domingo, 19 de abril de 2020

El Reino Unido pedirá a China un reembolso por los millones de tests de coronavirus que le vendió con fallas

Personal de un centro de pruebas de coronavirus en Chessington, Reino Unido, el 2 de abril de 2020. REUTERS/Toby Melville
 
Personal de un centro de pruebas de coronavirus en Chessington, Reino Unido, el 2 de abril de 2020


 Se trata de 3.500.000 kits de prueba fabricados en el país asiático y que han dado “muchos falsos negativos y también vemos falsos positivos”, según indicaron autoridades británicas


El gobierno de Boris Johnson en el Reino Unido pedirá un reembolso por los 3,5 millones de kits de pruebas de coronavirus que compró en China el mes pasado y que un estudio determinó que no eran fiables para su uso con la mayoría de los pacientes.


El profesor John Bell, coordinador de las pruebas de coronavirus para el Servicio de Salud Pública de Inglaterra, dijo el lunes que los tests adquiridos no son confiables cuando se usan en pacientes que no califican como enfermos graves, es decir, la mayoría de las personas que se someten a las pruebas de COVID-19.


Bell, académico de la Universidad de Oxford, explicó en una publicación en internet: “Lamentablemente, las pruebas que hemos visto hasta la fecha no han funcionado bien. Vemos muchos falsos negativos y también vemos falsos positivos... Esto no es un buen resultado para los proveedores de pruebas ni para nosotros”.


Sharon Peacock, directora del Servicio Nacional de Infecciones de la Salud Pública de Inglaterra, había promocionado estos kits de análisis de sangre como un “cambio de juego” en la respuesta al brote de coronavirus.


 Se esperaba que estas pruebas con pinchazos en dedos permitieran al gobierno confirmar quién ya había desarrollado inmunidad al COVID-19, permitiéndoles salir del aislamiento y volver al trabajo.


El primer ministro británico Boris Johnson se encuentra internado por coronavirus (Eddie Mulholland/Pool via REUTERS)


Peacock inicialmente dijo que los resultados de las pruebas se obtendrían en pocos días, pero el aparente fracaso de los kits significa que los británicos tendrán que esperar más tiempo. Aunque el asesor médico del gobierno, Chris Whitty, dijo el lunes que confiaba en que una prueba exitosa se desarrollaría eventualmente. 


Según un artículo del diario The Telegraph, el gobierno de Boris Johnson ahora buscará reembolsos por el equipo inadecuado.


El Reino Unido es la última nación europea que se ha quejado de la eficacia de los suministros médicos procedentes de Pekín. Países como España, Holanda y la República Checa han rechazado miles de equipos entregados por empresas chinas por ser defectuosos.


La salud del primer ministro británico, Boris Johnson, ha mejorado aunque sigue ingresado en cuidados intensivos por COVID-19, mientras el Reino Unido ha registrado este miércoles un nuevo récord de víctimas mortales (938 más, hasta 7.097) y atraviesa el peor momento hasta ahora de la pandemia.


Johnson, que dio positivo por el nuevo coronavirus el 27 de marzo, está recibiendo “unos cuidados excelentes”, subrayó el ministro de Economía Rishi Sunak, encargado este miércoles de informar desde Downing Street sobre la evolución de la lucha contra la pandemia.


Aumentan los fallecidos


El número de víctimas mortales por COVID-19 parecía haber comenzado a descender en el Reino Unido el fin de semana, tras comunicarse 621 muertes el domingo y 439 el lunes. El martes, sin embargo, la cifra se elevó hasta 786, y hoy marcó un nuevo récord, 938, con lo que el número total de fallecidos por el coronavirus alcanza los 7.097.


Con todo, los responsables del sistema sanitario han advertido de que las cifras pueden no ofrecer una imagen a tiempo real del avance de la enfermedad, dado que algunas muertes tardan varios días en comunicarse y ser añadidas al registro oficial.


Los datos que publica diariamente el Ministerio de Salud no reflejan los fallecidos en residencias de ancianos, domicilios u otros lugares, ni a los pacientes hospitalarios que no habían dado positivo en un test antes de morir.










 
 
 
 

sábado, 18 de abril de 2020

La extrema derecha protesta en Estados Unidos contra el confinamiento rifle en mano


 Rifles de asalto, amenazas, conspiraciones e incumplimientos del confinamiento. La extrema derecha se organiza en Estados Unidos para dejar de cumplir unas normas básicas que evitan la propagación del virus.


 Armed protesters demand an end to Michigan's coronavirus lockdown orders

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En Michigan, Estados Unidos, la gobernadora Gretchen Whitmer tiene la la esperanza de contener el brote de coronavirus en su estado, uno de los más afectados por la pandemia​. Tiene al menos 27 mil casos, con 1.700 muertes.


Sin embargo, unos 4.000 habitantes, organizados a través cuentas en redes sociales de extrema derecha y con fusiles de asalto en mano, bloquearon la circulación de calles en Lansing y protestaron el miércoles en la puerta del capitolio estatal.


La acusaron de despojarlos de sus derechos constitucionales. La protesta llegó a las redes sociales, donde firmaron peticiones pidiendo su renuncia y se unieron en grupos de Facebook dedicados a no acatar la orden. 


En Kentuky, grupos de manifestantes se reunieron poniendo su vida en peligro para gritar por el cierre de negocios no esenciales para frenar la propagación del  nuevo coronavirus cuando el gobernador Andy Beshear estaba dentro del edificio haciendo un anuncio sobre el número de nuevas muertes relacionadas con COVID-19.

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Una docena de manifestantes se reunieron fuera del edificio del capitolio en Frankfurt para expresar su disgusto con Beshear, un demócrata, por el cierre de empresas durante la pandemia. 


