé; ¿cómo iban a poder pagar un impuesto
para venerar a un falso dios, el emperador de Roma? Jesús se dio cuenta
de la celada. Si aceptaba pagar el impuesto sería cómplice de adoración a
un dios humano y falso, el emperador. Si se negaba, se indispondría con
las autoridades imperiales al negarse a pagar el tributo en homenaje al
emperador-dios.
Jesús dio una respuesta sabia: “Dad al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En otras palabras, dad al
César –un hombre mortal y un falso dios– lo que es de César: el impuesto
para los sacrificios; y a Dios –el único verdadero– lo que es de Dios:
la adoración. No se trata de la separación entre la Iglesia y el Estado,
como comúnmente se interpreta. La cuestión es otra: ¿cuál es el Dios
verdadero? Denle a él lo que le corresponde, la adoración. Y al Cesar,
el falso dios, lo que es del César: la moneda del impuesto. No mezclen a
dios con Dios.
Pero volvamos al tema: La Navidad de 2020 se
asemeja a la navidad de Jesús, como nunca antes en la historia. La
familia de José y María encinta, es hija de la pobreza como la mayoría
de nuestro pueblo. Las hospederías estaban llenas, como aquí los
hospitales están llenos de gente contaminada por el virus.
Como pobres,
José y María tal vez no eran capaces de pagar los gastos, así como entre
nosotros quien no es atendido por el SUS (Sistema Único de Saúde) no
tiene cómo pagar los costes de un hospital particular. María estaba a
punto de dar a luz.
A la pareja no le quedó otra solución que refugiarse
en un establo de animales, como hacen hoy tantos pobres que no tienen
dónde dormir y se acuestan bajo las marquesinas o en un rincón de
cualquier ciudad. Jesús nació fuera de la comunidad humana, entre
animales, como tantos de nuestros hermanos y hermanas menores nacen en
las periferias de las ciudades, fuera de los hospitales, en sus pobres
casas.
Después de su nacimiento, el Niño fue amenazado muy pronto
de muerte. Un genocida, el rey Herodes, mandó matar a todos los niños
menores de dos años. ¿Cuántos niños en nuestro contexto son muertos por
los nuevos Herodes vestidos de policías que matan a niños sentados a la
puerta de sus casas?
El llanto de las madres es el eco del llanto de
Raquel en uno de los textos más conmovedores de todas las Escrituras:
“En la Baixada (en Ramá) se oyó una voz, mucho llanto y muchos gemidos:
es la madre llora a sus hijos muertos y no quiere ser consolada porque
los perdió para siempre” (cf.Mt 2,18).
Por temor a ser descubierto
y muerto, José tomó a María y al niño, atravesaron el desierto y se
refugiaron en Egipto. Cuántos hoy, bajo amenaza de muerte por las
guerras y por el hambre, tratan de entrar en Europa y en Estados Unidos.
Muchos mueren ahogados, la mayoría es rechazada, como en la
catoliquísima Polonia, y son discriminados; se llega a arrancar a los
niños de sus padres, y se los encierra en jaulas, como pequeños
animales.
¿Quién les enjugará las lágrimas? ¿Quién les quitará la
saudade de sus padres queridos? Nuestra cultura se muestra cruel con los
inocentes y con los inmigrantes forzados.
Después que murió el
genocida Herodes, José tomó a María y al Niño y fueron a esconderse en
un pueblecito, Nazaret, tan insignificante que ni siquiera consta en la
Biblia. Allí el Niño “crecía y se fortalecía lleno de sabiduría” (Lc
2,40). Aprendió la profesión del padre, José, un fac-totum constructor
de tejados y cosas de la casa, un carpintero.
Era también un campesino
que trabajaba el campo y aprendía a observar la naturaleza. Allí estuvo
escondido hasta cumplir treinta años, cuando sintió el impulso de salir
de casa y empezar la predicación de una revolución absoluta: “El tiempo
de espera acabó. El gran cambio (Reino) está llegando. Cambien de vida y
crean en la buena noticia” (cf.Mc 1,14): una transformación total de
todas las relaciones entre los humanos y con la propia naturaleza.
