El desplome
que está sufriendo la economía del Estado español a lo largo de este
año debido a la pandemia que sacude a todo el planeta era algo esperable
y ha vuelto a demostrar que las políticas económicas basadas en la
especulación y en la destrucción del tejido productivo de calidad no son
sólidas, traen una economía más frágil, mayor precariedad laboral,
falta de formación y la consiguiente ruina, con el agravante que la
sufren los sectores más vulnerables de la sociedad.
Los males
de la economía española se vienen arrastrando desde hace décadas. Nunca
se han tomado medidas para corregir el rumbo y lo más grave es que
cuando se producen crisis económicas, se siguen echando las manos a la
cabeza, realizándose la eterna pregunta: ¿Cómo nos pueden pasar estas
cosas?
La economía
estatal si por algo se ha caracterizado es por sustentarse en tres
pilares que son la antítesis de lo que debe de ser una economía que
quiere desarrollarse bajo unas bases sólidas, bajo un modelo sostenible y
alejada de cualquier tipo de modelo especulativo.
Esos tres pilares
nefastos son las subvenciones al sector agrario (sector primario), la
construcción (sector secundario) y el turismo (sector terciario). Siendo
estos tres sectores los cimientos de la economía del Estado español, el
tejido productivo cada vez es de peor calidad y más vulnerable.
Tenemos un
sector primario que vive preferentemente de las ayudas que llegan de
Europa, a través de la PAC. Ayudas que son una mina de oro para los
grandes latifundistas, grandes explotaciones agropecuarias e industria
agroalimentaria, pero que en el caso del pequeño agricultor y ganadero
sólo sirven para seguir agonizando.
Es preocupante que sea un sector que
cada vez tiene menos peso específico. A ello hay que añadir dos
agravantes.
El primero es que al irse cerrando un gran número de
pequeñas y medianas explotaciones agropecuarias, afecta de forma directa
y negativa en el mantenimiento del medio rural y el segundo agravantes
es que mucho del empleo que se genera en el entorno de la agricultura es
pura economía sumergida.
Es un sector que vive del dinero que llega de
Bruselas, hasta que llegue un día en el que todo esto se acabe, como
ocurrió con los Fondos de Cohesión de la UE.
Por lo que
respecta al segundo pilar, la construcción, poco o nada habría que
decir, al estar muy reciente, todo lo vivido las dos últimas décadas. La
crisis de 2008 debía de haber servido para que no se volviera a caer en
los mismos errores, pero el capitalismo es un sistema que tiene por
norma la generación de beneficios en el menor plazo posible, con el
menor coste para el inversor capitalista.
Esto lleva a que el sector del
ladrillo vuelve por sus fueros, con la aquiescencia de las
administraciones públicas y en muchos casos con su apoyo directo. Las
instituciones anteponen las grandes operaciones inmobiliarias
especulativas a las necesidades de la sociedad, sin reparar los daños
urbanísticos y medioambientales.
Hemos visto como han promovido
proyectos faraónicos que carecían de toda lógica y su hipotética
rentabilidad nunca ha revertido al conjunto de la sociedad, con el
agravante que si en un futuro esos megaproyectos de iniciativa privada
no son rentables, suele llegar el Estado para rescatar a los grandes
especuladores que los han llevado a cabo.
El
tercer pilar, que es sobre que el que me quiero centrar, es el sector
del turismo, dentro del marco amplio del sector servicios en el que se
engloba. Para ello, es imprescindible retroceder en el tiempo a junio de
1985, momento en el que el Estado español firma la carta de adhesión a
la CEE.
El relato oficial es un cuento de hadas en el que se resalta el
logro de entrar a formar parte de ese club de la Europa próspera y
moderna, después de muchos años de intentos frustrados, pero para estar
en ese club tan selecto hubo que pagar un peaje que se tradujo en un
ajuste en todos los sectores productivos: agricultura, ganadería, pesca,
siderometalúrgica, industria naval, etc.
Se terminaba más rápido
preguntándose qué sector se había salvado del tijeretazo.
Y
efectivamente, hubo uno que salió indemne: el turismo y todo los
relacionado con los servicios, porque los que mandaban en la CEE
decidieron que el Estado español tenía que cumplir el roll de ser la
playa de Europa. El lugar donde los habitantes de los países ricos del
continente pudieran disfrutar de sus vacaciones a unos precios muy
baratos sin tener que realizar grandes desplazamientos.
En la
década de los ochenta el Estado español inició varios procesos mal
llamados de reconversión industrial en los sectores más estratégicos.