Entre los carteles se veían símbolos contra el comunismo mientras gritaban «¡Queremos trabajar!».


«Si no están distanciados socialmente, están propagando el coronavirus, y eso es realmente preocupante», les indicó el gobernador.


En Wyoming, decenas de personas se reunieron la semana pasada en un parque en Casper para protestar contra las medidas impuestas por el gobierno para frenar la propagación del coronavirus, mientras que un grupo de Facebook llamado «ReOpen NC» cercano a la extrema derecha ha reunido a más de 21,000 miembros desde su lanzamiento el martes pasado; planea reunirse en protesta a finales de esta semana.


Se han programado otras protestas similares en Maryland, Wisconsin, Pensilvania, Nueva York y Nueva Hampshire.


Un arma para los supremacistas blancos


Varios grupos, en su mayoría supremacistas blancos, han decidido utilizar el nuevo coronavirus como un arma contra las comunidades judías, negras y latinoamericanas, pero también contra los policías, según una nota del FBI.


Grupos de extrema derecha han llamado a sus seguidores enfermos a propagar el coronavirus en las comunidades que consideran enemigas, contaminando los lugares públicos y de culto.
 

Entre los métodos evocados por los grupúsculos, está también vaporizar con saliva a agentes del FBI o a los policías, mientras otros llaman a organizar tiroteos o incendios, y dejar objetos contaminados en lugares públicos como si fueran bombas.



Rifles de asalto, amenazas, conspiraciones e incumplimientos del confinamiento. La extrema derecha 






viernes, 17 de abril de 2020

Taxpayers Funded COVID-19 Research, And Big Pharma Profited



 It's definitely just a coincidence that one of Trump's coronavirus task force members is a former lobbyist for Gilead Sciences, the company that won orphan drug status for its COVID-19 treatment.


 

jueves, 16 de abril de 2020

El Estado con mascarilla




 

“La población no ha sido movilizada, sino inmovilizada”

 

Último avatar de la mundialización


Importancia del Estado en la nueva fase autoritaria del capitalismo


La actual crisis ha significado unas cuantas vueltas de tuerca en el control social por parte del Estado. 


Lo principal en esa materia ya estaba bastante bien implantado porque las condiciones económicas y sociales que hoy imperan así lo exigían; la crisis no ha hecho más que acelerar el proceso. Estamos participando a la fuerza como masa de maniobra en un ensayo general de defensa del orden dominante frente a una amenaza global. 


El coronavirus 19 ha sido el motivo para el rearme de la dominación, pero igual hubiera servido una catástrofe nuclear, un impasse climático, un movimiento migratorio imparable, una revuelta persistente o una burbuja financiera difícil de manejar. No obstante la causa no es lo de menos, y la más verídica es la tendencia mundial a la concentración de capitales, aquello a lo que los dirigentes llaman indistintamente mundialización o progreso. 


Dicha tendencia halla su correlato en la tendencia a la concentración de poder, así pues, al refuerzo de los aparatos de contención, desinformación y represión estatales. Si el capital es la sustancia de tal huevo, el Estado es la cáscara. Una crisis que ponga en peligro la economía globalizada, una crisis sistémica como dicen ahora, provoca una reacción defensiva casi automática y pone en marcha mecanismos disciplinarios y punitivos de antemano ya preparados. 


El capital pasa a segundo plano y entonces es cuando el Estado aparece en toda su plenitud. Las leyes eternas del mercado pueden tomarse unas vacaciones sin que su vigencia quede alterada.


El Estado pretende mostrarse como la tabla salvadora a la que la población debe de agarrarse cuando el mercado se pone a dormir en la madriguera bancaria y bursátil. Mientras se trabaja en el retorno al orden de antes, o sea, como dicen los informáticos, mientras se intenta crear un punto de restauración del sistema, el Estado interpreta el papel de protagonista protector, aunque en la realidad este se asemeje más al de bufón macarra. 


A pesar de todo, y por más que lo diga, el Estado no interviene en defensa de la población, ni siquiera de las instituciones políticas, sino en defensa de la economía capitalista, y por lo tanto, en defensa del trabajo dependiente y del consumo inducido que caracterizan el modo de vida determinado por aquella.


 De alguna forma, se protege de una posible crisis social fruto de otra sanitaria, es decir, se defiende de la población.


 La seguridad que realmente cuenta para él no es la de las personas, sino la del sistema económico, esa a la que suelen referirse como seguridad “nacional”. En consecuencia, la vuelta a la normalidad no será otra cosa que la vuelta al capitalismo: a los bloques colmena y a las segundas residencias, al ruido del tráfico, a la comida industrial, al trasporte privado, al turismo de masas, al panem et circenses


 Las formas extremas de control como el confinamiento y la distancia interindividual terminarán, pero el control continuará. Nada es transitorio: un Estado no se desarma por propia voluntad, ni prescinde gustosamente de las prerrogativas que la crisis le ha otorgado. Simplemente, “hibernará” las menos populares, tal como ha hecho siempre.


 Tengamos en cuenta que la población no ha sido movilizada, sino inmovilizada, por lo que es lógico pensar que el Estado del capital, más en guerra contra ella que contra el coronavirus, trata de curarse en salud imponiéndole condiciones cada vez más antinaturales de supervivencia.


El enemigo público designado por el sistema es el individuo desobediente, el indisciplinado que hace caso omiso de las órdenes unilaterales de arriba y rechaza el confinamiento, se niega a permanecer en los hospitales y no guarda las distancias. El que no comulga con la versión oficial y no se cree sus cifras. 