Conocemos
su fin trágico. Pasó por el mundo haciendo el bien (Mc 7,37; Hechos
10,39), curando a unos, devolviendo la vista a los ciegos, dando de
comer a las multitudes y compadeciéndose siempre del pueblo pobre y sin
rumbo en la vida. Los religiosos, confabulados con los políticos, lo
prendieron, lo torturaron y lo asesinaron, crucificándolo.
Salgamos
de estas “densas sombras” como dice el Papa Francisco en la Fratelli
tutti. Volvamos la mirada clara al nacimiento de Jesús. Él nos muestra
la forma como Dios quiso entrar en nuestra historia: anónimo y
escondido. La presencia de Jesús no apareció en la crónica de Jerusalén
ni mucho menos en la de Roma. Debemos aceptar esta forma escogida por
Dios.
Se realizó la lógica inversa a la nuestra: “todo niño quiere ser
hombre; todo hombre quiere ser grande; todo grande quiere ser rey.
Solo
Dios quiso ser niño”. Y así sucedió.
Aquí resuenan los bellos versos del poeta portugués Fernando Pessoa:
Él es el Eterno Niño, el Dios que faltaba.
Él es tan humano que es natural,
Él es lo divino que ríe y juega.
Es un niño tan humano que es divino
Tales
pensamientos traen a mi memoria a una persona de excepcional calidad
espiritual. Fue ateo, marxista, de la Legión Extranjera. De repente
sintió una conmoción profunda y se convirtió. Escogió el camino de
Jesús, en medio de los pobres. Se hizo Hermanito de Jesús. Llegó a una
profunda intimidad con Dios y lo llamaba siempre “el Amigo”.
Vivía la fe
según el código de la encarnación y decía: “Si Dios se hizo gente en
Jesús, gente como nosotros, entonces hacía pipí... lloriqueaba pidiendo
el pecho, hacía pucheros si tenía el pañal mojado”... Al principio le
habría gustado más María, y después, crecidito, más José, cosa que los
psicólogos explican en el proceso de la realización humana.
Fue
creciendo como nuestros niños, observaba a las hormigas, tiraba piedras a
los burros y, travieso, levantaba el vestidito a las niñas para
molestarles, como imaginó irreverentemente Fernando Pessoa en su bello
poema sobre Jesús Niño.
Ese hombre, amigo del Amigo, “imaginaba a
María acunando a Jesús para que durmiera porque de tanto jugar fuera se
excitaba mucho y le costaba cerrar los ojos; lavaba los pañales en el
balde; cocinaba la papa para el Niño y comidas más fuertes para el
trabajador, el buen José”.
Ese hombre espiritual italiano que
vivió, muchas veces amenazado de muerte, en tantos países de América
Latina y varios años en Brasil, Arturo Paoli, se alegraba interiormente
con tales cavilaciones, porque las sentía y vivía como conmoción del
corazón, de pura espiritualidad. Y lloraba con frecuencia de alegría
interior.
Era amigo del Papa que lo mandó a buscar con un coche a su
pequeña ciudad a unos 70 km de Roma para pasar la tarde juntos y hablar
de la liberación de los pobres y de la misericordia divina. Murió a los
103 años como un sabio y un santo.
No olvidemos el mensaje
principal de Navidad: Dios está entre nosotros, asumiendo nuestra
condition humaine, alegre y triste. Es un niño quien nos va a juzgar, no
un juez severo. Y este niño sólo quiere jugar con nosotros y no
rechazarnos nunca. Finalmente, el sentido más profundo de la Navidad es
éste: nuestra humanidad, un día asumida por el Verbo de la vida,
pertenece a Dios.
Y Dios, por malos que seamos, sabe que venimos del
polvo, y tiene con nosotros una misericordia infinita. Él nunca puede
perder, ni va a permitir, que un hijo o una hija suya se pierdan. Así
que a pesar de la Covid-19 podemos vivir una discreta alegría en la
celebración familiar.
Que la Navidad nos dé un poco de felicidad y
mantenga en nosotros la esperanza del triunfo de la vida sobre la
Covid-19.
Leonardo Boff.