domingo, 17 de octubre de 2021

Todo vísceras


Todo vísceras

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Uno.– Una noche de enero de 1938 paseaba Beckett, acompañado de unos amigos, por las animadas calles de París, cuando se cruzó con un desconocido, un proxeneta que le ofreció plan con una de sus pupilas, y luego, sin más, le asestó una puñalada. Al poco, lograron detener al fulano. Cuando Beckett salió del hospital y se encontraba ya completamente recuperado, pidió visitar al homicida. Fue a la cárcel y habló con él… No nos conocemos –le dijo–.

 Si me hubieras pedido dinero, te lo hubiera dado, tenía suficiente.

 La navaja entró rozando el corazón, podía haber muerto, ¿por qué lo hiciste? El sujeto le respondió que no tenía ni idea, que no había ninguna razón o motivo, y se disculpó por el hecho. Este percance, triste y absurdo, influiría en el desarrollo de la obra literaria del escritor irlandés Samuel Beckett (1906-1989).  

Dos.– La noche del sábado 28 de agosto de este año, un vigilante de seguridad (que carece de permiso de armas) paseaba por las calles de Garrido (popular barrio de Salamanca) hasta que se encontró con tres personas en una terraza: una pareja (hombre y mujer) y una amiga de ambos. El tipo se fijó en ellas (sobre todo, en la mujer con pareja) y trató de entablar conversación con estas; lo rechazaron, pero él insistió en invitarlas a una consumición. Al final, el camarero le pidió que dejara de molestarlas.


 Cuando se levantaron, el vigilante de seguridad esperó y después les siguió a distancia prudencial. La pareja dejó a su amiga en casa y prosiguieron su camino. Poco después, recibieron varios disparos por la espalda; cayeron al suelo y siguieron recibiendo disparos. Él, de 51 años, ha fallecido; ella, de 53, se encuentra muy grave. El atacante, de 32 años y que se halla en prisión provisional, carece de antecedentes policiales (excepto una pelea hace 10 años) y no guarda ninguna relación con las víctimas. Disparó a matar porque, sencillamente, no le habían hecho caso.

  Tres.– Ya ves, compañero de duelos y quebrantos, no hace falta sentir ningún dolor o molestia, no es preciso notar un bultito, aquí o allá, que haga presagiar un canceroso desenlace. Es indiferente que seas buena o mala persona (y tampoco importa el currículum). El día menos pensado te topas con un tipo al que se le cruzan los cables y, al precio que va la luz, lo pagas bien caro, ¿eh? O, simplemente, vas por la calle, te cae una maceta en la cabeza y te quedas para criar malvas. 

Y no es una exageración; acuérdate, si no, de Esquilo, que le cayó una tortuga del cielo, y ahí tieso se quedó el trágico dramaturgo (nada, que un águila listilla confundió su portentosa calva con una dura roca y soltó la tortuga que portaba en las garras, para romper el caparazón y podérsela comer). Conque si se te ocurre marcharte de vacaciones a una isla paradisíaca, ojo con las palmeras, no te vaya a caer un coco, ¿hm?

  Cuatro.– Entrevista en Catorze. Cultura viva al neurólogo y psiquiatra Joaquim Jubert, un lúcido referente de nuestra cultura, en agosto de este año (traduzco del catalán): 

 Gemma Ventura Farré. 

 Cuando pienso eso que dices [somos un manojo de células que estamos aquí por pura casualidad], es cuando me resulta más fácil decidir. 

 J. Jubert. 

 Claro, porque eres libre, no estás condicionada. Si quieres ser libre, actúa como si ya estuvieras muerto. Y mientras aún sigas vivo, evita el sufrimiento inútil. Ponte al otro lado y di: tanto si sufro como si no, me moriré igualmente, así que no es preciso que sufra. 

 G.   Yo hago el ejercicio antes. Me imagino con 70 años diciéndome: hazlo, no pasa nada.  

J.   Mira, yo hago una cosa conmigo mismo y con los pacientes, despliego un metro de papel y, por ejemplo, si lo hiciera contigo te preguntaría: ¿cuántos años tienes?  

G.  Treinta. 

 J.  Cortaría hasta el centímetro treinta. ¿Ves el trozo vivido? Del cero al treinta ya lo puedes tirar. ¿Hasta cuándo crees que vivirás?  

G.  Setenta y cinco.  J.  

Pues corta el trozo que va del 30 al 75. De lo que te queda, ¿qué coño quieres hacer? Guárdate el metro en la cartera, al lado del DNI y cada año corta un centímetro. Mi metro ya no lo llevo porque lo he agotado: me fijé que viviría hasta los 82 y he cumplido 83; por tanto, ya estoy muerto. [Ahora, lo que vivo es un regalo.]


 


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