Evidentemente, nadie señalará a los responsables de dejar a los sanitarios y cuidadores sin equipos de protección y a los hospitales sin camas ni unidades de cuidados intensivos suficientes, a los mandamases culpables de la falta de tests de diagnóstico y respiradores, o a los jerarcas administrativos que se despreocuparon de los ancianos de las residencias. 


Tampoco apuntará el dedo informativo a expertos desinformadores, a empresarios que especulan con los cierres, a los fondos buitre, a los que se beneficiaron con el desmantelamiento de la sanidad pública, a quienes comercian con la salud o a las multinacionales farmacéuticas… 


La atención estará siempre dirigida, o mejor teledirigida, a cualquier otro lado, a la interpretación optimista de las estadísticas, al disimulo de las contradicciones, a los mensajes paternalistas gubernamentales, a la incitación sonriente a la docilidad de las figuras mediáticas, al comentario chistoso de las banalidades que circulan por las redes sociales, al papel higiénico, etc. 


El objetivo es que la crisis sanitaria se compense con un grado mayor de domesticación. Que no se cuestione un ápice la labor de los dirigentes. Que se soporte el mal y que se ignore a los causantes.


La pandemia no tiene nada de natural; es un fenómeno típico de la forma insalubre de vida impuesta por el turbocapitalismo. No es el primero, ni será el último. 


Las víctimas son menos del virus que de la privatización de la sanidad, la desregulación laboral, el despilfarro de recursos, la polución creciente, la urbanización desbocada, la hipermovilidad, el hacinamiento concentracionario metropolitano y la alimentación industrial, particularmente la que deriva de las macrogranjas, lugares donde los virus encuentran su inmejorable hogar reproductor. 


Condiciones todas ellas idóneas para las pandemias.


 La vida que deriva de un modelo industrializador donde los mercados mandan es aislada de por sí, pulverizada, estabulada, tecnodependiente y propensa a la neurosis, cualidades todas que favorecen la resignación, la sumisión y el ciudadanismo “responsable”. 


Si bien estamos gobernados por inútiles, ineptos e incapaces, el árbol de la estupidez gobernante no ha de impedirnos ver el bosque de la servidumbre ciudadana, la masa impotente dispuesta a someterse incondicionalmente y encerrarse en pos de la seguridad aparente que le promete la autoridad estatal. Esta, en cambio, no suele premiar la fidelidad, sino guardarse de los infieles. 


Y, para ella, en potencia, infieles lo somos todos.


En cierto modo, la pandemia es una consecuencia del empuje del capitalismo de estado chino en el mercado mundial. 


La aportación oriental a la política consiste sobre todo en la capacidad de reforzar la autoridad estatal hasta límites insospechados mediante el control absoluto de las personas por la vía de la digitalización total. 


A esa clase de virtud burocrático-policial podría añadirse la habilidad de la burocracia china en poner la misma pandemia al servicio de la economía.


 El régimen chino es todo un ejemplo de capitalismo tutelado, autoritario y ultradesarrollista al que se llega tras la militarización de la sociedad. En China la dominación tendrá su futura edad de oro. 


Siempre hay pusilánimes retardados que lamentarán el retroceso de la “democracia” que el modelo chino conlleva, como si lo que ellos denominan así no fuera otra cosa que la forma política de un periodo obsoleto, el que correspondía a la partitocracia consentida en la que ellos participaban gustosamente hasta ayer. 


Pues bien, si el parlamentarismo empieza a ser impopular y maloliente para los dirigidos en su mayoría, y por consiguiente, resulta cada vez menos eficaz como herramienta de domesticación política, en gran parte es debido a la preponderancia que ha adquirido en los nuevos tiempos el control policial y la censura sobre malabarismo de los partidos. 


Los gobiernos tienden a utilizar los estados de alarma como herramienta habitual de gobierno, pues las medidas que implican son las únicas que funcionan correctamente para la dominación en los momentos críticos.


 Ocultan la debilidad real del Estado, la vitalidad que contiene la sociedad civil y el hecho de que al sistema no le sostiene su fuerza, sino la atomización de sus súbditos descontentos. 


En una fase política donde el miedo, el chantaje emocional y los big data son fundamentales para gobernar, los partidos políticos son mucho menos útiles que los técnicos, los comunicadores, los jueces o la policía.


Lo que más debe de preocuparnos ahora es que la pandemia no solo culmine algunos procesos que vienen de antiguo, como por ejemplo, el de la producción industrial estandardizada de alimentos, el de la medicalización social y el de la regimentación de la vida cotidiana, sino que avance considerablemente en el proceso de la digitalización social. 


Si la comida basura como dieta mundial, el uso generalizado de remedios farmacológicos y la coerción institucional constituyen los ingredientes básicos del pastel de la cotidianidad posmoderna, la vigilancia digital (la coordinación técnica de las videocámaras, el reconocimiento facial y el rastreo de los teléfonos móviles) viene a ser la guinda. 


De aquellos polvos, estos lodos. Cuando pase la crisis casi todo será como antes, pero la sensación de fragilidad y desasosiego permanecerá más de lo que la clase dominante desearía. Ese malestar de la conciencia restará credibilidad a los partes de victoria de los ministros y portavoces, pero está por ver si por sí solo puede echarlos de la silla en la que se han aposentado.


 En caso contrario, o sea, si conservaran su poltrona, el porvenir del género humano seguiría en manos de impostores, pues una sociedad capaz de hacerse cargo de su propio destino no podrá formarse nunca dentro del capitalismo y en el marco de un Estado. 


La vida de la gente no empezará a caminar por senderos de justicia, autonomía y libertad sin desprenderse del fetichismo de la mercancía, apostatar de la religión estatista y vaciar sus grandes superficies y sus iglesias.

