Creíamos que las bestias eran ellos, los yihadistas, y resulta que somos nosotros, los bárbaros, incivilizados y estúpidos occidentales. Produce espanto y horror contemplar esas hordas mamadas de hooligans bajando por Notre Dame, las cabezas afeitadas y sudorosas, los cánticos de guerra, las caras pintarrajeadas como salvajes, las camisetas manchadas de baba, los vientres inflados de cerveza, los tatuajes bruñidos, las miradas de boxeadores sonados cara al sol.
Llegan a la Eurocopa desde todos los rincones del continente, los hay ingleses, rusos, alemanes, polacos, madrileños de Vallecas y conquenses de Cuenca. Se retan por internet sin mayor motivo que pasar una apacible tarde de hostias, se desafían y se odian sin razón, se matan en las calles de la Francia ilustrada en una especie de guerra santa del fútbol tan absurda y ciega como cruel y violenta.
Todo el país, desde Marsella hasta Normandía, se ha convertido en un inmenso campo de batalla donde los patriotas del fútbol hacen volar las sillas, se clavan navajas cuerpo a cuerpo, se patean molleras como Cristiano Ronaldo patea balones y engullen cerveza, mucha cerveza, birra a mansalva, como animales sedientos en el abrevadero. Es la gran orgía de la violencia, el acto final del decadentismo occidental, y ni mil antidisturbios pertrechados con cascos y porras pueden nada contra ellos.
Bin Laden inauguró la yihad de Oriente contra Occidente; la UEFA ha inaugurado esta nueva cruzada balompédica irracional y sinsentido entre pueblos y países, donde Dios es un vellocino esférico de cuero que rueda y rebota, como pollo sin cabeza, por el Olimpo verde del estadio.
Nos creíamos los europeos la raza superior, los guardianes del último humanismo, el continente más civilizado sobre la faz de la tierra, pero ¿qué somos en realidad? ¿qué es esta Europa endogámica y enferma que hemos levantado entre falsas cumbres y tratados firmados con papel mojado? Un conglomerado de tribus, una sopa de clanes, un crisol caótico y desordenado de etnias que no se diferencian demasiado de aquellos suevos y vándalos que asolaron el imperio romano.
No hemos construido una Europa de ciudadanos, sino una Europa de fulanos y bancos, y por eso ahora ganan los ultras en Austria, los ingleses votan el Brexit, los xenófobos matan diputadas laboristas y echamos el cerrojo a la frontera macedónica para que no pasen los refugiados de guerra.
Arde Francia por los cuatro costados, bajan los ultras por la orilla del Sena. Parecen fieros y peligrosos, pero en realidad detrás de las esvásticas, de las cadenas y los machetes no hay una ideología escrita y estructurada, ni una maquinaria organizada como la que construyó Hitler en su día.
No hay un Mein Kampf que los ilumine porque muchos no saben ni leer. No son un ejército de neonazis sino un ejército de neotontos que no han leído un poema en su vida para saber lo que es la belleza.
“El fútbol es popular porque la estupidez es popular”, dijo acertadamente Borges, y estos nuevos guerrilleros urbanos entrenados en las tabernas irlandesas y en el vodka ruso no son más que una legión de mamarrachos de Internet (gran letrina de Occidente) una escuadra de parados etílicos salidos de los astilleros de Liverpool, de las fábricas de coches de Berlín y del INEM español, nuestra gran industria nacional.
Estábamos tan preocupados con el terrorista suicida llegado de Oriente para inmolarse a conciencia que hemos descuidado a nuestros jóvenes suicidas, duelistas que se matan entre ellos a litronazos y a cuchilladas los domingos futboleros. Qué triste espectáculo el de las juventudes sin oficio ni beneficio emergiendo como zombis de las cloacas del Metro, en castrense formación, camino del estadio.
Qué lamentable la visión de las mesnadas de tontos que trepan a la Cibeles para arrancarle un brazo, insultar al rival y corear, desafinadamente, aquello de yo soy español, español, español. Contra el fascismo se puede luchar, todos lo hemos hecho en mayor o menor medida a lo largo de nuestras vidas. Pero contra una rebelión inmensa de tontos incurables que tienen como ídolos a evasores fiscales o a vigoréxicos hormonados es imposible. Ya lo dice el viejo refrán: cuando un tonto coge un camino, el camino se acaba, pero el tonto sigue.
En España tenemos ejemplos abundantes entre nuestros políticos de que el bobo, el asno, el simple o el cretino puede llegar muy alto a poco que se le jalee, se le anime y se le vote. Este gobierno del PP que tanta murga nos está dando, al igual que otros gobiernos en otras partes de Europa, es muy culpable de la idiocia futbolera que empobrece España.
Han sido demasiados años de Movimiento Nacional Marianista, de telebasura, de fracaso escolar, de portadas del Marca, de Liga BBVA (o sea la Liga de los banqueros y corruptos) y de nula inversión en educación.
Un pueblo desmantelado de cultura es un pueblo más violento y en ese proceso de estupidización la derecha patria y la europea han tenido mucha culpa por dejadez o por interés. Cuanto más idiota es una sociedad más manejable y aborregada se vuelve, y por eso a los ultras se les paga el billete de avión, para que los chicos se den un garbeo de Champions por Europa y nos dejen tranquilos un par de días. Por desgracia, al final nos ocurre como a los yanquis, que arman a los yihadistas para que luego se revuelvan contra ellos.
Nuestros terroristas callejeros llevan el uniforme del Madrí, del Barsa o del Aleti. No se inmolan pero son capaces de incendiar, sabotear y matar en nombre de sus falsas banderas. La muchachada demente que arrasa Francia estos días de Eurocopa (más bien habría que decir de Eurocapo, porque esto ya es una especie de gran campeonato de la mafia rusa) no es una reedición del nazismo dispuesto a invadir Polonia, ni una vuelta de los camisas negras prestos a tomar Roma por la fuerza.
Solo son unos hinchas enloquecidos, unos patriotas de domingo tarde, una torcida de mente retorcida y sesos achicharrados de tanta bufanda, bandera, patadas, insultos arbitrales, cánticos malos y partidos aburridos.
El tonto no nace, el tonto se hace. El tonto se vuelve tonto porque lo abandonamos a su suerte, como a un Emilio de Rousseau sin educar al que colocamos delante de la televisión y de las redes sociales y allá se las ventile el pobre. El lobo solitario abunda en Siria por influencia de Alá.
El tonto solitario prolifera lejos de la escuela, de la familia, de los libros y de la cultura. A un tonto dele usted un banderín del Lepe Fútbol Club y se creerá el jefe del Estado Mayor de la Defensa.
Ra, ra, ra.
Por José Antequera