martes, 8 de septiembre de 2020

Abascal fracasa en su intento de enfrentar a vecinos e inmigrantes en los barrios humildes de Madrid


 El líder de Vox y Rocío Monasterio asisten a un solitario acto en Batán, donde nunca hubo un problema de conflicto racial


Santiago Abascal y Rocío Monasterio siguen bajándose a los arroyos de Madrid, a los caladeros del voto proleta, con el fin de pescar unos cuantos votos para la causa neofranquista.


 Ayer se les vio en el populoso barrio de Batán, junto a la Casa de Campo, donde funciona desde hace meses un centro de menores extranjeros no acompañados, el colectivo de jóvenes inmigrantes a los que Vox ha estigmatizado colgándoles el despectivo cartel de “menas”


Según una nota de prensa de la formación verde, los vecinos de esta zona humilde viven “amedrentados” por la delincuencia creciente, una afirmación que sin embargo choca con la realidad de los datos oficiales de la Fiscalía y las Fuerzas de Seguridad. “Este barrio es un ejemplo, como otros muchos, de lo que implica la llamada a la inmigración ilegal. 


Una llamada irresponsable que hace que muchos vengan atraídos por una realidad que no existe, muchas veces agrediendo a la policía”, denunció Abascal propagando uno de sus habituales bulos contra la multiculturalidad.


Por su parte, la puritana y pía Monasterio se quejó amargamente de la supuesta situación de conflictividad que vive el barrio: “No puede ser que los menores extranjeros no acompañados que han entrado de manera ilegal en España estén más protegidos por la Administración que los españoles.


 Pero más allá de discursos xenófobos, llama la atención que cuando Vox baja a los barrios marginales a cautivar a los trabajadores sea tan descuidado en su puesta escena.


 El populismo de extrema derecha es ante todo liturgia, ritual, ambiente esotérico y mágico para envolver a las masas en el efluvio racista. 


No extraña que los nazis alemanes organizaran sus pomposos actos de proselitismo y propaganda en las bulliciosas cervecerías de Baviera, donde Hitler cautivaba a las masas obreras entre lingotazo y jarra de buena birra alemana. 


Alcohol y fascismo siempre estuvieron íntimamente unidos (cómo si no iban a cuajar filosofías tan delirantes) y los nazis a buen seguro se pagaban alguna que otra ronda entre los trabajadores desorientados, ya que esos eran votos seguros en las elecciones. 


Fue bajo esa estrategia etílica como en noviembre de 1923 Hitler irrumpió en la Bürgerbräukeller de Munich, una conocida cervecería abarrotada de gente ansiosa por salir de la miseria. El futuro Führer se tomó primero una cerveza y, según cuentan, la estampó rabiosamente contra el suelo, quizá maldiciendo a los judíos.


 Luego se quitó la gabardina, desenfundó su Browning y dio varios disparos al aire al grito de “¡la revolución nacional ha estallado!”. Así empezó el “putsch de Munich”, el golpe de Estado contra la República de Weimar.  


Aunque Abascal también tiene una pistola (su inseparable Smith & Wesson) extraña que no cuide un poco más la escenografía, fundamental para remover las vísceras de los vecinos de Madrid y alimentar el odio al inmigrante. 


Sorprende que cuando él y su lugarteniente Monasterio se bajan al moro, o sea a los extrarradios, periferias y arrabales, no encuentren mejor escenario para difundir su propaganda xenófoba contra los “menas” inmigrantes que la puerta de la poco glamurosa estación del Metro de Batán.


 Allí, rodeado de cuatro periodistas que cubrieron el acto y poco más, Abascal ha proclamado: “Venimos aquí a decir que en España no queremos ni una persona más que venga a delinquir. 


Lo que pasa en este barrio no lo viven los ministros, que viven muy bien y muy protegidos; ni lo viven los poderosos que la semana pasada iban a bailarles el agua a los miembros del Gobierno, porque también viven protegidos en sus mansiones”.


 Como si Abascal las estuviera pasando canutas en una casa barata junto a la Casa de Campo.




Es evidente que el discurso de Vox poco o nada ha cambiado con respecto a la Alemania del año 1923. 


El fondo sigue siendo el de siempre: el mismo odio a una minoría étnica causante de todos los males de la nación; la misma rabia contra los políticos y el sistema; el mismo rencor hacia la democracia. 


Sin embargo, todo es bastante más cutre y de andar por casa. Ya no hay aquella grandiosa y febril puesta en escena de las cervecerías de Baviera en las que se engatusaba al lumpenproletariat. 


Ya no están las muchedumbres enfervorecidas que buscaban desesperadamente a un Führer


 De hecho, al acto de Abascal y Monasterio en Batán no fue nadie, de modo que ambos predicaron su fábula de blancos buenos y negros malos en una desértica y apartada estación de Metro.


 Y es que los vecinos del barrio están tan hartos de los políticos que ya no se tragan ni las mentiras de los ultras.


 La puesta en escena fue tan solitaria, tan escasa de pasión y tan de mala gana, que ambos líderes patrióticos ni siquiera tuvieron el detalle de pagarse unas birrillas a la salud del maltratado obreraje o repartir unos cuantos ejemplares del Mein Kampf


Así, por mucho que Vox haya abierto un nuevo sindicato vertical, no se puede hacer la revolución nacionalsindicalista.


 Definitivamente, esta extrema derecha ya no es lo que era.








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