 



Confinado en su casa muy a su pesar, el 7 de abril de 2020.












El virus de la mentira





"Si viéramos esta pandemia como un conflicto, entonces podríamos hablar de dos frentes", dijo a Al Jazeera Carl Miller, director de investigación del Centro para el Análisis de las Redes Sociales del grupo Demos, con sede en el Reino Unido. 


La primera línea es la presión sobre los servicios de salud, y la segunda, el desconcierto social y político que ha causado el virus y nuestra respuesta a la Covid-19. “La batalla contra las noticias falsas es clave en este frente", añade Miller.


Hemos consumido mentiras durante muchos años, pero ahora, que algo se salió de control sobre todo psíquicamente, la mesa está servida para los lunáticos y odiadores de toda la vida. Por estos días, reporta Miami New Times, ciertos “líderes” mayamenses han aventado la teoría de que Cuba está detrás de la epidemia.


"Es bien sabido que el gobierno cubano después de la Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles, comenzó a experimentar y a obtener un gran apoyo de la entonces Unión Soviética en la guerra biológica y todo tipo de armas", afirmó el comisionado del Condado de Miami Dade, Javier Souto, un octogenario que lleva en el cargo desde hace décadas, y que se las ingenió para aprobar una resolución que prohíbe los vuelos a la Isla… justo después del anuncio del gobierno de La Habana de que había cerrado sus fronteras.


Pero no fue Miguel Díaz-Canel quien se encargó de dejar en ridículo esta teoría desquiciada. USA Today analizó los destinos de viaje de cientos de floridanos que luego dieron positivo por Covid-19. Habían visitado otros 46 estados y todos los continentes, excepto la Antártida. Solo once estuvieron en Cuba, pero no se contagiaron allí, según el diario estadounidense.


La historia de Souto está contada al revés. No es Cuba el país con más muertos y más contagios de Covid-19 en el mundo que ha puesto en evidencia la ineficiencia y crueldad de su sistema de salud, ni el que en medio de esta crisis sin precedentes se expresa incapaz de ofrecer a su propio pueblo, por no hablar del planeta, ningún ideal civilizatorio salvo la depredación financiera y medioambiental.  Hasta el halconazo de Henry Kissinger, cómplice de escandalosos genocidios y profeta del excepcionalismo “americano”, duda de “la capacidad de los estadounidenses para gobernarse a sí mismos”.


Este lunes, sin ir más lejos, la brigada de troles de Miami al estilo de la Operación Berlín contra Andrés Manuel López Obrador, divulgó una imagen supuestamente actual, en la que aparecen carretas tiradas por caballos con personal sanitario a bordo. Se trata de una fotografía tomada el 1 de mayo de 2018, en Placetas, una pequeña ciudad del centro de la Isla, durante la marcha por el Día Internacional de los Trabajadores.


Pero la derecha mayamense, burda y ultramontana, es solo una mediocre aprendiz del Departamento de Estado.


 En medio de la ola de simpatía mundial por la colaboración médica cubana a países pobres y ricos en tiempos de coronavirus, una funcionaria de la Embajada de EEUU en La Habana aseguró que el gobierno de Donald Trump vendió el pasado año medicinas y equipos médicos a Cuba, por valor de millones de dólares, insinuando que el bloqueo económico que de su país ejerce a la Isla es obra de la imaginación caribe.


 El doctor Lázaro Silva, vicepresidente de Medicuba, el organismo estatal que importa insumos para la sanidad, respondió con tres palabras: “Que lo demuestren”.


Otro burócrata, subsecretario de Estado, llamó a médicos y enfermeras “esclavos del gobierno cubano”, el insulto favorito de Washington desde que convenció a los gobiernos de Brasil, Ecuador y Bolivia de expulsar a las brigadas sanitarias de Cuba, cosa que ahora le reclaman amargamente a Bolsonaro, Lenin y la usurpadora Añez los pueblos castigados por el virus y la incompetencia gubernamental.


 "Es una etiqueta de propaganda bien calculada concebida por el gobierno de los Estados Unidos para desacreditar lo que es un logro moral indiscutible de un país en desarrollo", reaccionó en The Washington Post el director general para Estados Unidos del Ministerio cubano de Relaciones Exteriores.


Hay un patrón epidemiológico en las noticias falsas y los prejuicios que circulan sobre Cuba desde hace más de medio siglo, como lo tienen las sanciones que Estados Unidos aplica de manera unilateral a los países que considera “enemigos”.


 El Papa Francisco, Naciones Unidas y decenas de personalidades y organizaciones han exigido el levantamiento de los castigos que golpean doblemente a los países en plena pandemia.


Trump, sordo a todo esto, ni siquiera se da cuenta que ha situado a EEUU en su nivel más bajo de influencia política y moral, con sus armas de siempre -la arrogancia del poder, el éxtasis del predominio, la ambición de hegemonía, el furor de la autoafirmación- bastante melladas.


 Si algo se expresa en los dos frentes de esta pandemia, es que no hay país que haya quedado fuera de la guerra mortal contra el nuevo coronavirus y, con semejante tensión a cuestas, no hay quién aguante la imprudencia de la mentira imperial. Y si esta se enfoca en Cuba, menos.



(Publicado originalmente en La Jornada, de México)






¡Ojalá Trump no diezme a su pueblo!



No nos diezmó Napoleón, por citar una invasión reciente, -¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo?-. 


No nos diezmará el actual personajillo a la cabeza de la superpotencia en su ocaso -¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo?-. 



