Vizcaínos de hogares monoparentales, homoparentales e interculturales han celebrado la diversidad con ocasión del Día Internacional de las Familias y esto nos han contado...
En realidad, todas las familias han sido siempre diferentes. Podríamos decir, aprovechando la ocasión que nos brinda el tema, que cada una es de su padre y de su madre.
Y en esa frase hecha ya tenemos la clave de la gran transformación de las últimas décadas: el modelo tradicional, ese del padre y la madre, ha dado paso a una diversidad creciente, en la que un mismo concepto (la familia como refugio de amor y tranquilidad) se articula de incontables maneras.
Proliferan los hogares monoparentales, homoparentales y reconstituidos (en estos, uno o los dos miembros de la pareja aportan hijos de otras relaciones, dando lugar a parentescos para los que aún no tenemos nombres claros), a la vez que la explosión multicultural propicia combinaciones que hace veinticinco años eran estadísticamente escasas y nos resultaban exóticas.
La ONU designa el 15 de mayo como Día Internacional de las Familias, una invitación a reflexionar sobre estos «lugares de amor, cuidado y satisfacción».
Como parte de la convocatoria, BBK Family presentó ayer su documental 'Diferentes modelos de familias', protagonizado por vizcaínos que han formado distintos tipos de hogares.
Algunos de ellos nos cuentan su experiencia en estas páginas.
Bea. Familia monoparental «Tener tiempo para ti se puede convertir en una odisea»
Cuando Bea Ibáñez se estaba animando a ser madre sin tener pareja, se puso en contacto con una chica que había pasado por esa experiencia.
Después, a ella misma le ha tocado a menudo orientar a personas que quieren emprender ese camino monoparental, que cada vez es más habitual pero plantea sus dificultades específicas.
¿Y qué les cuenta a esas mujeres?
«A nivel de conciliación es complicado.
Hay solo un sueldo, claro, y cualquier altibajo supone un problema.
Por otro lado, para cualquier madre resulta difícil tener tiempo disponible para ella, pero en nuestro caso eso puede convertirse en una odisea: yo he visto resentida mi vida social, esa parte de tener tiempo como mujer aparte de como madre».
Le ha ayudado vivir en un pueblo, Orozko, «donde las puertas están muy abiertas».
A Bea le han comentado muchas veces que, al criar sola a Lur, que ahora tiene 6 años, se ha ahorrado las discusiones que minan la convivencia de los padres novatos.
«Otras madres me dicen que qué bien, porque tomo sola decisiones que ellas han de acordar con otra persona.
Pero, por ejemplo, cuando Lur era pequeñita, me agobiaba mucho su salud y acababa yendo mucho a urgencias, ¡fui una pesada!
Yo creo que habría ido menos si hubiese tenido a alguien con quien contrastar», reflexiona.
Bea forma parte de la Asociación de Madres Solteras por Elección y ha publicado un libro, 'El latido de Rhina', en el que explica su modelo de familia a través de un cuento.
«Hay niños que siguen oyendo eso de 'no puede ser que no tengas padre, será que os ha dejado, que se ha muerto...'.
Me llegó al alma el caso de una cría que se inventó que su padre había fallecido porque le resultaba más fácil.
El objetivo es que deje de ser especial, que no haya que explicarlo». Josu y Aitor. Familia homoparental
«Está muy naturalizado ya que seamos dos chicos»
AINHOA GORRIZ Tanto Josu Beaskoetxea como Aitor Arbaiza crecieron en hogares con mucha gente y eso les dejó huella.
«Los dos queríamos una familia grande. Por eso nuestro ofrecimiento a la hora de adoptar fue a un grupo de hermanos: ya teníamos una edad y no era cosa de ir de uno en uno.
Nos daba igual la edad, la raza...», relata Josu.
En siete meses se convirtieron de golpe en familia numerosa, con dos niñas y un niño que hoy tienen 10 y 12 años.
