Tan importante como luchar contra el sistema que nos esclaviza y
destruye es luchar contra aquello que hemos interiorizado de dicho
sistema.
Esto exige adoptar una moral revolucionaria para, por un lado,
realizar en nosotros mismos los cambios que queremos ver fuera de
nosotros, y por otro lado para disponer de la actitud adecuada para
combatir el sistema de forma eficaz y coherente con los principios y
valores que afirmamos defender.
Esta pequeña reflexión gira en torno a
esta segunda cuestión, es decir, la moral revolucionaria como actitud
ante el mundo para afrontar la lucha por la emancipación.
La
lucha revolucionaria es una tarea que todo revolucionario se impone a sí
mismo, pero cuya puesta en práctica exige una actitud sin la cual es
imposible emprenderla. Querer hacer la revolución sin estar preparado
para hacerla es semejante a tratar de correr un maratón sin estar
preparado física y psicológicamente para el esfuerzo que ello supone.
Esto es importante en la medida en que el revolucionario se encuentra
inmerso en un entorno hostil del que recibe inputs que por lo general
son negativos, y que se combinan con una gran variedad de dinámicas y
mecanismos en el plano psicológico, ideológico y emocional cuya
finalidad son destruirlo como revolucionario, y por tanto laminarlo para
convertirlo en otro individuo estándar de la sociedad.
Desafortunadamente esto suele ser lo más habitual al comprobar que en
muchas ocasiones incipientes revolucionarios, debido a la falta de
actitud, terminan abandonando todo compromiso de lucha y se entregan a
una vida acomodaticia propia de la molicie burguesa imperante.
Los
elementos actitudinales que todo revolucionario necesita son varios y
están sumamente interrelacionados, de manera que es muy difícil hablar
de ellos de manera separada sin referirse a los demás. Se trata de
actitudes que directa o indirectamente son la expresión de unos valores y
de una concepción de la vida que contradicen la dinámica social
dominante que impone el sistema. Son, en definitiva, los elementos que
conforman la moral revolucionaria que nos permite ponernos en forma para
afrontar la tarea de hacer la revolución.
Si no estamos en forma no
podemos desarrollar esta tarea, y consecuentemente no contribuiremos de
un modo eficaz y coherente a lograr la revolución. Inevitablemente una
moral revolucionaria desempeña dos funciones clave. En el terreno
práctico preparar a la persona, en este caso al revolucionario, para
hacer la revolución que ponga fin al sistema de dominación. Pero al
mismo tiempo en el terreno axiológico, es decir, en el ámbito de los
valores que conforman la mentalidad del sujeto, lo que conlleva una
rehumanización de la persona frente a la labor deshumanizadora del
sistema.
La vida como lucha es lo que, en definitiva, define el
sentido de la existencia de todo revolucionario, pero igualmente de toda
vida verdaderamente humana. Nada de valor e importancia en el terreno
humano ha sido conseguido sin lucha, lo que implica esfuerzo y
sacrificio. Así pues, una primera y fundamental actitud que conforma la
denominada moral revolucionaria es el esfuerzo y sacrificio. El ser
humano ya de por sí necesita de metas que requieran un esfuerzo, y
eventualmente algún tipo de sacrificio, debido a que le dan un sentido a
su existencia e igualmente son un medio para superarse a sí mismo. En
cierto modo puede afirmarse que son las metas de una persona las que la
definen.
Si la meta que mueve a una persona es grande, como puede ser la
revolución y la construcción de una sociedad de la libertad, la persona
es grande en sí misma.
Sin embargo, las metas importantes no se
consiguen de la noche a la mañana y sin que exista de por medio un
esfuerzo. Si una persona que no está en forma quiere levantar a pulso un
peso de 100 kilos no puede pretender levantarlos en un periodo de
tiempo irrealista, como podría ser en dos días, sino que por el
contrario necesita trazar un plan de entrenamiento dirigido a preparar
sus músculos para lograr dicha meta. De este modo tendrá que empezar a
levantar un peso relativamente pequeño, 2 kilos, e ir practicando para
desarrollar la capacidad física que le permita, pasado un tiempo,
levantar 5 kilos y así sucesivamente hasta lograr levantar 100 kilos.
Lo
mismo ocurre con las metas estratégicas que se proponen las personas,
pues definen los fines últimos que persiguen. Por tanto, razones de
orden práctico exigen trazar en el terreno táctico un camino compuesto
de sucesivas metas pequeñas necesarias para alcanzar la meta
estratégica. Esto es aplicable a la revolución, pues su consecución
requiere el trazado de un camino que conduzca a su realización exitosa,
de manera que proceso y resultado son inseparables pues el primero nos
prepara para la consecución del segundo.
