Pocos
asuntos influirán tanto en el futuro de los españoles como la Unión
Monetaria; es más, condiciona casi todos los otros aspectos de su vida,
es como una envolvente que limita y ciñe la mayoría de las parcelas. El
mismo mapa político que se ha manifestado en estas elecciones generales,
tan distinto del de otros comicios, tiene su origen en las
consecuencias económicas derivadas de la creación de la moneda única.
No
ha sido la corrupción, tal como comúnmente se afirma, la que ha
generado la ola de indignación que ha propiciado la creación de partidos
emergentes, sino el deterioro de la situación social y económica de
millones de españoles. La corrupción, quizá no demasiado distinta de la
de otras épocas, tan solo ha provocado la contestación y la repulsa por
contraste con el empobrecimiento, si no total, sí desde luego masivo de
la sociedad.
Los Gobiernos de Rajoy y de Zapatero, tan culpables en muchas cosas,
no habrían actuado tal como lo han hecho si no hubiese sido por el euro y
por la ratonera a la que condena a países como España. La misma
virulencia con que se ha manifestado el independentismo catalán hunde
sus raíces en la precariedad que ha golpeado, al igual que al resto de
España, a Cataluña. El paro y el deterioro de las condiciones sociales
ha sido un buen caldo de cultivo para que el nacionalismo captase
adeptos y un buen instrumento para que Mas y su Gobierno eludiesen sus
responsabilidades, y se librasen de las críticas y de los improperios.
La estrategia del nacionalismo ha consistido en señalar como único
culpable del empobrecimiento y de los recortes al Estado español y en
hacer creer a muchos catalanes que sus males desaparecerían con la
independencia.
La relevancia que para la vida de los españoles tiene la pertenencia a
la moneda única contrasta con la ausencia de este tema en la campaña
electoral. Se ha instalado un clamoroso silencio, una especie de
conspiración. Todo el mundo lo ha ignorado. Cada uno de los partidos,
incluso aquellos que deben su existencia a las consecuencias derivadas
de este hecho, lo ha eludido, renunciando así a un análisis serio y en
profundidad de la situación económica española.
Como mucho, se ha hecho
referencia a la crisis, sin entrar en su etiología y dándole el
tratamiento de fuerza cósmica, especie de catástrofe natural, algunos
han llegado a ver en ella una situación pasajera que gracias a la
pericia del Gobierno se ha superado. Cada formación política ha
atribuido la culpa y la responsabilidad al resto de los partidos. Para
unos era la herencia recibida; para otros, la actuación cuasi criminal
de un gobierno; para los demás, la vieja política o la casta; pero todos
se han negado, por lo menos en estas elecciones, a considerar el
contexto.
Lo más grave de esta situación es que todas las formaciones políticas
han elaborado sus programas económicos de espaldas a la existencia de
la moneda única, como si aún perviviese la peseta y dispusiésemos de un
banco central dispuesto a defender nuestras finanzas frente a los
mercados.
Todos se comportan como si la soberanía permaneciese todavía
en el pueblo español, y en los diputados y en el Gobierno que salgan de
las urnas. Parece que no hemos aprendido nada, una especie de amnesia se
ha extendido sobre los políticos y sobre la opinión pública.
Hemos arrinconado al baúl de los recuerdos el hecho de que las
medidas más duras y regresivas, tanto en los últimos años de Zapatero
como durante el Gobierno de Rajoy, provinieron de Berlín, Frankfurt y
Bruselas. Este olvido colectivo se ha producido a pesar de que las
instituciones europeas han hecho esfuerzos para hacerse presentes y
lanzar sus admoniciones a lo largo de toda la campaña electoral, desde
la crítica a los presupuestos elaborados anticipadamente por el
Ejecutivo de Rajoy hasta las advertencias al futuro gobierno que salga
de las urnas. Quieren dejar bien claro que con elecciones o sin
elecciones son ellas las que siguen mandando.