Como le ha respondido valientemente nuestra ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, “con humildad, pero sin complejos, debo decir que no es hora de dar lecciones ni de recibirlas” 


-¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo?- y ha añadido el antiguo y sabio dicho popular: “Es fácil ver la paja en el ojo ajenoy no la viga en el propio” -¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo?


Donald Trump, presidente de Estados Unidos -la única superpotencia realmente existente en el mundo-, se ha permitido -con la soberbia de los poderosos que no saben lo cerca que están del abismo- atacar a nuestro pueblo y a nuestro país -¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo?- llegando a declarar despectiva y públicamente que la población de España está siendo diezmada por el virus -¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo, o quieres más féretros como te manda la voz de tu amo?- jugando letalmente con una expresión de salvaje invasor.


Trump aprovechó siniestramente para “justificar” su decisión de no reabrir las rutas aéreas con Europa, y alegrándose de que Italia y España sufran las muertes del coronavirus, con gélidas palabras mortuorias, “no diría que a Italia le esté yendo muy bien en estos momentos, no diría que a España le esté yendo muy bien en estos momentos”. ¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo, o quieres más féretros como te manda la voz de tu amo?


¡Trump, mortal vocero del imperio en su ocaso, completo ignorante de la prolongada historia del pueblo de España, un pueblo de raíces profundas, fundido con una viejísima sustancia que ha atravesado siglos de historia y ha derrotado, tarde o temprano, a todos los invasores con su lucha intraducible -la guerrilla-, ¡ay, Trump!. derrotaremos al coronavirus, reconstruiremos nuestra economía, reindustrializaremos toda España incluida la España vaciada, redistribuiremos la riqueza y nos enfrentaremos a todo aquel extranjero que nos quiera mantener dominados!


 ¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo, o quieres más féretros como te manda la voz de tu amo?


¡Ojalá Trump no diezme ni a su pueblo ni a otros pueblos del mundo!



 No nos diezmó Napoleón, por citar una invasión reciente, -¿Abascal, patriota, estarás de acuerdo?-. 





miércoles, 15 de abril de 2020

"Han convertido al dólar en papel higiénico" - Keiser Report en español (E1527)

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"Han convertido al dólar en papel higiénico" - Keiser Report en español (E1527)

En este episodio de 'Keiser Report' Max y Stacy hablan de cómo el Banco de la Reserva Federal está comprando bonos basura con el fin de rescatar al capital privado y los fondos de cobertura que, una vez más, han tomado un montón de malas decisiones. 


En la segunda parte Max entrevista a Mark Yusko, de Morgan Creek Capital, sobre la emisión de dinero de los bancos centrales ante la pandemia y lo que le aguarda a las economías del mundo con el cierre de sectores industriales enteros.



 
 

martes, 14 de abril de 2020

Coronavirus: la I Guerra Mundial del siglo XXI




 El coronavirus no es sólo una crisis sanitaria, sino que tiene ramificaciones en la política, la economía y, por supuesto, en las relaciones diplomáticas. 

Todo un ataque al sostén del mundo. 


Una guerra en todos los aspectos.


Nada es casual y, mucho menos, cuando las élites de distinta índole tienen interés en que no lo sea.


 El mundo no se ha dado cuenta pero estamos siendo testigos de un conflicto silencioso que tendrá graves consecuencias en el futuro más cercano a todas las ciudadanías del mundo. Nos hallamos en la I Guerra Mundial del siglo XXI y el coronavirus es el último capítulo de la misma.


En la actualidad no veremos grandes batallas como hace un siglo, no habrá una Verdún, una Yprés, unas Árdenas o una Kaiserschlacht. Sin embargo, ahora las guerras se desatan por otros intereses, principalmente movidos por las clases dominantes que quieren acumular riqueza e influencia del tipo que sea.


 El mayor peligro para esas élites occidentales lleva siendo desde hace un par de décadas China y, hasta ahora, nadie ha podido evitar que se convierta en una de las economías fundamentales para el crecimiento mundial. 


Si China no crece por encima del 6% de PIB, occidente se arriesga a una grave recesión que, evidentemente, llevaría hacia una grave crisis social. 


Cuando Napoleón dijo que «Dejad que China duerma, porque cuando despierte, el mundo temblará» jamás pudo imaginar la verdad tan grande que afirmó el general corso.


En el mundo actual, en plena revolución tecnológica, China se ha convertido en la gran amenaza para occidente, principalmente para Estados Unidos y con un presidente como Donald Trump es normal que se le haya intentado parar los pies con un comportamiento violento. Primero fue la guerra de los aranceles. 


Posteriormente, llegó la del 5G con su veto a Huawei y la amenaza a los proveedores estadounidenses, como Google, por ejemplo, de no vender software a la empresa punta en este tipo de tecnología. En el último mes se ha producido el último ataque: el coronavirus.


No se ha tratado de un brote casual o de una epidemia concreta, sino que ha sido un ataque muy premeditado contra China en dos frentes concretos: el consumo interno y la tecnología.


El brote del coronavirus se produjo, casualmente, en las semanas en las que el mundo chino celebra el Año Nuevo, es decir, el mayor repunte del consumo interno del país, uno de los momentos clave para la economía. 


La epidemia se podía haber originado en el mes de agosto o a finales de noviembre, pero no, fue casualmente en plenas celebraciones del Año Nuevo. ¡Qué cosas!


Por otro lado, la difusión mediática de lo que estaba ocurriendo en China, la exposición de que se trataba de un virus ultraletal y de propagación muy rápida y que podía llegar a todo el mundo no tenía otro fin que el de deteriorar la imagen internacional del país, además de provocar, evidentemente, una crisis económica, casualmente, en el momento en el que se está celebrando una guerra comercial entre China y Estados Unidos.


