jueves, 22 de septiembre de 2022

MODISTAS, COSTURERAS, BORDADORAS Y DEMÁS OFICIOS.

 

MODISTAS, COSTURERAS, BORDADORAS Y DEMÁS OFICIOS. 

 -MI MUNGIA DURANTE EL FRANQUISMO-.

 En aquella década de 1950, y también buena parte de los años 60, cuando el sexo femenino aún no ocupaba demasiados puestos de trabajo, ni en la industria ni en los servicios, y las condiciones de vida eran aún muy duras para la mayoría de la gente, muchas mujeres se dedicaban a coser, a bordar, a hacer punto de lana, o a coger puntos a las medias de señora, además de a “sus labores”, para así incrementar algo los ingresos familiares. 

 Había de ese modo, en Mungia, numerosas modistillas y bordadoras; y también aprendizas de tales oficios, en los locales o pisos particulares en los que tales gremios desempeñaban sus funciones. 

Ángeles Pérez y su hermana Carmen eran, por poner el ejemplo más conocido por mí, dos costureras o modistillas de prestigio, por no llamarles verdaderas modistas profesionales, que seguían siempre las tendencias de las grandes firmas y los gustos de las clientas. 

Ejercían su labor en el segundo piso de aquel antiguo bloque de viviendas, con sabor decimonónico que todavía sigue en pie en Butroi Kale, haciendo esquina con Concordia-Alkartasuna Kale. 

 De las llamadas, “pantaloneras”, que cosían pantalones de hombre para uso diario, además de delantales y mandiles, con tela azul de Mahón, debió haber muchas en Mungia, porque solo en el entorno en que yo me desenvolvía, conocía a bastantes de ellas, a saber: 

 En la misma escalera de mi casa teníamos a Serafina Andraka, mujer de Vicente Orue (Busterri) y madre de Pedro Mari Orue, que además de cuidar de su corral, tenía aquel complemento laboral, más. 

 La madre de mi amigo Dionisio Elgezabal Duo (Dioni), también cosía pantalones de hombre en su casa de Ipintxe, donde en aquella época temprana de mi niñez, en los años 50, fuimos vecinos. 

 Y también la madre de mi amigo Imanol Bilbao Beldarrain, hacía lo propio en el bloque de viviendas conocido por mí, como “del Maizal”, en Aita Elorriaga Kale. 

Lo de coger puntos a las medias de nailon (creo que “de cristal”, se decía entonces, hasta que en aquella misma década de los años 60 comenzaron a imponerse las del nuevo material llamado, lycra), de mujeres de todas las edades, era en aquellos tiempos de vital importancia, para reparar las inevitables y fastidiosas “carreras”, sin tener que comprarse unas carillas medias nuevas.

Y esa importante labor la hacían las remalladoras. 

Yo conocí a una, la familiar y cariñosa, Dominga, en una pequeña mercería de su propiedad en la calle Zubiaga, poco más abajo de la taberna de El Riojano; a la que mi madre, a reparar sus medias, me mandaba. 

En cuanto al bordado, había, diríamos, una academia de bordadoras, justo en el cruce de Cuatro Vientos (“Lauaxeta”), en el mismo lugar que ahora ocupa la papelería-copistería, Rotur Kopy. 

Se trataba de un local con una docena de máquinas de coser, donde otras tantas chicas aprendían a bordar a máquina, de la mano de Pili Uribe y su hermana, Mari Ángeles, y que podían verse trabajando a través del gran escaparate que ocupaba toda la anchura del local trabajo.

 Ellas, a su vez, divisaban todo el panorama exterior, con lo cual su trabajo se hacía más entretenido y se les daba mucho mejor.

  La academia funcionaba de la mano de la tienda de electrodomésticos de Mandaluniz, situada en la calle Concordia (hoy Concordia-Alkartasuna), que promocionaba así sus máquinas de coser. 

  Allí acudían muchas chicas quinceañeras para convertirse en una “mujeres de provecho”.

 Era, ésta, una cantinela de El Régimen, lograr forjar hombres y mujeres “de provecho”, que nuestro “maestro” del tercer grado de la enseñanza primaria de la escuela nacional nos repetía, una y otra vez, sin cesar.

  Además, quien más quien menos entre las mujeres, cosía algo; o hacía jerseys, guantes o gorros de punto de lana para uso familiar (tal y como hoy día hace en Mungia, Sorkunde Bilbao González, que nos deleita con sus labores), lo que cuando se hacía a máquina se llamaba, “tricotar”. 

Me acuerdo aquel jersey de punto de color verde musgo, que mi madre hacía y deshacía una y otra vez, a medida que yo iba creciendo, añadiéndole lana de una madeja que guardaba, y al que, la verdad sea dicha, le tuve bastante manía.

 Pero era aquella la vida que mandaba en nuestro día a día. Para todas estas labores, excepto las de punto de lana y las de cogida de puntos de las medias de señora, se utilizaban mayormente las apreciadas máquinas de coser, a pedal, de las siguientes firmas: la americana Singer, en el mercado doméstico desde el tercer tercio del siglo XIX; la vasca, Sigma, empresa fundada en Elgoibar en 1914; y la también vasca, Alfa, dedicada hasta entonces a la elaboración de armas de fuego, que comenzó con la fabricación de máquinas de coser en 1924. 

La fotografía de una máquina de coser de la firma Alfa, de la década de 1960, acompaña a este texto.




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