Un modelo impreso en 3D del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 de la COVID-19.
El 15 de noviembre de 2017 el Departamento de Salud del estado de Luisiana (EEUU) recibió la notificación de un brote de enfermedad respiratoria grave en una residencia de ancianos. Durante ese mes, de entre los 130 residentes se identificaron en total 20 casos, con una media de edad de 82 años. Catorce de los pacientes desarrollaron neumonía. Tres de ellos murieron.
Una vez realizados los análisis de diagnóstico molecular, se identificó al responsable del brote: el coronavirus NL63, descubierto en 2004 en Holanda.
Tras aplicarse medidas de contención en el centro, a partir del 18 de
noviembre ya no se detectó ningún nuevo caso, y el brote se dio por
concluido.
El NL63 fue el cuarto coronavirus humano descubierto;
antes de él ya se conocían el 229E, el OC43 y el coronavirus del
Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS). Después de él se han
descubierto el HKU1, el coronavirus del Síndrome Respiratorio de Oriente
Medio (MERS) y el coronavirus de la COVID-19 o SARS-CoV-2, que ha
elevado a siete el total de coronavirus humanos conocidos hasta ahora.
La pregunta es: ¿por qué para saber de aquel brote hay que bucear en el número de octubre de 2018 de Emerging Infectious Diseases,
la revista del Centro para el Control de Enfermedades de EEUU (CDC)?
¿Por qué aquel brote no ocupó portadas de periódicos y horas de
programación en los informativos? ¿Por qué no desató el pánico, la histeria colectiva y los robos de mascarillas?
La pregunta parece de lo más idiota, porque la respuesta parece de lo más evidente:
aquel brote afectó a 20 personas en un rincón de Luisiana, mientras que
el actual del SARS-CoV-2 ha afectado ya a cerca de 100.000 personas en
casi 90 países, y es posible que estas cifras se queden anticuadas en un
par de días, o mañana mismo.
Solo que lo primero, lo de 20 personas en un rincón de Luisiana, no es en absoluto así. Después de la descripción inicial del NL63 en un bebé en Holanda, los estudios en otros países mostraron que este coronavirus estaba extendido por todo el mundo
en pacientes con enfermedades respiratorias.
En Hong Kong se encontró
en el 2,6% de los niños hospitalizados con enfermedad respiratoria aguda
a lo largo de un año. En Francia se encontró en el 9,3% de los casos
examinados; en Alemania en el 5,2%, en EEUU en el 8,8%, en Taiwán en el
8,4%… Etcétera.
En resumen, y según los expertos, el coronavirus NL63 circula por todo el mundo, y afecta en algún momento a una parte considerable de la población mundial.
Pero es que tampoco es el único: lo mismo ocurre con el 229E, el HKU1 y
el OC43; este último parece ser el más extendido, según diversos
estudios. Los cuatro son virus endémicos en los humanos.
Es decir, que
están siempre rebotando entre nosotros, probablemente con picos
estacionales, infectándonos sin que lo sepamos cuando tenemos un
resfriado o creemos tener la gripe.
Así que, incluso aunque el virus de la COVID-19 fuera más contagioso
que los endémicos –quizá lo sea, pero en realidad no se sabe, dado que
no hay datos suficientes sobre los endémicos–, no es cierto que este
nuevo virus esté más expandido o esté expandiéndose más que los demás
coronavirus ya conocidos.
De hecho, los datos que manejan los expertos
estiman que los cuatro coronavirus endémicos causan entre el 15 y el 30% de todas las infecciones respiratorias en el mundo cada año.
Segundo intento de respuesta: bien, NL63, 229E, HKU1 y OC43 están (aún) mucho más extendidos que el nuevo coronavirus de la COVID-19. Pero son infinitamente más inofensivos, así que no son motivo de preocupación.
Pero ¿realmente es así? Los cuatro coronavirus endémicos se han asociado tradicionalmente con el resfriado común.
No se han considerado agentes importantes de riesgo de mortalidad, o ni
siquiera generalmente asociados a enfermedad grave.
De hecho, no es
difícil encontrar estudios epidemiológicos de estos cuatro coronavirus
en los que ni siquiera se incluyen seguimientos rigurosos de la
evolución de los pacientes, como si no se hubiera considerado la
posibilidad de que alguno pudiese morir debido al virus, siempre que no
se detecte formalmente un brote localizado.
O incluso aunque se detecte formalmente un brote localizado. Este es un ejemplo chocante: en 2005 se describieron tres brotes de enfermedad respiratoria en otras tantas residencias de mayores en Melbourne (Australia),
que afectaron en total a 92 personas, incluyendo residentes y personal.
Inicialmente se pensó que se trataba de gripe, pero los test resultaron
negativos. Se tomaron solo 27 muestras de los enfermos. El coronavirus
OC43 apareció en 16 de las muestras, un 59%.
Durante aquellos tres brotes murieron ocho personas de las 92 afectadas,
tres de ellas con claros síntomas respiratorios. Pero pasmosamente, y
según contaron los autores del estudio, no tomaron muestras de estos
pacientes concretos, por lo que no pudieron concluir si el coronavirus
estuvo o no relacionado con las muertes. Repetimos: murieron ocho
personas, pero no se consideró importante determinar si habían muerto a causa del coronavirus.
Frente a casos como este, al menos existen algunos estudios que sí
han registrado estos datos. Un ejemplo es el del brote de Luisiana, en
el que murió el 15% de los pacientes, con una media de edad de 82 años (curiosamente, el mayor estudio epidemiológico hasta ahora del nuevo virus de la COVID-19 cifra la mortalidad en el grupo de mayor edad en torno al 15%).
En otro estudio con 10 pacientes de HKU1, dos de ellos murieron; el 20%. Otro estudio más analizó 29 pacientes infectados con coronavirus humanos; murieron tres de ellos, el 10%. Uno estaba infectado con el 229E, y los otros dos con el OC43. Y etcétera.
Entonces, ¿cuál es la mortalidad de los cuatro coronavirus endémicos?
La respuesta es que, en realidad, no se sabe.
Pero el mensaje esencial
se resume citando un estudio de 2010: “Mientras que antes se reconocían como virus del resfriado común, los
coronavirus humanos se están reconociendo cada vez más como patógenos
respiratorios asociados con una gama cada vez más amplia de resultados
clínicos
LOS INFORMES DE CASOS HAN ASOCIADO A TODOS LOS CORONAVIRUS
CON RESULTADOS DE ALTA MORBILIDAD Y/O MORTALIDAD” (mayúsculas mías). Y esto, insisto, se escribió hace 10 años.
Así que, no, la idea de que los coronavirus endémicos son “un resfriadillo”, como se está escuchando por ahí en estos días, no parece muy sólida.
Fuera de todo lo anterior, sí es cierto que hay una diferencia entre los coronavirus endémicos y el nuevo de la COVID-19, y es precisamente esa, que este es nuevo.
Acaba de saltar de los animales a los humanos, y por lo tanto aún no
tenemos inmunidad contra él, mientras que los endémicos llevan mucho
tiempo con nosotros y por ello están también quizá más domesticados.
Pero (más sobre esto mañana) es importante entender que esto no hace al
nuevo virus especial, diferente ni peculiar en ningún sentido; todos
los virus son nuevos en algún momento.
Y en conclusión, respecto a si este solo hecho, frente a todo lo
anterior, justifica en algún grado el disparatado alarmismo que estamos
viviendo, que cada cual saque sus propias conclusiones.
Ya hay demasiados sacando demasiadas conclusiones por otros.
Javier Yanes
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