La principal consecuencia ha sido la suspensión del Mobile World Congress en Barcelona que, en medio de la crisis sanitaria, generó el pánico, casualmente, entre los competidores de los chinos, tanto norteamericanos como coreanos o europeos, empresas que están muy por detrás en avances tecnológicos. 


Además de las pequeñas y medianas empresas, las mayores pérdidas las tendrán las multinacionales tecnológicas como Huawei o Xiaomi. 


Colocar al coronavirus como excusa no es otra cosa que apuntar la culpa a los chinos cuando, en realidad, la retirada masiva de expositores fue iniciada por esos competidores que vieron la oportunidad de tener algunas pérdidas que eran claramente compensadas por lo que iban a dejar de percibir las empresas chinas.


Volviendo a las casualidades, una vez suspendido el MWC la multinacional norteamericana Apple ha decidido poner a la venta su nuevo iPhone de gama baja, cuyos comonentes están fabricados en Zhengzhou, y no se ha iniciado una alerta sanitaria. 


Hay que recordar la famosa frase de los teléfonos y los ordenadores de la multinacional de la manzana que ya se ha convertido en una enseña: «Diseñado en California. Ensamblado en China».


A todo esto hay que añadir cómo este coronavirus tiene una incidencia menor que la gripe común y, sin embargo, ha generado un estado de pánico a nivel mundial, algo que ya ocurrió con la gripe A.


 A estos fenómenos de pánico a una pandemia no son ajenas las multinacionales farmacéuticas que, en medio de este estado del miedo, logran incrementos importantes de sus ingresos para la investigación de vacunas o medicamentos, fondos que, evidentemente, ponen los diferentes Estados del mundo.


 ¿Dónde están las mayores farmacéuticas del mundo? En Estados Unidos.


Por otro lado, mientras el coronavirus de ha convertido en la pandemia del 2020, el mundo da la espalda a la grave epidemia de sarampión en la República Democrática del Congo, donde ya han muerto más de 6.000 personas, una cifra muy superior al coronavirus.


Esta I Guerra Mundial del siglo XXI no es más que la certificación de que la humanidad está en manos de las clases dominantes y que, en muchos casos, la clase política elegida democráticamente por el pueblo, en algunas ocasiones no es más que el fiel servidor de los intereses de las élites.


 Por tanto, el mundo está perdido porque está a expensas de los caprichos de un 1% de la población que controla el 75% de la riqueza y que, como no podía ser de otro modo, aspira a hacerse con todo, pasando por encima de lo que haya que pasar, incluso de la vida.



 Nada es casual y, mucho menos, cuando las élites de distinta índole tienen interés en que no lo sea. 




China se harta de Macarena Olona y responde con contundencia a Vox: "Es la peste del siglo XXI"

 La secretaria general del grupo parlamentario de Vox en el Congreso Macarena Olona. Fuente: Europa Press.

La secretaria general del grupo parlamentario de Vox en el Congreso Macarena Olona.

La ultraderechista ha criticado en una entrevista en TVE la gestión de la cadena pública y ha atribuido al país asiático la culpa del coronavirus

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 "Nuestra democracia está en riesgo y el causante no es el coronavirus, sino este Gobierno socialcomunista, porque China nos ha traido la pesta del siglo XXI y el caldo de cultivo para que los postulados comunistas se impongan en nuestro país".

 Macarena Olona (Vox).

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La secretaria general del grupo parlamentario de Vox en el Congreso, Macarena Olona, ha defendido este lunes en una entrevista en Los Desayunos de TVE que "China nos ha traído dos cosas: en primer lugar, la peste del siglo XXI y, en segundo lugar, el caldo de cultivo propicio para que los postulados comunistas se impongan en nuestro país". 


Ha sido en la misma entrevista donde ha cargado contra la cadena pública por"una clara violación de la neutralidad política".


Ante estas continuas acusaciones, además de las constantes atribuciones de la culpa del virus al gran asiático, la cuenta oficial Twitter de la Embajada de China en España ha difundido un mensaje claro y escueto: "El juego político de echar la culpa a otros sí que es 'la peste del siglo XXI'", este mensaje se ha acompañado de una imagen de una esfera de la que salen manos acusadoras y en la que se comenta: "El juego de la culpa es un virus".


El juego político de echar la culpa a otros sí que es "la peste del siglo XXI" 


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 La ultraderechista ha criticado a RTVE por no mostrar imágenes de ataúdes en la tele, además de llamar "régimen" al Gobierno de Pedro Sánchez democráticamente elegido y acusarlo de "gestión criminal". 

Ortega Smith ya tuvo que borrar un polémico tuit en el que hablaba de "virus chinos", y ahora ha sido Olona la que ha vuelto a identificar al virus con la comunidad china y ha optado por recurrir a las tesis xenófobas relacionándolas con el comunismo.


Entrevista a Macarena Olona en TVE





 Macarena Olona (Vox): "China nos ha traído dos cosas: en primer lugar, la peste del siglo XXI y, en segundo lugar, el caldo de cultivo propicio para que los postulados comunistas se impongan en nuestro país"


 Personajes afines a la ultraderecha han elogiado la actitud de la diputada de Vox en la entrevista en el espacio presentado por Xabier Fortes, y éste no ha dudado en responder.


  elplural.com 




 

La República tiene rostro y nombre de mujer


La República tiene rostro y nombre de mujer

 

"Hay muchas razones para rememorar la II República. Pero hoy, 14 de abril, quiero acordarme de su valentía a la hora de proclamar la igualdad de género y de las mujeres que lo hicieron posible"



El de Clara Campoamor, Margarita Nelken, Dolores Ibárruri, Tomasa Cuevas, Federica Montseny, Rosario la Dinamitera, Concha Carretero, las Trece Rosas, o el de todas las mujeres humilladas, vejadas, encarceladas, ejecutadas o a las que les arrebataron sus hijos recién nacidos


. En definitiva, el rostro y nombre de las mujeres que construyeron el régimen democrático nacido el 14 de abril de 1931 y que sufrieron la cruel represión franquista en su doble condición de republicanas y mujeres.