Destrucción de la industria minera, naval, siderometalúrgica, casi
desaparición de la mayor flota pesquera de todo Europa, etc…, para pasar
a convertirse en un país de servicios, porque la palabra reconversión
fue un puro eufemismo.
Sencillamente fueron procesos de destrucción de
tejido productivo sin ninguna alternativa a cambio. Esos procesos de
desmontaje del tejido industrial han continuado en el tiempo, agravados
por el proceso de globalización de la economía y de deslocalización de
muchas empresas.
Todo este
proceso de transformación que se ha realizado en varias décadas ha
traído un monocultivo del turismo, convirtiéndolo en la mayor fuente de
ingresos procedente del extranjero o, dicho de otro modo, la mayor parte
de las divisas que entran en el Estado español son gracias al turismo
extranjero.
La
industria del turismo ha tenido unos efectos perniciosos para la
población en general, independientemente que esta actividad se haya dado
en zonas de litoral como en ciudades del interior.
El turismo se ha
abastecido de un empleo de baja calidad y gran temporalidad. La
cualificación de los trabajadores del sector servicios y del turismo en
particular es mucho más baja que cualquier trabajador del sector
industrial, pues los costes de esa formación son menores en los
trabajadores de la industria del turismo.
La filosofía del capitalismo
especulador es sencilla, es más barato formar a un camarero que formar a
un tornero o a un fresador, entre otras cosas porque al primero no se
le forma, lo ponen detrás de una barra y le dicen que empiece a poner
cañas que la formación la irá cogiendo sobre la marcha.
Todo ello unido a
la temporalidad hace que el sector servicios en general y el turismo en
particular sea una industria de mala calidad para una economía, que
genera muy poco valor añadido, pero de mayor facilidad para el
enriquecimiento de las grandes empresas del sector.
El Estado español
prefirió sacrificar a sectores estratégicos de su tejido productivo,
para vivir del turismo y en situaciones como las actuales estamos
viviendo cuáles son las consecuencias.
En muchas
partes del Estado, pero sobre todo en las zonas de litoral, han
proliferado una cantidad ingente de hormigón para dar cabida a todo el
aluvión de turistas que venían buscando sol y playa. Para ayudar a todo
esto el sector especulador por antonomasia, la construcción, siempre ha
sido el aliado perfecto. La actividad turística ha servido para
retroalimentar a los reyes de la especulación del ladrillo.
El
boom del turismo en las últimas décadas generó la proliferación de
complejos turísticos que en muchos casos no respetaban la legislación
urbanística ni la Ley de Costas, pero había barra libre y con la excusa
de que el turismo era la gallina de los huevos de oro se miraba para
otro lado. La proliferación de megaproyectos, como Marina d´Ors, el
Algarrobico, son un botón de muestra de las barbaridades que se han
realizado a lo largo del litoral. Pero en las zonas del interior también
se han dado procesos similares.
La proliferación de hoteles, lugares de
ocio y negocios hosteleros ha sido una constante. Sólo hay que ver la
transformación que han tenido todas las ciudades del Estado español, en
las que el incremento de este tipo de negocio ha sido de forma
exponencial. Por suerte, algunos se quedaron en meros proyectos
megalómanos que sirvieron para llenar titulares de prensa, como el
intento de instalar un Eurovegas en la Comunidad de Madrid con el apoyo
entusiasta de Esperanza Aguirre.
Esta locura
de desarrollo de la industria turística, unida a grandes operaciones
inmobiliarias, demuestra que en ningún momento ha existido una
planificación en la que se apostase por un turismo sostenible y de
calidad. El crecimiento desbocado ha contribuido a incrementar una serie
de problemas estructurales ya existentes y esta dinámica de fomentarlo a
lo largo del tiempo ha traído consigo un incremento en los precios que
ha repercutido de forma negativa en el ciudadano de a pie, al haber
generado en muchos momentos una inflación en todas las zonas donde ha
habido una avalancha de turismo.
No escapa a
nadie la proliferación de negocios de hostelería que ha habido en
muchas ciudades y pueblos. La gran mayoría de los locales que albergaban
negocios tradicionales y que echaban el cierre, casi automáticamente
pasaban a convertirse en algún negocio relacionado con la hostelería.
La
lectura que se podía hacer es que era la alternativa recurrente y
fácil. Las cadenas de restauración se extendieron como una mancha de
aceite, al igual que las de comida rápida y muchas personas que no
tenían otra salida laboral optaron por crear algún negocio relacionado
con la hosteleria.
Pues bien,
con la llegada de esta pandemia todo este castillo de naipes que es la
economía española se ha venido de forma brusca al suelo y ha traído
consigo una caída de la economía sin precedentes.