Frente al mundo
acomodaticio y conformista imperante, que aleja a las personas del
esfuerzo y del sacrificio ofreciendo una forma de vida en la que estos
están ausentes, es importante que el revolucionario, para rehumanizarse a
sí mismo, asuma que la revolución sólo es realizable en la medida en
que exige esfuerzo y sacrificio. Significa ponerse al servicio de un fin
superior, para lo cual es preciso la consecución de diferentes metas
pequeñas, necesarias pero no suficientes, conducentes a la realización
de esa gran meta que es la revolución y la construcción de una sociedad
libre.
En ese proceso el revolucionario se forja a sí mismo al tener que
salir de su espacio de confort, enfrentarse a sucesivos desafíos de un
modo creativo que le obligan a mejorarse para vencerlos y superarlos con
éxito. Gracias al esfuerzo y al sacrificio la persona logra salir de sí
misma, pues renuncia a la comodidad y al conformismo para conseguir un
fin mayor que le trasciende, y al hacerlo logra mejorarse en todos los
sentidos al acostumbrarse a soportar el dolor y las adversidades que
entraña la propia lucha.
Esto genera una espiral ascendente de
desafío-respuesta, de tal modo que los desafíos superados con éxito dan
lugar a que la persona pueda plantearse desafíos aún mayores que, a su
vez, exigirán su mejora cualitativa al desarrollar una experiencia que
la mejorará aún más y, en definitiva, la preparará para hacer la
revolución, lo que la convertirá en una amenaza real para el sistema.
A
la argumentación anterior puede aducirse que también existen los
fracasos y las derrotas. Pero justamente la actitud de esfuerzo y
sacrificio implica aceptar esa posibilidad, y estar dispuesto a
afrontarla con todo lo que ello conlleva. Por otro lado, el fracaso no
significa un empeoramiento del individuo, sino que es igualmente una
aportación a la propia experiencia en la medida en que constituye una
oportunidad para aprender de los errores, y de este modo seguir
mejorando de cara a superar con éxito nuevos y sucesivos desafíos.
Ninguna derrota o fracaso son totales y definitivos, sino parciales y
momentáneos, con lo que deben ser puestos en perspectiva como una
dimensión más del proceso de aprendizaje y mejora personal del
revolucionario y, en definitiva, como parte del esfuerzo y sacrificio
que entraña su lucha por la emancipación.
Como rápidamente puede
deducirse de lo antes expuesto la lucha entraña esfuerzo y sacrificio, o
lo que es lo mismo, dolor. Pero es por medio de la lucha que el
revolucionario se forja y mejora.
Esto es importante porque al superar
con éxito sucesivos desafíos logra desarrollar, a su vez, una actitud
necesaria para todo revolucionario que es la autoconfianza. Los éxitos
contribuyen a que la persona se sienta segura de sí misma, logre una
creciente experiencia y con ello consiga mejorarse. En este proceso el
individuo aprende a confiar en su propio esfuerzo en el que pasa a
apoyarse para lograr el éxito. Si las personas no confían en sí mismas y
en sus propias capacidades nunca harán nada y tampoco estarán
dispuestas a ponerse a prueba.
La inseguridad aboca a la pasividad y a
la desidia, pero sobre todo al derrotismo y a la falta de autoestima. La
falta de confianza en uno mismo impide, entonces, una valoración
realista de las posibilidades y capacidades propias, de lo que se deriva
la ausencia de una disposición favorable a emprender lucha alguna
porque implica enfrentarse a las dificultades y abandonar la zona de
confort individual. Cuando uno no cree en sí mismo, en su potencial, se
ve incapaz de hacer cualquier cosa y queda sumido en la parálisis.
Asimismo, la autoconfianza es una precondición para el esfuerzo que
entraña la lucha, pues existe la confianza en el propio potencial para
superar las dificultades que se presenten en el camino. Un
revolucionario, entonces, es una persona segura de sí misma y con la
autoestima en su sitio al ser consciente de cuáles son sus capacidades y
posibilidades reales, lo que hace que esté dispuesto a asumir nuevos y
sucesivos desafíos para superar sus limitaciones y contribuir de esta
manera al logro de la revolución.
La autoconfianza es
inseparable de la motivación. En la medida en que uno está seguro de sí
mismo y se valora de un modo realista también es consciente de que es
capaz de vencer desafíos y adversidades. Al creer en sus propias
capacidades el revolucionario se ve motivado, y esta motivación es
confirmada con la superación de los desafíos que se le presentan.
Todo
esto contribuye en gran medida a crear en el revolucionario la
convicción de que el fin último que persigue es realizable. Cuando las
personas estiman que, por las razones que sean, una determinada meta no
es realizable se sumen en una profunda desmotivación que les aleja de
cualquier iniciativa dirigida a lograr dicha meta, y con ello caen en la
desmovilización. Las personas desmotivadas nunca han emprendido ninguna
gran acción. Sin motivación tampoco hay autoconfianza, ni espíritu de
sacrificio y, en definitiva, tampoco lucha revolucionaria.