Fue la Segunda República la primera experiencia plenamente democrática de la historia de España


En su código fundacional estaba la transformación radical de la sociedad que habían recibido, atrasada y jerarquizada, caracterizada por la falta de libertad y el subdesarrollo social y económico, presa de atávicos prejuicios y temerosa del poder que se ejercía arbitrariamente por militares, curas y caciques.


Romper con esta sociedad -la propia de la España de la Restauración, recuérdese- y transformarla en otra basada en los valores de libertad, igualdad, solidaridad, responsabilidad y compromiso cívico fue la vocación con la que nació el nuevo Estado; dotado pronto de una Constitución a través de la que implicar a los poderes públicos y a la ciudadanía en la consecución de tales valores.


Presidían el texto constitucional de 1931 el principio de igualdad ante la ley (art. 2) y la prohibición de privilegio alguno por razón de sexo (art. 25: además de por otras circunstancias, como la filiación, la clase social, la riqueza, las ideas políticas o las creencias religiosas).


Ello implicaba cambiar -también de raíz- la posición que ocupaban las mujeres en esa España patriarcal donde la tradicional hegemonía del varón se reforzaba por la jerarquía de la Iglesia católica.


Para llevar a cabo este cambio, la República y su Constitución, por un lado, convirtieron a las mujeres en ciudadanas, titulares de derechos civiles, políticos y sociales; y, por otro, sacaron a la esfera pública cuestiones que hasta entonces habían pertenecido al ámbito privado, como por ejemplo las relaciones entre los cónyuges en el matrimonio, la familia e, incluso, el trabajo doméstico.


 Es decir, las y los republicanos ampliaron no sólo derechos, sino también espacios protegidos por los derechos.


A nadie escapa el impacto real de estas medidas, ni la dificultad de su puesta en marcha y extensión.


El enconado debate que se sostuvo en las Cortes constituyentes acerca del voto femenino es ejemplo de ello. Frente a sus opositores, la Constitución del 31 consagró finalmente la igualdad de derechos electorales para los ciudadanos de uno y otro sexo (arts. 36 y 53), así como el acceso de todas las personas a los empleos y cargos públicos según su mérito y capacidad (art. 40).


Como resultado de estas previsiones constitucionales, las mujeres votaron por primera vez en España en las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933.


Que esta fecha no merezca hoy la consideración de día festivo en el Estado español es una buena prueba de las políticas de silencio impuestas por la Transición y del consiguiente déficit en cultura democrática y de derechos humanos que arrastra la sociedad española.


El reconocimiento de derechos a las mujeres no se limitó a la esfera electoral y política. Así, el principio de igualdad se extendió a otros espacios como el matrimonio y la familia (art. 43), lo que supuso la constitucionalización de esferas reservadas tradicionalmente al Derecho canónico o bien directamente al arbitrio y voluntad del varón.


 Por primera vez en la historia de España se reconoció el matrimonio civil con plena igualdad de derechos para ambos sexos y el divorcio por mutuo acuerdo o a petición de cualquiera de los cónyuges, con alegación en este último caso de justa causa. La ley reguladora del divorcio se aprobó en marzo de 1932.


En este sentido, el delito de adulterio -aplicable históricamente sólo a la mujer- se excluyó del Codigo penal republicano. Más tarde, en 1936, la Generalitat aprobó un decreto por el que se legalizaba el aborto y se adoptaban medidas dirigidas a garantizar la libre decisión, los derechos y la salud de la mujer.


Fue el decreto más avanzado sobre esta materia en Europa. Siendo Federica Montseny ministra de Sanidad preparó un proyecto de ley para extender el aborto a todo el territorio estatal, pero la corta duración de su mandato impidió que fuera adelante.


Asimismo, la familia dejó de ser espacio privado y patrimonio exclusivo del varón, pasando a ser objeto de protección especial por parte del Estado. Así, la Constitución republicana estableció el deber del Estado de velar para que los padres cumplieran sus deberes para con sus hijos. Y de todos sus hijos por igual, hubieran nacido dentro o fuera del matrimonio.  


La República quiso terminar con la categoría de los «hijos ilegítimos» y, en consecuencia, con la discriminación que estos sufrían con respecto a los nacidos dentro del matrimonio. Para reforzar esta igualdad de derechos, se constitucionalizó también la obligación de los poderes públicos de investigar la paternidad.


Los avances se extendieron al ámbito laboral, en el que se pretendió que las mujeres se integraran con plena normalidad. Desde los primeros meses de la República se dictaron medidas legales dirigidas a proteger el trabajo de la mujer.


Mientras que en mayo de 1931 se garantizó la asistencia sanitaria a las trabajadoras y se estableció un seguro obligatorio de protección de maternidad, en diciembre de ese mismo año se declararon nulas las cláusulas de los contratos de trabajo que incluyesen la celebración de matrimonio como causa de finalización del mismo.


 De nuevo, fue la Generalitat quien más avanzó en este ámbito: la ley catalana sobre la capacidad jurídica de la mujer y los cónyuges de junio de 1934 suprimió por completo la necesidad de «licencia marital» para que aquella pudiera contratar.


Todos estos derechos y avances se vieron cortados en seco con el golpe de Estado, que de la mano de la Iglesia impuso la moral católica a sangre y fuego.