La Comisión, y detrás de ella el BCE, continúa pidiendo ajustes,
reducción del déficit público, una nueva vuelta de tuerca a la reforma
laboral, y advierte de los desequilibrios que persisten todavía en
nuestra economía, el aún enorme nivel de paro, la balanza de pagos entra
de nuevo en zona negativa, el endeudamiento exterior permanece en cotas
altamente peligrosas y la banca no termina de salir de la zona de
peligro, con el agravante, del riesgo que mantiene en los países
emergentes, en especial en América Latina. A lo que habría que añadir
algo que las instituciones europeas callan, el efecto más débil de lo
esperado que están teniendo en la economía europea las políticas
expansivas del BCE y las reticencias y oposición que estas causan en
Alemania.
Por olvidar, hasta nos hemos olvidado de lo ocurrido en Grecia, en la
que importó poco el resultado de las urnas y el programa electoral con
el que Syriza se concurrió a las elecciones. Ni siquiera tuvo relevancia
la opinión de los ciudadanos manifestada en el referéndum. Quedó muy
claro dónde residía la soberanía. Si alguien piensa que el país heleno
constituye un caso único, se equivoca. La diferencia radica tan solo en
que allí se ha explicitado de forma palpable lo que en los otros países
permanece más oculto, pero susceptible de manifestarse tan pronto sea
necesario.
El aspecto más importante de los programas de los partidos políticos
en estas elecciones debería haber sido definir su postura frente a la
Unión Monetaria, pero es precisamente en esta materia en la que todos
han guardado un absoluto silencio. Es como si el tema quemase. Y en
realidad es así.
Todos los medios de comunicación y los poderes
económicos que se encuentran tras ellos están dispuestos a destrozar a
cualquier formación política que plantee la menor duda sobre la bondad y
conveniencia de la Unión Monetaria.
No se trata de exigir a las formaciones políticas que tomen posición
acerca de si en los momentos presentes debemos permanecer o no en la
Unión Monetaria, cuestión sumamente difícil de contestar, aun cuando se
esté plenamente convencido del enorme error que se cometió al
constituirla. Romper huevos para hacer a continuación una tortilla
resulta sumamente sencillo, pero, una vez hecha, reconstruir los huevos
es tarea imposible.
Nadie puede ignorar los ingentes problemas a los que
tendría que enfrentarse el país que pretendiese en solitario abandonar
la moneda única. Es difícil sopesar dónde se encuentran las mayores
dificultades, si en la salida o en la permanencia. En cualquier caso, no
parece que ningún gobierno esté dispuesto en solitario a asumir tamaña
responsabilidad.
El caso de Syriza y de Tsipras es sintomático, aunque
soy de los que piensan que si Grecia en mayo de 2010, en lugar de pedir
el rescate, hubiera tomado la decisión de abandonar la Eurozona, su
deterioro económico difícilmente hubiera sido mayor que el sufrido,
aunque el coste seguramente se habría repartido de una manera más
equitativa y en este momento probablemente ya hubiera superado la
situación crítica.
Sin embargo, sí habría resultado muy clarificador que las distintas
formaciones políticas, tras todo lo sucedido en los últimos años,
manifestasen su opinión acerca de la Unión Monetaria. Su juicio sobre el
Tratado de Maastricht y sobre los factores y parámetros con los que se
firmó; si en 1999 se debió o no constituir la Unión Monetaria y, en todo
caso, si no nos hubiese ido mejor quedándonos fuera.
Acerca también de
si resulta sostenible la situación actual de la Eurozona y si consideran
que existe alguna probabilidad de que Alemania y otros países del norte
permitan que se constituya la Unión Fiscal; si están dispuestos a
renunciar definitivamente a la soberanía y al Estado social y si, en
último término, no creen que la mejor solución posible sería que, de
común acuerdo, todos los gobiernos reconociesen la imposibilidad de
seguir adelante, e instrumentasen los medios para desandar lo andado.
La
respuesta a todas estas preguntas no resulta baladí. Porque, por una
parte, diría mucho de la sostenibilidad o no de sus programas
electorales y, por otra, manifestaría su opinión sobre qué objetivo
tendría que fijarse España a medio plazo, y cuál debería ser la postura
del futuro gobierno, aceptando por supuesto los condicionantes, en sus
relaciones con las instituciones europeas y en las alianzas con los
gobiernos de otros países de la Eurozona.
http://www.republica.com/contrapunto/2015/12/17/el-euro-el-gran-ausente-en-las-elecciones/