Pero
junto al vínculo que existe entre la motivación y las capacidades
propias hay que sumar, asimismo, la motivación que es intrínseca al fin
último perseguido. Si se trata de una meta importante, que es deseable
en sí misma, esto se manifiesta en el gran poder de atracción que ejerce
sobre la persona que aspira a su realización. De este modo la meta
aporta una gran motivación que constituye un impulso intenso que impele
al revolucionario a seguir adelante en la lucha. A lo largo de la
historia han sido ideas motrices las que han puesto en marcha la acción
desinteresada de muchas personas.
Entre estas ideas encontramos la
libertad, la justicia, la igualdad, etc. Son ideas atractivas en sí
mismas, y es por ello que son capaces de sacar lo mejor de la persona
cuando esta es movilizada por ellas. Todo esto nos muestra que una gran
motivación permite al revolucionario superar sus propias limitaciones y
ser capaz así de grandes acciones. E igualmente a través de estas
acciones el revolucionario realiza coherentemente en sí mismo esos
ideales que le mueven, siendo también fuente de inspiración para los
demás.
Unido a todo lo anterior nos encontramos con la fuerza de
voluntad que, a su vez, aporta la determinación. Es conocido aquel
refrán que dice que donde hay voluntad hay un camino. Esto tiene mucho
de cierto, pues donde existe una voluntad decidida a conseguir una
determinada meta los obstáculos sólo son algo circunstancial y no
importa el esfuerzo que sea preciso para vencerlos. La motivación es un
factor movilizador de la voluntad, pero la fuerza de voluntad exige
autodisciplina, carácter, disposición al esfuerzo y al sacrificio, pero
sobre todo constancia.
Sin constancia tampoco se ha conseguido nunca
nada importante, pues los grandes logros son generalmente fruto de un
esfuerzo y de una constancia considerables. Hay que tener en cuenta que
un cambio revolucionario de carácter emancipador supone enfrentarse a
una compleja y difícil realidad para transformarla en un sentido
cualitativo, con lo que no es realista plantearse la posibilidad de que
dicho cambio pueda ser una tarea fácil, realizable con poco esfuerzo y a
corto plazo. Por el contrario exige gran esfuerzo, fuerza de voluntad y
constancia.
La consecución de una sociedad libre no puede lograrse en
el corto plazo, pues todo proceso de transformación exige mucho tiempo
para ser materializado y por ello un gran esfuerzo que sólo puede nacer
de la constancia. La regularidad que ofrece la constancia es, asimismo,
de un incalculable valor porque la persistencia en una lucha, en unas
determinadas prácticas, etc., ejercen un efecto indeleble en la persona.
La constancia, en definitiva, imprime carácter en la persona. Pero
además de esto la constancia provee regularidad, y la regularidad ofrece
confianza a uno mismo pero también a los demás. Las personas constantes
fallan menos que las que no lo son, y esto las hace muy valiosas.
Por
último está la responsabilidad. No sirve de nada adoptar compromisos
con uno mismo o con los demás si no se es responsable, es decir, si no
se pone el interés y esfuerzo necesarios para cumplirlos o directamente
no respondemos por ellos. La diferencia entre una persona responsable y
una irresponsable es que la primera manifiesta diligencia en sus
acciones, y por ello un interés en cumplir sus compromisos, además de
estar dispuesta a asumir las consecuencias de sus actos y errores. La
responsabilidad es, en suma, una obligación moral por la que uno
responde tanto de sus actos como de sus inacciones.
La
irresponsabilidad, por el contrario, conduce a actitudes negligentes, a
la desidia, pero también a la hipocresía, al descrédito y en general a
la inmoralidad. Las personas responsables son diligentes a la hora de
cumplir sus compromisos, inspiran confianza y se muestran cooperadoras.
Resulta imposible concebir a un revolucionario como una persona que no
se molesta en ejecutar los acuerdos tomados colectivamente con sus
compañeros, que se desentiende de los compromisos que voluntariamente ha
adquirido consigo mismo o con los demás, o que directamente traiciona
la confianza de los demás.
El comienzo de un nuevo año es un
momento idóneo para asumir nuevos retos y adquirir compromisos para
mejorarnos como personas, y sobre todo para ponernos en forma de cara a
desarrollar la difícil tarea revolucionaria. Sirva esta pequeña
reflexión como un acicate para desarrollar en nosotros mismos aquellas
actitudes que contribuirán a convertirnos en unos verdaderos
revolucionarios, y sobre todo a ser capaces de dar lo mejor de nosotros
mismos en la lucha por un mundo nuevo.
Esteban Vidal