Hablar tiene el riesgo de la inoportunidad.
Callar, a menudo, el de la complacencia, cuando no el de la complicidad.
Pasa que en una democracia hay procesos electorales y que su cercanía convierte en inoportuno la apertura de determinados debates razonables y necesarios por su coste electoral.
Y pasa, también, que eso acabe por borrar de la agenda pública esas cuestiones, que dejemos de hablar, y de hacer, sobre lo importante por temor a su impacto en votos.
No es cuestión sencilla: puede que decir lo que hay que hacer impida ganar, y sin ganar no se puede hacer; y puede que sin decir se termine, igualmente, por no hacer después de ganar.
Este dilema está en el núcleo de las estrategias electorales y no es fácil encontrar equilibrios.
Tal vez lo que a unos colectivos ahuyente a otros atraiga.
No volvamos a sacar el chuleton a pasear, por favor.
Por Toni Lorenzo
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