Las adopciones en grupo suelen tener detrás trasfondos complicados y el matrimonio no estaba libre de miedos («no sabíamos si íbamos a acabar siendo más padres o educadores», admite Josu), pero los críos resultaron ser «hijos muy buenos, unos benditos».
También hay que decir que estamos hablando de tipos con gran capacidad de adaptación: estos días, su vivienda de Alonsotegi tiene cierto aire de campamento porque han acogido a cuatro refugiados ucranianos.
¿Hay alguna diferencia entre la crianza que brindan las parejas homosexuales y las heterosexuales? «Nuestra experiencia es que no cambia nada.
Nos movemos en un entorno de muchas parejas heterosexuales y, cuando hablamos de nuestros problemas con los niños, son exactamente los mismos.
Está muy naturalizado que seamos dos chicos: salvo cuando nos preguntan sobre ello, ni siquiera nos acordamos de que somos gais en el ámbito familiar.
De hecho, en algunos casos hay incluso una discriminación positiva: algunos te miran como con admiración, como si hubieses hecho algo más meritorio que otras parejas, y no».
Los traspiés tienen que ver con cosas más o menos anecdóticas: aquellas preguntas sobre si ya serían capaces de vestir y peinar a las niñas (y ahí Aitor recuerda la gran ayuda que brinda internet) o todas esas veces que se da por descontada la familia tradicional.
«El material escolar está hecho como si solo hubiese un modelo: en los deberes vienen cosas como 'pregunta a tu madre...', pero tachamos y ya está».
En casa, Josu es 'aita' y Aitor, 'aitatxu'.
Ahora se preparan para la adolescencia y han cambiado aquellos tutoriales de coletas por otros nuevos: «Sí, ja, ja, estamos viendo vídeos de Evax y Ausonia y leyendo libros de 'La regla mola'». Lorena y Falu. Familia intercultural
«Dices que tu marido tiene NIE y notas que algo pasa»
A principios de la pasada década, Lorena Salcedo estaba en un curso de danzas. Tras la clase, iban a practicar en un bar de reggae de Ripa y «Falu estaba allí», resume.
Lorena y el senegalés Falu Fall llevan juntos doce años y tienen dos hijos de 9 y 4, Mayara y Malik, a los que han educado con una dosis extra de negociación de pareja: es algo propio de las familias interculturales, donde cada miembro aporta una visión habitualmente distinta de la crianza.
«El esfuerzo lo hemos hecho los dos, pero yo creo que él ha tenido que hacer más, porque al fin y al cabo está fuera de su entorno. Aquí tener hijos es un trabajo de 24 horas, mientras que allí cuentan con una comunidad que les permite repartir más los trabajos.
Parece que estamos más avanzados, pero en la crianza nos vemos muchas veces más esclavizados: tú pagas por esto, pero allí hay tíos, primos, niños mayores...
Como contrapartida, no tienes la intimidad de estar solo en tu ambiente», analiza Lorena. «Aquí cada uno vive en su casa. He visto a mucha gente que vive en pareja y están cansados. Dos pueden, pero con cuatro es más fácil», apunta Falu.
¿Y ellos que modelo han aplicado? «Más el de aquí».
Lorena es consciente de que, unos pocos años antes, su elección de pareja habría llamado mucho más la atención.
«Ahora las familias interculturales o interraciales son más comunes, pero tener una pareja de un continente que acarrea cierto estigma sigue complicando las cosas, porque seguimos teniendo prejuicios, aunque pensemos que no».
Lorena todavía se indigna al recordar algunos problemas iniciales porque Falu no tenía aún los papeles en regla: «Nosotros nos casamos en parte por facilitar las cosas: si él hubiese sido de aquí, a lo mejor seríamos pareja de hecho.
Aún hoy, te piden el DNI de tu marido, dices que es un NIE (número de identidad de extranjero) y notas que algo pasa».
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