 La dictadura dio satisfacción a las principales obsesiones de la jerarquía eclesiástica: la prohibición del aborto y el divorcio; la penalización del adulterio (el cometido por la mujer, claro); y, por supuesto, la vuelta a la tradicional sociedad patriarcal y consiguiente sumisión de la mujer al marido.


 Todavía hoy sufrimos las consecuencias de los cuarenta tenebrosos años de dictadura…. y de los más de treinta y cinco del régimen actual, incapaz de abordar políticas de género que contribuyan a revertir por completo la herencia del franquismo.


Hay muchas razones para rememorar la Segunda República. Pero hoy, 14 de abril, quiero acordarme de su valentía a la hora de proclamar la igualdad de género y, sobre todo, de las mujeres que lo hicieron posible.


 Su nombre no quedará borrado en la historia y su ejemplo nos hará más fuertes en la lucha por la Tercera.



Rafael Escudero Alday es Profesor titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid. Autor de ‘Modelos de democracia en España. 1931 y 1978’ (Ed. Península)





Coronavirus en Estados Unidos: El miedo de Kissinger



El ocaso del Imperio americano



 Hace muchos años que se pronostica el ocaso inevitable de la supremacía norteamericana. Pero ¿cómo probarlo? Muchos argumentos parecían nacidos más de una expresión de deseos que de una posibilidad real. 


Hoy, ya no hay dudas. Estrategas como Henry Kissinger, político clave en la construcción del imperio y experto como pocos en los laberintos del poder, reconocen el irremediable fin de la hegemonía estadounidense.


 Las postales dramáticas que el Covid-19 está sembrando en distintas partes del territorio norteamericano confirman esa hipótesis. Y no por las altísimas cifras de muertos, ni por la imperdonable falta de insumos básicos en un país de semejante riqueza, ni por la deficiencia y crueldad de su sistema de salud pública.


 Estas no son más que consecuencias del capitalismo salvaje que tienen muy sin cuidado al establishment mundial, partidario, como se sabe, del darwinismo social y la sobrevivencia de los ricos.



En su último artículo “La pandemia del coronavirus va a alterar para siempre el orden mundial”, publicado el pasado 3 de abril en el diario The Wall Street Journal, Kissinger expresa abiertamente sus dos grandes temores.


 Después del Covid-19 ¿se podrán “salvaguardar los principios del orden mundial liberal”? “Un país dividido como Estados Unidos ¿será capaz de liderar la transición al orden posterior al coronavirus?”


No por casualidad, el texto comienza añorando aquel “lejano tiempo” del Plan Marshall y el Proyecto Manhattan los programas que, justamente, permitieron a EEUU catapultarse como potencia mundial en la segunda mitad del siglo XX. 


El primero de auxilio para el crecimiento de Europa Occidental y el segundo para el desarrollo de la bomba atómica.


El contraste con la actualidad se hace patente. A diferencia de entonces hoy EEUU no puede ofrecer, al resto del planeta, ningún ideal civilizatorio salvo la depredación financiera y medioambiental. 


 En plena crisis de coronavirus, carece de líderes capaces de hacer buenos diagnósticos y, por lo tanto, de una voz autorizada que proponga una salida colectiva. 


Lo que percibe Kissinger es la pérdida, incluso, de esa fuerza simbólica, propia de los liderazgos, que durante décadas hizo creer al mundo que los norteamericanos eran los únicos capaces de resolver el caos.


Ahora, países demonizados (y rivales) como Rusia y China tiene que asistir a EEUU y ¡¡el presidente Donald Trump en persona –no por twitter- tuvo que salir a agradecerlo!!


Kissinger, cómplice de tantos genocidios, apunta al corazón del dilema. El imperio se edificó en “la creencia de que sus instituciones pueden prever calamidades, detener su impacto y restaurar la estabilidad. Cuando termine la pandemia de Covid-19, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado”, escribió. “La prueba final será si se mantiene la confianza pública en la capacidad de los estadounidenses para gobernarse a sí mismos.”


Sin ser explícito, el estratega de 96 años, admite el fin de la supremacía y baraja, como mal menor, un co-gobierno mundial donde EEUU mantenga alguna voz. La “agitación política y económica que ha desatado el virus podría durar generaciones y ni siquiera EEUU puede hacerlo solo. Debe combinarse una visión y un programa de colaboración global”, arriesga. Entretanto existe un enorme peligro.


El intento de ocultar el derrumbe imperial –como parece estar haciéndolo el presidente Donald Trump en estos días- puede adoptar formas criminales. En medio de una catástrofe pandémica sin precedentes, el Pentágono anunció el lanzamiento de una peligrosa operación militar contra Venezuela, que se suma al severo bloqueo que ya sufre ese país por parte de EEUU y sus aliados.


Si el invento de proclamar a Juan Guaidó como presidente trucho fue acompañado por 50 de los 200 países que hay en el mundo, esta aventura, según cifras de EEUU, cuenta con el aval de apenas 20 naciones.


 Un acto de bravuconería que no hace más que confirmar el ocaso del liderazgo norteamericano y que fue duramente criticada por Rusia el pasado 9 de abril. “Después de estudiar el contenido de la iniciativa de Washington –dice el comunicado de la cancillería rusa- creemos que no merece una respuesta seria”.


El texto de Kissinger es un llamado desesperado a los dueños del mundo por temor a que algo se vaya de las manos. Nos toca al resto, a los países poderosos y no tanto, ser campo de contención al pánico del establishment global.


 Es hora de defender, hasta las últimas consecuencias, los principios de paz, humanismo y no injerencia. Es la hora de la cordura.



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