En la
primera ola de la pandemia y confinamiento que se vivió en todos los
países europeos quedó en evidencia que en Europa cada vez se produce
menos, y en el Estado español poco o nada. Existe una dependencia total y
absoluta de países situados a muchos kilómetros de distancia para el
suministro de todo tipo de productos, sobre todo manufacturados.
La
pandemia nos ha mostrado que el déficit productivo existente es uno de
los mayores peligros. La deslocalización que han llevado a cabo muchas
empresas con el objetivo de abaratar los costes y engordar aún más la
cuenta de resultados de sus empresas con el beneplácito de los gobiernos
de turno nos han abocado a esta situación.
Hemos visto como para
comprar mascarillas, respiradores u otros productos sanitarios las
diferentes administraciones se han tenido que lanzar al mercado
internacional y no precisamente al mercado europeo. Se han tenido que
ir, nada más ni nada menos, que a otros continentes con los sobrecostes
añadidos que han generado.
Ahora
nos encontramos en la segunda oleada de la pandemia y casi todos los
países de Europa están adoptando medidas mucho más drásticas que en el
Estado español. Por donde han empezado ha sido por el cierre de la
hostelería. No han dudado a la hora tomar una decisión de este calibre.
Los gobiernos europeos están mirando por la salud de sus ciudadanos y
estados, como Francia, que reciben un gran número de visitantes
extranjeros, no han dudado en sacrificar la hostelería, un sector más
proclive a la expansión del virus.
En cambio, en el Estado español con
muchos más contagios que en el resto de Europa las medidas restrictivas
en este sector son mucho más pequeñas. La explicación es sencilla. Hay
auténtico pavor a que el sector servicios caiga definitivamente, sin
olvidar que durante esta segunda ola la actividad de este sector se está
sosteniendo gracias al consumo interno, porque a día de hoy, si
exceptuamos Canarias, el turismo extranjero en el Estado español ha
desaparecido casi en su totalidad.
Esta visión
tan diferente entre las medidas adoptadas por la mayor parte de los
estados europeos y el Estado español se debe a que en los países de
Europa la dependencia que tienen sus economías del turismo es mucho
menor que la que se da en el Estado español y para esos países el coste
que les puede suponer la ayuda a la hostelería es sensiblemente menor
que lo que le supondría al Estado español. Eso les permite poder adoptar
medidas de este calibre, porque ni sus tejidos industriales ni sus
economías se paralizan. Tienen músculo para seguir generando riqueza.
En la
situación actual, con la desaparición total del turismo extranjero y,
por tanto, del ingreso de las divisas que generaban, la hostelería que
permanece abierta está viviendo del consumo interno, que no es
desdeñable, pero no puede suplir al gasto que realiza el turismo
extranjero y el dinero que ingresan no deja de ser producto del consumo
interno. Dinero que cambia de manos entre personas del mismo Estado que
no sirve para incrementar la riqueza de un país.
Ahora bien,
el Estado que ha rescatado bancos, líneas aéreas y grandes empresas del
sector privado tiene la obligación de ayudar a los pequeños negocios de
hostelería que se ven abocados a la ruina, porque es lo único que
tienen. En algunas CCAA se está viviendo un segundo confinamiento con el
cierre de todos los negocios pequeños y necesitan una respuesta
urgente.
Revertir
este modelo económico es imposible que se pueda hacer de la noche a la
mañana porque ello conlleva un trabajo de años, pero no se puede esperar
más para poner los mimbres necesarios para cambiar el modelo productivo
y cada día que pasa es una oportunidad perdida. Este reto debería de ir
de la mano de políticas medioambientales, fundamentales para crear
industrias que no dañen el planeta y con políticas que sirvan para
revertir el desequilibrio existente entre las grandes ciudades y el
mundo rural.
Esta crisis sanitaria nos ha enseñado que la forma de vida
de las grandes ciudades no ayuda en absoluto en situaciones como las que
estamos viviendo. Y todo esto pasa por entender la economía de forma
absolutamente diferente a como se ha hecho hasta ahora. Pasa por cambiar
el modelo productivo y para ello el Estado tiene que liderar las
iniciativas necesarias para impulsar esta transformación. No puede
depender de la iniciativa privada, que tiene su mira puesta en la
rentabilidad a corto plazo.
Es
el Estado el que tiene que poner las bases para cambiar el concepto de
la economía actual y formar desde abajo a las nuevas generaciones en
profesiones de calidad que reporten tanto al trabajador como al conjunto
de la sociedad para enterrar lo existente. Cualquier demora en adoptar
medidas de calado para transformar la situación contribuirá al
hundimiento de la economía española y a acrecentar todo tipo de
desigualdades socioeconómicas.
mikelcastrillourrejola