El presidente de Vox, Santiago Abascal y el candidato de esta formación a la Presidencia de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo valoran los resultados electorales autonómicos
¿Por qué no miramos a la extrema derecha?
Esa es la pregunta más relevante a la hora de respirar después de lo que ha sucedido en Castilla y León, si es que se puede respirar.
Dos semanas de campaña llevamos los medios de comunicación tocándonos el campano con que si Díaz Ayuso que si Casado, que si el PSOE sube, que si el PP se había confiado.
¿Qué nos pasa? ¿Qué carajo nos está pasando?
La extrema derecha acaba de marcar un hito en la historia reciente de Europa.
No se trata de un municipio, de un pueblo, de un pasito… es una comunidad autónoma.
En Castilla y León, VOX ha pasado de uno a 13 escaños.
No ha crecido un 30, un 50 por ciento, que ya sería.
Lo han crecido todo. Todo.
En las últimas Generales, pareció que pillaba a todo el mundo por sorpresa que la extrema derecha colocara de golpe, de un solo golpe, 52 diputados en el Parlamento.
Más de 3 millones 600.000 votantes eligieron a VOX.
Sin embargo, tras un par de días de ayayay, ya no se volvió a hablar del asunto.
Una semana tardó la ultraderecha española en pasar de la no existencia a normalizarse como la tercera fuerza política más votada.
Después de las Autonómicas de Castilla y León, aquello parece un chotis.
Y ahora vendrán las elecciones andaluzas y acabarán llegando las Generales.
¿Es inocente que los medios de comunicación sigamos jugando al PSOE y el PP, al Ayuso contra Casado? ¿Es idiotez? ¿Responde a algo que se me escapa?
A ver, la ultraderecha de VOX tenía un solo representante en la Comunidad Autónoma de Castilla y León.
El PP tenía 29 y el PSOE, 35.
Los populares han subido un par. Los socialistas han perdido 7.
En el duelo de los partidos tradicionales, por así decirlo, el PSOE se ha pegado un señor batacazo.
¿Y qué? ¿Qué caray importa eso cuando la extrema derecha ha multiplicado por 13 sus diputados? Más allá de si Isabel Díaz Ayuso le pasa la mano por la cara a Pablo Casado, ¿qué análisis hemos ido ofreciendo de los resultados posibles?
¿Es que nadie veía venir al fascismo –llámenlo Manolo si no les gusta el término– irrumpiendo al galope?
Y si así fuera, ¿qué está impidiendo a los analistas políticos tomar en serio el poder de la extrema derecha?
Empiezo a tener una sensación profunda, repugnantemente incómoda: Cuando el mal avanza, los que comen caliente juegan a los dados.
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